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Migración
La emigración andaluza, un relato vivo
El número de personas que abandona su residencia en Andalucía crece cada año. Una dinámica en ascenso casi ininterrumpido que culmina en las 127.035 del último registro.
A día de hoy, el saldo migratorio de Andalucía es prácticamente nulo. La reciente publicación de la encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE), relativa al segundo semestre de este año, viene a ratificar una realidad que se asienta durante los últimos años. El ligero saldo positivo —en torno a 3.000 personas— entre gente de fuera que llega a Andalucía y andaluces que hacen lo propio hacia el extranjero, se equilibra con las cifras similares del saldo negativo de Andalucía respecto a otras comunidades autónomas. La Encuesta de Variaciones Residenciales que divulga el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía (IECA) —la última, con datos de cierre de 2017— refleja que la cantidad de quienes han llegado para residir durante el año pasado solo supera en 659 a la de quienes han emigrado.
Solo un repunte de la inmigración ha hecho cambiar una tendencia que venía repitiéndose durante los últimos cuatro años y que volvía a situar a Andalucía, en sentido neto, como una tierra de emigrantes, como en la mayoría de sus episodios históricos. Hace solo una década, el número de personas que llegaba era casi el doble del que se iba. En 2013, las emigraciones desde Andalucía superaron en 20.000 a las inmigraciones. Hace 20 años, como hoy, ambas variables presentaban cifras similares, pero en una dimensión tres veces menor. Así, ciclo tras ciclo, el éxodo andaluz roza ya 1,7 millones de personas, una cantidad que representa el 20% de la población actual de la comunidad autónoma.
Son cifras que no permiten constatar, por sí mismas, las causas de una emigración andaluza en ascenso durante los últimos 20 años. Desempleo, búsqueda de oportunidades…, detrás de cada persona emigrada hay motivaciones más concretas, así como una historia de vida y de supervivencia, un pellizco al partir y, quizás, el anhelo por un pronto retorno. Sus voces son algunos fragmentos del relato de la novena provincia andaluza.
Ciclos tan cortos que se repiten cada año
Alcalá del Valle, localidad gaditana enclavada en la Serranía de Ronda, ve cómo su población de 5.000 habitantes mengua en unos 700 a final del verano con destino a la vendimia francesa. Las temporadas agrícolas son otro ejemplo de una forma migratoria cíclica que mueve a miles de personas a diferentes puntos de la geografía europea. Su existencia no la recoge la Encuesta de Variaciones Residenciales, pero desde FICA-UGT Andalucía alertan del “incremento de temporeros contratados por empresas de trabajo temporal” y elevan la cifra total a 10.400 solo para la última vendimia en Francia. Representa el 70% del total que acude desde territorio español.
Para el pueblo jienense de Jódar —cuando no hay campaña olivarera— el destino suele ser diferente, como lo ha sido para María Montávez durante tres décadas: “Donde más temporeras y temporeros se desplazan es a Navarra a recoger espárragos, los meses de abril, mayo y junio, y a Castilla-La Mancha a hacer la vendimia, entre septiembre y octubre”.
“Las espuertas que llevábamos pesaban más que yo”, recuerda María de su primera vendimia, a la edad de 12 años. Desde entonces, repitió migraciones de ida y vuelta durante 30 años más para las temporadas agrícolas, hasta que una enfermedad la obligó a cerrar ese ciclo. En su pueblo, con más de 7.000 hectáreas de práctico monocultivo de olivar, “cuando no hay campaña, no hay nada”.
De los contratos registrados durante el año 2017 en Jódar (Jáen), 13.038 fueron temporales y solo 45 indefinidos
Jódar refleja en sus estadísticas lo estructural del desempleo y la temporalidad en el campo andaluz. El IECA le atribuye a finales del año pasado 11.901 habitantes; aproximadamente, dos terceras partes dentro de la población activa. Según esta estadística, el paro registrado no alcanzaría ni a una de cada diez de ellas. Sin embargo, 1.177 galdurienses, con una mayoría destacada de mujeres, trabajan de forma eventual con un subsidio agrario. De los contratos registrados durante el año, 13.038 fueron temporales y solo 45 indefinidos.
Iniciativas como la del Cerro Libertad, en la que María Montávez ha participado, son una llamada de atención para la situación de éxodo anual que vive el medio rural en Andalucía. Para Montávez, actual responsable de Organización del SAT en Jódar, “que las tierras abandonadas pasen a manos de quienes las trabajen supondría acabar con la emigración”, especialmente para las mujeres, “ya que se nos desplaza de poder trabajar en faenas agrícolas si no vamos con un hombre”. Mientras tanto, “el testigo lo ha cogido mi hija, que también es temporera”.
Y otros tan largos que dejan de ser ciclos
Hay ocupaciones que están sujetas a una temporalidad dentro de un ciclo anual. Otras están sujetas a ciclos migratorios más largos, incluso permanentes, como es el caso del terreno de la innovación y la investigación académica y científica.
“Cuando empecé la carrera pensaba que al acabar sería fácil hacer unas oposiciones y obtener una plaza en algún instituto, pero mientras estudiaba estalló la crisis y cambié de idea porque me di cuenta de lo difícil que era obtener una”, relata Juan Luis Toribio. Después de obtener el título de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla pudo trabajar en un colegio privado durante seis meses. Al finalizar la sustitución, “pensé que sería una buena idea hacer un máster en el extranjero para poder tener más opciones”. Juan Luis veía muy difícil tener oportunidades en España y, sobre todo, en Andalucía, “teniendo solo la carrera y muy poca experiencia”.
"Si no regreso a Andalucía no es por falta de ganas, sino de oportunidades de conseguir una beca de posdoctorado"
Al hacer el máster en la Universidad de Kent, entró en el concurso de una beca de doctorado, algo que considera que le hubiese sido difícil de encontrar si no emigraba, “entre otras cosas, porque allí esas becas se dan por currículum y no por conocer a la gente del departamento, como suele pasar”. Tras finalizar su beca de doctorado en Inglaterra, vuelve a la búsqueda. Si Juan Luis no regresa a Andalucía “no es por falta de ganas”, sino de oportunidades de conseguir una beca de posdoctorado. Entre sus posibles destinos apunta Asia, Oceanía o Latinoamérica, “donde valoran muy bien a los académicos europeos”.
El incentivo público a los estudios superiores, con la bonificación del 99% de los créditos universitarios aprobados en primera matrícula, ve cómo los frutos de una futura carrera investigadora suelen revertir fuera de la comunidad autónoma.
Ese panorama tiene mucho que ver con la conocida como “fuga de cerebros”: formación procedente de los recursos de las universidades y centros de investigación de Andalucía cuyos frutos revierten en el exterior. De las universidades públicas andaluzas salen doctores que después no cuentan con medios para continuar con su carrera académica o investigadora. Según el IECA, la Agencia Andaluza del Conocimiento tenía “inventariados” en 2016 —el último registro— a 18.002 doctores en los grupos de investigación de universidades andaluzas. El año pasado se defendieron o publicaron —el concepto varía según el centro— unas 2.000 nuevas tesis doctorales en universidades públicas andaluzas. Entre las causas de cerrar el capítulo en Andalucía, una destacada es la falta de recursos.
Esa fue, al menos, la razón para Paula Ragel de la Torre, doctora en Bioquímica. Explica que llevaba trabajando durante cuatro o cinco años como investigadora del Centro Superior de Investigaciones Científicas, hasta que “se acabó el dinero”. Terminó la carrera en 2007 —“entonces no era tan difícil conseguir una beca”—, accedió a una Formación de Profesorado Universitario (FPU) y realizó su tesis en la Universidad de Sevilla. Al concluirla, “contrariamente a lo que cabe esperar, encontré trabajo antes en Sevilla que en el extranjero”. Lo hizo en el Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla, adscrito al CSIC. Su último contrato fue de la Junta de Andalucía. “De hecho, creo que el último proyecto que dieron fue ese que yo tuve, que era una convocatoria de 2012. Desde entonces no han vuelto a salir”, advierte Paula. “En Investigación vas empalmando contratos de dos años, básicamente”, añade.
“En Investigación vas empalmando contratos de dos años, básicamente”
Tras ese parón, hizo un máster de profesorado, ya con menos expectativas de continuar su carrera científica. La beca Marie Curie ha sido, para Paula, “la última oportunidad que le daba a dedicarme a la ciencia”. Desde hace tres meses, “busca cómo la planta siente el exceso de sodio en el suelo y activa los mecanismos de defensa” en el Centro de Estudios de Organismos de la Universidad de Heidelberg, la más antigua de Alemania. “Mi hipótesis es que intervienen cambios de pH”, concluye Paula.
“Los recursos humanos y la innovación en clave de sostenibilidad son las dimensiones de innovación más fuertes. Innovadores, inversión privada y las interrelaciones son las dimensiones más débiles”. Es la conclusión del European Innovation Scoreboard 2018, una tabla de indicadores de análisis sobre I+D, en lo que se refiere al Estado español. El último informe del Observatorio de Investigación e Innovación, marco de referencia de la Comisión Europea, recoge un dato que aumenta aún más la brecha de la investigación e innovación andaluza: desarrolla una de cada 10 acciones de I+D que se llevan a cabo en España, mientras que su peso poblacional es el doble de esa proporción.
Cataluña, principal foco
Cataluña aglutina a la tercera parte de la población andaluza emigrada: 582.759 personas, según el Instituto Nacional de Estadística. La falta de oportunidades que empuja a salir a parte de la juventud andaluza ha devenido en fuerza de trabajo para el motor económico catalán durante varias generaciones. Su pujante industria fue el catalizador de la emigración andaluza en la primera mitad del siglo XX. Después, según avanzaba el desarrollismo y la apertura al mercado exterior, el sector servicios fue creciendo en relevancia.
Lloret de Mar, lugar tranquilo de vacaciones para la burguesía catalana en la Costa Brava desde la década de 1920, se tuvo que adaptar al turismo de masas. Ya en 1975 se podían contar más de 200 establecimientos hoteleros, convirtiéndose en polo de atracción para un empleo con mejores condiciones que el que se podía encontrar en las labores agrícolas, más sujetas a la temporalidad.
Cúllar, municipio del Altiplano granadino, contaba entonces con unos 8.000 habitantes. En la última revisión del Padrón municipal, de 2017, eran 4.276. De quienes faltan, cerca de 800 están en Lloret de Mar. Muchos vínculos se fueron tejiendo, reflejados en la reciente celebración del 14º aniversario del hermanamiento de ambas localidades que contó, incluso, con la presencia de sus alcaldes.
"La primera vez que fui a trabajar a Lloret de Mar era el año 1976. Tenía entonces 13 años"
La primera vez que María José Falla fue a trabajar a Lloret de Mar era el año 1976. Lo hizo de camarera en el comedor de un hotel. “Tenía entonces 13 años”, recuerda. “Nos fuimos a Lloret porque estaba una hermana de mi madre allí. Ella se llevó a mi hermana y mi hermana me llevó a mí”, relata María José, para quien su estancia en Lloret de Mar se convirtió en una suerte de temporalidad permanente: “Íbamos a Cúllar a final de octubre, para la feria”, y en semana santa, cuando empezaba a animarse la temporada turística, de vuelta. Así, durante 28 años, hasta 2004. Ella se estableció de nuevo en Cúllar y su hermano se quedó en Lloret de Mar.
Más cullarenses emigraron a otros municipios catalanes, a los costeros o a los del cinturón de Barcelona. No hace ni dos décadas, cuando todavía los vehículos iban marcados con la provincia de donde procedían, en ciertas épocas del año abundaban los coches con matrícula de Barcelona o Girona.
Si actualmente la Comunidad de Madrid recibe cada año más emigrantes que Cataluña, la dimensión que ha tenido el fenómeno migratorio andaluz en este territorio durante el siglo XX —y sigue teniendo, en cierta medida— consta de hitos históricos, como las elecciones al Parlament catalán de 1980, en las que el entonces Partido Socialista de Andalucía obtuvo dos escaños en la provincia de Barcelona. En su capital todavía se celebra la Feria de Abril. Y allí siguen viviendo miles de andaluces.
“El proceso migratorio, como cualquier fenómeno psicológico, debemos tratarlo desde una visión multicausal”, apunta Francisco Martínez, oriundo de San Fernando. Es otro representante de la emigración andaluza a Cataluña. De esta localidad gaditana se fue a Sevilla en 2001 para estudiar Psicología. Piensa que “influyó bastante que mis padres no hubieran recibido una educación formal muy amplia para que hicieran todo lo posible para que mis hermanos y yo llegáramos a la universidad”. La acabó, con una beca Séneca, en la Universidad de Barcelona, que le ofreció prácticas en distintos centros. Gracias a eso, fue “a trabajar a Florencia durante unos meses y, definitivamente, me instalé en Barcelona en 2008”.
Comenzó así su carrera profesional como psicólogo en la atención a menores extranjeros no acompañados. Después, en un Centro de Internamiento de Extranjeros: “Los adultos a los que atendía, a diferencia de los menores, que apenas llevaban semanas en territorio español, sentían menos esperanza en su propio futuro y ya habían vivenciado mayor número de situaciones estresantes, presentando así un mayor grado de psicopatología mental”. Entre las más habituales, Francisco destaca “el estrés postraumático, la sintomatología psicótica y las diversas formas de somatización”.
Tras algunos años en la atención pública a personas migrantes, ahora trabaja en una consulta privada. Su manejo del idioma italiano ha hecho que una parte representativa de sus pacientes tengan esta nacionalidad, con una situación “menos precaria que a quienes atendía en el CIE”. En estos casos, “la incidencia de sintomatología psicótica es menor y me encuentro con más casos relacionados con ansiedad, depresión, fobias y adicciones”.
“La realidad es que, cuanto más tiempo pasas fuera de un lugar, más complicado se hace el retorno”, dice Francisco cuando se le pregunta por una posible vuelta, porque “todo lo que se crea hace que uno se cuestione si volver a levantar el castillo desde abajo”. Aunque también suele decir que “volvería a la provincia de tarde para pasar mi vejez”. Ahora, “estoy bien aquí”.