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Será, en todo caso, una jornada de lucha convocada por las cúpulas de los sindicatos abertzales, y secundada por el sector de los colectivos, movimientos sociales y pequeños sindicatos radicales que, más o menos, comparten su agenda. De hecho, no resiste la comparación con la reciente huelga general francesa: allí se gestó de abajo a arriba, hubo masivos e intensos debates previos en los centros de trabajo, y los chalecos amarillos estuvieron en la primera línea del conflicto. Y, seguramente por todo lo anterior, en Francia decidieron que la movilización no estuviera acotada en el tiempo, propusieron una confrontación en torno a los servicios mínimos abusivos y trazaron objetivos claros y alcanzables que polarizaran al cuerpo social. Pero cuando, como aquí, la dinámica se construye fuera de las asambleas de los polígonos, de los colectivos, de las plazas, o de las rotondas, entonces es difícil que sea una huelga general, aunque se le llame huelga general.
Ahora bien, la movilización impulsada por ELA y LAB en octubre, y vestida con el atrezo de la Carta de los Derechos Sociales de Euskal Herria, ha tenido el mérito de sorprender a todo el mundo. Descartada la construcción de un conflicto concreto en torno a la contradicción principal, nos queda elucubrar. ¿Será el aumento de la preocupación por el futuro de las pensiones de las encuestas sociológicas oficiales? ¿Será la pulsión populista, cada vez más extendida en la política vasca? ¿Se habrá concebido como el complemento de una negociación de presupuestos en la CAV, que Elkarrekin Podemos ha solucionado de manera expeditiva, explicitando, de paso, que su condición de sucursal de Madrid no es tan solo un recurso retórico de sus adversarios políticos? ¿O estará pensada en modo preventivo y frente a las tentaciones del PNV de adelantar las elecciones autonómicas?
En todo caso, si la huelga feminista del 8M nos colocó en un terreno ofensivo porque apelaba transversalmente a sujetos no organizados, y porque se componía con personas que jamás podrían hacer una huelga clásica, la del 30E nos retrotrae a un escenario pre-15M. Todo muy a la medida de los varones heterosexuales nativos, con papeles y de clase media, con derechos laborales garantizados, y pertenecientes a los segmentos industriales o de la función pública. Tendrá un éxito muy limitado careciendo como carece de voluntad unitaria, como demuestra la fractura que ha provocado en el movimiento por las pensiones dignas, y habiéndose organizado de arriba a abajo. Por un lado, porque difícilmente apelará a gran parte del nuevo proletariado urbano (jóvenes, mujeres, autónomos, precarias, migrantes). Por otro, porque colocará entre la espada y la pared a los sujetos de esa nueva clase social que quieran sumarse a la protesta en Álava, centro y sur de Navarra o Gran Bilbao. O sea, porque les pondrá de rodillas ante la patronal.
Y, a pesar de todo, es mejor apoyarla.
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Quién escribe este artículo no tiene ni idea de lo que habla. Repite el discurso de la patronal y del PNV (aliado ahora mismo con Podemos para sacar unos presupuestos antisociales) y lo viste de un barniz "autonomo" que resulta patética. ¿Y las pensiontas? ¿Y los miles de jóvenes precarios movilizados? ¿Y el movimiento feminista y LGTB? ¿Solo ELA y LAB?.
No lo he entendido muy bien. O sea, que los varones heterosexuales nativos apoyan el paro de 24 horas (porque no es una huelga general) y los varones homosexuales nativos no la apoyan. Es eso?