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Literatura
Sylvia Plath y la sombra alargada de la depresión
“Tengo sólo treinta años. Y como gato he de morir nueve veces”, de esta manera se introduce Lady Lázaro en el poema homónimo de Sylvia Plath. La protagonista regresa varias veces del rincón denso del que no se vuelve: la muerte. Como la propia Plath —que intentó suicidarse varias veces sin éxito— convierte cada intento fallido en una resurrección, triunfal por volver a la vida, pero trágica por la misma razón.
La vida de Sylvia Plath solo puede entenderse bajo la sombra de la depresión que la acompañó durante su vida con diferentes rostros. La poetisa afirmó que la protagonista de su poema es “una mujer que tiene el gran y terrible regalo de renacer. El único problema es que para volver hay que morir primero”. Un regalo envenenado que ella misma experimentó.
La tristeza tiene muchos matices. Hay tristezas ahumadas y profundas, tristezas taimadas y crepusculares, incluso, otras tristezas afiladas que nos vacían gota a gota. Pero ninguno de estos matices se acerca, ni lejanamente, a la depresión. La depresión no es tristeza, la depresión vive en las profundidades, muy por debajo de la tristeza. Pues, en esencia, es un fracaso de la propia vida.
La depresión es una parálisis, posesiva y gris, que te arrastra hasta dejarte completamente inmóvil, hasta que todo lo que ves y sientes es su pesadez silenciosa. La depresión es un páramo sin rastro de uno mismo. Por eso es tan difícil luchar contra este demonio sofocante.
Si el poema Lady Lázaro se define por el desafío constante a la muerte, esto también sucede, aunque de forma más conmovedora, con otra heroína de Plath, Esther Greenwood, narradora de su célebre novela The Bell Jar.
The Bell Jar narra la caída de Esther. Ella es muchas cosas: modelo, aspirante a escritora, mentirosa compulsiva y buscadora obstinada de su propia identidad. La vida de Esther, es neutra. Consigue algunos éxitos como modelo pero no logra ingresar en las clases de escritura que desea y sus pocas experiencias con los hombres la dejan infelizmente agnóstica o descreída de encontrar una pareja. La mediocridad la define.
Sin ningún desencadénate específico, la protagonista queda a la deriva, incapaz de reunir la suficiente energía para enfrentarse al día a día. Y tras recibir terapia una posibilidad se abre ante ella: el suicidio. Una idea que paladea y solidifica lentamente página a página.
The Bell Jar es un libro sobre la muerte. Pero, por extraño que parezca, también es un libro sobre la vida —seguramente en su sentido más fiero y descarnado —. El suicidio resuena en la novela como un último intento de desprenderse de la quietud. Como una necesidad desquiciada de volver a la vida buscándola en un callejón sin salida. Porque si la depresión es parálisis cualquier posibilidad que la dinamite parece válida.
El 11 de febrero de 1963, tras ser abandonada por su marido con la responsabilidad de criar a sus dos hijos —Frieda de tres años y Nicholas de solo uno— Sylvia Plath decidió terminar con su vida dejando el gas del horno encendido. Deseando salvar a sus hijos, pero no a ella misma, abrió la ventana y selló la puerta de la cocina con cinta adhesiva para que el monóxido de carbono no se filtrase en el resto de la casa. En un último acto maternal, pequeño pero desgarrador, dejó en la mesa una jarra de leche antes de marcharse.
The Bell Jar se convirtió en un clásico inmediato desde su publicación. Quizás muchas personas buscaban respuestas al suicidio de la autora en esta obra. Y seguramente sí, pues Plath conocía bien la alargada sombra de la depresión. Pero seguramente, también, es muchas más cosas que hemos pasado por alto.
A pesar de ser estadounidense, Plath había pedido expresamente que The Bell Jar no se publicara en Estados Unidos, ya que temía que sus familiares y conocidos se viesen reflejados en los personajes de la novela. Los lectores estadounidenses tuvieron que esperar una década para que su la novela llegase a las librerías.
Como seres humanos buscamos, en The Bell Jar o en otras obras similares, el patrón que defina la necesidad de abandonar la vida de forma prematura. Pero el suicidio, al igual que la depresión, no tiene una explicación que satisfaga, ni una forma universal de manifestarse en los individuos.
Muchos califican The Bell Jar como una obra exclusivamente dedicada a la depresión y al carácter suicida de Plath. Pero olvidan que, en la propia obra, Esther está a punto de embarcarse en una nueva vida—aunque sin éxito—.
Si Plath hubiese sobrevivido ese 11 de febrero, posiblemente Bell Jar tendría una connotación diferente. Quizás se habría convertido en un aviso sobe la aparición repentina de la depresión y su maquinaria perversa pues, si se logra escapar de las fauces de la depresión el tiempo suficiente, se puede aprender a vivir de nuevo. Y eso —a todas luces— es regresar de donde no se vuelve, como Lady Lazaro.
Pronto, muy pronto, la carneQue la tumba devoró
Se sentirá bien en mí
Y yo una mujer que sonríe.
Tengo sólo treinta años.
Y como gato he de morir nueve veces.
Esta es la Número Tres.
Qué desperdicio
Eso de aniquilarse cada década.
Qué millón de filamentos.
La multitud mascando maní se agolpa
Para verlos.
(…)
Desde las cenizas me levanto
Con mi cabello rojo
Y devoro hombres como el aire.
Lady Lázaro, Sylvia Plath (1962)