We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Guerra en Ucrania
Sin noticias de Donbass
Ahora que situamos Kiev en el mapa. Ahora que, por desgracia, nos suenan familiares Mariupol, Lviv, Jharkov u Odessa. Hoy, que, en el fragor belicista que nos invade, la geografía vuelve para vengarse, seguimos sin hablar de Donbass.
Pero fue en Donbass donde, hace ocho años, a principios de abril de 2014, comenzó esta guerra. No quisiera remontarme al casus belli, ni hacer otro sesudo análisis geopolítico de quienes son los padres —y las madres— de este conflicto. En estas líneas solo quisiera hablar de Donbass —o Dombás—, no como tierra extraña ni hostil, ni como estepa devastada, sino como un lugar en Ucrania que merece ser contado, más allá de las crónicas de guerra.
Muchos la condenan a ser solo y para siempre tierra de diferencias irreconciliables. Pero en Donetsk hay un estadio abandonado donde, no hace tanto, Beyoncé cantaba a una Ucrania próspera; en Lugansk existe una Academia de Arte, una Filarmónica y una Universidad donde las clases continúan; en Stajanov sigue en pie la estatua de un minero soviético que fue portada de la revista Time. En Donbass hay muchas cosas, pero, sobre todo, hay varios millones de personas a las que, además de pasarles la guerra por encima, les pasa cada día el blindado más pesado de todos, que es el del silencio.
La California de los zares
Situémonos: Donbass es el nombre con el que se conoce a la zona sureste de Ucrania, en concreto, a los dos oblast o “regiones” de Donetsk y Lugansk. No todo el territorio de ambas quedó bajo control de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk tras su declaración de independencia en 2014, solo su parte más oriental.
Ambas repúblicas se autoproclamaron como tales tras los eventos de Maidán de finales de 2013 y la anexión rusa de Crimea, y, por no hacer historiografía al estilo Risto Mejide, basta con explicar las consecuencias de dicho movimiento. Las repúblicas se organizaron militarmente y el gobierno ucraniano lanzó la operación anti-terrorista ATO en abril de 2014. Entonces empezó la guerra que hoy llama a nuestra puerta.
La historia de Donbass nace en los años de esplendor de los Romanov, en los siglos XVIII y XIX. Bajo el dominio zarista, la zona sudoriental de Ucrania emergió como una región multiétnica a la que acudían habitantes de todo el imperio ruso —griegos, alemanas, judíos, tártaras…—, lo que le valió el nombre de la “Novorrossiya” o Nueva Rusia. En ella se concentraron los principales centros urbanos e industriales y mucha población de etnia y habla rusa. Esa “california euroasiática” se convirtió en una tierra de oportunidades no por su superficie, sino por la riqueza mineral de su subsuelo.
Las historias familiares, negocios, migraciones, identidades y vidas se entrecruzan a través de estos territorios, haciendo la realidad humana mucho más compleja que el Risk de los historiadores y que la geopolítica de escuadra y cartabón
De ese momento de bonanza industrial nació el lema de que “Donbass alimenta Ucrania”, o incluso el de “Donbass es el corazón de Rusia”, reforzado durante la etapa soviética. Sin embargo, la historiografía nacionalista ucraniana rechaza esta idea, considerándolo un mito fundacional para justificar los intereses rusos en la región. Cualquier narrativa sobre esta zona va a estar dividida entre ambas visiones, aunque el hecho es que las historias familiares, negocios, migraciones, identidades y vidas se entrecruzan a través de estos territorios, haciendo la realidad humana mucho más compleja que el Risk de los historiadores y que la geopolítica de escuadra y cartabón.
El siglo XX pasó por Donbass con su guerra civil, su gloria y su hambre, su Gran Guerra Patria y su Perestroika. Tras el colapso de la URSS, Donbass, y toda Ucrania, sufrieron una transición devastadora a la economía de mercado, cayendo en picado en todos los indicadores de desarrollo económico y humano, especialmente las mujeres. La Ucrania post soviética fue la que sufrió la más profunda y larga depresión económica de todas las transiciones postcomunistas, perdiendo el 60% de su producto interior bruto entre 1990 y 1999. La bonanza industrial de la zona ha decaído en las últimas décadas en favor del sector servicios, pero la minería, las canteras y la manufactura de Donetsk y Lugansk han seguido siendo claves para la economía ucraniana y también para la exportación hacia el resto de Europa.
Stajanov y los mineros que no le importan a nadie
En Donbass, el documental que grabó la periodista francesa Anne-Laure Bonnel en 2015, una mujer se lamenta: “Somos un pueblo de mineros. No importamos a nadie”. Donbass tiene las venas de carbón: entre los valles de los ríos Donets y Dnieper, sus minas atraviesan Dniepropetrovsk y llegan hasta la frontera rusa de Rostov, convirtiéndole en uno de los mayores depósitos mundiales de este mineral.
Fue en Donbass donde nació la leyenda de Stajánov, aquel minero que Stalin convirtió en héroe nacional y fue portada de la revista Time en 1935. Stajánov ideó un método de extracción de carbón que multiplicaba el rendimiento y la producción de forma extraordinaria —dicen que recolectó 102 toneladas en un solo día con la ayuda de tres compañeros— y fue una celebridad de su tiempo, con asiento en la Duma y apartamento de lujo en Moscú, hasta que Kruschev le devolvió a Donetsk, donde murió en 1977.
Por aquel entonces los mineros eran héroes. En los 90 su imagen fue mucho más controvertida, perfilada por las huelgas mineras de Donbass, síntoma de los estertores de la URSS
Pero por aquel entonces los mineros eran héroes. En los 90 su imagen fue mucho más controvertida, perfilada por las huelgas mineras de Donbass, síntoma de los estertores de la URSS. Hasta bien entrada la década, sus movilizaciones laborales frenaban la producción casi anualmente y sus reivindicaciones fueron también objeto de disputa política y territorial. La prensa canadiense de entonces —Canadá fue uno de los principales hogares desde la diáspora ucraniana tras la segunda guerra mundial, imagínense por qué— se trasladaba a cubrir las protestas y narraba sorprendida la realidad de la ciudad de Donetsk: “El centro de Donetsk es inesperadamente verde y exuberante, atravesado por parques y bulevares arbolados. En la distancia, se pueden ver pirámides de carbón rodeando la ciudad. Donetsk es una ciudad de más de un millón de habitantes, parte de un conglomerado urbano que es a la segunda metrópolis más grande de Ucrania tras Kiev”.
Y de repente, la guerra
El periódico deportivo As, referente esencial en materia de análisis internacional, afirmaba hace poco al referirse a Donetsk y Lugansk que “en esa región conviven revolucionarios, rebeldes, nacionalistas e infiltrados rusos, que cuentan con la ayuda de Moscú para desestabilizar a Ucrania.”. Sería interesante aclarar que, además de infiltrados, sublevados, sediciosos o prorrusos, en Donbass viven, sobre todo, personas.
En enero de 2014, antes de que estallara la guerra, la población de Donbass se estimaba en unos 6,583 millones de personas, un 14,5% de la población total del país. Una población bastante envejecida, pues la minería había pasado factura a los pulmones de Donbass, y un tercio del total de sus habitantes estaba retirada o jubilada. De hecho, el problema de no poder cobrar las pensiones ha sido determinante durante estos ocho años de conflicto. Sin subsidios ni suministros, han sido las mujeres mayores de 40 o 50 años las que han sostenido la región mientras caían los misiles. Si hubiera que dar medallas de guerra, sin duda, deberían ser para ellas.
Sin subsidios ni suministros, han sido las mujeres mayores de 40 o 50 años las que han sostenido la región mientras caían los misiles
Se habla de 14.000 personas fallecidas —al menos cuatro mil de ellas civiles— en la región antes de 2022, y de más de 40.000 personas heridas durante el conflicto —al menos 9.000 de ellas civiles— según Naciones Unidas y sus reportes periódicos sobre el terreno. De ellas, el 85% lo fueron de artillería, un porcentaje muy superior al de la II Guerra Mundial. Pero quedan cuentas pendientes por hacer: las de la violencia sexual, las de las torturas y detenciones ilegales por parte del ejército, las del tráfico de personas, las de la infancia exiliada o las del hambre y la privación de servicios públicos esenciales. Todas esas cosas que hoy se atropellan en los telediarios y los directos pero que en Donbass ya conocen demasiado bien. Como tan bien conocen los refugios, los búnkeres y el frío bajo las mantas, los protocolos de evacuación en los colegios, los toques de queda nocturnos, las huidas por carreteras cortadas, los obuses sin estallar clavados en los jardines, las ventanas cegadas con telas y plástico para poder dormir.
Más de tres millones de personas abandonaron sus hogares en Donbass en los primeros años del conflicto
Más de tres millones de personas abandonaron sus hogares en Donbass en los primeros años del conflicto: para 2015, en Horlivka solo quedaban 180.000 habitantes, cuando un año antes, la ciudad contaba con 100.000 personas más. Lo mismo ocurrió en Debaltsevo o Krasnohorivka. En 2016 el gobierno ucraniano calculaba que había 1,380 millones de desplazadas internas en Ucrania y más de un millón y medio de personas refugiadas en Rusia y Bielorrusia. Hoy, que Polonia parece el Valle Encantado de todas las diásporas, convendría dar una vuelta a ese mapa del refugio, el asilo y la protección internacional.
El Donbass se ha convertido en la tercera región más minada del mundo, con 16.000 kilómetros cuadrados sembrados de minas antipersona
El drama del exilio, no obstante, no es mayor que el reto de quedarse, porque el Donbass se ha convertido en la tercera región más minada del mundo, con 16.000 kilómetros cuadrados sembrados de minas antipersona. Ganarse la vida en Donbass es una cuestión de supervivencia, pero es difícil acceder a información de las autoridades locales —menos aún ahora, si no pueden accederse a fuentes rusas— si bien afirmaban que en 2018 había unas 400.000 personas empleadas en el trabajo formal. No obstante otras voces apuntan que hasta un 69% de la población en edad laboral está desempleada en la región, y una curiosa manera de medirlo fue la de Coupé y Obrizan, que calcularon los cambios en la intensidad lumínica nocturna a través de satélites para comprobar el daño de la guerra en la economía regional. Concluyeron que la actividad económica había decaído hasta en un 70% frente a los niveles de preguerra.
Beyoncé, oligarcas y ‘hooligans’
El flamante estadio del Donbass Arena, que aún se erige en el parque Lenin Komsomol de Donetsk, fue polvorín y objetivo de guerra hace ocho años. Su historia es también la historia de Donbass. Construido en 2009 e inaugurado con el primer concierto de Beyoncé en Ucrania, fue sede de la Eurocopa de 2012 y casa del Shaktar Donetsk, un club que, desde la guerra, juega “exiliado” en Lviv. Su dueño, el magnate local Ajmétov, hijo de mineros de Donbass, es el fiel retrato de esas élites y oligarquías post comunistas que se enriquecieron de las ruinas del colapso político y que navegaron entre aguas rusas y occidentales a través de empresas, partidos políticos y oscuros negocios desde el “fin de la Historia” en 1989, hasta hoy.
Oligarcas hay en todas partes —también aquí, aquende los Pirineos— y los de la región ruso-ucraniana se llenaron los bolsillos con las infraestructuras industriales vendidas a bajo precio en el periodo de las privatizaciones masivas. Así nacieron los clanes, la corrupción y el “biznes” ucraniano, y, con él, el hartazgo que legitimó en parte las demandas sociales de las revoluciones naranjas y euromaidanes, pero que también infló, soft power mediante, agentes políticos y económicos que no dudaron en alimentar grupos ultranacionalistas y neonazis que, desde 2014, han masacrado a la población de Donbass. Algunos, por cierto, salidos de las filas de los equipos de fútbol como el propio Shaktar de Donetsk, el Dinamo de Kiev o el Metallist de Jharkov, muchos de ellos relacionados con Pravy Sektor o Svoboda, partidos y movimientos de ultraderecha, como muy bien ha mapeado el periodista Miquel Ramos. El problema de Ucrania con la extrema derecha —que, por supuesto, también existe en Donbass— ha sido apuntado desde hace años por medios y analistas nada sospechosos de estar en las filas pro rusas. La población romaní, LGTBIQ o la violencia contra las mujeres perpetrada por grupos armados da fe de que no es un problema residual, y de que vive inserto en sus instituciones y en su ejército regular.
¿Y tú, de quién eres?
La condena al silencio de Donbass tiene mucho que ver con su difícil encaje en ninguno de los relatos enfrentados. El odio, la polarización y la venganza, sembrados como las minas en su suelo, dejan un camino complicado a la paz. Emma Rimpiläinen estudió cómo se representaba a las personas desplazadas de Donbass en dos de los principales periódicos de Ucrania y Rusia concluyendo que, según conviniera al medio, éstas eran retratadas como víctimas, villanas o como meros instrumentos geopolíticos. Pero este dilema entre buenos y malos, rusas y ucranianas, víctimas y verdugos se rompe fácilmente estudiando las identidades, muchas veces mezcladas o superpuestas, en los diferentes territorios, y las relaciones que durante años se han establecido entre sus habitantes.
Como apunta Carlos Taibo, uno de los imprescindibles a leer para entender esta región, el conflicto en Donetsk y Lugansk no puede leerse en clave de cosmovisiones ideológicas, pues se trata de una guerra de poderes internacionales que han diseñado un tablero de juego con muchas más piezas en el tablero. No obstante, sí es importante mencionar que entre la amalgama político-militar de Donbass emergieron movimientos antioligarquicos y antifascistas, con apoyo popular, que se movían entre la nostalgia de la victoria contra los nazis en su Gran Guerra y el rechazo al imperialismo americano, y que atrajeron de hecho a voluntarios europeos que se sumaron a sus filas. Sus esfuerzos militares destacaron entre el cóctel de imperialismo ruso, ortodoxia religiosa y etnonacionalismo e intentaron conformar una suerte de proyectos políticos y sociales en la región que fueron, de facto, liquidados por la violencia ucraniana y el propio régimen interno.
Podrían contarse muchas más cosas de Donbass. Historias pequeñitas de esas que pinchan el pecho unos segundos, que duran lo que dura un hilo de Twitter, pero que funcionan muy bien en televisión. Historias de personas y de vidas reventadas por la guerra, historias que aquí no se han contado. Dice la socióloga Halyna Mokrushina que ha analizado la “deshumanización” de estos territorios, que han sido demasiado tiempo representados como retrógrados, embrutecidos, nostálgicos de la gloria soviética del acero y las chimeneas. En el oeste del país se habla de “Luganda” y “Donbabve” (mezcla de Donetsk y Uganda, Lugansk y Zimbabwe), y en documentales como el laureado Donbass de Serguéi Loznitsa se les ridiculiza como un pueblo sediento de babushkas y soldados, de guerra, gris y triste, rodeado de extrañas banderas y ritos arcaicos. Es curioso que hayamos aprendido a despojarnos de la mirada occidental, colonial y etnocéntrica para intentar empatizar hasta con lo que nos es profundamente ajeno, pero este ejercicio no se haya hecho nunca desde aquí, desde Donbass.
El pasado 14 de marzo, un misil Tochka-U caía en una zona residencial de Donetsk, asesinando a 20 personas civiles, pero apenas ocupó espacio en los medios de comunicación. Contactar con sus habitantes no es sencillo, menos aún con sus autoridades. Muchas webs están caídas y la información circula por otros canales, más seguros o más silenciosos, al menos para este lado del mundo. La única forma de acceder al territorio es a través de Rusia, pues no hay conexión terrestre occidental con esta zona desde 2014. Tampoco aéreo, pues el aeropuerto de Donetsk quedó destruido en una de las más cruentas batallas de ese año y, desde entonces, el transporte por carretera es la única opción posible.
Tres millones de personas —no hay censos oficiales accesibles— viven en Donbass. Esta semana nieva, las temperaturas están bajo cero, pero en Lugansk las cafeterías suben el cierre, y los mercados abren temprano. En Instagram las imágenes de aviones de guerra y edificios en ruinas se mezclan con los selfies de influencers bajo la nieve en Donetsk, y los canales de Telegram son un hervidero de banderas, comunicados y enlaces difíciles de descifrar cuando se tiene un ruso básico y una se pregunta como se puede vivir así, en ese tiempo muerto, en esa zona gris, durante ocho años.
Relacionadas
Opinión
Opinión Abolir la guerra y construir la paz
Armas nucleares
Guerra en Ucrania Putin acusa a Ucrania de lanzar misiles de largo alcance y amenaza con el uso de armas nucleares en represalia
Guerra en Ucrania
Guerra en Ucrania El OK al uso de misiles por parte de Biden enciende a Rusia, debilita a Alemania y calienta al trumpismo
https://mundo.sputniknews.com/20220320/degollar-a-todos-los-ninos-rusos-manifestacion-de-nazismo-en-ucrania-o-desesperacion-1123348273.html
Al fin el Donbass. El batallón Azov, los descuartizamientos, las más inconcebibles salvajadas nazis que siguen sin poder difundirse porque generan tal espanto que llegan a desacreditar a quien las informa. No es una cuestión menor en este tablero geoestratégico en el que se juega nada menos que el fin pilotado o caótico del capitalismo petroindustrial, el fin de una Era de hybris, dolor, frustración y enfermedades de la mente, y el inicio de la Era de la Escasez. Se llevaba muchos años abogando por un pilotaje colaborativo, pero la OTAN EEUU han decidido seguir la senda sangrienta de su historia en su ocaso. Europa ha decidido sacrificar a su pueblo en el altar del hegemón decrépito de EEUU mostrando una ceguera tan delirante como soberbia, propia del blanco imperialismo que ha arrasado países y continentes con total impunidad. Aquéllos días de gloria sádica e impune han terminado, lo hicieron hace mucho, ahora toca organizar la supervivencia con la de al lado, devenida extraña a fuerza de individualismo egoísta.