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Encontramos a la cineasta Mai Masri en Aubervilliers. Nacida en Jordania, de padre palestino y madre tejana, criada en Beirut, es autora de 11 películas desde principios de los años 80.
La cuarta edición del festival Ciné-Palestine de París dedicó una retrospectiva a su obra documental y de ficción. "El cine —escribió una vez— se ha convertido en un medio para recrear Palestina y dar sentido a nuestras vidas desarraigadas". De lo que estamos hablando es, por lo tanto —en un momento en el que Gaza sigue contando sus muertos— de un noveno arte y una resistencia a la ocupación: un arte dirigido a "tomar el control de la narrativa" frente a las narrativas existentes; un combate en el que las mujeres palestinas se involucran un poco más cada día.
Dice usted que la mitad de las películas palestinas están hechas por mujeres: ¿En serio?
Estas son mis estadísticas: ¡La proporción de mujeres directoras puede ser mucho mayor! Cuando empecé a rodar en los años 80 era la única directora palestina. También fui la única operadora jefe y la única editora. Hoy en día ¡hay tantas mujeres palestinas que dirigen! No creo que las mujeres hagan películas porque se hayan vuelto más libres, sino porque se reafirman más en todos los ámbitos de la vida, especialmente en el cultural.
Se reafirmaron liderando movimientos populares que defendían sus propias luchas. No fue fácil, y sigue sin serlo. El cine, como herramienta poderosa de expresión, es un medio de expresión para las mujeres. ¿Por qué es tan baja la proporción de directoras en Occidente? Debería haber muchas más. ¿Por qué en Francia y en Estados Unidos las mujeres son menos visibles? En Hollywood representan menos del 10% de las direcciones de películas, ¿puede creerlo?
En Palestina, las mujeres se están fortaleciendo debido a sus luchas políticas y sociales. También tienen un papel primordial en la sociedad, porque los hombres a menudo están en prisión. Desde los primeros días de la Revolución palestina, en la década de los 70, las mujeres se han involucrado en la lucha. Eso les ha empujado a crear sus propias luchas.
En 1980, en Nablús, tuvo un encuentro que daría lugar en 2017 a su primer largometraje de ficción, 3000 Noches. ¿Por qué tanto tiempo después?
Cuando filmé la primera Intifada en Nablús era la primera vez que volvía a Palestina con la cámara en el hombro. Fue una experiencia muy fuerte para mí; finalmente pude ponerle un rostro a Palestina. Antes, siempre había sido una especie de sueño. En ese momento se hizo realidad a través de la tierra, de las personas.
Descubrí vínculos reales entre mi ciudad, Nablús, y yo. Conocí a muchos activistas durante la primera Intifada. Una de ellas era una mujer que había estado prisionera en Israel. Me contó su historia, la de una madre que dio a luz a su hijo en el interior de la cárcel. Me pareció fascinante, muy conmovedor. Especialmente cuando me describió sus condiciones de detención. Me conmocionó saber que durante el parto estaba esposada a su cama, rodeada de soldados armados.
Luego me contó cómo había criado a su hijo entre rejas, con sus compañeras de celda: todas se convirtieron en madres del niño. Esta historia ha estado en mi conciencia durante años y años. Conocí a otros presos y me dije: si un día hago una película de ficción debo contar esta historia porque ¡es tan poderosa, tan humana! Esta historia de una mujer que da a luz encadenada es un símbolo de toda Palestina y de la ocupación. La ocupación y la prisión son lo mismo ¡pero la historia es también un destello de esperanza!
Por eso quería que el personaje se llamara Nour, “luz” en árabe. Además, el verdadero nombre del hijo de esta joven mujer es Palestina. Increíble ¿verdad? ¡A veces la realidad es tan fuerte! A veces las coincidencias son demasiado llamativas como para no hacer una película con ellas.
El día de su segundo cumpleaños, Nour, en su película, es arrebatado de su madre por soldados israelíes. ¿Es un fenómeno común en las prisiones?
Es muy común. 3000 Noches deja esto abierto: no sabemos realmente dónde irá Nour. Quería mantener este suspense intacto porque verdaderamente la madre no sabe a dónde irá el niño: ¿a los brazos de su padre? ¿De los israelíes? La pregunta sigue sin respuesta. De hecho, los soldados presionan a la madre para que coopere, y que el niño no sea abandonado, para que pueda guardarlo más tiempo. Pero toma la decisión de no colaborar y decide pagar el precio.
¿Cómo han evolucionado las cárceles israelíes de mujeres desde ese encuentro?
Ha habido algunos cambios en las prisiones, eso es cierto. Pero no cambios significativos. Las condiciones son incluso peores en algunos aspectos. En los años 60, las prisioneras no tenían nada: ni papel, ni libros, ni material de escritura, nada. Tenían que luchar por todo en todo momento. Eso cambió porque hubo muchos movimientos de protesta. En esa época, los presos criminales y los presos políticos compartían la misma celda. Eso también ha cambiado. Crea muchos conflictos cuando un drogadicto, un pedófilo o un asesino está en la misma celda que un preso político palestino. Pero, en mi opinión, se les separa por otra razón: en 1980, durante la masacre de Chatila en el Líbano, comprendí a través de investigaciones y testimonios que muchos prisioneros israelíes se habían vuelto solidarios con la causa palestina. Respetaban a los palestinos a pesar de sus diferencias políticas. El encarcelamiento conduce al respeto; nadie ha hablado de eso. Por eso me ha parecido interesante concentrarme en esos detalles sobre los que nadie se interesa.
Las mujeres y la juventud están muy presentes en su trabajo, ¿qué le inspira la lucha de Ahed Tamimi, detenida a finales de 2017 por abofetear a un soldado de la ocupación después de que uno de sus primos resultara gravemente herido en la cabeza?
Es un símbolo de la juventud y de esta nueva generación que no se ha olvidado de Palestina, que quiere continuar la lucha aunque signifique pagar un alto precio. Representa a estas jóvenes mujeres que simbolizan la fuerza y el coraje. Porque se necesita valor para golpear a un soldado israelí... De hecho ¡esa bofetada se la había ganado, pero bien! (Risas). Es surrealista ver que una simple bofetada haya llevado a esta joven a la cárcel. Ha visto a miembros de su familia arrestados, asesinados. Ahed Tamimi encarna la resistencia civil no armada y esto preocupa al Ejército israelí y al Gobierno: esta resistencia recuerda la primera Intifada que, en tanto que movimiento no armado, había cambiado enormemente la mirada de la opinión pública sobre los palestinos.
Gente de todo el mundo se emocionó a la vista de estas mujeres y niños que se enfrentaban a hombres armados cuando ellos mismos no lo estaban. Como directora, he visto estos cambios. Cuando empecé a hacer películas en la década de los 80, los palestinos no sabían qué hacer con las imágenes, tenían miedo de que fueran utilizadas en su contra, especialmente en los campos de refugiados. Los que filmaban sobre el terreno eran periodistas. Mi marido, Jean Chamoun, y yo fuimos los primeros directores sobre el terreno. Cada vez que los palestinos veían una cámara y, por lo tanto, un periodista, el campo era bombardeado poco después por los israelíes. Así que relacionaban la cámara y la noticia que iba a ser cubierta. Sin embargo, en la primera Intifada tener una cámara estaba al alcance de todos. Los palestinos empezaron a filmar para contar su historia y tomar el control de la narrativa. Esto es un cambio muy grande. Esta es una de las razones por las que cada vez hay más directores palestinos.
3000 Noches fue rodada en una prisión de verdad en Jordania. ¿Por qué esta elección?
Tuve mucha suerte de poder filmar en una prisión de verdad. He investigado mucho, he visitado muchas cárceles, sobre todo en el oeste. Era muy complicado porque los israelíes destruyeron muchas de las prisiones que utilizaron. Los propios estadounidense insistieron en que fueran destruidas para que no quedaran rastros y, por lo tanto, tampoco memoria. Destruir la memoria es una práctica común para ellos. Tuve la suerte de encontrar esta prisión vacía, fuera de uso. Pero necesitaba permisos porque era una prisión militar: conseguí un permiso del Ejército jordano. Era muy importante rodar en una prisión real porque da a las imágenes una enorme fuerza visual: paredes reales, barrotes reales, una luz auténtica, sombras, etc.
Pero, más allá de eso, rodar en una prisión real era importante para la actuación: las actrices y el equipo —en su mayoría mujeres— olvidaron que era una película y podían sentir la opresión que encarnaba el lugar. Todos tenían experiencia en la cárcel en su vida personal: bien porque ya habían sido encarcelados o bien porque tenían a su familia detrás de los muros. A menudo pedía a las actrices que improvisaran, así que llevaron su experiencia personal al rodaje. Con Gilles Porte, el operador jefe, nos preguntamos mucho sobre los colores: ¿cuáles elegir? ¿Qué luces? ¿Qué sombras? Quería abordar la película de forma poética, aunque sea difícil hacerlo en condiciones semejantes… Pero Gilles es un artista y hemos podido convertir esta película en algo poético. Hay pocos diálogos pero muchas palabras visuales. Cuando el pájaro ficticio aparece cada vez más real junto a Nour dormido en el suelo ¡es un momento mágico! El sonido también era importante. Quería mantener los sonidos de la cárcel: las cadenas, las cerraduras, los escalones, las puertas que se cierran...
Trabajar con un niño de 2 años en un rodaje semejante ha debido ser particularmente difícil. ¿Qué le ha explicado?
¡Ni siquiera sabía lo que era una cámara! Para él, fue un descubrimiento permanente. Tuvimos que ser pacientes con él, los documentales que ya había hecho sobre y con niños me prepararon mucho. En la ficción, hay un enorme equipo, muchos actores: tenemos que estar listos cuando el niño está listo. Para la escena del cumpleaños, teníamos que hacer una sola toma pero, o bien no estaba de buen humor, o bien teníamos que esperar a que se durmiera para rodar las escenas de sueño. Los sonidos de la prisión le perturbaban bastante. Pero le ha gustado mucho esta experiencia. Todo el mundo se ocupaba de él: ¡todavía hoy a menudo le dice a su padre que quiere volver! Aquí, es muy complicado rodar con un niño de dos años. Nadie lo hace. En otros países, o en Hollywood, aconsejan tener gemelos: cuando uno de los dos duerme, el otro puede estar en el rodaje. Fue muy cansado encontrar trucos para mantener su atención durante dos semanas.
Incluso invita a los niños a llevar la cámara, como vemos en Les Enfants de Chatila. Parecen plenamente conscientes de la situación y tienen una visión muy madura.....
Hice una trilogía documental sobre los niños. La primera película fue Les Enfants du feu (Los niños del fuego), rodada en Nablús con un niño de 12 años y una niña de 11. Ambos muy maduros para su edad. El hecho de vivir bajo la ocupación y de oír a sus padres hablando de ello todo el rato, el hecho de que la televisión esté siempre conectada a los canales de noticias, que sus padres hayan ido a la cárcel, que hayan ido a visitarlos, que su casa haya sido destruida... todo esto hace crecer todos los días, y muy rápido. He investigado mucho sobre la infancia, he conocido a muchos niños y finalmente elegí a los que quería seguir: los más habladores, los menos tímidos. En mi segunda película, Les Enfants de Chatila (Los niños de Chatila), quería ver a través de sus ojos, de su imaginación, de sus sueños: por eso les tendí la cámara, era una idea nueva.
Había visitado el campo de Chatila siendo estudiante: los refugiados se imaginaban Palestina como un sueño. Cuando los israelíes destruyeron todo en 1982, Chatila se convirtió en un símbolo del exilio, un símbolo muy triste, de masacre y desarraigo. Quería filmar a los niños con su pasado. El chico que elegí, Issa, me emocionó mucho; había soñado con él incluso antes de conocerle, es muy extraño. Un chico extraordinario. Ha tenido un accidente de coche y ha perdido la memoria. Habla muy despacio, a menudo me cuenta sus sueños; es especial. Representa a los niños del campamento, sí, pero él es diferente y eso es lo que me gustó. Intenta recordar, recuperar la memoria del pasado. Es muy simbólico.....
En la tercera película, Rêves d’exil (Sueños del exilio), profundicé en esta idea, pero siguiendo a dos chicas de otro campamento, Dheisheh, en Belén. Fui a filmar la liberación del sur del Líbano porque había oído que los palestinos iban a la frontera. Era muy difícil integrar la historia de estas niñas en una narración sin abordar el contexto histórico. Pocos días después de cruzarla, la frontera se convirtió en una zona militar muy vigilada; llegar allí era difícil para los palestinos, que se arriesgaban a ser asesinados. Nuestras imágenes se convirtieron en testigos importantes: sin la cámara, los hechos ya no existen, encarnan una forma de esperanza para los palestinos.
Todas mis películas se hicieron durante guerras o en momentos clave, y las secuencias que filmé en la frontera ahora forman parte de la historia: por lo tanto, me atraviesa un sentimiento extraordinario cada vez que filmo. De hecho en ese momento, lloré mucho, y también lo hizo mi equipo. En la película hay una joven en Chatila, la poetisa; su manera de elegir sus palabras y de expresarse está en considerable contraste con la realidad. Muchas de mis películas se construyen sobre este poderoso contraste entre la imaginación y la realidad. La imaginación de los jóvenes palestinos y sus sueños de una Palestina viva contrastan con la dureza de la realidad. Estos sueños crean su propia identidad. Es por eso que la causa palestina puede ser preservada, puede permanecer viva, especialmente en los campos de refugiados.
Al abandonar Beirut, asediada por el ejército israelí en 1982, la OLP perdió todas sus imágenes de archivo, confiscadas en la frontera. ¿Ha conocido usted una desgracia similar?
No, porque trajimos nuestras imágenes a Francia. Hice una película con Jean Chamoun, Sous les décombres (Bajo los escombros), realizada con el CNRS [Centro Nacional para la Investigación Científica] y un laboratorio francés. Los nuestros se salvaron, pero muchos archivos fueron confiscados, sí. Mi marido ha trabajado a menudo sobre la Revolución palestina con el Instituto Palestino; muchas de sus imágenes se perdieron, pero una de sus películas se salvó, una película muy importante que hizo con Mustafa Abu Ali, Tel al-Za'atar. Tengo el presentimiento de que las cosas van a cambiar, que las imágenes resurgirán. Muchos países de todo el mundo están interesados en los archivos de la historia palestina e incluso los están restaurando. No es tan trágico como se puede pensar, finalmente.
Su marido también hizo una película sobre las cárceles de mujeres palestinas, Terres des femmes (Tierras de mujeres).
Es la historia de Kiffah Afifi, una mujer palestina del campo de Chatila, encarcelada en el sur del Líbano. Es una película muy bonita y un documento histórico. Porque esta prisión, la de Khiam, fue destruida por el Ejército israelí en 2006. Por lo tanto, es una de las muchas películas que pueden alimentar la Historia, y es la única sobre Khiam. Ese es el poder del documental. Eso es lo que he aprendido: las películas, ya sean documentales o de ficción, provienen de la realidad.
¿Cuál es la diferencia según usted entre el documental y el reportaje periodístico?
Una diferencia muy grande. Los reportajes a menudo se centran en la violencia y las masacres, y en un periodo de tiempo muy corto. Los documentales aportan humanidad concentrándose en los personajes y en la narración. Lo que me gusta especialmente con los documentales es poder hacer algo más que una simple entrevista con la otra persona: contar una historia, la historia de las personas, es relacionarse con ellas, poner una historia real a una cara. La información televisiva sigue siendo importante porque nos dice lo que está pasando en el mundo, pero la gente olvida las noticias puras y duras porque están desfilando continuamente. Hay demasiadas imágenes que integrar. Debemos aportar algo sensible para contrarrestar el olvido. El documental cinematográfico se vive, se siente, tenemos la sensación de conocer a los personajes, nos preocupamos por ellos. Para preservar la historia también están los libros, pero los libros no transmiten la historia íntima de los personajes: en el documental, su historia se escribe con su propia voz y su propio pensamiento. Cada vez más jóvenes a los que no les gusta leer se interesan por el documental, se hacen preguntas y quieren entender. Hace falta un lugar donde puedan cuestionarse y eso es el cine.
¿Cuál fue su reacción al enterarse de que 3000 Nuits había sido censurada por el Ayuntamiento de Argenteuil durante la edición 2016 del festival Ciné-Palestine?
Al principio me sorprendió mucho, porque ¡es la primera vez que una de mis películas es censurada en Francia desde los años 60! Pero en Argenteuil también habían censurado Le Sociologue et l'Ourson (El sociólogo y el oso) sobre el matrimonio homosexual al mismo tiempo que la mía: fue gracioso, al final. Todo esto creó una especie de vínculo entre estas dos películas. Los artículos sobre esta censura han florecido en los medios de comunicación y se han firmado peticiones. Incluso se organizó una caminata en un parque ¡con megáfonos! Caminamos con el equipo, los productores, el distribuidor, todas las asociaciones. Finalmente proyectamos la película en la MJC de Argenteuil [la Casa de la Juventud] con el festival Ciné-Palestina. El estreno tuvo lugar en presencia de Ken Loach en el Instituto del Mundo Árabe. ¡Fue increíble! La censura organizada por el ayuntamiento fue una gran oportunidad para promover la película. También sucedió en Italia: la película había sido programada en la Universidad de Roma Tre y me dijeron, mientras estaba en el avión, que la proyección había sido cancelada a petición de la Embajada de Israel. ¡Increíble! Estaba conmocionada. Esa misma noche, en protesta, la película se proyectó en tres lugares diferentes de Roma. Los periódicos han hablado mucho de ello: la censura despierta a la gente. El cine no es sOlo un arte, es un arte que toma partido en las luchas.
Desde marzo, unos 100 palestinos han muerto en Gaza durante manifestaciones por el derecho a regresar a sus tierras. Este año la temática del festival Ciné-Palestine ha rendido homenaje a la Nakba de 1948. ¿Qué le sugieren estos acontecimientos recientes?
Un montón de cosas. La Marcha del Retorno está hoy en Gaza, pero comenzó en el Líbano en los campos de refugiados. En 2009 un francotirador israelí disparó a mi sobrino, que estaba desarmado, por la espalda durante esta marcha: ahora está en silla de ruedas, y muchos murieron entonces. Esta generación que lucha y se arriesga está animada por la misma fuerza que animó la de 1948. Los jóvenes palestinos no han olvidado sus derechos, este derecho al retorno, un derecho muy simbólico. La famosa cita de David Ben Gurion, "los viejos morirán y los jóvenes olvidarán”, es totalmente errónea: ¡Esta marcha demuestra lo contrario! Y especialmente en Gaza, esa prisión en la que la gente no puede ni salir ni entrar, viviendo en condiciones miserables, donde todo está devastado: sin esperanza, sin comida, sin agua, nada. No son solo 150 personas muertas; son 20.000 heridos y los vivos que sufren más que los que han muerto. Los soldados usan balas explosivas —que causan el mayor daño posible— que no existen en ninguna otra parte. Si te disparan en la pierna, tienes que cortarla; los soldados israelíes disparan estratégicamente con estos objetivos. Por ejemplo, el jugador de fútbol de Gaza Mohammed Rabo ha perdido las dos piernas. ¡Hasta le dispararon en el pecho a una enfermera que aún llevaba su bata! Disparan a los niños. Disparan a la gente por la espalda. Los que van a la frontera saben que morirán o quedarán discapacitados de por vida. En tanto que directora, debo consagrarme a contar todo eso.
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