Música
Pablo Guerrero en el Olympia: 50 años de un disco legendario

Recordar, volver a pasar por el corazón la obra de Pablo Guerrero, no es solo un elemental deber de justicia y memoria, es también una forma de alimentar la esperanza, la dignidad y el coraje que necesitamos en el presente.
Pablo Guerrero años 70
Pablo Guerrero en una fotografía de prensa de los años 70.

2 de marzo de 1975. El Teatro Olympia de París será testigo de uno de los acontecimientos culturales más relevantes del tardofranquismo y la transición española. El recital de Pablo Guerrero constituye uno de esos episodios mágicos que condensan las emociones y esperanzas de una generación y de una coyuntura histórica, un concierto que resonará en la memoria colectiva hasta nuestros días.

El acontecimiento, señala el filósofo Alain Badiou, es un engendramiento de verdad. Es el momento en el que emergen verdades nuevas u omitidas, el tiempo en el que toman cuerpo los grandes sueños diurnos. En el Olympia, Pablo Guerrero, con la sencillez y sinceridad naturales en él, pone en pie un ramillete de verdades y sujetos sin nombre: la Extremadura olvidada de los conquistados, los nuevos paisajes doloridos de los emigrantes, la irrupción de la juventud antifranquista, la unión de los anhelos de amor y libertad o el estrecho vínculo de la cultura y la tradición popular. En sus canciones se funden Picasso y la trilla de los campesinos, las utopías de mayo del 68 y la nostalgia emigrante a orillas del Rin. Pero, además, ese fogonazo de ideas y comunidades relegadas se presenta con formas nuevas, sin recurrir al folclorismo sentimental ni al panfleto, con un trenzado inédito que une poesía y rebeldía, humildad y conciencia.

Culturas
Pablo Guerrero: “Es el momento de cambiar las cosas en profundidad”

Un aerolito libre, un lobo sin dueño, un artesano de ternura y rebeldía. Hace cincuenta años, en 1969, salió a la luz Amapolas y espigas, su primer disco. Y desde entonces no ha cesado de producir poemas y canciones que van a la médula de los sentimientos y de la conciencia social. “No solo cambiar la Historia, sino la vida”, afirmaba en 1977, en una entrevista de Eduardo Haro Ibars para la mítica revista Triunfo.

La canción francesa de posguerra, con Jacques Brel, Georges Brassens o Leo Ferré a la cabeza, es una de las principales fuentes de inspiración para la corriente de cantautores españoles que ha surgido en los años 60. París es en ese tiempo, además del epicentro de las revueltas universitarias, la indiscutible capital cultural del mundo. Y el Teatro Olympia es uno de sus grandes emblemas, una sala mítica en la que han actuado leyendas como Édith Piaf, Bob Dylan o Georges Moustaki. Por otra parte, Francia es uno de los países que tras la guerra civil acogió a un mayor número de exiliados españoles y que constituye ahora el lugar de destino para decenas de miles de emigrantes. Ese es el contexto en el que se produce la maravilla. Pablo Guerrero lo recordará así en 2010: ”Era un ciclo de canción muy grande, que duró como dos años, que hicieron los exiliados españoles, apoyados por intelectuales. Pasamos por allí José Menese, María del Mar Bonet, por supuesto Paco Ibáñez, Xabier Ribalta... Y me llamaron a mí, un poco por ser de Extremadura, que era una nacionalidad que allí se conocía poco, pero que había mucha emigración y muchas chicas sirviendo que en aquella época iban a París”. Lluis Llach, los hermanos Parra, Raimon, Pi de la Serra o Manuel Gerena serán otros de los músicos que actúen en el Olympia. Pero dos de esos recitales permanecerán de modo especial en la memoria colectiva, los de Paco Ibáñez y Pablo Guerrero. El doble aldabonazo, la voz de los poetas y una nueva España en marcha en las canciones de Paco Ibáñez; la artesanía, la búsqueda incansable y la gente de mañana irrumpiendo a cántaros en las de Pablo.

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¿Dónde se escucha la canción protesta del siglo XXI?
Ya no se escriben con chaqueta de pana y guitarra al hombro, pero en 2020 sigue habiendo canciones que protestan contra el orden establecido desde una voz personal. Y menos mal.

Parece que, por entonces, la España franquista está dando las últimas boqueadas. Pero ese régimen criminal solo está dispuesto a morir matando. Justo un año antes del concierto del Olympia, en la mañana del 2 de marzo de 1974, Salvador Puig Antich y Heinz Chez, fueron ejecutados por medio del garrote vil. Matando y amordazando, la dictadura continúa afanada en que la libertad sea solo “una palabra escrita en la pared”. Y a veces ni tan siquiera eso. Una palabra escrita en la pared le costará la vida, por ejemplo, a Javier Verdejo, un joven estudiante granadino de 19 años, asesinado el 14 de agosto de 1976 cuando la Guardia Civil le sorprendió realizando una pintada que incluía tres humildes palabras: pan, trabajo y libertad.

Unos días antes del recital, en la ciudad de Cáceres sucede un hecho que ilustra —en este caso de forma grotesca y descabellada— la naturaleza paranoica del régimen: el cabo Piris, el miembro más antiguo de la Policía Local, ordena retirar del escaparate de la Librería Figueroa un cuadro de Goya, La Maja desnuda

En febrero de 1975, unos días antes del recital, en la ciudad de Cáceres sucede un hecho que ilustra —en este caso de forma grotesca y descabellada— la naturaleza paranoica del régimen: el cabo Piris, el miembro más antiguo de la Policía Local, ordena retirar del escaparate de la Librería Figueroa un cuadro de Goya, La Maja desnuda. “¡Vengo a quitar esa inmoralidad de ahí!”, exclama el probo funcionario, que recibirá días más tarde la felicitación unánime del Ayuntamiento. En 40 años, el franquismo ha echado hondas raíces de alienación y miedo. Los que mandan en las instituciones políticas, pero también en las fábricas, en los cuarteles o en las universidades maniobran para reproducir su dominio. “Que este tiempo solo de nieblas nunca consiga paralizar tus pasos”, canta Pablo Guerrero por entonces, que confiesa que vivió aquellos años “con una gran intensidad, con una gran energía y una gran ilusión. Era un tiempo donde sobre todo los jóvenes vibrábamos en una misma dirección, que acabara ya el franquismo, ya eran sus últimos años y aquello parecía eterno, parecía que no se iba a acabar nunca”.

Miguel Ángel Chastang, que toca el contrabajo, y Nacho Saénz de Tejada —uno de los grandes amigos de Guerrero durante toda su vida—, que hace lo propio a la guitarra, serán los dos músicos que le acompañen en la aventura parisina. Los tres, junto a Charo —Rosario Gómez Vinarás, su novia con la que se casará un año después— se plantan en París. “Recuerdo un lío muy grande porque Miguel Ángel no tenía el pasaporte y pasar en aquella época era complicadísimo. Pero lo que hicieron los organizadores fue mandarnos programas del Olympia. Fuimos en tren, en el Puerta de Sol-París. Y cuando llegamos a la frontera dijimos: “Vamos a cantar al Olympia”, y enseñamos el papel con el carné de identidad. ¡Y nos dejaron pasar!”

Pablo Guerrero en el Olympia
Portada del disco Pablo Guerrero en el Olympia.

Pablo Guerrero confiesa que antes de comenzar el recital “estaba aterrado”. “Íbamos a empezar a cantar y el regidor nos llamó y nos dijo, como muy sabiondo, en un perfecto castellano, ‘venid aquí, españolitos. Este teatro ha hecho grandes a Jacques Brel, a Bob Dylan, a Joni Mitchell, por aquí han pasado los mejores… Así que a ver qué hacéis, porque como lo hagáis mal os hunde en la miseria para siempre’. Y nos dejó hechos polvo literalmente, con la moral por los suelos. Pero, de repente, cuando íbamos a salir, Miguel Ángel dijo ‘se van a enterar estos franceses de lo que sabemos hacer’. Y salimos a darlo todo, muy motivados, dimos un recital muy imperfecto, pero que tiene verdad y tiene magia”. Así recuerda el cantautor extremeño aquel día tan decisivo en su trayectoria musical.

En el concierto interpretará once canciones. Son pocas —a continuación ha de actuar otro cantautor, Xavier Ribalta—, pero han sido escogidas con esmero. Seis ya han sido incluidas en el disco A cántaros. Y, dos de las cinco nuevas, “Extremadura” y “Emigrante”, han sido expresamente prohibidas por la censura. La selección resume muy bien las dos primeras etapas de Pablo Guerrero, la primera, “de carácter claramente rural”, en la que retrata la vida del campesinado y del pueblo de Extremadura, y la segunda, de “integración ciudadana y de reivindicación frente y contra la dictadura franquista”, por decirlo con las palabras de uno de los principales investigadores de la canción de autor en España, Fernando González Lucini.

El repertorio apunta a cuatro temáticas, estrechamente entrelazadas. Tres canciones hablan de la unión más hermosa e indestructible, la que anuda el amor y la libertad. El erotismo y la aspiración a un mundo nuevo se dan la mano poéticamente en “Buscándonos”.

Qué de temblor de risa
hay en tus manos
cuando vienen a mí
—buscándome, buscándome—
para exigir al mundo
nuestra ración de dicha.

Qué temblor de peces, de manantiales, de risa y de vida en la poesía musicada de Pablo Guerrero. Como señalará Moncho Alpuente, la canción, “alejada del tópico, cuenta en palabras distintas pero sentidas y muy gráficas el temblor de dos amantes que se buscan y se encuentran”.

“Hoy que te amo” y “Para huir de la muerte” se inscriben en esa misma concepción que fusiona el amor y el compromiso con la lucha colectiva, en la que “la libertad se presenta como una única extensión, sin discontinuidades entre lo personal y lo social” (Luis Tórrego Egido).

Hoy que te amo, mujer, amiga y compañera,
vamos a creer que nuestras manos crecen,
y que tenemos mil dedos o diez mil, y que todos
son como antorchas que a la noche amanecen.

Francesco Alberoni describía el enamoramiento como “estado naciente de un movimiento colectivo de dos”. Y Mario Benedetti abundaba en esa idea: “En la calle, codo a codo, somos mucho más que dos”. Las canciones de amor de Pablo Guerrero en estos años comparten esa unión de lo individual y lo comunitario. Las metáforas eróticas —“las mejores fresas de tu huerto”, “el conjuro dormido de tus pechos”— caminan junto a las aspiraciones colectivas y a la denuncia irónica y sutil, a lo Chejov, como cuando retrata la atmósfera represiva en el país refiriendo el el modo en el que un diligente custodio apercibe a los amantes:

Un hombre se acercaba, muy amable nos dijo:
Está prohibido que estén aquí sentados”.

En “Para huir de la muerte” aborda un tema clásico de la poesía. Es una canción que dedica a la memoria de Pablo Picasso y de Pablo Neruda. “Cuando yo la hice aún vivían y ahora me gustaría que fuese un recuerdo. A Pablo Picasso porque hago referencia a sus palomas y a Pablo Neruda porque tengo el atrevimiento de robarle un verso de sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada”. En la letra parece resonar también el conocido poema de Miguel Hernández Llegó con tres heridas. La vida consigue zafarse de la muerte a condición de vivirla intensamente; amar —parece decirnos el cantautor y poeta— es la mejor forma de huir de ella.

España y yo somos así, señores

“Ecos de sociedad” apunta a otro de los ejes temáticos del disco, el retrato de la España reaccionaria, de la sociedad hipócrita que ha construido el franquismo y de la alianza de clases en la que se sustenta.

Él iba luciendo su viril elegancia
su bigotito gris, su educación en Francia
y la fábrica azul de su suegro en Manresa.

Él iba orgulloso de su aristocracia
que le ha permitido, y no es una desgracia,
amarrarse al duro banco de una galera burguesa”.

En “Ecos de sociedad”, la descripción burlesca de la boda de dos vástagos de la clase dominante nos muestra la trabazón de intereses económicos que se enmascara tras el “aleteo de sonrisas, medallas, tules, lazos, satenes y condecoraciones”. Es la España que Berlanga caracterizará en La escopeta nacional, el pacto fundacional del franquismo entre la aristocracia terrateniente y la burguesía rampante, siempre al amparo, claro está, de la Iglesia oficial; la España tridentina que condena a las mujeres a un papel ornamental y subalterno.

“Aquello fue emocionante. Asistí con mis padres. Sin que esto parezca una novela rosa pero, de verdad, oyendo a Pablo cantar a Extremadura mucha gente Iloró”

En “Pepe Rodríguez el de la barba en flor”, Guerrero ironiza sobre el ligón de guiris, presentándonos el fardón del landismo pero, eso sí, con un ligero toque europeo. “Es una especie de romance que cuenta las hazañas de un personaje mitad Cid Campeador, mitad Don Juan”. El Plan de Estabilización ha llegado a las playas y a los mesones, pero sin olvidar nunca que, como dice Fraga, Spain is different.

Pepe Rodríguez, el de la barba en flor,
sabe inglés que aprendió de noche en un mesón.

Llega pues y sonríe, un vino y ya ligó
¡Oh! mío Pepe, el de la barba en flor”.

“Todos conocemos o envidiamos a ese Pepe celtibérico que liga a extranjeras, que tiene éxito, que es europeo. Con gran sentido del humor, Pablo ironiza sobre esos Pepes y hasta se ríe de sí mismo. Solo por eso demuestra una gran inteligencia. No hay que tomar las cosas a la tremenda”, escribe Moncho Alpuente. Con ironía nuestro cantautor está pintando las consecuencias del turismo masivo y el cambio en las mentalidades que está produciendo: “Vives como en Europa y salvas la tradición”.

Extremadura, levántate y anda

Extremadura será otro de los grandes argumentos del disco. Tres canciones nos hablan del pasado y del presente de la patria del autor. La primera de ellas se arraiga en el folclore, en la cultura popular. Se trata de los “Cantares de Trilla”. Pablo Guerrero recuerda que en su pueblo, Esparragosa, “era frecuente pasar en la época de la vendimia por un viñedo y oír cantar a la gente que recogía, y lo mismo en la trilla. Yo viví en una zona muy aislada, donde este tipo de tradiciones se conservó hasta muy entrados los sesenta”. Los cantares de trilla que él interpreta recogen chascarrillos del mundo campesino, burlones, pícaros, con mordiente. La galvana del que está harto de trabajar, la viuda que busca “un nuevo dueño para su viña”, el recelo paterno frente a las jóvenes demasiado ventaneras, el elogio del vino o el inveterado y socarrón anticlericalismo.

Por la sierra de Lares
vienen bajando
veinticuatro mil frailes
tras un pan blanco.

En los cantares de trilla que tanto le gusta interpretar al poeta se presienten los ecos del carnaval, las letras rijosas del Arcipreste de Hita o la rica tradición de los romances.

El segundo de los temas en el que está bien presente Extremadura es “Emigrante”. La canción aborda el desarraigo y el sufrimiento que ha supuesto la emigración para centenares de miles de extremeños y para millones de españoles. Una brutal hemorragia que ha desangrado y aún desangra Extremadura.

Un día cambió todo:
nuevos paisajes y los mismos dolores.
Las manos tienen callos, pero no de espigas,
y el corazón sin vino qué solo está y qué solo.

Guerrero condensa de forma extraordinaria la rabia y la nostalgia, relatándonos el encuentro de dos emigrantes extremeños en Alemania, alternando y acoplando con maestría el aparente distanciamiento de unas estrofas con la calidez y ternura de otras. Es sin duda uno de los temas más hermosos que ha compuesto en su larga carrera, una canción con la que se han identificado miles de paisanos, “que salieron de nuestra tierra a Europa o a otras partes del país, a dejar allí su cultura y su trabajo”. Un acontecimiento es auténtico, señala Badiou, “en cuanto implica un encuentro traumático con un real no simbolizado”. Las criadas extremeñas, la clase obrera campesina que dejó el arado y la yunta y se deja ahora la piel en las obras y las fábricas de las ciudades, las vidas “de piedra despedida, de piedra golpeada, de piedra sola y dura” están retratadas en esta pequeña pero fabulosa historia. Unos meses después, en agosto de 1975, el diario Hoy recogía unas declaraciones de Tomás Pinto, un emigrante extremeño nacido en un pequeño pueblo de la Sierra de Gata que había asistido al recital del Olympia: “Aquello fue emocionante. Asistí con mis padres. Sin que esto parezca una novela rosa pero, de verdad, oyendo a Pablo cantar a Extremadura mucha gente lloró”.

Hay que destacar la canción “Extremadura”, que muchos consideramos el mejor y más auténtico himno que se ha hecho de la región, un canto a nuestra tierra y a sus gentes. En cinco breves y precisas estrofas, Pablo resume la identidad y las encrucijadas históricas de la comunidad extremeña

El cantautor conocía de cerca la emigración. Durante los meses de julio y agosto de 1970 había estado trabajando en una fábrica de envases en Heilbron (Alemania). “Sobre todo me pareció que la gente se encontraba sola, muy desarraigada de sus costumbres, de la luz, de su tierra y de su gente, aunque no había españoles, había muchos yugoslavos”. Aquella experiencia contribuiría también a forjar su aguda conciencia social y política. El autor recuerda que entonces interpretaba esta canción “con las tripas, y con la rabia que me daban los que tuvieron que dejar casa, familia, costumbres, idioma, por tener que emigrar a otros lugares, en busca de mejorar su suerte y la de sus hijos”.

Por último, dentro de este bloque temático, hay que destacar la canción “Extremadura”, que muchos consideramos el mejor y más auténtico himno que se ha hecho de la región, un canto a nuestra tierra y a sus gentes. En cinco breves y precisas estrofas, Guerrero resume la identidad y las encrucijadas históricas de la comunidad extremeña.

“Extremadura,
campo de toros heridos
que no braman.
¿Ocultarán el gemido
de su garganta?

Extremadura,
hombres que rezan a Dios
para que llueva.
Pero ¿quién les asegura
la cosecha?

Extremadura,
soledad llena de encinas
sobre campos con veredas,
¿por qué se fueron los hombres
de tu tierra?

Extremadura,
tierra de conquistadores
que apenas te dieron nada.

Ay, mi Extremadura
amarga.

Ay, mi Extremadura
levantáte y anda”.

“Extremadura”, entonada a capela, suena “como una canción de pastoreo”. Es, en palabras de la periodista Merche Barrado, “un poema casi gritado a golpes de guitarra, cuya interpretación choca mucho más cuando se escucha hablar a un Pablo Guerrero que se expresa en un tono de voz muy bajo, muy dulce, muy lento, que parece imposible de alterar”.

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 Guerrero no manifiesta las ideas con abstracciones, sino con imágenes, con metáforas luminosas. La aparente resignación de los “toros heridos que no braman”, el sufrimiento contenido del pueblo, el dolor que no encuentra cauce. La identidad campesina de Extremadura y la incertidumbre que la acompaña, en la segunda estrofa. La herida que no cesa de la emigración, la paradoja insensata de que siendo tan grande y fértil sin embargo sus hombres y mujeres tengan que abandonarla. La historia manipulada que quema, la patraña mítica y autocomplaciente de los conquistadores. Y, por último, la necesidad de que ese Lázaro cubierto de llagas se ponga en pie, luche y se libere de siglos de opresión. Imposible decir tanto y tan esencial de forma más sintética.

“Extremadura estuvo en el Olympia”. Días después del concierto así rezará el título de una de las noticias incluidas en “Acordes”, una sección musical del diario Hoy de la que se encargaban Jeremías Clemente y Manolo López. “La guitarra y la figura, entre tímida y segura, de Pablo Guerrero” rescataba aquella tierra olvidada y saqueada del suroeste español. La Extremadura rebelde del 25 de marzo retornaba en su voz tras décadas de ostracismo.

Es tiempo de vivir, de soñar y de creer

El recital del Olympia consagrará a Pablo Guerrero como uno de los grandes cantautores del país, que aparece con un perfil nítido, singular. Él es un poeta que canta, con un mundo propio, y con un discurso utópico muy elaborado que trasciende la coyuntura.

Pablo Guerrero aboga por una transformación profunda, social, política y cultural, en la economía y en los valores. “No solo cambiar la Historia, sino la vida”, afirmará en un entrevista para Triunfo en 1977. En sus canciones, según Haro Ibars, “hay una revalorización del deseo, del sueño y de su confrontación dialéctica con nuestra realidad cotidiana”. En la canción “Planeó” aparece con fuerza la crítica a las inercias que nos atan y nos hipotecan la vida.

Ahorcaría su corbata y dejaría clavado su horario en la pared.

Y esa tela de araña que se metió en su frente
le dejaría, posiblemente, de doler.

Sentía ganas de luchar... yo que sé,
de hacerse una remuda en el alma cualquier sábado
y emprender una vida tan bella como cien
televisores apagados.

Una vida tan bella como cien televisores apagados. Ahí es nada. Nuestro poeta no arremete solo contra el franquismo o contra la marginación de Extremadura, sino contra el sistema que hace posible esos y otros desmanes, contra la gris costumbre de la muerte en vida y contra las quimeras del individualismo y del consumismo, en una línea que recuerda a lo que proponían por entonces intelectuales como Marcuse o Pasolini. Cantar en los años 70 “era una militancia cultural”, le contesta a Victoria Prego en una entrevista en 2003. La aspiración del movimiento popular construido en los últimos años, del que los cantautores constituían una pieza destacada, “era una revolución de costumbres, de forma de vida, de forma de ver el mundo, de enfrentarse a las cosas, de relacionarse con los demás y con uno mismo”.

Pablo Guerrero Cañada Naharro
Pablo Guerrero junto a Manuel Cañada (de pie) y Miguel Ángel Gómez Naharro, autores de este artículo, en una fotografía de febrero de 2025.

Pero para lograr un cambio de esa envergadura se necesita un pueblo muy consciente, un sujeto social capaz de romper las amarras con el pasado. “Busca a la gente de mañana” representaba ese llamamiento a unir y unirse con todo lo realmente transformador, con la gente “que tiene en sus manos las olas de la vida”, en los centros de trabajo, en las universidades o en los barrios. “Buscó en tajos y talleres/ a los enteros/ y les habló/ de un mundo nuevo”, escribirá Gabriel Celaya por esas fechas refiriéndose a un militante antifascista infatigable, el panadero Simón Sánchez Montero. Reunir lo disperso, levantar la esperanza, organizar las soledades, de eso se trataba y se trata.

“A cántaros”, el tema con el que se cierra el recital, se convertirá en uno de los principales emblemas en la lucha contra la dictadura, “el parte meteorológico de las esperanzas democráticas que nos daba nuestro hombre del tiempo, Pablo Guerrero”

“A cántaros”, el tema con el que se cierra el recital, se convertirá en uno de los principales emblemas en la lucha contra la dictadura, “el parte meteorológico de las esperanzas democráticas que nos daba nuestro hombre del tiempo, Pablo Guerrero”, en palabras de Antonio Burgos. Un gran himno de amor, solidaridad y aliento que expresa la necesidad, la promesa y la confianza en una explosión democrática, en una lluvia fuerte que acabara con el franquismo.

Pero tú y yo sabemos
que hay señales que anuncian
que la siesta se acaba
y que una lluvia fuerte,
sin bioenzimas, claro,
limpiará nuestra casa.

Hay que doler de la vida, hasta creer,
que tiene que llover
a cántaros.

La canción nació de una forma un poco mágica, muy rápida. A la vez la música, la letra y la armonía, cosa que no me ha ocurrido nunca después. Hacía calor y no necesité repetirla para memorizarla. Llamé a mis mejores amigos y amigas de aquella época. Se la canté por teléfono. En el Festival de los Pueblos Ibéricos, celebrado en mayo de 1976, me estremecí, al ver que cincuenta mil personas la cantaban conmigo. Supe que permanecería en el tiempo”, recuerda Pablo. Es sin duda su pieza más popular. Ha sido llevada al jazz, a la salsa, al country y se ha convertido en un canto a la libertad y en una apelación contra la injusticia. En las plazas del 15M en 2011, y en los movimientos populares de la última década, ha vuelto a sonar con fuerza.

El recital en directo será editado como disco por Gong, un sello dependiente de Movieplay. Inicialmente, Pablo Guerrero y Nacho Sáenz de Tejada eran remisos a su publicación, porque les parecía que la grabación técnicamente estaba muy mal. Pero Gonzalo García Pelayo, el director de la empresa, les convencería de que “era un disco que estaba muy vivo, tocado con mucha veracidad y sentimiento”. La edición recibirá una acogida extraordinaria y convertirá aquel recital en un disco de culto.

Pablo Guerrero ha sido durante más de cinco décadas un referente ético y estético. El mejor letrista y el más avanzado de los cantautores españoles, como le gusta decir a Luis Mendo. Un buscador incansable de formas nuevas, un sorteador de lugares comunes. Y, al tiempo, un espejo de generosidad y coherencia donde mirarse.

“Sus canciones atravesaron el posmoderno purgatorio de la Transición. El seguía contando, reclamando lo común, el amor, el paisaje, las manos entrelazadas”, como explica Antonio Crespo Massieu. Mientras otros, mercaderes, traficantes al acecho de la presa negociaban en cada mesa maquillajes de ocasión, Pablo Guerrero “seguía fiel a sí mismo, diciendo canciones que eran hermosos poemas, en voz baja, estremecida”.

Recordar, volver a pasar por el corazón la obra de Pablo Guerrero, no es solo un elemental deber de justicia y memoria, es también una forma de alimentar la esperanza, la dignidad y el coraje que necesitamos en el presente. Ahora más que nunca, cuando en el huevo de la serpiente se desperezan nuevos monstruos y tras el decorado de artificios se adivinan nuevos tsunamis y guerras, “es tiempo de vivir, de soñar y de creer”. Y que una lluvia fuerte, sin monóxidos ni neofascismo, claro, limpie el solar común que habitamos.

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