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Masculinidades
La chocolatina que te hace “hombre”: notas transfeministas sobre la pluma como rescate
Este verano, una conocida marca de chocolatinas ha realizado un spot publicitario en el que se nos muestra cómo su producto, al saciar el hambre, nos otorga la capacidad de ser una persona más auténtica. Paradójicamente, uno de dichos sketches refleja esta autenticidad mediante la desaparición de la pluma en su protagonista, corrigiendo su masculinidad y mostrando este proceso como algo deseable.
¿Qué implicaciones políticas tiene esta chocolatina que nos hace más “hombres”? ¿Podemos repensar la pluma no sólo como un lugar habitable, sino como una escuela de libertad para quien sigue encorsetado por la coacción de la masculinidad hegemónica? Aunque se vista de natural, el hambre de la hombría debe ser cuestionado, porque hay futuros bellos y radicales por imaginar en común, más allá de la miseria que el capital puede ofrecer a los hombres.
Las marikas y las locazas preludiamos otras formas de vida posibles para los (que un día fueron) hombres, que el sistema se empeña en castigar, utilizandoos como marionetas sicarias en una empresa en la que los hombres del proletariado no tenéis nada por ganar, mas un futuro solidario por perder
¿Corregir el qué?
La RAE define “corregir” como “enmendar lo errado” y “advertir, amonestar o reprender a alguien” en sus dos primeras acepciones. Mi compañero Iván Gómez escribía recientemente en este medio a colación del asesinato de Samuel, aportando una perspectiva necesaria en la que la violencia homofóbica o plumofóbica (o, si me lo permitís, transmisógina) tenían que entenderse como ejercicios de amonestación ante la ausencia de masculinidad, es decir, violencia correctiva.
Así, comprendemos que no es tan distinta la agenda política de la mencionada chocolatina a la que subyace en una manada capaz de asesinar al grito de “maricón de mierda”. Porque sí, lo que te llaman cuando te matan importa, pero sobre todo, importa lo que no te han llamado, esas categorías que te habrían mantenido con vida.
Hoy una empresa nos ha vendido una narrativa tan cruel como que Samuel, y tantas otras víctimas de la violencia correctiva de la masculinidad, tendrían que haber tenido guardada en el bolsillo una chocolatina helada aquella noche. En esta misma línea, el poeta y periodista David González aseveraba que él hubiera rezado por haberse podido tomar tal chocolatina cuando recibía palizas en el barrio con tan sólo ocho años, un dulce y crujiente conjuro que hiciese desaparecer su forma de ser, lo que él era. Ese niño aún no lo sabía, pero su plegaria en verdad escondía una demanda más política que personal: poder ser lo que él ya no era.
— Snickers España (@snickers_es) August 5, 2021
No he podido dejar de preguntarme qué puede tener de auténtica la categoría “hombre”, que se materializa en la ausencia de libertad para quien la habita
La masculinidad auténtica
Una de las paradojas más interesantes del anuncio, es que en él la masculinidad hegemónica queda retratada como la forma de ser auténtica del protagonista. Ante esto, yo no he podido dejar de preguntarme qué puede tener de auténtica la categoría “hombre”, que se materializa en la ausencia de libertad para quien la habita.
Quien no desea ser exiliado de las fronteras que hacen a un “hombre de verdad” debe ceder ante un hiriente chantaje. En este chantaje la agencia es la fianza de la supervivencia; construirte y explorarte tal y como quieres, desarrollar una personalidad con la que estés cómodo, puede implicar una ruptura del contrato.
Quien no desea ser exiliado de las fronteras que hacen a un “hombre de verdad” debe ceder ante un hiriente chantaje
Décadas de feminismos nos han llevado a comprender que a los hombres se les enseña a ocupar una posición social violenta, destinada al poder, y una vida que a los ojos de la historia podría parecer privilegiada. No obstante, esto no quiere decir —más bien al contrario— que sean libres. En un contexto identitario de las luchas feministas, no estamos interrogando con honestidad a los hombres sobre si se sienten cómodos encarnando unas categorías tan encorsetadas, sobre si sienten placer alguno narrativizando su propia vida en términos de lo que deberían ser y no de lo que son.
Personalmente, compadezco los insomnios que debe generar el hecho de que aquello que te subjetiva, sea leído como éxito mientras tú, en tu intimidad, lo sabes amenaza. Los cadetes a “hombres” no lo confiesan pero lo saben: cuán fácil es caer por la borda del barco de la masculinidad. Sin embargo, ¿quién y por qué nos quiere a salvo de lo que esconden las profundidades del mar?
Leslie Feinberg indicó que hay muchas maneras posibles de ser hombre o mujer, pero muy pocas maneras que estén actualmente permitidas
La pluma bajo el mar
En una entrevista en 1993, preguntaron a le militante comunista y trans Leslie Feinberg qué podía aportar la comunidad disidente de género en lo que respecta a sacudir los cimientos de la sociedad. Elle respondió que hay muchas maneras posibles de ser hombre o mujer, pero muy pocas maneras que estén actualmente permitidas. Por ello, la existencia de una comunidad disidente que tomase la palabra permitía abrir interrogantes en torno a lo que siempre se había presentado como parte de la naturaleza. Dicha toma de palabra tiene una esperanza que ofreceros a quienes os amarráis temerosa y violentamente al mástil, y dice así:
Aquí, bajo el mar, en los márgenes de la normatividad de género, somos mucho más felices de lo que es posible serlo allí arriba, y tal vez sea el momento de cuestionar que toda la mitología (ideología) que durante siglos os ha ahuyentado de las aguas, no estaba velando por vuestro bienestar sino por la reproducción social del capitalismo, tan a vuestra costa como a la nuestra. Si decidís escucharme, en vez de darme una paliza, os contaré que en el momento en que perdí el miedo a no ser un “hombre de verdad”, cuando asumí que no encajaba en esa categoría, fue el momento en el que comencé a ser más libre.
Las marikas y las locazas preludiamos otras formas de vida posibles para los (que un día fueron) hombres, que el sistema se empeña en castigar, utilizandoos como marionetas sicarias en una empresa en la que los hombres del proletariado no tenéis nada por ganar, mas un futuro solidario por perder, porque os han enseñado a violentarnos y hacer de nuestras heridas vuestro orgullo, pero no quieren que aprendáis a construir otros mundos posibles. Si la próxima vez que os encontráis a una locaza, en vez de agredirle, decidís escucharla con atención, podréis aprender una valiosa lección sobre cómo somos más libres quienes —a la fuerza— hemos perdido el miedo a dejar de ser lo que se nos ha impuesto. Merece la pena comenzar a ser, no ahogaba el mar sino el barco. Nuestra pluma puede ser vuestro bote salvavidas
Una de las paradojas más interesantes del anuncio, es que en él la masculinidad hegemónica queda retratada como la forma de ser auténtica del protagonista.
Silencio = muerte
A partir de las numerosas críticas que se han realizado a la plumofobia del anuncio, han surgido voces llamando a “no dar publicidad”, porque la misma es reapropiable y es lo que busca la empresa, que nuestra rabia ya ha sido prevista por el marketing. Este artículo es militante en desobedecer dicha llamada.
Este anuncio no es mero marketing, es un ejercicio de disciplinamiento en los mandatos de la masculinidad, y comporta un duro aprendizaje para quien pueda verse reflejado en el objeto de la sátira, y no es otro que sentir que se debe “enmendar lo errado”, cuando lo errado es uno mismo. Aún a riesgo de ofrecer beneficios a la empresa susodicha, las narrativas que institucionalizarían nuestro silencio tendrían consecuencias violentas en las vidas de quienes no encajan en la norma. Más allá del marketing, hay un proceso de subjetivación muy feroz que busca que nos leamos otra vez desde la vergüenza, hay un aparato de producción y reproducción de escenarios que nos ponen en peligro, y eso hace que tengamos que tratar este anuncio como un asunto indudablemente político.
Asimismo, otrora se nos pidió que no “diésemos publicidad” a los discursos de extrema derecha, mientras que las propias condiciones materiales de crisis económica han reproducido discursos de chivos expiatorios como en años en nuestros barrios, demostrando que el silencio ante situaciones de violencia estructural es, en el mejor de los casos inutil, y en el peor de ellos, cómplice.
Finalmente, quiero concluir con una invitación a los “auténticos” “hombres” a hacerse una pregunta: ¿sois libres? No hay chocolatina que encubra la vergonzosa respuesta.