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Historia
Pascual Tomás y su misteriosa biblioteca del exilio
Esos 11 libros siempre habían estado en su biblioteca privada. Desde que era pequeña, Carmen Ramón Tomás sabía que escondían una historia particular, que no eran unos libros al uso. Siempre que preguntaba por ellos, su familia le respondía con susurros. Eran bonitos, escritos a mano en su mayoría y, aunque ella no lo sabía, algunos de ellos suponían y suponen todavía la única traducción al castellano que existe de la publicación original. Pertenecían a su abuelo, Pascual Tomás, último secretario general de la UGT en el exilio y diputado del PSOE durante la Segunda República. Ahora, este tesoro se expone en la Escuela Julián Besteiro por la Fundación Anastasio de Gracia.
Carmen fue quien dejó en depósito estos libros a la Fundación después de que esta, en 2012, editara la biografía de Pascual Tomás dentro de su colección Memoria de Hierro. “Mi abuelo volvió del exilio en 1972, pero duró muy poco con vida porque llegó muy enfermo. Trajo un baúl con sus pertenencias. La mayoría se las quedaron la UGT y el PSOE, pero estos libros no, se quedaron en la estantería de la casa de mi madre”, inicia el relato la nieta del protagonista.
Cuando él falleció, Carmen tenía 19 años, pero solo había visto en tres ocasiones a su abuelo. “Yo no entendía nada porque por aquel entonces apenas te explicaban las cosas”, rememora. El silencio todavía se imponía como un telón oscuro y de acero que todo lo cubría. El tiempo ha pasado y a día de hoy ya sabemos algo más de esta curiosa biblioteca creada entre 1939 y 1941. Aunque pertenecientes a Pascual Tomás, estos libros no los había elaborado él.
Valeriano Casanueva, el socialista traductor
Dos nombres propios vertebran esta historia de misterio, cultura y exilio. El primero de ellos es Valeriano Casanueva Picazo. Nació en 1889 y ocupó altos cargos durante la Segunda República como militante del PSOE. Tristemente, murió en Toulouse en 1941, en pleno proceso editorial de estos libros. “Casanueva inició su carrera como letrado al aprobar una oposición para abogado del Estado en julio de 1916. Fue el tercero de su promoción encabezada, curiosamente, por José Calvo Sotelo, el futuro líder de la derecha monárquica parlamentaria asesinado en julio de 1936”, relata José María Uría, director del Centro Documental de la Fundación Anastasio de Gracia.
Al proclamarse la República en 1931, la promoción política y técnica de Casanueva fue en aumento: fue nombrado director general de lo Contencioso, lo que hoy equivaldría a ser el director general de la Abogacía del Estado; se convirtió en consejero del Banco Exterior de España; y más tarde consigue el puesto de delegado del Gobierno en la junta directiva de la Institución Cooperativa para funcionarios del Estado, provincias y municipios.
Otros tantos cargos vendrían después, incluso Largo Caballero le fichó para su ministerio de Trabajo. El inicio de la guerra civil en 1936 no hizo que cejara en su empeño por defender sus ideas socialistas. En octubre de ese mismo año, llegó a ser subsecretario de Estado y, después, magistrado del Tribunal Supremo. Llegó febrero de 1937 y con ello su nombramiento como como embajador en Pekín y comisionado en Moscú. Una vez terminada la contienda, “en abril de 1941 se le instruye un expediente por el Tribunal de Responsabilidades Políticas, meses antes de su muerte”, añade Uría.
Jesús Ibáñez es V. Antonovich
“En su exilio coincidió con Pascual Tomás, quien le encarga realizar estos libros”, añade el director del centro documental de la Fundación. En la colección, siete títulos corresponden a él, todos manuscritos. Junto a ellos dos debió de estar también Jesús Ibáñez, el segundo nombre propio de esta intrincada historia, aunque en los libros aparezca la firma de V. Antonovich. En este caso, saber quién los tradujo y escribió ha sido una empresa que ha recaído en José María Arche, otro sindicalista histórico de la UGT que llegó a conocer en vida a Pascual Tomás.
Ibáñez fue un periodista que presenció la Rusia revolucionaria y que se quedó allí como delegado de la Tercera Internacional como enviado español por los anarquistas. “Tocó todas las cuerdas. Empezó militando en las Juventudes Socialistas, luego se pasó a la CNT y más tarde se unió a Andreu Nin y al Partido Obrero de Unificación Marxista”, apunta Arche.
Este sindicalista convertido en investigador por unos meses se percató que estos exiliados no respondían a aquellos españoles que huían del franquismo y terminaban en campos de concentración franceses. “Llegué a la conclusión de que sabían manejar bien el francés y otros idiomas”, añade, aunque tener la certeza de que se trataba de un pseudónimo no le hizo concluir quién estaba detrás de él. “Luego uní a Antonovich con Ibáñez porque este segundo ya sabía francés y ruso, y algunas obras proceden de estos idiomas”, apunta.
Además, Arche leyó una biografía de la madre de Ibáñez y resultó que ella también había estado en Francia y conocía el idioma. A ello se suma que Jesús Ibáñez aparece en su partida de bautismo como Antonio María Jesús Ibáñez, lo que también estaría ligado con la firma de Antonovich.
Jesús Ibáñez, a lo largo de su vida, consiguió escaparse varias veces de la cárcel. Su última “fuga” fue desde la Francia ocupada por los nazis hacia México, país en el que falleció. “Él siempre luchó. Se hizo partidario de Negrín y terminó expulsado del PSOE. Es uno de los 35 socialistas que en 1944, en pleno exilio, terminó fuera del partido. Una vez muerto, el PSOE le rehabilitó”, comenta Arche.
Tres exiliados, tres ilustradores
Estos libros no solo esconden una caligrafía medida y el aroma del exilio español entre sus páginas. También están acompañados de algunas ilustraciones que ha estudiado Soraya Egido, responsable de la Biblioteca de la Fundación Anastasio de Gracia. “Las imágenes en color y blanco y negro que aparecen en dos volúmenes están firmadas por los dibujantes Luis Marcano Pedro de Buen López de Heredia y Francisco Benítez Mellado, el más modesto de los tres, quien estuvo ligado al sindicalismo y socialismo vasco en Eibar”, desarrolla la bibliotecaria.
Ella misma recalca que de tres títulos traducidos no hay ninguna versión en español. “Hemos buscado en la Biblioteca Nacional y otras bibliotecas especializadas y catálogos de la época, y no los hemos encontrado”, explica. Es decir, posiblemente esos volúmenes traducidos, en los que dos son mecanografiados y los demás elaborados a mano, sean los únicos que existen en castellano de los libros originales. Se trata de Marco Aurelio y Spinoza, ambos de André Cresson, y El año próximo en Jerusalén, de los hermanos Tharaud.
Temáticamente, la colección se divide en dos bloques. Por un lado, las biografías; y por el otro, las crónicas y novelas históricas como Recuerdos de una emigrada, La hija del capitán y Makeda, Reina Virgen.
“Entre los autores destaca el interés por los franceses André Cresson y los hermanos Jean y Jerome Tharaud, así como por el ruso Aleksander Pushkin, contando cada uno de estos autores con dos títulos dentro de la biblioteca”, añade Egido. Pero, ¿por qué estos libros? ¿Por qué en pleno exilio y condiciones paupérrimas deciden ponerse a traducir? Las introducciones de los libros, sin ir más lejos, nos dejan una valiosa información para poder responder. Una muestra de ello la encontramos en la introducción de Recuerdos de una emigrada en la que Valeriano Casanueva motiva su trabajo de traducción “por apartar un momento el ánimo de las cosas serias”.