Historia
Pablo Sánchez León: “En el Madrid de 1854 la protesta popular supuso todo un baño de sangre”

El historiador Pablo Sánchez León ha editado Las jornadas de Julio [de 1854] una crónica sobre un levantamiento popular en Madrid que transformó el sistema político del siglo XIX.

Pablo Sánchez León -historiador2
El historiador Pablo Sánchez León. David F. Sabadell

@bernardosampa

1 may 2018 06:23

La historia española ha relegado al olvido a la revuelta que sacudió las principales ciudades en 1854. Las jornadas de julio de 1854 estuvieron empapadas de un profundo sentimiento contra la política representativa. En Madrid, la ciudadanía se autoorganizó en asambleas y juntas populares. Y tras el estallido, surgieron dos nuevos partidos que pusieron en jaque al bipartidismo imperante. El historiador Pablo Sánchez León recupera en Las jornadas de Julio [de 1854]. Una crónica anónima de otro 15M en el pasado ciudadano español, un texto anónimo de la época, firmado por “Un hijo del pueblo”.

Pablo Sánchez León firma una larga introducción y Germán Labrador escribe un ensayo sobre las estéticas populares de la revuelta de 1854, trazando ambos analogías con el presente político. Pablo Sánchez destaca en esta entrevista que el germen de 1854 se llevó por delante en 1868 el edificio entero de una monarquía parlamentaria arbitraria.

¿Veremos repetirse la caída de la monarquía en los próximos años? El próximo jueves 31 tiene lugar la primera presentación de Las jornadas de Julio [de 1854], en La Ingobernable de Madrid (19:30 horas). El 21 de junio, Pablo Sánchez León y Germán Labrador presentarán de nuevo el libro en la librería Traficantes de Sueños.

‘Las jornadas de julio’ pasó desapercibida por la historia, al estar insertada en otra obra de Cristino Martos.¿Por qué rescatarla ahora y publicarla con un prólogo tuyo y un epílogo de Germán Labrador?
Esta obrita de un autor desconocido, quien firmó como “Un Hijo del Pueblo” muestra un episodio exitoso de lucha popular por derribar un gobierno autoritario y privatizador y abrir una nueva etapa política, obligando al sistema a abrir un proceso constituyente.

Si queremos comprender bien cuál es nuestra encrucijada, 1854 nos permite entroncar con una memoria que tenemos, no olvidada sino borrada: la de otras luchas ciudadanas anteriores al siglo XX y a la democracia. Pero que son luchas populares por la dignidad como lo son las nuestras. El sentido de publicar el libro es dar profundidad a una identidad cívica y popular que tiene un recorrido más largo que 1931, para encontrar luchas en las que es posible reconocer una componente ciudadana y popular.

Las jornadas de julio de 1854 lleva el subtítulo Una crónica anónima de otro 15M en el pasado ciudadano español. Su autor, "Un hijo del pueblo", decidió escribir bajo el anonimato, algo que conecta con el espíritu del 15M. ¿Qué te ha llevado a relacionar el levantamiento de 1854 con el movimiento de mayo de 2011?
La movilización madrileña de 1854 se parece al 15M en que se trata de episodios de participación ciudadana que suponen un antes y un después en la trayectoria de los gobiernos representativos, al señalar los límites del sistema y desbordarlos. Ambos se convirtieron en referente obligado en la reorientaron las agendas de los actores políticos sin posibilidad de marcha atrás. Esas protestas plantean un divorcio insalvable entre representación y participación. Las diferencias son también importantes, porque el 15M más bien tuvo pocos efectos políticos a corto plazo, mientras que las jornadas de julio de 1854 tuvieron efectos políticos inmediatos. En el Madrid de 1854 la protesta popular por las libertades y la participación supuso todo un baño de sangre.

Hay toda una cultura popular con sus códigos a menudo herméticos, todo un universo plebeyo y barrial que permanece fuera del alcance de la cultura oficial

No está claro por qué el autor de la crónica decidió mantener el anonimato. Me inclino a pensar que se debe a que el lenguaje y los conceptos que tuvo que emplear desbordaban el repertorio de discursos hasta entonces hegemónicos. Había una tradición discursiva subterránea, que yo defino como radical. Esa tradición hablaba de juntas populares de autogobierno y de un ejército popular en defensa de las libertades, algo que no estaba entre las reivindicaciones de los partidos, pero en cambio formaba parte de una memoria popular ciudadana. Todo eso no es para el autor sino la expresión de un poder popular, de un pueblo en acción. El autor entendió que el suceso necesitaba ser comprendido al margen de los partidos y sus sesgos ideológicos.

Un elemento muy presente en tu introducción es el de “ciudadanista”, con un matiz claro de autoorganización ciudadana. Usas la expresión "revolución ciudadana". ¿Por qué destacas tanto este elemento? ¿Cómo dialoga y cómo se diferencia de lo popular?
La población madrileña que se moviliza en el verano de 1854 lo hace no al margen sino más allá de los partidos. La autoorganización popular se produce gracias a la activación de una larga memoria colectiva de crisis anteriores que desde 1808 han ido estableciendo unas prácticas de autodefensa y organización de base popular, con una identidad ciudadana muy desarrollada. Y muy radical en su percepción de qué es el autogobierno, qué es ser un ciudadano en acción.

Sin embargo, esa cultura cívica activa y capaz tiene fundamentos que están más allá de lo estrictamente ciudadano y lo estrechamente político: hay toda una cultura popular con sus códigos a menudo herméticos, todo un universo plebeyo y barrial que permanece fuera del alcance de la cultura oficial. El ensayo de Germán Labrador que cierra el libro ofrece un muy sugerente estudio sobre cómo esos tópicos populares súbitamente irrumpen.

Es curioso que la democracia no haya traído una relectura de las luchas políticas y sociales del siglo XIX. Es uno de los mayores baldones del “régimen del 78”

También pones en valor que lo colectivo domina las jornadas de julio, que el protagonista de 1854 fue lo colectivo, y no lo representativo ...
Esa cultura popular tiene sus propios referentes y permanecen opacos, enigmáticos para quien no es un hijo del pueblo. Lo que los caracteriza es ser vivido de manera colectiva, compartido por segmentos importantes de una población que por otro lado lleva meses, años, asistiendo a la degradación de la vida ciudadana, la corrupción generalizada que alcanza de lleno a la Casa Real, la privatización de los bienes públicos y los comunes… y el intento de poner una mordaza a la crítica por medio de una ley de prensa que convierte en delito la libertad de expresión. El protagonista de este relato es un pueblo orgánico, no una suma de individualidades.

¿Hasta qué punto esta auto organización ciudadana rompe la historia de España y concretamente el relato del siglo XIX español, habitualmente encuadrado en dicotomías como conservadores (“moderados” según la época) y liberales, o republicanos y monárquicos?
Tenemos una muy simplona historia de la modernidad española, y una muy sesgada historia del siglo XIX. El peso de un marco narrativo heredado del propio siglo XIX, que lo reducía todo a lucha entre progresistas y conservadores, y sobre todo la larga dictadura de Franco, que vilipendiaba abiertamente el siglo XIX. Es curioso que la democracia no haya traído una relectura de las luchas políticas y sociales del siglo XIX. Es uno de los mayores baldones del “régimen del 78”. Es una de sus mayores debilidades de legitimidad: haberse engañado a sí misma y a todos pretendiendo reducir la trayectoria cívica española a las luchas contra el franquismo y a la supuesta súbita mayoría de edad de los españoles en 1976 y la transición. 

Hoy esta manera tan poco sensible a una cultura cívica de contar el pasado colectivo hace agua: la transición no es el comienzo de una historia ciudadana sino una solución bastante mediocre derivada de una interpretación de la democracia republicana de los años treinta elaborada por las propias élites franquistas; pero además tampoco el momento de arranque de esa historia puede ser 1931. Hay ciudadanía antes, aunque no hubiera democracia.

En 1854 estallaron revueltas en varias ciudades, como Barcelona, Zaragoza o Sevilla. ¿Qué diferencias y peculiaridades tuvo el alzamiento de Madrid?
Todas estuvieron cortadas por el mismo patrón: comenzaron con movilizaciones populares callejeras, dirigidas hacia las autoridades municipales y los representantes del poder central; todas reclamaban la formación de juntas transversales representativas y no oligárquicas y de una milicia urbana.

Pero Madrid era la capital: lo que sucediera en ella era decisivo para la suerte de las otras movilizaciones y movimientos juntistas en otras ciudades. Esto fue así en 1854 y en todas las otras crisis juntistas del siglo XIX y del siglo XX, porque 1936 y su desenlace también se puede leer como una movilización popular por el autogobierno ciudadano participativo y la autodefensa militar popular que se juega todo en lo que suceda en Madrid. La defensa de Madrid tras el golpe de Franco debe mucho a esta misma tradición de juntismo político-militar que se convierte en tradición en 1854.

La Puerta del Sol fue uno de los lugares emblemáticos de aquella revuelta. Por otro lado, la Junta Sur, que operaba en la actual plaza de Tirso de Molina, la plaza de la Cebada, La Latina y Lavapiés, mantuvo su auto gobierno varios días. ¿Ves algún vaso comunicante entre el juntismo del siglo XIX y las asambleas del 15M?
Hay una historia subterránea de juntismo que une el siglo XIX con el XX, la experiencia de un pueblo defendiendo las libertades colectivas, las instituciones de autogobierno y la integridad de los comunes. Pero no es una historia directa ni lineal. Hay que reconocer la enorme fractura, medular, que supuso el franquismo, al destruir de raíz todos los referentes en las culturas políticas populares desde 1808: primero matando a sus mejores representantes durante la guerra, después forzando al exilio a los supervivientes, finalmente creando una pseudociudadanía despolitizada y sin anclajes de memoria colectiva.

En el mejor de los casos, la cultura asamblearia del 15M remite a las experiencias de cooperación y asamblearismo de la transición, pero que no se reclaman de 1931 ni del legado del juntismo del siglo XIX. Por eso necesitamos tanto recuperar esa memoria e insertarla en nuestro ADN ciudadano radical. Solo entonces podremos ir encontrando líneas de conexión desde la transición hacia atrás, enlaces entre la conciencia ciudadana radical que pueda haber hoy, y que puede remitir al 15M y otras experiencias anteriores. Porque las hay.

Una historia contemporánea española debería incluir toda esta lógica o tradición del juntismo ciudadano-popular en su marco narrativo. Tenemos una historia contemporánea hecha desde arriba pero además, anticiudadana o para que se entienda mejor, anti participación ciudadana. Y a escala más de Madrid, está claro que hay una fractura norte-sur, una fractura que es social y también política, y que es duradera. Separa lo que hoy es el barrio de Lavapiés y La Latina de la zona centro, y en el Madrid del siglo XIX esa zona sur alcanzó un grado de cohesión social popular y de radicalización política.

Destacas en el libro que la resignificación de la democracia perduró más allá del momento cívico-popular del verano de 1854 y abrió una época de exigencias de democratización. ¿Fue 1854 la revuelta preliminar de la gloriosa de 1868 y la caída de la monarquía?
Si, es su mayor legado. 1854 fue el primer contexto en el que el lenguaje de la democracia pasó a primer plano en la esfera pública y en la agenda de actores políticos. También el parlamento surgido de esta crisis acogió por primera vez republicanos declarados. Lo más interesante es que 1854 abrió un proceso constituyente: en los dos años siguientes se redactó una nueva constitución. Y sin embargo, al final, la ocasión se perdió y la constitución no llegó a ser ratificada por el pueblo, por los ciudadanos.

Pero justo ahí comienza otra historia, la de cómo la derrota de las aspiraciones de 1854 a manos de una nuevas élites reconstituidas alentó sin embargo procesos de encuentro, de diálogo, de intercambio entre ideólogos radicales y bases populares que están en el origen de la gran crisis de 1868. Cuando tuvieron una nueva oportunidad de movilizarse masivamente en 1868, lo hicieron para llevarse por delante el edificio entero de una monarquía parlamentaria arbitraria, corrupta y antipopular…

Una de las consecuencias de la crisis de 1854 fue el nacimiento de dos nuevos partidos. Por un lado, la Unión liberal del general O’Donnell, nutrida de moderados y progresistas. Por otro, el Partido Demócrata, que llevaba en su interior un ala radical, de corte republicana. El bipartidismo se vio sobrepasado. ¿Qué analogías ves con el nacimiento de Ciudadanos y Podemos?
Las analogías formales de la crisis de 1854 con el presente son muy manifiestas. En aquel contexto surgieron dos formaciones políticas que cuestionaban el bipartidismo. Y al igual que hoy las dos fuerzas políticas emergentes se querían situar una, los demócratas, a la izquierda de la entonces izquierda parlamentaria de los progresistas, y la otra entre los dos partidos hasta entonces hegemónicos.

Las analogías formales con Podemos y Ciudadanos hoy día son claras, y se hacen más notorias cuando se observa que el nuevo partido situado entre las dos formaciones hegemónicas, la llamada Unión Liberal, en la práctica se dedicó en los años siguientes a apuntalar el orden de cosas establecido, permitiendo una moderación permanente de todas las políticas, la reanudación de la corrupción, del autoritarismo, de la degradación de la vida ciudadana.

Por su parte el Partido Demócrata no consiguió ganar mayorías ni desvincularse del todo de la hegemonía de los progresistas, que de manera análoga al PSOE actual, constituía una suerte de partido del régimen. Sin ellos no se podía reorientar la política en la época mientras que por otro lado se trataba de un partido plagado de ambigüedad, capaz de decir una cosa y hacer otra, de jugar con la retórica de la revolución y después no avanzar en esa dirección…

¿Qué semejanzas observas entre la crisis de régimen de 1854 y la de 1978 que abrió el 15M?
En ambos casos se trata de una crisis del bipartidismo. En el siglo XIX, al no existir democracia, la crisis de representación del sistema producía con más facilidad. En la actualidad, sin embargo, la democracia limita mucho no ya la creación de grandes coaliciones de excluidos sino la definición misma de lo que es exclusión, pues en principio todos estamos formalmente “incluidos”. En la práctica sabemos que no es así, pero la tarea de identificar las exclusiones, darles nombre, politizarlas, organizarlas y coordinarlas es lenta. El 15M funcionó como un detonante para generar el espacio de reconocimiento de todas esas exclusiones.

Ahora, en plena crisis terminal del PP, podría haber un escenario parecido al de esas jornadas: un gran grito colectivo de dignidad ciudadana. Pero por el camino han surgido ya nuevas fuerzas políticas que aspiran a representar los descontentos. En ese sentido, estamos más en manos de nuestros representantes que en el siglo XIX.

¿Ves alguna posibilidad de que se abra un proceso constituyente en los próximos años? ¿Y de que caiga la monarquía española?
No creo que en el corto plazo se abra un proceso constituyente en España. Pero si no hay una reforma de la constitución en un tiempo razonable, y una reforma de cierto calado, entonces el tiempo de reformarla habrá pasado, si es que no lo ha hecho ya, y entonces la demanda de un proceso constituyente desde cero se podrá convertir en sentido común. En un escenario futurible así, será muy difícil que cualquier debate sobre el marco constitucional no incluya la cuestión de la monarquía.

Pablo Sánchez León -historiador
El historiador Pablo Sánchez León, en Madrid. David F. Sabadell
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