Coronavirus
200.000 millones para combatir a la extrema derecha europea

Proteger a los más vulnerables es algo profundamente democrático porque acaba con gran parte de la gasolina que los partidos de extrema derecha llevan utilizando más de una década para crecer en nuestras instituciones.

Coronavirus y exclusión social
Una persona en situación de calle camina por en dirección a la Puerta del Sol, en Madrid. Álvaro Minguito

El pack de 200.000 millones de euros destinados a paliar los efectos de la crisis del coronavirus que anunció ayer el Presidente del Gobierno, y que hoy busca su apoyo en el Congreso de los Diputados, tiene un sujeto social novedoso e importante: los más vulnerables. El decreto que se pretende aprobar incluye medidas como la moratoria del pago de hipotecas, prohibir el corte de agua, luz y gas a los colectivos que se vean afectados por la crisis y, rondando el aro de la canasta, también la moratoria de los alquileres el tiempo que dure el estado de emergencia. Este último está siendo discutido todavía.

El signo de estas medidas económicas es de una seriedad sin precedentes: 200.000 millones suponen el 20% de nuestro PIB. Ponerlo en comparativa puede ayudar a entender mejor su intensidad. Italia aprobó el lunes una ayuda de 25.000 millones para que no colapse el sistema sanitario y para apoyar el sistema de trabajo. Además, se espera que esta cifra aumente. Macron rápidamente se sumó a la estela de Italia y anunció otro pack de ayuda social, esta vez de 300.000 millones (12% del PIB de Francia), con medidas muy parecidas a las de los demás. Con mayores o menores diferencias, los tres países han adoptado el mismo objetivo de proteger a los más necesitados.

El signo de estas medidas económicas es de una seriedad sin precedentes: 200.000 millones suponen el 20% de nuestro PIB

Estos planes son unas de las mejores decisiones políticas que los distintos gobiernos, el español incluido, han podido adoptar por un motivo esencial: porque cierra, en el medio y largo plazo, gran parte del camino a las opciones de extrema derecha. Los gobiernos europeos parecen estar mirando de reojo la crisis mundial del 2008 —el antecedente más cercano a la situación que estamos viviendo— para no cometer los mismos errores. En aquel momento todas las instituciones siguieron el mismo dogma, el de la austeridad, y todos sabemos lo que vino: rescates de bancos, recortes en los Estados de Bienestar, privatizaciones y reconversiones… Todo con dinero público, pero donde los grandes ausentes eran los más vulnerables.

No hubiera sido tan preocupante si anteriormente los procesos de globalización no hubieran acabado con gran parte de la clase media tradicional europea (Estados Unidos, con dinámicas distintas a las occidentales, lo dejo a un lado). Aquí es donde entra en escena el famoso gráfico del elefante, que ayuda a entender cómo durante el periodo de la globalización unos pocos —países del sudeste asiático, algunas partes de África y, sobre todo, los llamados “billioners— vieron mejorar notablemente su situación mientras otros, esa clase media antes nombrada que había conseguido ascender durante la segunda mitad del siglo anterior, veía cómo sus condiciones empeoraban de manera irreparable. Hoy esa clase media tradicional se encuentra empobrecida y cabreada.

En la crisis empezaron a ascender electoralmente unos partidos populistas de derechas en Europa que desplegaban tácticas políticas y comunicativas ahora extremadamente eficaces

Las consecuencias de la crisis del 2008 también las conocemos todos y todas. Empezaron a ascender electoralmente unos partidos populistas de derechas en Europa que, aunque no tuvieran nada de nuevos, empezaban a desplegar tácticas políticas y comunicativas que ahora sí eran extremadamente eficaces. La utilización de la xenofobia, de un nacionalismo étnico, ataques indiscriminados contra la Unión Europea y toda la clase política que representaba comenzaron a dar altos réditos electorales. De un 5% de votos pasaron, en tan solo diez años, a casi el 15.

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Como el principio de acción-reacción, el ascenso de los partidos de extrema derecha generó toda una corriente de literatura analizando los motivos detrás de su voto. El espacio y tiempo me constriñe a resumir, pero en general todos los estudios acababan sosteniendo que había dos tesis principales que motivaban el voto a estos partidos.

Por un lado, la rama económica, esto es, el empeoramiento de las condiciones objetivas económicas (precarización, peores salarios, reconversión de sectores de producción…) y, por el otro, un “backlash” o reacción cultural que habría llevado a muchas personas a sentir su identidad nacional y cultural en peligro de extinción como consecuencia del contacto con la inmigración y nuevos avances en derechos civiles. Probablemente este último, que contrapone el autoritarismo a un multiculturalismo para estos votantes excesivos, es el más interesante, y nos ayudaría a comprender cómo estos partidos populistas han conseguido aglutinar una coalición electoral diversa y con preferencias claramente antagónicas entre sus votantes (Oesch y Rennwald, 2018).

Sin embargo, recientemente los politólogos Noam Gidron y Peter Hall han obtenido resultados que podrían eclipsar a los anteriores o, como mínimo, poner el foco de atención a otro nivel. Ambos autores han demostrado que detrás del voto a estos partidos hay un profundo problema de marginación social. El apoyo a los partidos de extrema derecha populista podría ser visto como reflejo de un problema de integración social. No sería cuestiones objetivas de empobrecimiento económico o del avance de los derechos LGBTI+, sino sentir que la sociedad y, más concretamente la política, te han abandonado.

Por supuesto, en todo este sistema de marginalización subjetiva existen claros sesgos de clase social. El declive del estatus social, la marginación, es mucho más fuerte conforme la desigualdad aumenta para aquellos ciudadanos situados en percentiles de renta más bajos. Dicho de otra forma, las personas con menos renta sufren más marginación social cuando una crisis económica les ataca. Lo mismo ocurre con el nivel de estudios (una variable que correlaciona, como sabemos, con el nivel de renta). Las personas sin estudios elevados se ven a sí mismos más marginados socialmente conforme el sistema productivo cambia hacia una mayor tecnologización del mismo.

Pero no solo estamos ante una situación de marginación individual y social, también las estructuras que gestionan y sufren las crisis se ven diezmadas como consecuencia. Gidron y Hall vieron que una mayor marginación correlacionaba con una mayor desconfianza en los parlamentos y políticos, y como elemento contingente, en una mayor insatisfacción de los ciudadanos con la democracia. La crisis socava la satisfacción con la democracia como sistema político.

La idea principal que quiero dejar con todo esto es que, en última instancia, este pack de ayudas sociales no es solo algo que reme a favor de tesis políticas progresistas o de izquierdas, ni siquiera porque sea algo justo: proteger a los más vulnerables es algo profundamente democrático porque acaba con gran parte de la gasolina que los partidos de extrema derecha llevan utilizando más de una década para crecer en nuestras instituciones. Es democrático porque corta las alas de las opciones políticas que quieren minar la democracia. No les dejemos hacer negocia de nuestro sufrimiento. Proteger a los más débiles es protegernos de la extrema derecha.

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