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El 16 de febrero de 2019, en Kherrata (Argelia), la ciudad donde tropas coloniales francesas llevaron a cabo una infame masacre de manifestantes por la liberación en 1945, cientos de personas tomaron las calles de nuevo para expresar su ira. El movimiento fue provocado por el anuncio de ese mes de la intención del presidente Abdelaziz Bouteflika de presentarse a un quinto mandato, que los manifestantes vieron como la última humillación.
Tras un derrame unos años antes, Bouteflika no podía hablar o moverse sin su silla de ruedas. En la práctica había dejado la escena política y evitado cualquier presencia en los medios. Sus apariciones personales eran ya extremadamente raras antes de su aislamiento, después del cual fueron sustituidas por su retrato oficial, en un marco. Cuando el régimen mostró el marco del cuadro en una ceremonia oficial y anunció su candidatura a las elecciones presidenciales, la gente explotó.
La revuelta se expandió rápidamente a varias ciudades en el este del país, antes de barrer toda la nación el 22 de febrero.
Catalizador de la rabia
El uso de la fotografía de Bouteflika en su ausencia impactó profundamente a los argelinos, cristalizando su rabia y llevando a que enormes cantidades participaran en las manifestaciones pacíficas de 2019. Esta rabia se volvió el principal catalizador para el Hirak (el Movimiento) y dio forma a su principal demanda: la marcha de Bouteflika.
Pedían la dimisión de Bouteflika los jóvenes, los no tan jóvenes, mujeres y hombres, que tomaron las calles por millones. Diversas clases sociales se encontraron en la misma lucha, exigiendo la retirada de todos aquellos que les dominan. El eslogan ‘Yetnahaw Gaâ (‘Que se vayan todos’) se volvió el principal leitmotif del Hirak.
La Década Negra minó el potencial para cualquier resistencia importante por parte del pueblo argelino en los años siguientes
Muchas de las manifestaciones estaban lideradas por mujeres que se declararon iguales a los hombres y desafiaron tanto el denominado código de familia, una ley que institucionaliza su inferioridad, como los códigos sociales que les confinan a un estatus subalterno.
Una larga lucha por la liberación
El Hirak es la última de una larga serie de revueltas en Argelia desde los ‘disturbios’ de octubre de 1988. Entonces, miles de jóvenes tomaron las calles para denunciar su miseria y demandar una mejora en sus deplorables condiciones de vida. Los políticos utilizaron la oportunidad creada por la revuelta para exigir la introducción de un sistema pluripartidista.
Desde la independencia en 1962, sólo el Frente de Liberación Nacional, (FLN), el partido dirigente, tenía el derecho de existir hasta que la revuelta de octubre llevó al nacimiento de un sistema electoral más ‘abierto’. En 1991 el Frente Islámico de Salvación (FIS) ganó la primera ronda de las elecciones pero esta victoria duró poco. Un golpe liderado por el Ejército llegó poco después y sumió a Argelia en diez años de violencia. Esto se conoció como la ‘Década Negra’, durante la que cientos de miles de personas murieron.
La pandemia de covid-19 se ha mostrado como una oportunidad de oro para le Pouvoir, que aprobó unas restricciones más políticas que sanitarias
La Década Negra minó el potencial para cualquier resistencia importante por parte del pueblo argelino en los años siguientes. La memoria reciente de la guerra civil fue un factor clave que impedía la difusión del tipo de levantamientos de gran escala que barrieron Oriente Medio y el norte de África desde 2011. ‘Le Pouvoir’ (‘el Poder’, como se conoce comúnmente a la clase dirigente) surfeó esta ola de miedo para imponer su mando, como había hecho durante los 20 años del reinado de Bouteflika. Pero la humillación sentida por el ‘retrato enmarcado’ como único candidato en las elecciones presidenciales rompió este miedo, y llevó a millones de argelinos a las calles.
Aunque el Hirak tuvo éxito en conseguir la marcha de Bouteflika del escenario político en abril de 2019, así como la cancelación de las elecciones presidenciales, el Ejército utilizó este momento como una oportunidad de recuperar el control mediante su jefe de personal, Gaïd Salah. Se volvió el hombre fuerte del Estado argelino. Este secuestro del Hirak fue el ataque más serio a la demanda clave del movimiento: ‘Dewla madania machi askaria’ (‘Un Estado civil, no militar’).
Leal a su política autoritaria, el Ejército pasó a detener manifestantes en masa, e impuso nuevas elecciones en diciembre de 2019, contra la voluntad de las calles. Estas elecciones fueron, al final, boicoteadas en gran parte, pero el Ejército —sordo ante las demandas de los manifestantes— las utilizaron para llevar a cabo una feroz represión, encerrando a cientos de argelinos.
Un movimiento resiliente
La pandemia de covid-19 se ha mostrado como una oportunidad de oro para le Pouvoir, que aprobó unas restricciones más políticas que sanitarias. Principalmente, aplicó una prohibición sobre todas las reuniones y manifestaciones públicas, que habían estado teniendo lugar cada viernes durante más de un año. El régimen también prohibió todos los viajes, con la intención de acabar con el Hirak.
El régimen siguió poniendo a los manifestantes como objetivo, arrestando a periodistas que estaban comprometidos con la lucha. El reciente encarcelamiento de Khaled Drareni, un periodista internacionalmente reconocido que había estado cubriendo las protestas argelinas desde que empezaron, ilustra la determinación del Estado para silenciar al Hirak. A pesar de su enfoque de mano dura, la resistencia no ha sido vencida y la gente se mantiene resiliente.
El Hirak está esperando al levantamiento oficial de las restricciones para tomar las calles de nuevo. Le Pouvoir es consciente de esto y está ganando tiempo prolongando las medidas excepcionales.
La fuerza del Hirak descansa en su capacidad de movilizar a los argelinos en torno a su demanda de una transformación completa y contundente del sistema político existente. Cada simbólica ‘rama de olivo’ hecha por el régimen, que ha incluido la detención de antiguas figuras políticas, incluyendo al hermano del ex presidente, Said Bouteflika, ha sido rechazada como insuficiente por los manifestantes.
Sin embargo, el talón de Aquiles del Hirak es la falta de un liderazgo político capaz de federar las diferentes corrientes políticas que existen en su interior. Sólo cuando esto se haya establecido mediante el apoyo de sindicatos representativos, movimientos juveniles y organizaciones de mujeres podremos alentar el nacimiento del poder social necesario para conseguir la demanda del Hirak: Yetnahaw Gaâ (¡que se vayan todos!).
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