Opinión
Cuando fuimos los peores

La dimisión de Íñigo Errejón cierra un ciclo de la política del cambio marcado por los excesos y las dinámicas tóxicas. En este artículo se analiza el impacto de su figura política en la última década y el peso del 'Cuéntalo' en su salida.
Íñigo Errejón vota colegio elecciones
Íñigo Errejón vota en su colegio electoral en Madrid. Foto: Más País
Pablo Elorduy
24 oct 2024 19:24

Más allá del efecto que tendrá sobre su propia vida, la salida de la política anunciada por Íñigo Errejón, fulminante e irreversible, tiene una dimensión política relevante. Su dimisión apunta al mismo tiempo a algunas de las circunstancias sin las que es imposible entender o desempeñarse en la política actual, y certifica el final del primer periodo de política del cambio iniciado en 2011. En este artículo nos centraremos en dos de esas circunstancias y apuntaremos una tercera.

La primera tiene que ver con el impacto que los movimientos de denuncia de la violencia machista tiene en la política parlamentaria y aún más allá. La segunda, la más extensa, habla del papel ambivalente que Errejón ha desempeñado en la última década en la política del cambio: sus decisiones y su visión a largo plazo ha marcado para bien, pero sobre todo, para mal, la deriva de un espacio político que al comienzo era complejo y al final se ha convertido en pasto para la depresión de militantes y votantes.

La tercera derivada está marcada por su salida: pese a no ocupar un puesto claro de liderazgo más allá de su portavocía en el Congreso, el adiós de Errejón deja un nuevo agujero en el proyecto de Sumar, carente de proyección a largo plazo y ahora sin uno de sus parlamentarios más elocuentes e influyentes. En cualquier caso, también puede ser una oportunidad para dicho espacio.

Impacto del Cuéntalo

Los motivos de la salida, que se deducen de la carta pero sobre todo de las publicaciones en redes sociales, hablan del tiempo de la política posterior al movimiento internacional Me Too y el proyecto Cuéntalo iniciado en España por Cristina Fallarás. Ya no es posible, al menos para políticos de izquierda, sostener durante mucho tiempo un discurso feminista o antipatriarcal si la conducta personal va en sentido contrario. De nuevo, no se trata de abrazar el puritanismo, echar la culpa a las feministas o a lo woke, estas son las reglas a las que se llega por una vía evidente: existen los abusos por parte de los líderes de izquierda —y no siempre tienen que ver con el sexo, y no siempre lo llevan a cabo hombres— y las organizaciones tienden a dejarse llevar por la propia dinámica de poder o por una inercia enquistada que no se sabe atajar.

En su carta, Errejón habla de “una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica, con compañeros y compañeras de trabajo, con compañeros y compañeras de organización, con relaciones afectivas e incluso con uno mismo”. Como es habitual en él, expresa con un lenguaje preciso y de reminiscencias psicoanalíticas lo que la mayoría solo podemos barruntar sobre sus relaciones, el maltrato del que habla la denuncia anónima, y otras actitudes similares que habían goteado en el boca-oreja de las redes sociales digitales y analógicos y que no se deben exponer aquí. Más que nada porque, sin hechos probados judicialmente, el límite entre la necesaria exposición y la búsqueda de morbo apenas deja lugar para afrontar el verdadero problema que se plantea: una cultura establecida allí donde hay jerarquías fuertes —por ejemplo, un partido político. Una cultura que favorece la ley del silencio cuando se producen episodios de abuso.

Es un hecho que el feminismo ha cambiado —al menos parcialmente, al menos en ciertos espacios— esa ley del silencio y esa impunidad. Pero también que no hay mecanismos de resolución colectiva y que los protocolos son livianos frente a la realidad de las dinámicas de poder dentro de organizaciones jerarquizadas.

Los momentos estelares de la relación entre Errejón y Pablo Iglesias estuvieron marcados por un asalto al centro del partido al que se le dio el nombre de Jaque Pastor

Errejón tendrá que hacer su propio camino, pero, más importante, las organizaciones tendrán que ver cómo pueden escapar de las dinámicas tóxicas que favorecen prácticas de abuso de poder y, al mismo tiempo, de la paranoia. No es nada sencillo hacerlo sin caer en los dobles discursos (él sí, pero no yo) o en la doble moral (si lo hace mi amigo no puede ser, si es mi enemigo no hay duda). No hay un libro de instrucciones pero sí experiencias acumuladas que deben ser útiles para que los procesos de investigación, denuncia y reparación sean realmente útiles para las personas afectadas, las víctimas y las propias organizaciones. 

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Un talento destructivo

Con la salida de Errejón, el Congreso de los Diputados se queda sin el último representante del núcleo fundador de Podemos. En un artículo tan fino como lleno de mala hostia publicado en su libro C3PO en la corte del rey Felipe (Arpa, 2021), el periodista Pedro Vallín trazó los contornos psicológicos del personaje Errejón reciclando las características del fascinante villano Mr. Ripley creado por Patricia Highsmith. Hablar de Errejón desde entonces es redundar en esas características: alguien sumamente inteligente y capaz, pero también un narcisista con una capacidad de destrucción virtuosista no apta para mentes primaverales.

Los momentos estelares de la relación entre Errejón y Pablo Iglesias —primero su amigo, después su rival y su némesis— estuvieron marcados por un asalto al centro del partido al que se le dio el nombre de Jaque Pastor, dirigido por los “errejonistas” (hoy no queda casi nadie de los de antes). El plan que, de hecho funcionó durante un tiempo, pasaba por ocupar los cargos de responsabilidad del partido morado con leales al errejonismo. 

En lo táctico, chocaban aparentemente dos posiciones respecto a la relación con Izquierda Unida y con el PSOE. En el primer caso, la tesis de Errejón era que la suma con los dirigidos entonces por Alberto Garzón no suponía la absorción automática de sus votos. La realidad le dio la razón (con un asterisco). La suma en las elecciones generales del verano de 2016 arrojó un mal resultado para Unidos Podemos. Un millón de personas que habían votado en diciembre de 2015 a una de las dos listas se quedó en casa.

El asterisco es que, al margen de la torpeza con la que se ejecutara la fusión fría con Izquierda Unida, que en efecto pudo enajenar votantes morados o de IU “de toda la vida”, las elecciones de 2016 estuvieron marcadas, hoy lo sabemos, por los casos de fake news, intoxicación policial y prevaricación judicial contra Podemos. 

Las consecuencias de la salida de Errejón y Carmena de sus partidos de referencia, Podemos y Ahora Madrid, aun son trascendentales para comprender la política de la izquierda madrileña

Ese periodo definió la diferencia de posiciones entre Errejón e Iglesias con respecto a la relación con los socialistas. Una diferencia que quedó superada posteriormente con la victoria de la tesis de Iglesias, pese a que éste se dejó unos cuantos pelos en la gatera hasta conseguir ese triunfo. Errejón era más proclive a apoyar desde fuera el Gobierno del PSOE con Ciudadanos. Iglesias abrió la ronda de conversaciones lanzando un órdago a Pedro Sánchez que, el entonces candidato socialista, no quiso, y seguramente no pudo aceptar; Sánchez aun no era el “Perro” sino un candidato maleable y circunstancial.

Podemos no estaba invitado a los cuadros de mando del Estado o del Gobierno. Errejón e Iglesias lo sabían. El primero apostaba por acumular fuerzas ante un hipotético desgaste del PSOE y Ciudadanos, el segundo lo puso todo para lo que pasó: entrar en el Gobierno. Solo que al final de ese viaje la fuerza de Unidas Podemos estaba bajo mínimos y se entró en una posición de clara subalternidad... Entre otras cosas por lo que ocurrió en 2019.

Lo que ocurrió en 2019 

Desde el Jaque Pastor y la ruptura de la confianza entre los dos líderes, la brecha política entre ambos no dejaba de crecer y los intentos de cohabitación fueron fallidos. En la asamblea de Vistalegre II de 2017, Errejón, que no competía para secretario general —de hecho, presentó su candidatura, opuesta a la oficialista, con una figura de cartón de Iglesias— salió derrotado ampliamente por las bases de Podemos. Siguiendo un manual no escrito de buenas prácticas, Iglesias propuso a Errejón como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid, generando de paso tremendo pitote en el grupo parlamentario de Podemos en la asamblea de esta región.

Pero faltaba el momento más destructivo (y virtuosista) de la carrera de Errejón: la alianza que dio lugar a Más Madrid. Quizá el hito más importante de su vida política: cuando fue el mejor-peor enemigo, al menos para el que fuera su partido y para el que fuera su amigo.

El 17 de enero de 2019, una carta llamada “Manuela e Íñigo” —que hoy, 24 de octubre, no está ya enlazada en la web de Más Madrid— echaba a andar un acuerdo que liquidaba el tiempo de Errejón en Podemos y generaba un incendio en el partido morado cuatro meses antes de las elecciones autonómicas y locales. El primer incendio de muchos.

Las consecuencias de la salida de Errejón y Manuela Carmena de sus partidos de referencia, Podemos y Ahora Madrid, aun son trascendentales para comprender la política de la izquierda madrileña y su irradiación más allá de la M50. El golpe dejó a Podemos tocado en las elecciones de 2019 y marcó un precedente que se reproduciría, unos años después, con la renuncia voluntaria de la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, a integrar plenamente a Podemos en Sumar. La que debía ser superación de los traumas generados en el llamado “pacto de las Magdalenas” entre la alcaldesa de Madrid y el candidato de Podemos a la Comunidad de Madrid se convirtió en una especie de segunda parte, en buena medida por errores de Podemos, pero también por la nula revisión crítica de ese pacto y del estallido de Ahora Madrid provocado por la exalcaldesa desde el primer día de toma de posesión del cargo.

Pero en aquel 2019, impulsado por el efecto Carmena y por una campaña en la que se subrayó el carácter dialogante de la nueva formación política en comparación con el gato panza arriba en que se había convertido Podemos, Errejón consiguió la que ha sido su mayor victoria electoral.

El 26 de mayo de 2019, Más Madrid obtuvo 475.000 votos, casi 300.000 más que Unidas Podemos. Eran, eso sí, cien mil menos que los obtenidos por Podemos cuatro años antes, pero en ese momento, la figura de Errejón, subrayada en la prensa mainstream como expresión máxima del talante y el talento, había adquirido el relieve suficiente para dar un paso que se demostraría tan audaz como poco exitoso.

Cinco meses después de sus buenos resultados en Madrid, el político de Pozuelo de Alarcón anunciaba que presentaba un proyecto político, Más País, en la repetición electoral de noviembre. La incapacidad de Pedro Sánchez para alcanzar un acuerdo con Unidas Podemos en la primavera y el verano de ese año —el líder del PSOE solo ofreció el “Ministerio del Inferior” con la esperanza de que una repetición le fuera propicia— hizo crecer un runrún sobre la necesidad de una fuerza de izquierdas más amable y proclive.

El resultado de Más País fue discreto: solo dos diputados en Madrid más el de Compromís. La pasada legislatura colocó a Errejón en el papel de agitador político en las bancadas de los grupos minoritarios.

Su siguiente oportunidad, desde hoy la última, fue la entrada en Sumar, un movimiento de escucha para el que Yolanda Díaz contó con el background que había dejado el modo de hacer política de Carmena: aparentemente dialogante y plural, aparentemente desligado del politiqueo, no necesitado, en apariencia, ni de partidos ni de organizaciones. Errejón cayó bien y encajó perfectamente como portavoz. El proyecto le iba como un guante en un momento en el que ya se había señalado su alejamiento de Más Madrid.

En el Congreso sido un gran orador, con una inteligencia superlativa para entender los humores y las preocupaciones colectivas: desde la ansiedad climática hasta la salud mental o el problema de la vivienda. Un político brillante, un gran teórico del populismo al que le faltaba lo que derrochaba Pablo Iglesias: mayor capacidad de conexión con el pueblo al que quería rendir su proyecto. Errejón había quedado marcado por la defección de 2019, de forma que era más que improbable pensar en él como cabeza de lista de un posible frente amplio de la izquierda, pero su nivel de competencia le aseguraba una posición importante allá donde estuviera (o se le aceptase). 

Después de la salida de Errejón

Con su salida se quema una etapa. Era el único de los cinco profesores universitarios que se dieron a conocer como fundadores de Podemos que permanecía como político en activo, también uno de los dos grandes ideólogos del ciclo de expansión de la política del cambio. Un ciclo, marcado por el 15M de 2011, que ya no opera en el día a día de la política parlamentaria.

En el plano político, la salida de Errejón puede tener efectos catárticos o nulos efectos. En el primero de los casos, puede propiciar la revisión de los errores: individuales y colectivos, de las líderes y los líderes, y de las organizaciones. No sería mala noticia, incluso aunque no se llegue a un momento de encuentro entre las protagonistas del ciclo político que comenzó con la promesa de asalto a los cielos y está terminando con expectativas electorales que, sumadas, apenas llegan al 10% del electorado. Pero las catarsis en los partidos políticos son raras y normalmente se hacen cuando ya no queda nada ni nadie, ni siquiera para apagar la luz. Lo más probable es que el aprendizaje sea nulo, que no se revise ningún papel y que, en el mejor de los casos, el próximo en llegar a una situación de poder similar recuerde que desde el Cuéntalo las actitudes tóxicas y machistas ya no salen gratis. No es poco.

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Mateo Morral
24/10/2024 20:57

Las organizaciones jerarquizadas y las relaciones de poder que estas albergan generan o exacerban monstruos.
El poder corrompe, no sólo en el aspecto más obvio, el económico, sino también en el psicológico.
Estos personajes, como Errejón y Santiago Martín Baraja, se crean un ecosistema de palanganeros alrededor que solo saben hacerles referencias, se endiosan y terminan hinchando su ego de una forma patética y peligrosa para quienes se cruzan en su deseo u osan llevarles la contraria.
Echo de menos una clara defensa de las víctimas de ambos, especialmente en el caso de Santiago, donde EeA solo ha salido con un comunicado tibio, en el que ni siquiera se ha dignado a solidarizarse con sus víctimas, y parece que el interés de dicho comunicado es echar balones fuera y salvar la cara de la Organización.
Las estructuras jerarquizadas están hechas para que por ellas asciendan los peores de cada casa.
Muerte al poder.

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pipe49
24/10/2024 20:42

El Sr Elorduy, aunque madrileño, hay veces que da la impresión de ser gallego de pura cepa cumpliendo con el estereotipo de que encontrado en una escalera no sabes si sube o si baja. Quizá sea consecuencia de sus frecuentemente abstrusos razonamientos.

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pipe49
24/10/2024 20:42

El Sr Elorduy, aunque madrileño, hay veces que da la impresión de ser gallego de pura cepa cumpliendo con el estereotipo de que encontrado en una escalera no sabes si sube o si baja. Quizá sea consecuencia de sus frecuentemente abstrusos razonamientos.

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juabmz
24/10/2024 20:32

Hoy saltaba otra noticia: "Santiago Martín Barajas, uno de los históricos fundadores de Ecologistas en Acción, ha comunicado su decisión de abandonar su actividad en la organización conservacionista "hasta que se aclare todo lo sucedido" tras conocerse la investigación de un juzgado por una denuncia de agresión sexual."

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