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Crisis energética
Democracia, intervención estatal y crisis energética
El sistema de producción capitalista se caracteriza, principalmente, por un crecimiento económico continuo y acelerado, reflejado en dinámicas exponenciales de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB). Además, el capitalismo también se define por la concentración de los medios de producción (máquinas y territorio) en unas pocas manos. Los dueños de los medios de producción pueden ser accionistas de empresas privadas, entonces hablamos de capitalismo de mercado, o gestores de empresas estatales, y hablamos de capitalismo de estado.
Todas las economías estatales actuales cuentan con ambos tipos de capitalismo en diferentes grados, según el peso del estado en el control de los medios de producción. Por ejemplo, el capitalismo de estado tiene un peso muy importante en la economía cubana, en la que cerca del 75% del empleo es estatal, mientras que la liberalización económica de las últimas décadas en China ha llevado a que más del 60% del PIB esté relacionado con empresas privadas. En este sentido, los grandes capitalistas, y los políticos a su servicio, optaron por la privatización de empresas estatales en la estrategia neoliberal puesta en marcha con la crisis económica de los años setenta. De esta manera, el capitalismo de mercado ganó peso frente al de estado. Sin embargo, la intervención estatal en la economía siguió siendo muy alta e, incluso, aumentó durante la senda globalizadora neoliberal. Así, según el Banco Mundial, el gasto público en Estados Unidos (EE.UU.) estuvo entre el 33% y el 45% del PIB entre 1980 y 2020. Estos datos nos dan una idea de la importancia económica de los estados, más allá de quién controla directamente los medios de producción.
La intervención estatal en la economía suele aumentar en tiempos de conflictos bélicos, impulsando una economía armamentística, y de crisis económica, para rescatar a empresas y/o dinamizar la economía
En general, la intervención estatal en la economía suele aumentar en tiempos de conflictos bélicos, impulsando una economía armamentística, y de crisis económica, para rescatar a empresas y/o dinamizar la economía desde una perspectiva keynesiana. Por ejemplo, según el Banco de España, las inversiones públicas en el Estado español aumentaron desde un 42% del PIB en 2019 a un 51% en 2021, a raíz de la crisis sanitaria de la Covid19 y la crisis económica asociada.
Actualmente, el modelo económico neoliberal está en crisis debido a diferentes factores entre los que destacan rivalidades imperialistas crecientes (véase la guerra en Ucrania) y la crisis energética. En particular, la crisis energética viene dada, de fondo, por una creciente carestía y encarecimiento del gas y el petróleo (véase, por ejemplo, el libro Petrocalipsis de Antonio Turiel). Esta crisis energética, abierta tras la superación de los peak-oils, está llevando a muchos estados a aumentar su intervención en el sector energético. Esto se refleja en un aumento de ayudas a empresas energéticas privadas e, incluso, en la estatalización de algunas de estas empresas.
Por ejemplo, el gobierno de Indonesia prohibió, en primavera, las exportaciones de palma de aceite que se utiliza para la producción de biodiesel, aunque relajó esta restricción durante el verano. En Europa, el gobierno alemán ha intervenido tres grandes empresas gasísticas Uniper, VNG y Securing Energy for Europe, y ha tomado el control de las refinerías de la petrolera rusa Rosneft PJSC. Por su parte, el gobierno francés está aumentando su participación mayoritaria en la gran empresa Électricité de France (EDF). En el Reino Unido, son cada vez más las políticas que piden la renacionalización de las compañías energéticas. En esta línea, el gobierno mejicano ha nacionalizado las reservas de litio (un elemento clave en la electrificación) y ha creado una empresa pública para explotarlas. En Chile, también está abierto el debate sobre la nacionalización de las minas de cobre y litio. Todas estas nuevas inversiones estatales se suman a las ayudas públicas multimillonarias que reciben actualmente las grandes empresas de combustibles fósiles.
Las intervenciones estatales se justifican por las consecuencias de la guerra en Ucrania, ocultando un panorama general de fondo: la carestía energética y de materiales claves
Con estas intervenciones estatales, las clases dirigentes pretenden asegurar las inversiones para controlar el suministro y los precios, de manera que la demanda energética pueda seguir creciendo. Tengamos en cuenta que el crecimiento económico capitalista está estrechamente unido al aumento de consumo energético proveniente, principalmente, de la quema de combustibles fósiles. Una combustión que está causando el cambio climático. En muchas ocasiones, estas intervenciones estatales se justifican por las consecuencias de la guerra en Ucrania, ocultando un panorama general de fondo como son carestía energética y la falta de materiales claves.
Como vemos, estamos ante el inicio de un aumento de la intervención estatal en el sector energético para seguir quemando los combustibles fósiles. Los combustibles que necesita un crecimiento económico depredador de nuestro entorno y que concentra cada vez más las riquezas. Sin embargo, estos combustibles fósiles deben quedarse en el subsuelo si no queremos entrar en la fase de cambio climático brusco. Además, con la orientación de seguir aumentando la oferta energética, cueste lo que cueste, las multimillonarias ayudas públicas a energías renovables están concentrándose, de nuevo, en unas pocas grandes empresas controladas por los oligopolios energéticos. De esta manera, las subvenciones públicas en pro de las renovables están provocando la tala de bosques de gran valor ecológico en Europa para producir pellets (energía de biomasa) y fuertes impactos socio-ambientales en multitud de zonas rurales donde se instalan megaparques fotovoltaicos y aerogeneradores.
Sin embargo, a pesar de todos estos esfuerzos estatales por seguir alimentando el crecimiento de la demanda energética global, las limitaciones físicas en la disponibilidad de hidrocarburos conducirán, sí o sí, al estancamiento y decrecimiento económico, lo que significa crisis en el capitalismo. Una crisis de grandes proporciones que ya está empezando a mermar la calidad de vida de millones de gente trabajadora en todo el mundo.
Frente a los modelos estatales ecocidas, creo que cada vez está más claro que tenemos que apostar, decididamente, por un reparto democrático de las riquezas como base para un decrecimiento económico responsable. Un decrecimiento que ajuste nuestra huella ecológica al territorio biodisponible y mejore nuestra calidad de vida. ¿Cómo hacemos esto? Esta pregunta es clave ahora que, afortunadamente, ganan audiencia los análisis científicos sobre las crisis ecológica y energética, y posibles alternativas, a la vez que escasean aquellos que plantean cómo avanzar desde nuestro presente sin confiar en las estructuras de poder dominantes responsables de la situación actual.
A pesar de los esfuerzos estatales por seguir alimentando el crecimiento de la demanda energética, las limitaciones físicas en la disponibilidad de hidrocarburos conducirán al estancamiento y decrecimiento económico
Para empezar a responder, creo que es importante que tengamos claro que los estados actuales son estados capitalistas, es decir, herramientas de poder político de las clases dirigentes. Por lo tanto, no podemos confundir la estatalización de una empresa con su control democrático. Para dotar a una empresa de control realmente público no basta con que esté gestionada por una capa de burócratas estatales. Tiene que estar gestionada por su plantilla al servicio de la gente trabajadora. Por ejemplo, la plantilla de la empresa griega de electricidad, autoorganizada en plena ola de huelgas, se negó a cortar la luz a miles de familias durante el austericidio impulsado por la UE.
La segunda parte de la respuesta a la pregunta sobre cómo lo hacemos, creo que está en el camino más que en la meta a alcanzar para ir avanzando de forma realista. Para repartir y decrecer responsable y democráticamente es clave impulsar las luchas desde abajo que se dan en nuestros barrios y centros de trabajo. Estas luchas construyen redes sociales de solidaridad y democracia que deberían pilotar el reparto decrecentista. En estos momentos, contamos con una gran oportunidad pues están creciendo las luchas que exigen que los costes derivados de la inflación se repartan entre clases sociales. Con la crisis energética de fondo, tenemos que dotar a estas luchas económicas de contenido ecologista, al tiempo que las unimos con las luchas feministas, LGTBI+, territoriales… Pensando globalmente y actuando localmente.
Actuar localmente, Barrios Hartos en Sevilla
Por ejemplo, en la ciudad donde vivo, Sevilla, los barrios de clase trabajadora con rentas más bajas sufren, habitualmente, cortes de luz por falta de inversión en la infraestructura eléctrica. Unas instalaciones gestionadas por Endesa, empresa cuya privatización comenzó un gobierno del PSOE a finales de los años ochenta y culminó un gobierno del PP diez años después. Estos cortes de luz han llevado a la movilización vecinal. Una movilización, agrupada en la plataforma Barrios Hartos, que exige que nuestras necesidades energéticas estén por encima de los intereses de unos pocos grandes accionistas que nos condenan a la mayoría social a pagar facturas abusivas, a pobreza energética y a cortes de luz.
En este contexto, creo que debemos apostar por un control público, desde abajo, del sector energético. Un control público que nos asegure suministro energético básico a precios asequibles. Pero no solo eso, en la línea de lo expuesto anteriormente, también es clave que esta gestión pública reduzca la demanda energética global, y apueste por energías renovables de forma descentralizada y reduciendo, al mínimo, los impactos socio-ambientales. Con estos objetivos, es importante el consumo energético responsable y, sobre todo, la producción responsable. Por ejemplo, acabando con la obsolescencia programada que tanta energía y materiales malgasta.
La profundidad de la crisis sistémica actual requiere una orientación radical, realista y práctica, dirigida a la raíz común de las diferentes crisis (económica, climática, bélica, energética, sanitaria, alimentaria…). Estas crisis se ven cada vez más claras agrupadas desde una perspectiva ecológica que analiza histórica y holísticamente la relación de nuestras sociedades con su entorno. Desde este análisis científico, la superación del capitalismo aparece más urgente cada día. No nos engañemos, no hay producción capitalista social y ambientalmente sostenible, como no hay capitalismo sin guerras.
Como dicen los movimientos sociales frente a la emergencia climática, “cambiemos el sistema, no el clima”. Revolucionemos nuestra energía.