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Guerra en Ucrania
Un año de horror en Ucrania
La vida de millones de personas en Ucrania, y también dentro de Rusia, se derrumbó el 24 de febrero de 2022 cuando Vladímir Putin anunciaba la invasión del país vecino para “desmilitarizarlo y desnazificarlo”. Cierto es que ese derrumbe, en el caso ucraniano, vino acompañado de una lluvia incesante de fuego de artillería. Y eso, claro está, no es una cuestión menor: Rusia es el país agresor y el iniciador de esta guerra que hoy sigue destrozándolo todo.
El rencor imperial de Putin, con el que comulgan no pocos rusos, influidos durante años por unos medios de comunicación que han ofrecido una dieta informativa militarista y con pocas concesiones al vegetarianismo político, se traducía así en una guerra de las de siempre, una guerra con bombas, tortura, mentiras y muertos, decenas de miles de muertos. Una guerra que dificultará, durante generaciones, las relaciones entre dos países que tienen, o al menos tenían, mucho en común.
A Putin no puede salirle bien la invasión y destrucción del país vecino… la moraleja sería demasiado peligrosa
Políticamente, Putin no tiene nada que ofrecer a su país. No ha sido capaz de proponer ningún proyecto de futuro a la ciudadanía de Rusia. En cambio, acude como único programa político a la guerra y a un expurgado pasado de imperio y violencia: más imperio, más guerra, además de más cárcel y represión para su pueblo y los territorios conquistados es su previsible propuesta si sale victorioso de esta pesadilla. Por eso esta guerra nunca debió comenzar. Y por eso también, una vez empezada —ya en 2014—, Putin no debe ganarla. No puede salirle bien la invasión y destrucción del país vecino… la moraleja sería demasiado peligrosa.
La guerra, además, no es un buen contexto para la moderación. Mientras dure, si en Ucrania —como también en Rusia— abundaban los nacionalistas exaltados, ahora aumentarán. Si había problemas con el uso oficial del idioma ruso, éstos no mejorarán con los bombardeos. No es un secreto que las contradicciones internas en Ucrania son abundantes: el este y oeste del país no siempre coinciden en su mirada al futuro, el respeto a los derechos humanos y a las normas democráticas tienen un largo margen de mejora y la corrupción, como en el caso de la Federación Rusa, ha campado a sus anchas en las últimas décadas. De hecho, la corrupción endémica dentro de las fuerzas armadas rusas es una de las razones que explican el fracaso militar que ha supuesto este año de conflicto armado para unos generales que planeaban una guerra relámpago que debía haberse “solucionado” en pocos días.
Con un vecino agresivo e imperial, que ve como sus planes de guerra permanente funcionan, en Europa crecerían la extrema derecha y sus planteamientos militaristas
Una hipotética victoria rusa sólo ayudaría a agudizar esos y otros muchos problemas en la frontera este de la Unión Europea, que evidentemente se vería también afectada. Con un vecino agresivo e imperial, que ve como sus planes de guerra permanente funcionan, no sería tan aventurado prever en Europa un crecimiento exponencial de la extrema derecha y de sus planteamientos militaristas. El miedo al vecino agresivo les brindaría la excusa perfecta.
La guerra no deja espacio a buenas alternativas de futuro, porque las armas lo ensucian todo, pero si Putin se decidió a la invasión es porque le ha funcionado en el pasado: en Georgia, por ejemplo, o en la primera etapa de esta guerra con la anexión de Crimea y parte del Donbás en 2014. No conviene olvidar que hablamos del Putin que arrasó Chechenia, donde sigue habiendo miles de desaparecidos y un dictador impuesto por el Kremlin para “apaciguar” el Cáucaso, del mismo modo que Franco lo hizo en España en los años cuarenta. Es también el Putin que no ha dejado respirar a ninguna oposición, independientemente de su ideología, mientras amputaba con cárcel y represión cualquier intento de movimiento social organizado. Es el Putin homófobo y machista que, de la mano de la reaccionaria Iglesia Ortodoxa, propone una idea de familia que en España nos debería sonar y financia a la ultraderecha europea, mientras amenaza con su arsenal nuclear como único argumento ante un Occidente con responsabilidades sobre lo que hoy ocurre, pero cuyas cuentas pendientes no debería pagar la población ucraniana, como antes hicieran iraquíes, afganos, saharauis, palestinos y tantos otros.
No conviene olvidar que hablamos del Putin que arrasó Chechenia, el de las políticas homófobas y el que ha financiado a la extrema derecha europea
Europa y Estados Unidos, mientras tanto, han sido más comedidos en sus actos que en sus palabras. El discurso de apoyo a Kíev no se ha visto acompañado, a pesar de lo que pudiese parecer, del envío decidido del armamento diseñado para que Ucrania gane la guerra, sino para que resista en un conflicto largo, que debilite a Rusia —y a Europa— sin vencerla y, por el camino, desangre y arruine a una Ucrania que quedaría amputada territorialmente en la mesa de negociación. Un conflicto prolongado en el tiempo, sin embargo, parecería la peor de las soluciones para una Europa a la que le cuesta mantener la unidad de acción durante largo tiempo y cuyas cuentas pueden empezar a resentirse pronto.
Sin la ayuda armamentística de sus aliados, Ucrania habría perdido ya la guerra. Con el tipo de suministro actual, la apuesta parece ser la guerra larga; la intensificación del envío de armamento es la tercera opción, hoy sobre la mesa, que marcha con tiempos lentos para Kíev y vertiginosos para el normal hacer de Bruselas.
Mientras, en la retaguardia europea, una parte del debate político sigue girando en torno al papel de Estados Unidos y la OTAN en el conflicto, a las responsabilidades en el mismo de la propia Europa o al perfil ideológico de las autoridades ucranianas, lideradas por su presidente, Volodímir Zelenski. Estas cuestiones, planteadas a menudo de forma muy simplificada y obedeciendo a intereses de la política interior de los diversos países, esconden no obstante asuntos de calado que, sin duda, habrá que discutir en un futuro cercano: el modelo energético y de defensa de Europa, su relación con EEUU y la OTAN, las contradicciones internas de la propia Unión Europea o de su acción exterior, así como de su política para con los refugiados son sólo una muestra de los temas mal gestionados que esta guerra ha puesto sobre la mesa.
Sin la ayuda armamentística de sus aliados, Ucrania habría perdido ya la guerra. Con el tipo de suministro actual, la apuesta parece ser la guerra larga
Eso sí, una victoria rusa nos situaría en Europa ante una pésima posición de partida para debatir sobre estos pendientes. Entiendo aquí por “victoria rusa” cualquier resultado que hiciese pensar al Kremlin que la aventura ha merecido la pena y que, por lo tanto, se puede volver a probar la misma receta. En un escenario como ese, la “conversación” sobre todos esos asuntos estaría marcada por la amenaza de un vecino peligroso, con armamento nuclear y venido a más lo que, como he apuntado, daría probablemente alas a planteamientos militaristas en Europa que ya hoy están ganando adeptos.
Esta guerra nos ha puesto a todos ante nuestras propias contradicciones, pero considero que es un grave error insinuar que debemos dejar de ayudar a los ucranianos porque “en el fondo son también un poco nazis” y se entienden demasiado bien con EEUU. Puede no gustarnos Zelenski, pero la guerra que inició Putin está ya en marcha y no ayudar con decisión a Kíev significaría la victoria del Kremlin, la destrucción de Ucrania y la continuidad en Moscú de un régimen reaccionario que desestabilizaría aún más la frontera este de Europa.
A la Federación Rusa no le vendría mal aplicarse su propia medicina “desmilitarizante y desnazificante”
Si hay un país que sabe lo que significa sentir el aliento del Kremlin y la influencia rusa en sus asuntos internos, ése es Ucrania. Por eso están resistiendo la invasión de su territorio. Por último, ayudar a Kíev es también hacerlo a una Rusia futura liberada de la colonización interna que ha llevado a cabo Moscú con su propia población. A la Federación Rusa no le vendría mal aplicarse su propia medicina “desmilitarizante y desnazificante”. Ojalá el pueblo ruso reaccione en esa dirección pero, mientras tanto, Putin no debe ganar una guerra que inició y que, bueno es recordarlo de nuevo… nunca debió empezar.
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Un excelente análisis de la situación y de las contradicciones existentes y de los caminos que hay que andar en Europa. Gracias por dejar espacio a este tipo de reflexiones y propuestas.
Sigue abierta la vía diplomática (casi inexplorada). Continuar enviando armas sólo traerá más muerte. Involucrar directamente a la OTAN nos acercaría aún más a una destrucción mutua... Si queremos salvar vidas, las palabras son la única salida sensata (aunque no nos guste) .
Me ha parecido un artículo sonrrojante, no veo la diferencia entre esto y cualquier otro de los ya leidos en el ABC o el País. Ni una crítica a la OTAN o la CIA, instigadores del Euromaidan junto a la extrema derecha banderista ucraniana. Ni una mención al bombardeo desde el 14 del Donbass, ni de los crímenes de Odessa perpetrados por nazis, ni de los incumplimientos de los acuerdos de Minsk por parte de Ucrania que hasta la ex canciller alemana denunció. Lamentable, ni Borrell lo hubiera escrito mejor.
Un ejemplo de "real politik" que justifica la escalada militarista en Europa, pasando de puntillas por el vasallaje al imperialismo americano, ocultando que esta guerra inter-imperial tiene como víctimas no sólo al pueblo ucraniano (y ruso) sino también a la autonomía política europea y a su industria. Que el autor no mencione la cuestión energética, tan bien ilustrada por la voladura del gasoducto del Báltico, ni tampoco los intereses de la industria armamentística, resulta sospechoso. Pero que además se sume al coro de los que justifican tensar el enfrentamiento con una potencia nuclear es directamente lamentable. Una victoria rusa tendría consecuencias nefastas, lo que oculta el autor es que una victoria de Biden también sería nefasta para los pueblos y específicamente para los europeos, se le olvida al autor que una derrota de la Federación Rusa podría suponer un escenario de enfrentamiento atómico que es el Mal Absoluto que todos y todas deberíamos esforzarnos en evitar, y para navegar entre tanto Mal la solución no es añadir más armamento sino buscar un alto el fuego y negociaciones entre ambas partes, algo que el autor (en la línea de tanto belicista sobrevenido que cunde en la desorientada europa de los mercaderes) calificara de ingenuidad pacifista o pío deseo, y así con el "realismo" de los mamporreros imperialistas de ambos bandos caminamos al desastre colectivo.
¿Para qué molestarme en comentar? Usted ha expresado lo que pienso mucho mejor de lo que yo lo haría.
En una lástima que tantas personas se traguen la propaganda de un bando tan fácilmente y compren un discurso que no se sostiene por ningún lado, cuando lo piensas seriamente.
Pero, tenga cuidado, no solo le acusarán de un "pacifismo ingenuo", sino también de "adoración a Putin" por decir estas cosas. Al menos, así me ha pasado a mí.