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Cuidados
Apoyo y cuidados para una infancia sana, familias colaboradoras
María José Fernández tuvo que separarse con cinco años de sus raíces más estrechas para marchar al centro de protección de menores (CPM) de Olivares, en Sevilla. “No sabía lo que era tener una familia unida, que se preocupara por ti y te deseara todo lo mejor para el día de mañana”, comenta. Años más tarde, un encuentro con Manuel Buñuel y Carmen Anaya, participantes del programa Familias Colaboradoras, daría un giro a su vida.
Bajo el techo prefabricado de una chabola en el extrarradio sevillano, María José vivía junto a sus seis hermanos. “Mis padres no trabajaban, no podían cubrir nuestras necesidades educativas, ni siquiera prestaban afecto hacia nosotros”, sentencia con voz firme esta joven de 26 años. Su abuela se ocupaba de alguna labor esencial, como el colegio, hasta que intervinieron los servicios sociales. A excepción de la hermana mayor, todos acabaron en el centro de protección de menores.
Este cambio brusco de situación no fue fácil para María José, quien comenta que no supo afrontarlo y que sentía, sobre todo, miedo. Julia Roldán, psicóloga del CPM Miguel de Mañara, añade que “estos menores sufren una serie de daños a nivel físico, emocional y/o psicológico por parte de su familia biológica y llegan a los centros con unos esquemas mentales marcados por unas dinámicas muy disfuncionales y con las secuelas de los mismos”.
“Me veían como la rara de la clase por el hecho de venir de un centro de protección de menores”
Su infancia se iba deslizando entre el CPM y el colegio, marcado por un fuerte bullying consecuencia de su situación. “Me veían como la rara de la clase por el hecho de venir de este lugar”, cuenta la joven. Aun así, con cariño y apoyo emocional de sus hermanos Manuel y Ramón, pudo aferrarse a sus estudios y su responsabilidad la hizo sacar adelante toda la formación educativa obligatoria.
Una nueva bienvenida
Según los últimos datos de la Dirección General, más de 2400 niños y niñas andaluces viven en centros de protección infantil tutelados por la Junta de Andalucía. Mª José fue una de esas niñas hace más de 10 años, pasó por el CPM de Olivares, aunque tras el cierre de este, terminó su estancia en el CPM de Camas, donde tuvo la oportunidad de conocer el proyecto de Familias Colaboradoras.
“El proyecto familias colaboradoras es un recurso mediante el que una familia puede ofrecer su hogar en fines de semanas y vacaciones a un chico o chica o grupo de hermanos proveniente de un centro de protección de menores”
Desde la ONG andaluza ‘Crecer con Futuro’ se define a esta figura como “un recurso mediante el que una familia puede ofrecer su hogar en fines de semanas y vacaciones a un chico o chica o grupo de hermanos -por debajo de los 18- proveniente de un centro de protección de menores”. Para ellos, esta se convierte en “una experiencia reparadora que ayudará en la creación de vínculos sanos y estables”, expresa Gema Carrasco, coordinadora de este programa. Además, no duda en decir que “merecen sentir que son importantes, sabiendo que hay alguien que se preocupa por cómo les va, por ejemplo, en sus estudios o con sus amistades”.
Al tiempo que María José cambiaba de centro, Manuel Buñuel, antiguo trabajador social en Olivares, pasó a formar parte del programa de Familias Colaboradoras, algo que propició el reencuentro con la joven y les llevó a querer participar conjuntamente en el proyecto. El trámite se formalizó en 2014, haciendo que este educador junto a su pareja, Carmen Ayala, diesen la bienvenida a María José en su casa durante los fines de semana y días festivos.
Una más en la familia
“Por primera vez supe lo que era tener un cumpleaños o encontrarme un regalo bajo el árbol de Navidad el día de Reyes”, manifiesta la joven. María José se adaptó a la pareja, a quienes les agradece todo el bien que le han aportado: “ellos me han aceptado tal y como soy, me hacían sentir especial y siempre me han aconsejado por mi bien”, añade.
Su adolescencia fue tomando un nuevo rumbo, ella empezó a darle sentido al concepto de familia. “Sus problemas eran los nuestros”, expresa Carmen Ayala, quien apostó a que María José potenciara sus habilidades sociales, autoestima y capacidad para vincularse afectivamente de manera sana. “No nos arrepentimos de haberlo hecho y animo a que colaboren, que no se lo replanteen, con responsabilidad todo sale bien”, comenta Ayala.
En la actualidad, María José vive en San Sebastián. Más de 900 kilómetros la separan de la pareja que la ha encaminado a ser la mujer que es a día de hoy, independiente y autosuficiente. “Ellos me ayudaron a tomar esta decisión” y ya van seis años desde que llegó al País Vasco, donde trabaja en una residencia de mayores como auxiliar de geriatría y estudia el Técnico Superior de Integración Social. Su meta final la tiene clara, la de formar a los menores que han pasado por lo mismo y entiendan que el concepto de familia no solo tiene una sola definición.