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“Está claro: la supremacía metapolítica de la clase dominante está llegando a su fin”, escribe Dieter Stein, redactor jefe del semanario Junge Freiheit, próximo a Alternativa para Alemania (AfD). Antes de las elecciones regionales en Alemania oriental [en Turingia y Sajonia, NdT], la derecha ve a la sociedad en la fase del interregno, como el marxista italiano Antonio Gramsci denominó a todo estadio intermedio en el que quienes gobiernan ya no pueden hacer lo que quieren, pero los gobernados no pueden aún hacer. La derecha aspira a la hegemonía cultural.
‘Metapolítica’ es la palabra clave mística de la derecha, que encontramos en boca de muchos y que casi ninguno puede explicar. El filósofo anti-ilustrado Joseph de Maistre describió en el siglo XVIII una “metafísica de la política”, una especie de marco interpretativo superior. Dicho de otro modo: se trata de la anhelada “revolución cultural de la derecha”, de la lucha cultural (Kulturkampf) y de la producción de ideología. La derivación del concepto de ‘metafísica’ de la religión no queda demasiado lejos, en el sentido que esta lucha cultural tiene en verdad una dimensión religiosa y obedece a la imposición de valores derivados de los religiosos.
La metapolítica tiene como objetivo el desplazamiento del canon de valores de la sociedad. De manera temporal, al menos hasta la toma de poder definitiva. Está a la orden del día de la extrema derecha. Diez veces puede confrontárseles el argumento de que con su política los padres y madres solteras sufrirán, puede echárseles en cara que su política fiscal beneficia a los ricos: encogerse de hombros será toda su respuesta.
Aunque para la extrema derecha la importancia de las políticas sociales no es poca, siempre es más importante que su clientela asuma el precepto de que una “familia normal” se compone de padre, madre e hijo(s). La “normalización” que persiguen no consiste en que la ultraderecha sea percibida como algo normal y sea tratada como el resto de partidos democráticos, sino que su sistema de valores se convierta en norma general.
La izquierda no puede ganar este combate cultural porque éste no es su campo de batalla. La paradoja consiste en que perderá este combate cultural si no lo libra
No hay ninguna duda de que la extrema derecha y sus productores de ideología quieren librar esta lucha con todas sus energías. Götz Kubitschek [uno de los principales ideólogos de la ultraderecha alemana, NdT] habla en relación a esto de un estadio de “pre-guerra civil”. “¡Ojalá nos llegue esta crisis!”, dice. “Aunque acecha y amenaza a nuestra patria enferma, quizá despierte su coraje, nos empuje a lo imprevisible y nos lleve a atrevernos a lo que el nombre de ‘política’ merece: ¡Ni una sola recaída en lo enfermizo, en lo latente, en la tolerancia!” Se trata de una declaración de guerra, por supuesto.
“Quien ama a su patria debe ganar la pre-guerra civil antes de que sea incontrolable”, continúa Kubitschek. Con ello, revela una concepción del mundo cerrada y apocalíptica que no permite ya llegar a ningún tipo de acuerdo. Si se aceptan sus premisas, se deduce inevitablemente que se necesitan millones de personas “remigradas” (Martin Sellner) para defenderse del “gran reemplazo” (Renaud Camus).
En esta visión del mundo es la tarea más noble de la metapolítica combatir la decadencia. Se necesitan héroes, al menos hombres. En este sentido, Hans-Thomas Tillschneider (AfD) terminó en el parlamento de Magdeburgo su sermón, de tintes religiosos, contra la Gomorra decadente de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos con pathos: “No temo a la persecución, pues sé que Dios está con nosotros.”
La metapolítica es el combate cultural en tiempos de pre-guerra civil. La izquierda no puede ganar este combate cultural porque éste no es su campo de batalla. La paradoja consiste en que perderá este combate cultural si no lo libra. “Es el tiempo de los monstruos.” (Antonio Gramsci).
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Lo que la ultraderecha no puede reconocer, esa que no es "antisistema", sino un brazo del sistema. Es la oligarquía la que financia a la ultraderecha, la que la apoya con sus medios de comunicación y sus propios partidos neoliberales. La ultraderecha odia a los trabajadores, a los ciudadanos, a los pobres. La oligarquía le ofrece el odio al extranjero, el retorno de las mujeres a su lugar de siempre, el retorno de los homosexuales al armario. A cambio, la ultraderecha protege al mismo Sistema que dice combatir. Para eso fue creada.