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Dana
“Aquí no llovió casi nada”
Coordinador de la sección de economía
Fotógrafo
Fotógrafo
“Aquí no llovió casi nada”, es la frase que los que vivieron aquel fatídico martes del 29 de octubre repiten a los que llegamos unos días más tarde. Cuesta creer al ver las marcas del agua en las paredes. Marcas que, en algunos casos, son difíciles de alcanzar con la mano. “La gente gritaba ‘¡que viene el agua, que viene el agua!’ y vimos una pequeña ola que venía por la calle”, explican de igual forma otras personas desde Benetússer, Alfafar o Catarroja. Todas esas olas llevan una misma dirección. Vienen desde Paiporta o desde el barranco del Poyo, que cruza la localidad. Agua que va buscando L’Albufera y el mar, el camino que el cemento le robó. Arrastrando todo a su paso.
El resto ya es historia. Una de las historias más tristes de España en las últimas décadas, pero sobre todo de los 75 municipios afectados por la Dana. La historia de una riada que arrasó y cambió las vidas de miles de personas en tan solo unas horas. La de unas olas que segaron la vida de más de 200 personas.Las calles están llenas de montañas de coches apilados. Las avenidas y las plazas se han convertido en desguaces recubiertos de ese color marrón que lo impregna todo. Ese tono del fango que mata al resto de colores, que lo inunda todo, nunca mejor dicho. Más que los coches, impresiona esas montañas de escombros que se amontonan en las calles. Impresiona porque no son los clásicos escombros de cascotes y baldosas que podría dejar una obra o el derribo de un edificio.
Entre el fango que lo impregna todo, una caja de vinilos, una pequeña bicicleta de Spiderman, un globo terráqueo, un teclado de ordenador, unas tazas de café, un álbum de fotos que apenas se puede abrir porque el agua a pegado unas fotos con otras, un viejo sillón al que le habían puesto una graciosa funda con símbolos de la paz, carpetas de documentos con pinta de ser los clásicos archivadores donde se guardan las escrituras de casa y los papeles de la hipoteca.
Un peluche de Curro, la mascota de la Expo 92 en Sevilla. No puedes evitar hacer la cuenta. Ese peluche llevaba 32 años en la casa de alguien. Apoyado en algún sofá, encima de alguna cama o puede que incluso en una de esas cajas llenas de cosas viejas que tenemos todos en casa pero que nos resistimos a tirar. De la noche a la mañana, o mejor dicho de aquella tarde a la noche, aquel peluche se convirtió en basura, en una parte de una de esas miles de nuevas montañas de escombros. Montañas que no son escombros, sino vidas.
Envío algunas fotos a mi compañero David, uno de los fotógrafos de este reportaje. Entre ellas, una colección de libros infantiles cubiertos de fango. “Esos libros los lee mi hija” acompañado de un emoticono de tristeza. Noto que eso le ha debido hacer pensar algo así como “me podría haber pasado a mí o a cualquiera”, o “hay una niña como la mía que lo ha perdido todo”. Bofetones de realidad que te hacen empatizar con las miles de personas que en ese momento están sacando fuera de sus casas esos enseres en forma de escombros. Empatizar con aquellas que lloran a los familiares que ya no están y sentir su dolor aunque sea por un breve instante.
Cinco días más tarde, caen unas pocas gotas. La gente amontonada alrededor de uno de los puestos de reparto de comida que se montan de forma espontánea por todos esos municipios se empieza a poner muy nerviosa. Apenas llueve, pero da igual. Recuerdo esa frase que había oído justo un ratito antes: “Aquí no llovió casi nada”. Entiendo y empatizo con ese nerviosismo. Me vienen un montón de preguntas. ¿Les quedará un miedo a la lluvia? ¿Qué pasará y cómo actuará toda esa gente cuando el año que viene anuncien las fechas de la anual gota fría? ¿Podrán olvidar o, al menos, superar lo que ocurrió aquí? ¿Es posible eso de “volver a la normalidad” cuando un día el agua arrasó con sus vidas?
Unos días más tarde, un amigo me cuenta que su novia se despierta con pesadillas creyendo que se está ahogando. Mientras miro la cara de mi amigo, por dentro maldigo a todos esos que restan importancia a las consecuencias de la crisis climática. A todos aquellos que intentan sacar rédito político y económico de tremenda desgracia. Me vuelven a venir a la cabeza todas esas preguntas cuando cayeron cuatro gotas unos días antes. ¿Habrá cura para tanto sufrimiento? ¿Volveremos a ser los mismos tras la Dana de 2024?