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Opinión
Primavera Sound y el secuestro cultural
Este año se celebraba el 20 aniversario del festival más grande de la ciudad de Barcelona, el Primavera Sound (PS), en medio de más polémicas que nunca. Redes sociales y periódicos se hacían eco de las colas para entrar y consumir bebida, los errores de la app que había que usar para acceder al recinto, la ausencia de personal y organización después de dos años preparando el esperado festival. Pero hay problemas más allá de los logísticos: un modelo de ocio que continúa fomentando el impacto del turismo más destructivo y de borrachera o las dudosas condiciones laborales que van desde la subcontratación de seguridad con bajos salarios a las barras a cargo de personas traídas de Portugal con jornadas extenuantes. Además, los tentáculos de este conglomerado cultural que es la marca Primavera, se expanden a través del mundo y el festival se celebra ya en cinco ciudades, aparte de Barcelona.
Algunos de los problemas comentados podíamos escucharlos el otro día en Vosté Primer, el programa diario de Marc Giró en la radio RAC1. Este cuenta con la colaboración de Isa Calderón, famosa por el éxito del magazín Deforme Semanal, reciente premio Ondas y flamante fichaje estrella de Ràdio Primavera Sound, la rama radiofónica de la marca Primavera. A medida que se sucedían las críticas al festival por la mala gestión o el patrocinio de criptomonedas, la risa nerviosa de Isa sonaba como un intento de tapar un silencio. Un silencio producido por el secuestro cultural que está llevando a cabo la marca PS y que supone que cada vez más y más, cualquier iniciativa del mundo de la cultura de Barcelona tiene que pasar el filtro que tiende al monopolio de esta empresa. Que, por cierto, ya está en manos de un fondo de inversión de riesgo propiedad del multimillonario estadounidense Ronald Burkle.
Hace unas semanas se viralizaron diversos artículos sobre el tema, uno de los cuales firma Ted Gioia, uno de los musicólogos más importantes del momento. En ese texto habla de la inexistencia de un underground y alternativa a la escena oficial, así como del monopolio cultural cada vez más extensivo de grandes discográficas y productores de cine y entretenimiento. Más allá del obvio problema que supone la aglomeración corporativa que representan empresas como Live Nation, Disney, Tencent o Meta, hay otra cuestión: cómo se nos está negando la posibilidad de construir modelos alternativos y críticos con el capitalismo de plataforma y la precarización vital que cada vez nos ahoga más y más.
Lo que supone el trabajo del PS en la última década es esto: la absorción de protestas sociales y movimientos culturales hasta convertirlos en estética, mercadería vendible y empaquetada
Lo que supone el trabajo del PS en la última década es esto: la absorción de protestas sociales y movimientos culturales hasta convertirlos en estética, mercadería vendible y empaquetada. No nos llevemos a engaño, claro que es genial que un macrofestival adopte medidas exigidas por la lucha feminista, sean los puntos morados o la equidad de género en la programación de artistas. Pero cuando esto se hace un lugar lleno de marcas corporativas y te invita a invertir en NFT, no puedo dejar de pensar que las intenciones son, como mínimo, espurias. Y claro que es maravilloso que lleguen a la corriente mayoritaria ideas o discursos con conciencia social, feministas o abiertamente antifascistas como las que podemos escuchar en Oye Polo en muchas de las charlas del Primavera Pro (la serie de encuentros favorecidos por el Centro Cultural Contemporáneo de Barcelona).
Asimismo, cuando todo este discurso viene precedido por el patrocinio de Seat y tiene exclusividad con Spotify, dos empresas que nunca han puesto los derechos laborales como prioridad, como mínimo la cosa se tambalea un poco. O incluso crea una disonancia parecida con la cagada del mural –imitando la pintada del muro de Berlín- de Ada Colau dándose un beso con Isabel Díaz Ayuso que se exhibió el primer fin de semana en el recinto del Fòrum. El segundo fin de semana, la imagen fue sustituida por una más inofensiva, la de Pep Guardiola y José Mourinho haciendo lo mismo, pero entonces ya habían instrumentalizado la sexualidad haciéndola pasar por un chiste canallita para tapar las vergüenzas políticas y administrativas. Este es el nivel y creo que ya no es necesario explicarle a nadie cómo funciona el purplewashing o el pinkwashing, aun así, el problema del secuestro cultural va más allá. No se trata de que una gigacorporación que tiene prácticas dudosas con los trabajadores se lave la cara con banderas arcoíris.
El crecimiento de la marca Primavera trae consigo la privatización del espacio público y la monopolización del tejido cultural de la ciudad
La cuestión es cómo, a golpe de talonario (y de subvenciones públicas, todo sea dicho), aprovechando la falta de estructuras alternativas, la privatización del ciberespacio por los gigantes de Sillicon Valley y la precarización del sector cultural, corporaciones internacionales como el Primavera se dedican a comprar iniciativas con potencial transformador y crítico. Ha pasado con programas como La Internacional o Bunyol TV, entre otros, doblegando así toda posibilidad de crítica al hecho de que, como trabajadores culturales, no pueden morder la mano que les da de comer. Hace años, el periodista Nando Cruz ya hacía una larga crítica en una serie de polémicos artículos al modelo que suponía este festival. Pero la cosa no ha hecho más que crecer desde entonces, y muy poca gente puede permitirse hacer grandes críticas hacia estos conglomerados culturales, porque la tendencia es la acumulación monopolística en estos ámbitos, especialmente con la digitalización del trabajo. ¿Cómo desarrollar una crítica hacia la precarización de la vida de los agentes culturales fuera de los grandes medios?
En un modelo de negocio que todo lo atrapa, las voces disidentes que aparecen bajo la bandera del Primavera acaban siendo otra mercadería más
Si todo el tejido cultural actual depende económicamente de la mezquina economía de la atención centrada en las redes sociales, o directamente aspirar o cobrar el cheque del PS para poder pagar la subida del precio del alquiler, la posibilidad de que emitan una crítica a un festival y al modelo económico que promulga desaparece totalmente. Porque los trabajadores tienen que comer. Y, por desgracia, aún estamos lejos de construir sindicatos que protejan creadores de contenido, el sector artístico o periodístico, que siguen la tendencia individualista. El crecimiento de la marca Primavera trae consigo la privatización del espacio público y la monopolización del tejido cultural de la ciudad, como hemos visto durante una semana en la cual las salas más importantes de la ciudad acogían únicamente conciertos que pertenecían al festival.
En un modelo de negocio que todo lo atrapa, las voces disidentes que aparecen bajo la bandera del Primavera acaban siendo otra mercadería más. No es que este sea un problema nuevo, el capitalismo lleva absorbiendo la disidencia desde siempre, pero que seamos capaces de construir un espacio autónomo donde poder criticar las prácticas cuestionables de estas corporaciones es ahora más urgente que nunca. Y no, no es necesario abandonar ni renegar del altavoz que supone el Primavera, que ha servido para ensanchar los límites del discurso mayoritario, visibilizar ciertas luchas o acoger (sin dejarle casi espacio, eso sí) la iniciativa de la ILP por la regularización. Pero paralelamente, necesitamos más Smac!, más radios libres, más infraestructuras culturales fuera del circuito oficial que no dependan económicamente de él, que puedan desarrollarse siendo críticas sin miedo a perder su independencia. Porque “indie”, la etiqueta que tanto le gusta al Primavera, es independiente. Y no puedes ser independiente mientras tu trabajo esté ligado a las marcas que lo patrocinan.