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Cada vez resulta más habitual ver prendas de ropa de las grandes empresas transnacionales estampadas con mensajes más o menos relacionados con el discurso del movimiento feminista. Teniendo en cuenta que resulta difícil entender el feminismo si no es desde la necesidad de poner en cuestión los principios que sustentan el modelo patriarcal y el sistema capitalista, considerando además que el feminismo lleva consigo la denuncia de las condiciones de trabajo y de vida a la que se ven sometidos muchos hombres pero sobre todo muchas mujeres que trabajan para las empresas que fabrican estas mismas prendas, la pregunta que surge entonces, ante esta nueva tendencia que alcanza a cada vez más público adolescente y joven, es si con esto asistimos a una demostración de fuerzas de las élites económicas y políticas o si, por el contrario, se puede ver en ello una muestra de las tensiones que aquejan a un sistema mucho menos consistente y completo de lo que se nos trata de hacer creer.
Como explican Gilles Deleuze y Félix Guattari, el capitalismo se caracteriza por ser un sistema complejo y nutrido de forma rica en su interior, en la medida que es capaz de capturar –en un sentido similar al que el marxismo dio al concepto de recuperación– casi cualquier elemento que se mueva a su alrededor, incluso si se trata de aquellas expresiones políticas, sociales y culturales en un principio enfrentadas al discurso y las prácticas dominantes. El capitalismo es capaz de adoptar nuevos axiomas, esto es, nuevos principios que se deben aceptar sin necesidad de justificación, con el propósito de aumentar su plasticidad así como su aceptación entre la mayoría social. Si el feminismo, entendido en términos generales, se empieza a erigir como un movimiento cada vez más atractivo y con más aceptación entre capas importantes de la población, el capitalismo habilitará entonces un espacio en el que insertar –y mantener a ralla, claro está– al menos una parte de las reivindicaciones de este movimiento, como ya hizo con las luchas obreras y sindicales a través de los elementos de la negociación y el consenso, como trata de hacer con el movimiento estudiantil, con la lucha LGTBi o con el ecologismo. Para ello el capitalismo empieza por apropiarse o directamente por producir mensajes que pueden resultar en buena medida inocuos o a los que se ha desprovisto de toda potencia revolucionaria (This is what a feminist looks like, Everybody should be feminist...). De esta forma se consigue crear un espacio susceptible de aumentar el margen de beneficios en sectores empresariales nuevos o ya existentes pero necesitados de nuevos incentivos, abriendo lo que en la insidiosa terminología economicista se conoce como los nichos de mercado. Al tiempo, el capitalismo persigue con esto un objetivo no menor: desactivar un movimiento que, por su propuesta de construcción política y social, no podría funcionar sino como un artefacto explosivo adosado a la base del propio sistema.
El capitalismo acepta algunos de los mensajes asociados a los movimientos sociales, incluso algunas de las demandas de las llamadas minorías, mientras tanto en un caso como en el otro se respeten los límites del sistemaEn todo caso, el sistema capitalista no sólo lleva a cabo un proceso de absorción de todos aquellas expresiones políticas y sociales que tensan el campo social. Igual que integra, rechaza y excluye cuando resulta necesario. En este sentido, el discurso y las prácticas que quedan fuera del ámbito de influencia del sistema, que se lanzan pues hacia los márgenes, se presentan como una expresión del radicalismo que no es capaz de entender las bondades de un entramado político, social y económico perfectamente dispuesto a aceptar la pluralidad en su seno. Así se puede observar en relación al mensaje que el capitalismo nos quiere hacer llegar sobre el movimiento feminista. Por una parte estarían las feministas que actúan de forma racional y constructiva, aquellas que trabajan por la igualdad de hombres y mujeres dentro de un sistema que, al menos de cara a la opinión pública, hace gala de una capacidad de comprensión casi ilimitada hacia los movimientos que luchan por los derechos de cualquier segmento de la población. Por otra, las feministas que no entienden la liberación de la mujer si no es desde la ruptura radical con los principios de un sistema que tiene en el patriarcado uno de sus pilares más robustos; en definitiva, las feminazis de las que tanto se habla en ámbitos diversos, desde la barra del bar hasta los espacios informativos de mayor alcance. Las recientes declaraciones de Inés Arrimadas justificando que su grupo político y empresarial haya rechazado apoyar la huelga feminista del 8 de marzo van en esta dirección.El capitalismo acepta pues algunos de los mensajes asociados a los movimientos sociales, incluso algunas de las demandas de las llamadas minorías, mientras tanto en un caso como en el otro se respeten los límites relativos del sistema –por eso la socialdemocracia no sólo no inquietó nunca a las élites políticas y económicas sino que ha sido, históricamente, uno de los principales dispositivos utilizados por las clases dominantes para mantener la paz social. Al mismo tiempo, el sistema se muestra atento a la hora de neutralizar, reconducir o simplemente excluir cualquier movimiento que trate de superar de forma absoluta sus límites.
Las grietas en el edificio del capitalismo
Con todo, como también nos recuerdan Deleuze y Guattari, en el momento en que el capitalismo se ve llamado a realizar este proceso de recuperación del que hablamos, se puede entender que los movimientos sociales han empezado a ocupar un espacio favorable en el tablero de juego, que en cierta medida han comenzado a marcar la agenda política, dada su capacidad de proponer formas de pensar e incluso de vivir que pueden atraer a capas crecientes de la población y que el sistema no había podido prever por anticipado. Esto nos permite entender un par de aspectos sobre el carácter interno del capitalismo. Que sea un sistema capaz de producir formas de mirar, de vivir la realidad, no quiere decir que su capacidad creativa sea ilimitada. De hecho, la producción de discurso por parte del sistema capitalista depende mucho más de la posibilidad de adaptar y asimilar las reivindicaciones de los movimientos sociales que de su propia capacidad para proponer nuevos espacios de relación. Si se quiere, se podría decir que el capitalismo es un sistema creativo pero de forma secundaria y subordinada. Mientras que en el caso de los movimientos sociales, se ve la prioridad que tienen cuando se trata de crear una imagen y una forma de enunciar la realidad capaces de romper con lo normativo. Los movimientos sociales, en suma, expresan todo el conjunto de diferencias y singularidades, toda la riqueza que constituye la realidad social, aquella que el capitalismo, de forma mediada y con posterioridad, se encarga de identificar, seleccionar, domesticar y representar a través de las vías institucionales dispuestas para tal efecto.
No es el sistema capitalista el que lleva la iniciativa; al contrario, son el capitalismo y los poderes establecidos los que se ven obligados a caminar siempre un paso por detrás de los movimientos de resistencia y creación de alternativasPor otra parte, se abre la puerta a abandonar la lógica dialéctica clásica que atraviesa el análisis marxista más ortodoxo acerca del poder y de las posibilidades de enfrentar y superar sus límites. Desde la perspectiva que defendemos, no es el sistema capitalista el que lleva la iniciativa y los movimientos llamados de resistencia los que tienen que reaccionar de manera defensiva ante los embates del poder; al contrario, desde esta perspectiva son el capitalismo y los poderes establecidos los que se ven obligados a caminar siempre un paso por detrás de los movimientos de resistencia y creación de alternativas.
Por lo demás, el capitalismo se encuentra impelido a ampliar su área de influencia, dando así entrada a discursos y prácticas que pueden llevar a una visibilidad de voces antes ignoradas y a un aumento de la tensión y de la conflictividad internas del sistema. Para ello, estas voces no pueden dejar de hablar de forma autónoma, teniendo en cuenta que las posibilidades de derrotar al sistema pasan por ocupar el centro del campo social pero sin dejar de afirmar el discurso que históricamente las ha relegado a los márgenes. Asimismo, el aumento de las tensiones y las contradicciones del sistema, provocado por la necesidad de dar entrada a un conjunto en principio inofensivo de mensajes, dependerá de la capacidad que muestren los distintos movimientos –y en este sentido el feminismo puede y debe constituir un ejemplo a seguir– de abrir y mantener los espacios en donde articularse, de crear el discurso y las prácticas necesarias para poner en problemas al sistema desde el interior al tiempo que se le acosa desde el exterior.
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Marxismo y feminismo: una perspectiva histórica
x Catherine Andrews
Beve repaso sociohistórico del feminismo desde sus claves teóricas y como muchas de estas se han alimentando de la teoría marxista
Siempre me ha fascinado la historia de Olive Schreiner, autora de uno de los textos clásicos feministas del siglo XX (Woman and labour, 1911). Schreiner nació en 1855 en una misión metodista de Cabo del Este (actualmente, República de Sudáfrica). Fue la novena de doce hermanos. Su padre, Gottlob Schreiner, era un clérigo alemán; y su madre, Rebecca Lyndall, hija de un ministro protestante inglés.
En la década de 1880 Olive vivió en Escocia y luego en Londres, donde se hizo amiga de la hija menor de Karl Marx, Eleanor, y de otras mujeres socialistas en el club londinense Nueva Mujer. En ese periodo empezó a investigar sobre lo que llamaría más tarde "el problema del trabajo femenil"; es decir, la cuestión de la idoneidad de las mujeres para trabajar fuera de la casa, muy debatida entre la intelectualidad europea del momento.
Concluyó dicha tarea en 1899 cuando, tras el matrimonio y la muerte de su única hija, se encontró de nuevo en Sudáfrica. Obligada a refugiarse en su casa de manera repentina durante la guerra de los bóeres, tuvo que abandonar el manuscrito terminado. Ocho meses más tarde, cuando un amigo fue por el texto, descubrió que la casa de Schreiner había sido saqueada y quemada, y con ella, su libro. Profundamente decepcionada por la pérdida de veinte años de trabajo, Schreiner decidió reescribirlo. Pero la guerra, y luego su mala salud, le impidieron reconstruir el texto en su totalidad.
Al final, optó por reelaborar solo los últimos capítulos, que fueron publicados en 1911. Cuento la historia de Schreiner en calidad de alegoría por el tema de este ensayo: la relación entre el pensamiento marxista y el feminista del siglo XIX a la actualidad. La historia de su libro ejemplifica de manera excelente esta relación intelectual; su existencia accidentada y llena de violencia simboliza la forma en que el trabajo intelectual de las mujeres se realiza en un mundo aún diseñado para los hombres. El marxismo y los marxistas no han sido siempre los más entusiastas partidarios de la causa feminista. Desde el siglo XIX intentaron marcar una división entre las propuestas igualitarias del "feminismo burgués" y las ideas socialistas dirigidas a desmantelar el capitalismo.
El fin de este, argumentaban, terminaría con la explotación de la burguesía sobre la clase obrera y liberaría a hombres y mujeres por igual. En La ideología alemana (escrita en 1846, pero publicada por primera vez en 1932), Marx y Engels plantearon que la primera división del trabajo derivaba del hecho de que la mujer se embarazaba y se dedicaba a cuidar a sus hijos. Desde su punto de vista, era una división "natural" de las tareas masculinas y femeninas. Engels retomó esta idea más tarde en El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1884).
En este texto, argumentó que, en el periodo precapitalista, la familia era parte de una comunidad productiva en la que la propiedad se compartía entre todos sus miembros: La división del trabajo es en absoluto espontánea: solo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose. Cada uno es el amo en su dominio: el hombre en la selva, la mujer en la casa. Cada uno es el propietario de los instrumentos que elabora y usa: el hombre de sus armas, de sus pertrechos de caza y pesca; la mujer, de sus trebejos caseros. La economía doméstica es comunista, común para varias y a menudo para muchas familias. [El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado, Akal, 2017.] La transición hacia el capitalismo implicó, de acuerdo con el análisis de Engels, la esclavitud de la mujer, pues la introducción de la propiedad privada y el intercambio de trabajo masculino por dinero en el espacio público modificaron también la relación en el ámbito doméstico. Dice Engels:
La misma causa que había asegurado a la mujer su anterior supremacía en la casa -su ocupación exclusiva en las labores domésticas- aseguraba ahora la preponderancia del hombre en el hogar: el trabajo doméstico de la mujer perdía ahora su importancia comparado con el trabajo productivo del hombre; este trabajo lo era todo; aquel, un accesorio insignificante. [Las cursivas son mías.] En otras palabras, se interpretaba la explotación sufrida por la mujer a manos capitalistas como una extensión de la infligida a su marido. Ella contribuía a la producción de plusvalía mediante el cuidado de su marido y la procreación de la fuerza de trabajo. Asimismo, se le consideraba como el elemento burgués en la familia, en virtud de su papel como consumidora del salario del esposo. Para conseguir su libertad primero tendría que incorporarse al mercado como fuerza laboral, pues de esta manera podría reclamar la parte correspondiente de los frutos de su trabajo.
Engels subrayaba que "la emancipación de la mujer no se hace posible sino cuando esta puede participar en gran escala, en escala social, en la producción y el trabajo doméstico no le ocupa sino un tiempo insignificante". Por consiguiente, el fin socialista debería ser crear las condiciones necesarias para permitir el trabajo de la mujer fuera de la casa, pero no librarla de la responsabilidad "natural" de su sexo.
La interpretación socialista del origen de la subyugación femenil resultó sumamente importante para las mujeres trabajadoras y socialistas. Desde el siglo XIX, se repite para rebatir los argumentos en contra de la presencia de la mujer en el campo laboral, y para exigir de los patrones salarios igualitarios y mejores condiciones de trabajo para las mujeres. Hasta la actualidad es el motor de buena parte de la acción sindicalista entre mujeres.
El origen de la familia
La teoría de Marx y Engels acerca de los orígenes de la familia y el capitalismo también ha servido de distintas maneras para el desarrollo del pensamiento feminista fuera del socialismo.
La versión del comunismo primitivo de Engels, según la cual las mujeres y los hombres compartían el trabajo en condiciones de igualdad, inspiró a Olive Schreiner para elaborar una crítica incisiva a los argumentos científicos de su época que postulaban la inferioridad física e intelectual de las mujeres. Para Schreiner la historia de la relegación de la mujer al espacio privado era una tragedia, pero también una inspiración para el futuro.
Si bien dedica sus primeros capítulos a describir cómo las transformaciones de la sociedad del "estado primitivo" a "la civilización" decimonónica habían "robado a las mujeres su dominio antiguo de la labor productiva y social" para convertirlas en una especie "parasítica" del hombre, no pretendía adjudicar este cambio a la supuesta debilidad de la mujer. Al contrario, buscaba resaltar la fuerza femenil, sus contribuciones al progreso de la sociedad y su espíritu indomable:
Mientras que el hombre cazaba, o batallaba con el enemigo [...], trabajábamos la tierra. Arábamos el campo, cosechábamos el grano, organizábamos las casas, hilábamos y cosíamos la ropa, hacíamos las ollas y pintábamos los primeros dibujos, lo que representaba el primer arte doméstico de la humanidad; estudiábamos las propiedades y usos de las plantas, y nuestras mujeres fueron las primeras médicos de la raza, como sus primeras sacerdotisas y profetas. [Woman and labour, T. Fisher Unwin, 1911.] Antes de Simone de Beauvoir, Schreiner apuntó que no había nada natural en la división de labores entre hombres y mujeres: entre los animales, las hembras no eran más débiles que los machos y había casos en que ambos sexos compartían la tarea de la crianza. De hecho, para Schreiner, la mujer debería considerarse como el sexo más fuerte, pues su "trabajo era más laborioso e interminable que el del hombre".
El varón "salvaje" tenía tiempo para descansar "en el sol" comiendo y bebiendo "lo producido por nuestras manos", mientras que la mujer, incluso "cuando traía un niño en el vientre", seguía trabajando sin quejarse. Ni siquiera aceptaba el argumento de que el rol masculino de soldado o guerrero ilustraba la inferioridad de las mujeres, pues "incluso en términos de la muerte [...] hay mucha más probabilidad de que la mujer promedio muera en el parto a que el hombre promedio muera en el campo de batalla".
El libro de Schreiner, por ende, era un llamado a las mujeres a no aceptar su estatus subordinado. Debían de inspirarse en el heroísmo de sus congéneres del pasado que "nunca fueron compradas ni vendidas [...] que no conocían el miedo, ni temían la muerte, pero quienes vivían grandes vidas y tenían grandes esperanzas". La salvación de la mujer consistía en volver a realizar trabajo productivo y socialmente útil; y, dado que "nada del presente ni del pasado" sugería que había "relación entre las capacidades intelectuales y la función sexual", no existía cargo al que no pudieran aspirar:
De la silla del juez al escaño del legislador; de la sala del estadista a la oficina del comerciante; del laboratorio del químico a la torre del astrónomo; no hay puesto [...] en el que no aspiremos a meternos: y no hay puerta cerrada que no intentemos abrir; y no hay fruto en el jardín del conocimiento que no vayamos a comer.
La lucha de clases
Las grandes esperanzas de Schreiner y sus compañeras de la primera ola feminista de que la sociedad industrializada ofreciera a las mujeres oportunidades de igualdad mediante el empleo asalariado no se habían cumplido para la década de 1960. Ni siquiera en los países comunistas, donde el número de mujeres trabajadoras era mayor que en los capitalistas. Las mujeres, al parecer, no eran oprimidas solo por su "irrelevancia" económica.
Había que buscar otra explicación para su situación subordinada. El análisis marxista de nuevo resultó muy útil para el pensamiento feminista. No obstante, la inspiración ya no fue Engels y El origen de la familia, sino la teoría de la lucha de clases y su función como motor de la historia. Las feministas del baby boom estadounidense interpretaron su lucha en términos revolucionarios y crearon una narrativa en que las mujeres se describieron como "una clase" oprimida por "la supremacía masculina", o bien, por lo que llamarían "el patriarcado". En palabras del famoso manifiesto de las Redstockings (Medias Rojas) de 1969:
La supremacía masculina es la más antigua y la más básica forma de dominación. Todas las demás formas de explotación y opresión (racismo, capitalismo, imperialismo, etc.) son extensiones de la supremacía masculina: los hombres dominan a las mujeres y unos pocos hombres dominan lo restante. Todas las estructuras del poder a través de la historia son dominadas por los hombres y orientadas hacia los hombres. Los hombres controlan todas las instituciones políticas, económicas y culturales, y mantienen ese control mediante la fuerza física. Ellos usan el poder para mantener a las mujeres en una posición inferior. Todos los hombres se benefician económica, sexual y psicológicamente de la supremacía masculina. Todos los hombres oprimen a las mujeres.
En este feminismo radical (adjetivo que deriva de la insistencia en identificar la raíz de la opresión femenina), la mujer no fungía como el elemento burgués de la pareja, como insinuaba Engels. El elemento burgués era el hombre, y el fin del feminismo radical no era otro que "desarrollar la conciencia de clase femenina" con el fin de promover la destrucción del sistema de explotación clasista. Según el análisis radical, la supremacía de la clase masculina se apoya en la violencia física y sexual. Adrienne Rich argumentó en 1980, por ejemplo, que el fundamento del poder masculino reside en el rechazo a que las mujeres desarrollen su propia sexualidad.
En el patriarcado, la mujer se define a partir del servicio sexual que proporciona al hombre, y nunca en función de sus propios deseos. La familia y la heterosexualidad, por consiguiente, no son fenómenos naturales, sino políticos. Las instituciones gubernativas del patriarcado inculcan y reproducen las relaciones de clase. Para Rich, "ante la ausencia de elección [en su sexualidad] [...], las mujeres no tendrán el poder colectivo para determinar el significado ni la posición que podría tener la sexualidad en sus vidas" ["Compulsory heterosexuality and lesbian existence" en Signs, vol. 5, núm. 4, 1980].
La interseccionalidad
El llamado del feminismo radical para que las mujeres adquirieran conciencia de su clase y lucharan por su liberación encontró eco principalmente entre mujeres blancas de clase media en Europa y Estados Unidos. Para otras comunidades femeninas, el discurso de que todos los hombres se beneficiaban de la supremacía masculina no correspondía del todo con sus realidades. Si bien la propuesta de analizar las relaciones entre hombres y mujeres como una lucha entre clases encontró una recepción favorable entre feministas socialistas, como Zillah Eisenstein y Patricia Connelly, no por ello renunciaron a la tesis marxista de la explotación económica en el capitalismo.
Más bien, incorporaron el feminismo radical en sus argumentos. Eisenstein, por ejemplo, planteó "la teoría de un patriarcado capitalista" que postulaba la existencia del patriarcado previa al capitalismo y sugirió que había "una dependencia mutua entre la estructura de clase capitalista y la supremacía masculina". Afirmaba que el socialismo y el feminismo radical obligaban a estudiar la opresión como si las mujeres ocuparan solamente el espacio privado y los hombres, el público; es decir, se analizaba "el trabajo doméstico o el trabajo asalariado; [...] la familia o la economía; [...] la división sexual del trabajo o las relaciones de clase en el capitalismo".
La teoría del patriarcado capitalista, en cambio, permitía a las feministas socialistas reconocer que las mujeres existían en ambas esferas y participaban activamente en ellas. Para las feministas negras, las tesis de la supremacía masculina y del patriarcado capitalista no constituían una explicación coherente acerca de la situación de la mujer. Las retóricas socialista y feminista radical no incluían referencias a la opresión racista, que consideraban como una explotación derivativa.
Las socialistas consideraban a esta como producto del capitalismo y las feministas radicales, como resultado del patriarcado. Para las feministas negras de Estados Unidos y las del entonces llamado tercer mundo, era necesario analizar el racismo también como parte medular de la lucha de clases. Como explicaron las integrantes del Colectivo de Río Combahee, un grupo de mujeres negras lesbianas estadounidenses, en su manifiesto de 1977:
Reconocemos que la liberación de toda la gente oprimida requiere la destrucción de los sistemas político-económicos del capitalismo y del imperialismo, tanto como el del patriarcado. Somos socialistas porque creemos que el trabajo se tiene que organizar para el beneficio colectivo de los que hacen el trabajo y crean los productos, y no para el provecho de los patrones. Los recursos materiales tienen que ser distribuidos igualmente entre todos los que crean estos recursos. No estamos convencidas, sin embargo, de que una revolución socialista que no sea también una revolución feminista y antirracista nos garantizará nuestra liberación. [...] Necesitamos verbalizar la situación de clase real de las personas que no son simplemente trabajadores sin raza, sin sexo, pero para quienes las opresiones raciales y sexuales son determinantes en sus vidas laborales/económicas. Aunque compartimos un acuerdo esencial con la teoría de Marx en cuanto se refiere a las relaciones económicas específicas que él analizó, sabemos que su análisis tiene que extenderse más para que nosotras comprendamos nuestra específica situación económica como negras. Desde la academia, feministas negras como Angela Y. Davis (Women, race and class, 1981) y bell hooks (Ain't I a woman? Black women and feminism, 1981) retomaron estos argumentos para elaborar una historia del capitalismo e imperialismo en Estados Unidos que subrayaba el peso de esa triple explotación experimentada por las mujeres negras. En 1991, la socióloga Patricia Hill Collins acuñó el término "matriz de dominación" (matrix of domination) para explicar cómo diferentes mujeres lidiaban con dichas opresiones.
Actualmente el feminismo identifica este análisis como "interseccional". La nomenclatura deriva del trabajo de la jurista Kimberlé Crenshaw quien, siguiendo las tradiciones del feminismo negro, critica la legislación antidiscriminatoria de Estados Unidos por no contemplar la "intersección" de dos o más discriminaciones en una sola queja.
La nueva terminología feminista ya no se refiere únicamente a la opresión resultante de las diferencias sexuales, sino también a la que emana del género.
No obstante, el feminismo interseccional tiene dos corrientes principales: la materialista, que postula que el género es el nombre que se asigna a las relaciones jerárquicas de poder entre la clase masculina y la femenina; y la liberal (y posmoderna), que entiende el género, al igual que la clase y la raza, como formas de "identidad". Las rupturas y los desacuerdos en la discusión feminista actual solo se pueden entender si se reconoce esta distinción.
En suma, el marxismo y el feminismo tienen una historia compartida de largo aliento. Las feministas de distintas índoles, socialista o no, han adoptado y adaptado los argumentos de Marx y Engels para promover la liberación de la mujer. Hasta la expresión feminista en boga -interseccionalidad- tiene ascendencia marxista.
El planteamiento común es que quieren liberar a la mujer de sus múltiples opresiones ya. No desean esperar a que la revolución o ningún otro movimiento masculino otorgue la justicia que merecen.
Texto completo en: https://www.lahaine.org/marxismo-y-feminismo-una-perspectiva
Elites sionistas y capitalistas fueron las que en primer lugar le dieron poder a las feministas, desde Rockefeller hasta ahora, no porque les impartaran un bledo las feministas, si no porque creyeron que era una buena herramienta para conseguir sus fines. Y ya sabemos que todas las guerras que financian estás elites terminan como en Siria, en caos.
Me parece un artículo interesante. No obstante, estoy muy en desacuerdo con la elección de la fotografía que habéis seleccionado. La fotografía descontextualizada unida a ciertos mensajes y frases del artículo puede dar lugar a malinterpretaciones cuando se realiza una lectura rápida del mismo. ¿Por qué no elegir una fotografía de una tienda de inditex en la que venden camisetas feministas, por ejemplo? De esa manera se estaría ilustrando muchísimo mejor el mensaje que el artículo transmite. Creo que hay que tener una mayor responsabilidad cuando se expone a compañeras en los medios de comunicación para evitar cualquier interpretación no deseada. Y mucho más en los tiempos que corren...Sería genial que pudieseis rectificar esto. Un saludo.
Tienes toda la razón. Foto cambiada. Este tipo de críticas constructivas son las que nos gustan. Muchas gracias por tu comentario.
Buenas, no entiendo mucho de política, por favor no me critiquen por ello trato de aprender y ampliar conocimientos, cual seria pues una buena alternativa a este capitalismo, que sea respetuoso y limpio con la necesidad de igualdad entre géneros y no use la lucha por los derechos fundamentales para beneficio de multinacionales? El comunismo? Hay algún movimiento político y social intermedio? Gracias.
La alternativa se construye cada día desde la práctica misma afrontando las cuestiones y contradicciónes concretas con las que nos encontramos en esa práctica misma. No al revés.
Pienso que los medios de comunicacion "orientados" por el poder economico, apoyan el feminismo desde un punto de vista mercantilista. Me explico. El capitalismo siempre intenta expander su area de influencia a todos los niveles, mercantilizando todos los aspectos de nuestra vida social. En las tareas del hogar hay un buen nicho de negocio, si las mujeres se ponen a trabajar y ademas, adoptan posturas feministas de igualdad (totalmente legitimo), quien hara las tareas del hogar? Las empresas. ¿Quien se beneficiara? El capitalismo ya que sustraera la plusvalua de las trabajadoras asalariadas que efectuen los trabajos del hogar, mercantilizando de esta manera el trabajo reproductivo. Ahora bien, ¿tenemos que oponernos a este proceso? El feminismo que nos venden en la tele incitan a poner en pie de igualdad a la mujer dentro de unos limites dentro del sistema capitalista, por ello no ven ningun peligro en potenciar este movimiento controlado. ¿Cual es la formula para que las mujeres se emancipen? Ahi dejo la reflexion.