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Coronavirus
Estado de alarma solidaria
Nuestro comportamiento determinará si elegimos convertir el estado de alarma que figura en la ley en un estado de alarma no escrito, solidario y permanente, que dé sentido a nuestras vidas y al tiempo que se nos ha dado.
Hace unos 15 años, conversando con un concejal de una pequeña capital de provincia, nos preguntábamos por las renuncias que estaríamos dispuestos a realizar para salvar el planeta. En aquel entonces se hablaba menos de cambio climático, aunque ya estuviera en marcha, que de sostenibilidad y decrecimiento. La charla se zanjó con la siguiente frase: “yo no voy a renunciar a mi lavadora por eso”. La pronunciaba el concejal, muy de izquierdas y muy ecologista, y se me quedó grabada a fuego.
Hace un mes, nadie se podía imaginar que el conjunto de la población española admitiría perder durante varias semanas su libertad de movimientos, y en muchos casos su trabajo, para someterse a un confinamiento en beneficio de la salud pública. En beneficio del bien común. Y también en beneficio del planeta, aunque sea de forma indirecta: basta pensar en dos imágenes, en la drástica reducción de las enormes setas de contaminación que cubrían las principales ciudades de China, y en las aguas límpidas y llenas de peces que circulan ahora por los canales de Venecia.
La queja de tener cerrado tu negocio, formar parte de un ERTE o no poder llevar a los niños al colegio, palidece ante el dolor de quienes están perdiendo a sus seres queridos sin la posibilidad siquiera de despedirse de ellos
En España, está claro que el Gobierno ha cometido errores, de previsión y de acción; está claro que las autonomías han practicado un constante desmantelamiento de la sanidad pública que agrava esta crisis; está claro que mucha gente permanece en sus casas a regañadientes, y que se necesitan medidas coercitivas para garantizar el éxito del confinamiento y, con él, la lenta victoria sobre la pandemia. Pero parece estar funcionando, aquí y en otros países. Parece que sí estamos dispuestos a renunciar a nuestra lavadora, y a mucho más, en una situación de emergencia.
En estos días es inevitable recurrir al símil bélico: en la lucha contra el virus el frente está en hospitales y residencias geriátricas; mientras que la retaguardia, formada por una mayoría de personas alejada del peligro de muerte que supone el virus, ve notablemente alterada sus relaciones sociales y sus aspiraciones laborales y económicas. El problema es que la queja de tener cerrado tu negocio, formar parte de un ERTE o no poder llevar a los niños al colegio, palidece ante el dolor de quienes están perdiendo a sus seres queridos sin la posibilidad siquiera de despedirse de ellos, o ante la angustia de quienes van a trabajar jugándose la vida sin el material que necesitan para protegerse y proteger a las demás. Ante un enemigo invisible, las certezas escasean y todas nos preguntamos por qué nos ha tocado en suerte vivir este tiempo aciago. Precisamente en medio de una guerra, aunque fuera una guerra literaria, decía un sabio llamado Gandalf que “no nos toca a nosotros decidir qué tiempo vivir, solo podemos elegir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado”.
La clave será si, como los malos estudiantes, nos vamos a limitar a aprendernos de memoria la lección para olvidarla en cuanto pase el examen
Estamos pues en proceso de aprendizaje. La clave será si, como los malos estudiantes, nos vamos a limitar a aprendernos de memoria la lección para olvidarla en cuanto pase el examen, y una vez controlada la pandemia volveremos a esquilmar lo público mientras consumimos y contaminamos desaforadamente, enfermos de individualismo, bajo un sistema que nos conduce al desastre.
Por el contrario, también podremos optar por interiorizar lo aprendido, por hacerlo nuestro: por convertir en cotidiana la solidaridad de quienes fabrican material sanitario desde casa y con sus propios medios, de quienes se ofrecen para hacer la compra a sus vecinos ancianos o dependientes, de quienes se preocupan por atender las necesidades de aquellos que más sufren esta y cualquier otra crisis; de quienes, en general, nos estamos acostumbrando a vivir con menos para vivir mejor. En definitiva, nuestro comportamiento determinará si elegimos convertir el estado de alarma que figura en la ley en un estado de alarma no escrito, solidario y permanente, que dé sentido a nuestras vidas y al tiempo que se nos ha dado.
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Espero que tengas razón pero la crisis económica que pasamos hace una década no me hace ser optimista, hasta Sarkozy dice aquello de refundar el capitalismo y en nada que pasó siguieron haciendo lo mismo que antes