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Coronavirus
Ghana: vivir el confinamiento dentro de un coche
El presidente de Ghana, con más del 20% de la población bajo el umbral de la pobreza, decretó un confinamiento en las principales ciudades del país que ha tenido que levantar, pues la cuarentena condenaba a una parte importante de la población al hambre. Es el caso de Mathew.
Mathew descansa sentado en un poyete de piedra mientras habla con las pocas personas que circulan por la calle o con las que regentan pequeños puestos callejeros de comestibles, prácticamente los únicos negocios que no cerraron en Accra, la capital de Ghana, cuando el presidente decretó el confinamiento de la población, orden que duró tres semanas. Tiene 66 años, una sonrisa tímida y forzada y viste una sencilla camisa azul y un pantalón corto. “Yo soy camionero. Bueno, lo era. Conducía uno de esos camiones grandes lleno de mercancías y los llevaba a muchos lugares: a otras ciudades de Ghana, a países vecinos como Burkina Faso…”, recuerda.
Mathew habla en pasado porque hace ahora siete años, un tro-tro, una pequeña furgoneta que hace las veces de transporte público en las principales ciudades de Ghana, lo embistió y se dio a la fuga. Le rompió la pierna, motivo por el que tuvo que dejar de conducir camiones y algo que le produce, aún hoy, dolor y una visible cojera. “Tenía entonces una habitación alquilada aquí, en la capital, pero fui a Kumasi (otra de las grandes urbes de Ghana situada a unos 250 kilómetros al noroeste de Accra) a tratarme la herida. No salió demasiado bien… Cuando volví, el casero había sacado mis cosas de mi casa y me dijo que, como no había pagado los días pasados, no podía entrar. Tuve que buscar otras opciones”. Con la imposibilidad de volver a su medio de ganarse el sustento, la vida fue castigando a Mathew quien ha encarado el confinamiento, la nueva gran pandemia mundial, metido en el asiento trasero de su coche, donde pasa todos los días con todas sus noches.
El presidente anunció que el gobierno se hará cargo de las facturas del agua de los próximos tres meses, y dijo también que todos los ciudadanos tendrán asegurado el suministro eléctrico
Ghana, un país situado en el golfo de Guinea, tiene una población de unos 28 millones de personas donde aproximadamente el 20% vive bajo el umbral de la pobreza (y el 7% lo hace en la pobreza extrema) según los datos de Unicef. El primero de estos guarismos se dispara hasta casi el 40% en determinadas zonas rurales, sobre todo las situadas en el norte del país.
En las grandes ciudades, como Accra, la economía informal suaviza estas estadísticas, aunque si el confinamiento volviera a repetirse (el presidente ghanés, Nana Akufo-Addo, lo decretó el pasado 30 de marzo y lo ha levantado el pasado lunes, 20 de abril) los datos de pobreza no tardarían en crecer de forma significativa. De hecho, casi 57 millones de personas pasan hambre en África Occidental. “El coche es mío. Yo creo que el gobierno debería cuidar a la gente como yo, pero nada, nada…”, afirma Mathew, que sabe también que los casos positivos en su país ya han llegado a 1.000 y los fallecidos a la decena.
Coronavirus
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Y’en a Marre en Senegal, Balai Citoyen en Burkina Faso y Lucha en la República Democrática del Congo han iniciado una serie de campañas de sensibilización y concienciación contra el virus.
El ejecutivo ghanés ya ha anunciado medidas significativas para luchar contra los efectos de la covid-19, que afecta a casi setecientas personas, según el recuento oficial, y ha provocado al menos ocho muertes en el país, y aliviar así la economía de las familias que menos recursos tienen. En una comparecencia retransmitida al conjunto de la nación el pasado domingo 5 de abril, el presidente anunció que el gobierno se hará cargo de las facturas del agua de los próximos tres meses, y dijo también que todos los ciudadanos tendrán asegurado el suministro eléctrico, aunque Accra ya ha sufrido algún apagón desde el inicio de la crisis.
Nada de esto importa a Mathew. “Mira, yo voy a ducharme todos los días a unos aseos comunitarios. Antes de que se haya levantando nadie, yo ya he ido, me he duchado y estoy de vuelta en el coche”, afirma. Y esta situación, la de no disponer de agua, no resulta algo inusual en su país; según el Servicio Nacional de Estadística, el 36% de los hogares de la nación usa baños públicos, el 19% recurren a la defecación al aire libre y el 81% de la población carece de acceso a saneamiento mejorado o de servicios sanitarios.
Preocupación ante el virus… y el hambre
En Malata, un mercado local muy popular y cercano a donde Mathew tiene estacionado su coche (en una calle cercana a Circle, un nudo de comunicaciones en Accra, una estación de autobuses que conecta la capital con la mayoría de regiones del país), el impacto del nuevo virus trajo también un aumento en los precios bastante significativo. Francis tiene un puesto de los alimentos que conforman la dieta básica de los ghaneses (diferentes tipos de harina, arroz, vegetales y huevos) y habla de las diferencias entre la semana pasada y esta mientras señala una pequeña montaña de tomates. “Por todo esto antes me podían dar unos 25 Cedis (algo más de cuatro euros). Ahora los tengo que vender al doble, a 50 Cedis. La docena de huevos, por ejemplo, estaba antes a 10 Cedis. Hoy tengo que sacar 30 Cedis por ellos”, explica.“Lo de los precios se está descontrolando. Lo que antes valía 5 Cedis, ahora vale 15. Los ricos, los que tienen dinero, pueden ir al mercado y comprar todo lo que necesitan. Pero la gente como yo no tenemos mucho dinero. Si ni siquiera tenemos un lugar donde ir”, se resigna Mathew. Él seguía ganándose la vida con los camiones y el negocio en torno a ellos; hace de intermediario entre las empresas transportistas y los propios conductores de vehículos, actividad parada durante el confinamiento. Pero, dice, sus ingresos son tan mínimos que no le permitían vivir fuera de su coche. Y durante las tres semanas pasadas, obligado a no salir del vehículo, la situación se volvió más que insostenible. “¿Cómo voy a vivir si esta situación se repite?”, se pregunta.
—¿Y qué ingresos tienes ahora? ¿Cuánto dinero estás ganando?
—No, ahora nada… Tengo lo que compartimos la gente que conozco en la calle.
—El gobierno ha habilitado dos números de teléfono para la gente que no puede costearse alguna comida durante el confinamiento. ¿Llamaste?
— ¿Lo ha hecho? ¿De verdad? Bueno, no he probado. Pero cuando tuve el accidente en la pierna, el gobierno me hizo pagar el hospital. Cuando conducía el camión pagaba impuestos y se supone que era para eso, para que me cuidaran. Pues primero me cobraron 4.500 Cedis. Después tuve que volver y quisieron que pagara 8.000. No tenía, así que mira, nunca se me curó del todo. Yo ya no confío en el gobierno. En Ghana hay dinero, pero no alcanza a todo el mundo. Yo creo que en este país tenemos libertad, pero no justicia.
“Yo ya no confío en el gobierno. En Ghana hay dinero, pero no alcanza a todo el mundo. Yo creo que en este país tenemos libertad, pero no justicia”
Lo cierto es que, pese a que Ghana es una de las democracias más consolidadas de África y uno de los países del continente que más ha crecido económicamente en los últimos años (y que mayores y mejores previsiones tenía de continuar con esta progresión antes del estallido de la pandemia), todavía arrastra problemas estructurales, también comunes en otros estados subsaharianos. Como Mathew, alrededor del 88% de la población se gana la vida en el denominado sector informal, sus hospitales públicos apenas registran una cama por cada 1.000 habitantes, la nación dispone de un médico licenciado por cada 10.000 personas, el trabajo infantil se ha convertido en una lacra difícil de combatir (diferentes organismos calculan que unos 100.000 menores trabajan en la industria pesquera del lago Volta y alrededor de mitad ha llegado hasta allí siendo víctima de trata y tráfico de personas) y 100.000 niños viven sin hogar sólo en las calles de la capital.
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El teléfono móvil de Mathew, donde se entera de las noticias referentes al coronavirus (“lo cargo en un hotel que hay cerca de aquí, también me dejan conectarme al wifi”, dice) no dice nada de eso. Sí le sirve para informarse de todo lo que tiene que hacer para protegerse de una posible infección que, a sus 66 años, con una salud delicada, podría ser fatal. “Mira, uso esta bolsa para abrir todos los pomos: los de los cuartos de baño, los de las duchas… Si alguien con el virus los toca y después lo hago yo, podría contagiarme. Y no dejo que nadie coja mi muleta…”. Y, antes de despedirse, ya desde los asientos traseros de su vehículo, antes de pasar otra noche más postrado allí, sin nada más que su teléfono, una maleta con algo de ropa y esa muleta que lo acompaña cuando sale a estirar las piernas, se despide. “Creo que lo peor es lo de conseguir comida. Como yo, hay gente que necesita salir para comer. Y es duro estar sin comer. Cuando no lo haces, después cuesta mucho quedarte dormido”.