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El país transalpino vuelve a colocar a su pueblo ante el abismo político. Su última víctima ha sido el hijo pródigo, con el estatus atribuido de salvador del Euro, Mario Draghi. El otrora presidente del Banco Central Europeo llegó a la política con la misión de coser heridas y se va agrandándolas. Por su camino ha conseguido despertar pasiones tecnocráticas, pero a cambio ha impulsado demonios dormidos desde hace décadas.
Italia acudirá seguramente a elecciones anticipadas después de que el presidente de la República, Sergio Mattarella, aceptara la dimisión de Draghi. La decisión llega después de movimientos, declaraciones y giros de guion que solo ocurren en el país del laboratorio político de Europa. Draghi infravaloró la capacidad autodestructiva de la política y sobrevaloró su aura de prestigio.
La responsabilidad de la crisis final responde a la caída en desgracia de tres líderes que han vehiculado la vida pública italiana los últimos años: Giuseppe Conte, Matteo Salvini y Silvio Berlusconi. Tres hombres en permanente declive político y electoral que han creído que únicamente zarandeando el país podrían volver a colocarse en el centro del tablero. Los tres dieron su apoyo a Draghi hace más de un año esperando dos cosas. La primera, aplazar la sangría que sufrían hacia Fratelli d’Italia, el partido de Giorgia Meloni. La segunda, absorber la reputación y unidad que acompañaba a Draghi. Finalmente, no han conseguido ninguna de las dos.
Quienes apoyaron el gobierno de unidad nacional de Draghi se arriesgaban a ser arrasados por el mismo. Sin perfil propio no hay incentivos suficientes para movilizar electorado propio y ajeno
La cercanía de las elecciones (marzo del 2023) representaba una bomba de relojería. Quienes apoyaron el gobierno de unidad nacional de Draghi se arriesgaban a ser arrasados por el mismo. Sin perfil propio no hay incentivos suficientes para movilizar electorado propio y ajeno. Así, los juegos palaciegos empezaron a tomar forma. El primer aviso lo dio la semana pasada Giuseppe Conte, a lomos de un partido populista-atrapalotodo que sufre escisiones periódicas y que nunca consiguió conjugar su ala impugnatoria con la institucional. En cuatro años ha perdido un tercio de sus votos y la mitad de sus parlamentarios, convirtiendo el partido hegemónico en otro testimonial.
El farol de Conte fue aprovechado por Di Maio, sucesor de Beppe Grillo —fundador del Movimento 5 Stelle— y antiguo líder del partido, que anunció una escisión de un cuarto de parlamentarios. La sangre finalmente llegó al río y otro líder falto de protagonismo olió la oportunidad de volver a coger aire. Matteo Salvini, inmerso en una crisis de reputación desde que en 2019 hiciera caer su propio gobierno de fiesta en un chiringuito, convenció a Silvio Berlusconi y subió la apuesta: nuevo gobierno sin los populistas del Movimento o se sumarían a la demanda de elecciones.
Mario Draghi no ha querido seguir la estela de los gobernantes que en pos de seguir en el poder se transforman las veces que haga falta. Su compromiso era seguir hasta marzo, pero no a cualquier precio. Su exigencia era reeditar el gobierno, pero la declaración conjunta de Salvini y Berlusconi imposibilitaron que Conte enseñara sus cartas y volviera a la mayoría parlamentaria. La farsa se convirtió en tragedia gracias a un ego draghiano que pretendió pasar por encima de los partidos en el país de los asesinatos palaciegos.
El giro fue tan abrupto que en cuestión de horas el debate ha pasado de salvar al soldado Draghi a organizar las próximas elecciones que tendrán lugar a la vuelta del verano. El tablero de juego es surrealista: la mayoría de los italianos no entiende por qué el tercer gobierno de esta legislatura ha caído en medio del otoño más caliente que se recuerda: crisis energética, una guerra todavía en curso y 200.000 millones de fondos europeos.
Las razones serán difíciles de explicar a una ciudadanía cansada y cabreada a partes iguales. Las continuas transformaciones y alianzas contranatura de los últimos años (Lega y M5S, PD y M5S, Draghi) han desorientado a los italianos, y en medio de este aturdimiento solo emergen dos fuerzas que se han mostrado claras desde el inicio. El socioliberal Partido Democrático, guardián pretoriano de la esencia Draghi, y el posfascista Fratelli d’Italia, partido que lleva pidiendo elecciones tres años consecutivos.
El secretario del Partido Democrático, Enrico Letta, dio por muerto este “campo amplio” que era hasta hoy condición necesaria para ser competitivos electoralmente frente a la derecha y la extrema derecha
Estos serán los ejes sobre los que con alta seguridad pivotará la campaña electoral. Los fieles contra los conversos. Los que se han mostrado coherentes contra los que han primado los juegos políticos. Los fieles por motivos muy distintos. El Partido Democrático intentará abrazar el sentir común de la gestión y del buen hacer político. Su bandera será frenar el terror y seguir el surco de Draghi. Fratelli d’Italia, por el contrario, surfeará la ola de malestar que antaño poseían los padres del nacional-populismo (Di Maio y Salvini). Orden contra rabia.
La cuestión es más delicada para los conversos. El Movimento ha podido dar su último soplo de vida estas semanas. El apoyo retirado a Draghi ha provocado la ruptura del pacto implícito que firmaron con el Partido Democrático en las anteriores elecciones regionales y municipales. El secretario de este último, Enrico Letta, dio por muerto este “campo amplio” que era hasta hoy condición necesaria para ser competitivos electoralmente. Sin esta balsa de salvamento Conte encarará las elecciones aislado, debilitado y estigmatizado, y el centro-izquierda incapaz de frenar a una derecha cercana al 50% de los votos. Un largo invierno político espera a la vuelta de la esquina para los populistas, aunque algunos ya afilan cuchillos para cobrar la cabeza de Conte y volver a la era de la impugnación, vista por muchos como bálsamo para curar heridas y volver a liderar el cabreo ciudadano.
Por su lado, Salvini tendrá que enfrentarse a una oposición interna que nunca quiso abandonar el gobierno. Sus pasados resultados (ganó las elecciones europeas de 2019 con el 34%, pero hoy no llega al 17%) ya no aprietan filas internas y las voces que discrepan aumentan decibelios. La nacionalización que llevó a cabo Salvini empieza a volverse en su contra y más de un dirigente pide volver a las raíces norteñas.
Si nada cambia en dos meses, Italia podría tener el gobierno electo más derechista de Europa encabezado por una mujer que se siente orgullosa de su tradición fascista
A diferencia del Movimento, un pacto con Berlusconi podría salvar a Salvini. Desde hace tiempo suenan rumores sobre un Partido Republicano entre ambos líderes de la derecha para recuperar el sueño antiguo de Berlusconi (un gran partido conservador) y salvar el sueño actual de Salvini (ser Primer Ministro). Los ruidos volverán, pero esta vez se encontrarán con una Forza Italia fracturada (la caída de Draghi ha provocado el abandono de históricos dirigentes del partido) y una Lega dividida (entre gobernistas y populistas).
Si nada cambia en dos meses, Italia podría tener el gobierno electo más derechista de Europa encabezado por una mujer que se siente orgullosa de su tradición fascista, reivindica una Europa de las naciones, defiende la familia tradicional y no duda en desplegar un discurso de ley y orden contra la inmigración. “Hemos dejado escapar a 100.000 italianos y hemos traído en tres años a 500.000 inmigrantes solicitantes de asilo. Sí, creo que hay un diseño de sustitución étnica” sostuvo hace no mucho. Italia se acerca al abismo sin ninguna alternativa en el horizonte. En el último año el lema fue “Draghi o el caos” y finalmente los partidos han elegido caos.
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