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Crisis climática
Sobre la obsolescencia no programada del petróleo
Tenemos una serie de avisos a través de los medios de comunicación a los que seguramente no estamos prestando suficiente atención. Digo esto en relación al conjunto de países y ciudades en todo el mundo que han anunciado medidas de restricción de todo tipo a la circulación, o incluso a la venta, de vehículos de combustión, empezando en fechas próximas como el 2025 (Noruega), el 2030 (Reino Unido, Dinamarca o Países Bajos) o el 2040 (España o Francia). También por parte de las grandes marcas automovilísticas que han anunciado que dejarán de vender este tipo de vehículos, y producirán exclusivamente vehículos eléctricos (Honda, Renault, Ford o Volvo).
Y, mientras, los expertos en recursos naturales como Antonio Turiel, científico que trabaja en el CSIC como investigador, explican que no tenemos disponibilidad de materiales necesarios para producir, en versión eléctrica, ni siquiera un pequeño porcentaje de los vehículos de combustión que hoy producimos. También que las petroleras han dejado de invertir en nuevas prospecciones, porque el precio de extraer el petróleo que queda no tiene todavía un mercado que se lo pueda permitir y, por tanto, no tiene sentido gastar dinero. Quizás en breve se tendrá que hacer desde el sector público.
Doy por improbable una toma de conciencia colectiva a altas instancias, y sí que aquellos que no están tomando medidas lo hacen con imprudencia o inconsciencia, por acción o por omisión
Por lo tanto, tenemos indicaciones significativas que parecen apuntar a que nos estamos acercando al final de la era del petróleo y derivados, que han ofrecido la capacidad infinita de transformación y movimiento a nuestra civilización sobre la Tierra. Y también, que no podemos contar con una alternativa a la escala, ritmo, dimensión o intensidad que tenemos con el petróleo. Coches, camiones, barcos y aviones usan esta fuente de energía que se acaba, y uno tiene la sensación de que podemos quedar estancados en pocos meses de forma caótica y peligrosa si no nos preparamos para hacerlo de forma gradual y ordenada.
Así, es posible que nos acerquemos hacia un cambio del mundo tal y como lo conocemos. No porque queramos, no porque preocupe el cambio climático, no porque el conjunto de los países, industria, comercio, etcétera, hayan adoptado de repente una preocupación social y ambiental y hayan tomado conciencia, sino porque aquellos líderes con conocimiento sobre el tema y un mínimo de responsabilidad han visto encenderse las alarmas. Doy por improbable una toma de conciencia colectiva a altas instancias, y sí que aquellos que no están tomando medidas lo hacen con imprudencia o inconsciencia, por acción o por omisión. Probablemente estamos inmersos, de hecho, en una carrera hacia lo desconocido.
En este contexto, son posibles muchos escenarios. Los más dramáticos quizás apuntan hacia la declaración de un nuevo estado de alarma a nivel mundial, esta vez por la carencia de petróleo. El estado de alarma sería necesario para decidir qué usos pueden tener acceso al petróleo y por qué; usos que no tienen alternativa y son servicios básicos, por ejemplo, porque necesitan grandes maquinarias, construir cosas básicas y necesarias, transportar comida u otras actividades similares y que son por lo tanto imprescindibles. La pandemia nos ha dado una muestra de lo que pueden llegar a hacer los diferentes países. También de cuáles son aquellas actividades que han encontrado alternativa y probablemente no formarán parte del futuro de nuestras vidas. Podéis empezar a hacer la lista: trabajo 100% presencial, quemar petróleo para desplazarse, ir de vacaciones en crucero, volar de forma generalizada, o producir en China.
Pocos querrán ser los primeros en tomar medidas, anunciar restricciones o recortar privilegios. No vivimos en una sociedad que valore los ejercicios de responsabilidad
También tenemos ejemplos de países que ya en crisis precedentes de disponibilidad de petróleo decidieron estratégicamente que no podían depender de una fuente de energía totalmente importada y empezaron a desarrollar alternativas para los sectores más dependientes: producción de energía y movilidad. Quizás el caso más emblemático es Dinamarca, donde la crisis del petróleo de los años 70 marcó un punto de inflexión a nivel de país y hoy produce un 80% de su energía de fuentes renovables y es un modelo en el desarrollo de infraestructura ciclista y transporte público. El conjunto de países nórdicos y germánicos son un referente, no solo Dinamarca. Hay que tener en cuenta que el camino de la descarbonización no es solo deseable si es un imperativo, sino que en cualquier caso tiene sentido, ya sea a nivel de mejora del impacto sobre el cambio climático o del consumo de recursos en las economías desarrolladas.
Finalmente, si realmente como parece nos encontramos en el escenario de finalización del petróleo barato, esto no tendrá solo un impacto sobre la movilidad, sino que las afectaciones serán mucho más profundas: bienes de consumo, servicios básicos, comida, transporte. Hoy ya todas las instancias, públicas y privadas, a nivel mundial, estatal, regional o municipal, tienen responsabilidad si no toman medidas. Quizás los estados tienen la principal competencia porque de ellos depende la planificación estratégica de las grandes crisis que están por llegar. Pocos querrán ser los primeros en tomar medidas, anunciar restricciones o recortar privilegios. No vivimos en una sociedad que valore los ejercicios de responsabilidad. Siempre habrá quien querrá mantener el estilo de vida, y algunos incluso podrán imponer su salvaguarda. Necesitaremos una clase política con capacidad de solidaridad y empatía a nivel mundial si queremos superar como especie la obsolescencia no programada del petróleo, en un escenario temporal de una década como nos lo anuncian.
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La verdad es que me resulta difícil confiar nuestro destino a la aparición de una clase política solidaria y empática, desconectada del sistema productivo y capaz de organizar la economía a base de estados de alarma. Si el estado es la expresión de la dominación de clase, entonces es difícil que sus representantes se salgan del carril de la ganancia del capital, como hemos visto recientemente con nuestro gobierno progresista y el tarifazo eléctrico.
Parece que todo apunta a una reafirmación del imperialismo occidental, como estamos viendo en las conversaciones de la OTAN, a una escalada armamentística global y, por lo que se atisba del plan Next Generation, a una administración público-privada de los recursos naturales asfixiada por la deuda y más acorde al ecofascismo contra el que personas como Taibo llevan advirtiéndonos desde hace lustros.
Más que en la lucidez de una clase política consciente, temo que será la propia agudización de la lucha de clases y de las contradicciones de un modo de producción agonizante las que marcarán el devenir histórico que, en cualquier caso, a corto y medio plazo no pinta nada bien.
Usando dos citas bien conocidas, solo el pueblo salva al pueblo y toda política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros.
Salud.