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Antropología
De quinquis a mercheros: los primeros desertores del arado
Tres escenas se suceden a lo largo de esta historia. La primera se remonta tres o cuatro siglos atrás: una familia acampa en un solar de las afueras de cualquier pueblo de la península Ibérica. Acaban de llegar y están a punto de irse, hacen su vida temporalmente alrededor de una fogata y junto a un carro que les sirve de vivienda y transporte, cargado de utensilios para reparar calderos y demás baratijas y quincallas —objetos metálicos generalmente de escaso valor— hechas a mano para su venta. La segunda escena, más contemporánea, inicia con una pareja de guardias civiles irrumpiendo en esa primera estampa de la familia con el carro. Los uniformados patean la olla de comida que está sobre el fuego y les echan del pueblo; la secuencia continúa en una persecución que dura décadas con su culmen en el tardofranquismo, cuando los hijos y nietos de esa familia del carro acabaron ocupando titulares que los trataban como auténticos enemigos públicos. La tercera escena, la presente, es la calma, el silencio, aquellos que antes eran protagonistas constantes de la crónica negra de pronto se esfumaron, siguieron su camino o se mezclaron con el resto de la sociedad perdiéndose su rastro.
Desde sus difusos orígenes han recibido el nombre de quincalleros o mercheros, recorrían la geografía en carros valencianos agrupados por familias o clanes y se dedicaban a arreglar ollas y otros enseres cotidianos y objetos de mercería —de ahí su nombre—, a trabajar de temporeros en el campo o a otros quehaceres similares, pero siempre manteniendo un estilo de vida nómada.
Existe escasa bibliografía en la que se trate en profundidad la historia de este grupo humano. Javier García-Egocheaga firma Minorías malditas: la historia desconocida de otros pueblos de España (Susaeta, 2003), uno de los trabajos más recientes en los que se habla de los mercheros, de quienes afirma que son “un pueblo que se define por su profesión y que, por ser esta poco valorada, es asimismo discriminado. O viceversa: como están discriminados, ejercen —o han ejercido tradicionalmente— un oficio de mala consideración. Vamos, la pescadilla que se muerde la cola”. Para el autor, esta condición, unida a la trashumancia “como causa de marginación en la totalidad de los pueblos europeos que la han practicado desde la baja edad media”, hace de los mercheros “un ejemplo paradigmático de pueblo maldito”.
El único periodo de la historia contemporánea en que los mercheros, o quincalleros, recibieron atención suficiente para hacer correr la tinta fue en las postrimerías de la dictadura y los inicios del periodo constitucional, cuando el apelativo de quincallero (o quinquillero) se redujo a quinqui en los titulares de la prensa de la época con protagonistas como el mítico Lute, el merchero más famoso —aunque existe el rumor de que Paco de Lucía también era merchero—, llenando crónicas con sus fechorías e imprimiendo en el inconsciente colectivo la asociación indivisible entre las palabras quinqui y criminal, que llevó incluso a acuñar un género cinematográfico propio. La prensa y las autoridades de la época utilizaron una denominación derivada de un oficio, atípico pero honrado, para agrupar a toda la delincuencia común de un periodo histórico sociopolíticamente muy complicado en el que miles de personas huían de la miseria homogénea que la dictadura dejó en el campo para formar parte del mosaico de la miseria en conurbación.
Jesús García Barata vive en León, tiene 61 años y es merchero. Para un merchero, el término quinqui es profundamente despectivo por las connotaciones adquiridas al final del franquismo. No obstante, Jesús reconoce que aquellos fueron “tiempos duros” en los que la vida le “obligó a veces a hacer cosas” que ni a él mismo le gustaban, “pero es que no nos abrían las puertas, había que sobrevivir”, aunque matiza que “aquella España acabó y la sociedad merchera cambió”. Jesús, o el Rojo como le conocen muchos mercheros de la región porque de niño era pelirrojo, pertenece al clan de los Baratas. Las paredes de su casa están llenas de recuerdos, de fotos de hace años, de familiares y amigos de sus años mozos, de sus viajes al campo con Tina, su mujer; de su hermano de joven, ya fallecido, con greñas en la nuca y mirada desafiante.
Juan Antonio Giménez es amigo de Jesús y también es merchero, va a menudo a casa del Rojo a pasar el rato. Nacido en San Fernando, Cádiz, y criado en Écija, ahora vive en León y trabaja en una aseguradora, pero los fines de semana se dedica a la compraventa de antigüedades en el rastro. Al buscar la palabra merchero en el Diccionario de la Real Academia Española, este remite al significado de la palabra quinqui, que a su vez tiene dos acepciones: “Persona perteneciente a cierto grupo social marginado, que generalmente se gana la vida como quincallero ambulante” y “persona que comete delitos o robos de poca importancia ”. Esta doblez semántica le “da rabia” a Juan Antonio, porque la palabra quinqui “viene de quinquillero, que a su vez viene de quincallero, que es un oficio desarrollado por mercheros históricamente”, recuerda. “Un delincuente es un delincuente, y un quinqui es aquel que vende quincalla, que es el grupo al que yo pertenezco y yo no soy ningún delincuente. Que la RAE se lo vaya mirando”, remata.
Una sociedad aparte
Los mercheros son una comunidad difusa que ha tenido muchas denominaciones dependiendo del periodo histórico y la ubicación geográfica. En el libro La España de los quinquis (Planeta, 1974), uno de los pocos monográficos dedicados a los mercheros, Jesús de las Heras y Juan Villarín calcularon que en aquella época el número de miembros del colectivo oscilaba entre las 50.000 personas “según estimación policial” y las 200.000 según “otras fuentes privadas”, y estaban repartidos principalmente en el noroeste y Extremadura.
Respecto a la denominación, merchero es el apelativo que utilizan para referirse a sí mismos; antaño también eran conocidos como buhoneros, y en la actualidad —además de quinqui y quinquillero como denominaciones más conocidas— en Galicia se les llama moinantes y en Castilla y León andarríos, ambas variantes locales también con connotaciones negativas. Como pueblo trashumante dedicado a oficios considerados menores, siempre han sufrido marginación y discriminación hasta el punto de volverse herméticos y desarrollar un idioma propio, una sociedad aparte, una etnia a menudo endogámica pero no siempre, sobre cuya procedencia se ha especulado mucho.
María Remedios García Grande es una de las mercheras más implicadas en investigar y difundir su cultura y ha sido la fuente primordial para realizar este reportaje y acceder al resto de entrevistados. En su blog El Rincón de los Mercheros, recopila fotografías e información sobre “la raza merchera” y explica lo que ocurrió con su padre, Pedro Pardo Romero alias ‘El Peleas’, un verdadero quinqui asesinado por ETA en 1986 en el bar que regentaba en Bermeo por, según dijo entonces la banda terrorista, vender droga, algo que María sí reconoce pero sentenciando que su padre “merecía una condena, pero no de ETA sino de la justicia”.
Al facilitar los contactos, María avisa de que no todos van a estar dispuestos a hablar. El hermetismo transmitido de generación en generación sigue vigente para muchos mercheros, que continúan cerrados sobre sí mismos y sus familias. Ella es una de las pocas dispuestas a facilitar información sobre su comunidad a gente no merchera, y también ha sido promotora de la única prueba genética que se ha realizado a mercheros. David Comas, investigador del departamento de Ciencia Experimentales y de la Salud y director del equipo de diversidad genética humana de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, fue el encargado de realizar el análisis genético que promovió María Remedios y que está pendiente de publicación en una revista especializada.
Análisis genético
El estudio se hizo con muestras de ADN de 25 mercheros para determinar si compartían una procedencia común y diferenciada del resto de peninsulares. Comas explica que en el estudio observaron que se trata “de una población típica de la península ibérica” con una mezcla genética similar a la de la mayoría de los habitantes peninsulares. “No podemos decir que tengan un origen de otras partes de Europa u otros continentes, es decir, son una población típica de la península y no vemos que sean un grupo muy endogámico como se había dicho anteriormente ni se demuestran esos síntomas de aislamiento que a lo mejor se intuían”, afirma el genetista catalán, quien añade que, en cualquier caso, “una etnia no puede describirse solo con la genética, pues es algo mucho más amplio, una transmisión de valores, tradiciones y aspectos sociales” que, en el caso del pueblo merchero, “son los que se deben tener en cuenta”.
Respecto a esos valores y tradiciones, a los mercheros siempre se les ha asociado con los gitanos por la similitud de sus costumbres en lo que respecta a su pasado errante. De hecho, es común la creencia errónea de que los mercheros o quinquilleros son el fruto del mestizaje entre payos y gitanos. En ese sentido, y a pesar de que sí existen familias mixtas de gitanos y mercheros, estos siempre han tratado de deslindar su cultura de la gitana y reivindicar su identidad. Teresa Barata tiene 69 años y nació en Villadangos del Páramo (León), en una familia de padre y madre mercheros. Recuerda cómo en el colegio los otros niños la llamaban gitana y ella respondía que “gitana no, merchera y muy orgullosa”. Sin embargo, sí existe solidaridad interétnica. “Con los gitanos se metieron una vez aquí en Venta de Baños, los vecinos colgaron pancartas que decían ‘gitanos no’, y nosotros fuimos los únicos en salir en su defensa”, recuerda Patricio García, de 71 años, marido de Teresa y también merchero.
Teresa y Patricio se asentaron en Palencia dejando también atrás la vida merchera trashumante. Teresa sí la rememora con cierta nostalgia, pero Patricio no guarda un buen recuerdo de aquella época marcada desde su mismo nacimiento, pues su madre dio a luz junto a los muros de la cárcel en la que estaba preso su padre. “A mí esa vida nómada no me aportó nada, quedé muy acobardado y traumatizado al ver cómo trataban a mi padre en los pueblos”, rememora Patricio con amargura. “Una vez llevaba mi padre un montón de cacharros para arreglar, salía de un bar y un guardia civil le pegó tal tortazo que le tiró al suelo y tardó la hostia en levantarse. Ese fue mi primer trauma, allí empecé yo a pensar en lo que valíamos, a ver que no valíamos nada”.
La escena se repite en la memoria de todos los mercheros nacidos durante la dictadura que conocieron la vida ambulante. Teresa recuerda que “si faltaba una yegua o cualquier cosa por el pueblo iban directamente a tus padres, eras tú el culpable; te daban una patada a la comida, en la lumbre que tenía mi madre allí con una trébede para poner la cazuela encima y te quedabas sin cenar o sin comer”. Patricio explica que en su infancia vivió exactamente la misma escena: “A mi madre le tiraban la cazuela, con las alubias o el puchero con el que estuviera cocinando, y la guardia civil le gritaba ‘¡Venga fuera de aquí! ¡Ahora mismo!’”. Juan Antonio también asegura que sus abuelos habían vivido exactamente la misma escena en repetidas ocasiones.Los últimos mercheros
La mayoría de mercheros, y sobre todo los de edad más avanzada, ya han dejado la trashumancia asentándose definitivamente, pero algunas más jóvenes como Cristina Galiz mantienen el estilo de vida nómada. Tiene 29 años y junto con su marido David —que no es merchero— y sus dos hijos vive de feria en feria al frente de una atracción de sube y baja. En el momento del reportaje se encuentran en la feria de la Virgen de la Encina de Ponferrada. Cristina se ha criado de feria en feria, le “viene de toda la vida” porque sus padres y abuelos también eran feriantes. “Es un mundo bonito, vas a muchos sitios, conoces otros lugares y te encuentras con gente”, explica.
“Antes de dedicarse a la feria, a mis abuelos ya les llamaban quinquilleros porque se dedicaban a la quincalla, hacían cazuelas y las vendían por los pueblos con los carros”. Después el negocio progresó, “preparaban con hierros unas mesitas e iban vendiendo cosas”, y más tarde montaron las casetas de tiro y se volcaron en la feria, indica Cristina. Reconoce que tanto en las ferias como para encontrar trabajos más convencionales ha sentido discriminación: “Ya no por ser merchera, no dicen ‘estos mercheros’; te llaman gitana o te llaman andarríos” porque la gente “no sabe muy bien lo que es ni lo que no es”, afirma. Preguntada por si cree que la cultura merchera corre riesgo de desaparecer, reconoce que “muchos de los abuelos ya no están, pero quedamos los nietos que no renegamos de lo que somos”.
Sin embargo, después de tanta confusión sobre su origen y circunstancias, la duda sobre quiénes son los mercheros todavía nos asalta a los julays y a muchos mercheros de nueva generación. Jesús ‘el Rojo’ explica que los mercheros son un grupo de personas, “desertoras del arado”, que “no estuvieron de acuerdo con la vida sacrificada del campo y decidieron recorrer el mundo demostrando sus habilidades”. Juan Antonio, más prosaico, sentencia que “hoy en día un merchero tiene los mismos problemas de llegar a fin de mes, de pagar la luz, que cualquier persona”. La diferencia, dice, “es quizás es el sentimiento de pertenencia a un grupo que mantenemos los que tenemos una edad, pero los jóvenes ya no; mi mujer no es merchera y mi hija no siente eso, ella conoce porque le voy explicando, pero cuando tenga 30 años le quedará como algo anecdótico”.
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Un muy buen trabajo de @SergiRugrand y @Valero , de investigación antropológica, sobre la identidad de las minorías y sus luchas diarias por encontrar su lugar en este país nuestro del s XXI, están ahí, y aquí ,a nuestro lado ,esperemos que con trabajos como este se hagan más visibles