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Análisis
El declive global de la UE y la des-emancipación y re-racialización de Ucrania
Es sociólogo y profesor de Sociología en la Universidad de Rutgers.
Invito cordialmente al lector a observar las desigualdades y trayectorias incluidas en este gráfico, una visualización de los datos de rendimiento económico, obtenidos en los indicadores de desarrollo mundial del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), una base de datos de acceso público. La variable es PIB per capita (constante en dólares estadounidenses de 2015). Y que el lector, por favor, me diga –quizá en los comentarios– si cree que me he perdido o malinterpretado algo.
Puesto que esto es solamente un apunte de investigación, algo que estoy haciendo rápidamente “en los márgenes”, no quiero ni puedo entrar aquí en detalle, pero hay algunas cosas de este conjunto de datos que siento que debería señalar, especialmente en el contexto de la reciente decisión de la Unión Europea (UE) de abrir las negociaciones con Ucrania para su admisión como miembro de pleno derecho.
(1) La UE se mantiene en un declive global. Este período comenzó seriamente en torno a 2002, esto es, dos años antes del Big Bang de los accesos de 2004, que incorporó a ocho antiguos países del socialismo de estado de Europa oriental más Chipre y Malta a la Unión Europea.
(2) Tanto es así que la UE cayó por debajo de la marca del 300% en 2014 y no se ha movido de allí desde el año 2019. Es una potencia económica mundial que pierde sus ventajas globales, aunque lo haga lentamente.
(3) Ergo, dicho de otro modo, la UE es todavía una potencia del centro mundial, situándose muy por encima de la marca del 200%, la línea que se toma para separar el núcleo y la semiperiferia en el sistema mundial, pero al mismo tiempo ha estado, y de manera clara, en declive, algo que necesita decirse si queremos entender lo que está sucediendo. Particularmente si tenemos en cuenta que el historial de la UE muestra que consistentemente ha intentado compensar con sucesivas ampliaciones sus pérdidas en el cómputo económico global.
(4) La caída de la UE es más pronunciada desde 2008 (esto es, el año posterior a la entrada de Bulgaria y Rumanía).
(5) En cuanto a Ucrania, durante el período de 1991 a 2022 nunca ha conseguido superar la marca del 50%, por lo que, en consecuencia, ha de considerarse consistentemente como un estado periférico en el sistema global desde el colapso de la URSS. La destrucción de la URSS y el socialismo de estado significó para Ucrania, entre otras muchas cosas, una caída traumática de los estándares de vida, convirtiéndose en un caso de manual de periferialización a una escala sin precedentes.
(6) Dicho todo esto, Ucrania se desplomó visiblemente después del colapso de la URSS en 1991, hundiéndose por debajo del 20% del PIB medio mundial per cápita en 1996. Por comparar, “por debajo del 20% en el PIB medio mundial per cápita” es el rango en el que encontramos a Benín, Bután y Bosnia-Herzegovina en 1996, por nombrar solamente a aquellos estados cuyo nombre comienza con una “B”. Esto significa que Ucrania fue un estado del “Sur global”, post-soviético, periférico, durante los 17 años anteriores al estallido de las protestas de Maidan en 2013 y los 26 años anteriores a la agresión militar rusa en febrero de 2022. Así es como Ucrania debería ser vista y tratada.
(7) Llegados a este punto, debe concluirse que la UE se ha embarcado en una empresa verdaderamente sin precedentes, imponiéndose la tarea de admitir como miembro de pleno derecho a Ucrania, un estado que tiene
(a) un PIB per cápita que es inferior a un tercio del candidato más pobre que la UE había tenido hasta ahora (Bulgaria estaba en el 65’9% en 2007), o, dicho de otro modo, un estado que tiene un rendimiento económico de un 18’1% en la media mundial, en contraste con el ~300% de la UE. Una disparidad económica de 16’7 veces.
(b) Ucrania, por cierto, es considerablemente más pobre hoy que Moldavia (en torno al 33%) y Georgia (44’7%), los otros dos estados “aceptados” por la UE esta semana, y
(c) todo ello en relación a un estado, Ucrania, que ha estado de facto en una guerra “caliente” con Rusia, bajo el asedio de una de las mayores potencias militares del mundo, durante casi dos años.
(8) Consiguientemente, la entrada de Ucrania, Moldavia y Georgia –de llegar a ocurrir nunca– tendrá como consecuencia:
(a) una reducción del rendimiento económico global de la UE per cápita, esto es, contribuirá a la trayectoria de declive longue-durée (de larga duración) de la UE, sin mencionar, claro está,
(b) la creación de disparidades económicas en el seno de la Unión Europea aún mayores que las de hoy,
(c) incrementar la posibilidad de grados todavía mayores de dependencia intra-UE y su resultado consiguiente de cadenas de valor internacionales y transferencias de beneficios centrípetas.
En otras palabras, con la “invitación” a Ucrania la Unión Europa se ha comprometido a transformarse en una organización supraestatal todavía más explotadora, no solo en sus relaciones externas, sino “internas”, a lo que aún habrá que sumar las demandas políticas de los nuevos estados candidatos de un proyecto de subsidios económicos a escala de un nuevo Plan Marshall, solo que más grande y exhaustivo (pues es extremadamente poco probable que un mero 1% del PIB colectivo de los estados occidentales de la zona Schengen, aplicado durante tres años consecutivos, como ocurrió con EEUU y el Plan Marshall, sea suficiente para sacar a los futuros estados miembros de la UE, los más pobres, de su actual miseria económica), y se ha situado a sí misma en una trayectoria geopolítica colectiva para entrar, de jure (y no “únicamente” de facto, como lo ha estado hasta ahora) en una guerra con un gigante militar en sus fronteras. En otras palabras, se ha comprometido a una no dar solución a la guerra elevando la apuesta considerablemente. Resulta absurdo imaginarse que un procedimiento de entrada de Ucrania desescalará la guerra y acercará un acuerdo de paz razonable. Y ello en una guerra en la que únicamente la OTAN y unos pocos adláteres se alinean con Ucrania abiertamente contra Rusia, mientras la mayoría de las mayores potencias económicas y militares emergentes se alinean abiertamente con Rusia.
Dicho de otro modo, la UE se ha comprometido a convertirse en lo que hoy es Polonia o Hungría: un lugar donde el trabajo físico –desde los conductores de Uber a los cuidadores de ancianos, desde los transportistas de residuos a los trabajadores del hogar y otros empleados del sector servicios– lo lleva a cabo una nueva subclase de Europa oriental, re-etnificada y re-racializada, extremadamente mal remunerada e hiperexplotada, cuyo único “nicho” en el mercado de trabajo tiene que ver con sus niveles de melanina relativamente bajos y su dependencia de una ideología de “europeidad” que da pie a una cuasi-“carta blanca” (la ironía es intencionada) europea por debajo de su valor original, a la mitad o un cuarto, una forma de identificación que prácticamente solo puede usarse para obtener el dudoso privilegio de ser empleado en un país más rico por debajo de los niveles razonables de remuneración. En efecto, la UE se ha prestado a ser una enorme fuente de mano de obra muy barata, creando un acuerdo caracterizado por asombrosas disparidades a favor de los intereses del capital y los estados de la zona Schengen occidentales y sus ciudadanos de pleno derecho. En otras palabras, la des-emancipación y eliminación de los derechos colectivos de la antigua periferia soviética y la creación de gigantescas estructuras vinculantes de dependencia externa.
La UE siempre ha sido una entidad geopolítica, una unión aduanera racista con una increíblemente inflada e irreflexiva campaña de relaciones públicas colonial
En el contexto del resto de acercamientos, candidaturas e intenciones de adhesión pendientes, de ambiciosos miembros de la “vecindad comunitaria” de la UE (para una lista completa, véase la propia página de la UE), el actual liderazgo político de la Unión Europea ha tomado una posición muy clara con respecto al problema identificado por quien fuese ministro de Asuntos Exteriores de Alemania Joschka Fischer en su famoso discurso del 2000 “Reflexiones sobre la finalidad de la integración europea”. Aparentemente, la UE desea expandirse hacia el Este, en el antiguo espacio geoeconómico soviético y, al hacerlo, favorece a tres sociedades post-soviéticas pobres con una mayoría de población racializada como blanca —aunque sea “solamente” de la variedad “blanco sucio”— por encima de sociedades que no pueden, y no serán, racializadas como “blancas”.
En otras palabras, la verdadera “finalidad” de la integración europea (por emplear la expresión increíblemente franca de Fischer) usa un código “racial”. Por ejemplo, una comparación con la aplicación pendiente como miembro de pleno derecho de la UE de Turquía (N.B.: ¡pendiente desde 1987!) —un estado que actualmente tiene un PIB per capita aproximadamente del 121% de la media mundial, más de seis veces más que el de Ucrania, más elevado que el de actuales estados miembro de la UE como Bulgaria o Rumanía y no muy por debajo del de Hungría— sugiere que la maquinaria política de la Unión Europea privilegia claramente una percibida unidad “racial” —más concretamente, el potencial “blanco” la población del estado candidato que ha de transformarse en una clase trabajadora del sector servicios y doméstico intraeuropea— por encima de cualquier tipo de rendimiento económico del estado candidato. La élite de la UE cree que “sabe” cómo tratar a los europeos orientales que “pasarán”, más o menos, tanto como puedan, como una subclase racializada de “blancos sucios” durante generaciones. Son “blancos sucios”, sí, pero sus culturas siguen diciéndoles que son, a pesar de todo, “blancos”. Así que está bien. La élite de la UE se siente más cómoda con esta opción que la alternativa, una población que ni es cristiana ni se puede emblanquecer de asiáticos occidentales, y no hablemos ya de los norafricanos.
Añádase a todo ello el asesinato políticamente sancionado de grandes cantidades de personas de sociedades africanas y asiáticas en el Mediterráneo, decenas de seres humanos arriesgando sus vidas por la idea de servir al capital-estado-y-la-sociedad europea occidental con su migración, si no se ahogan antes, respondiendo a los cinco siglos de llamadas coloniales, culturales y económicas de “Europa”, la tierra de la cultura y la civilización, por no hablar de los estándares de vida… y ante vuestros ojos tenéis el nuevo “orden” eurocéntrico.
Por lo que a mí respecta, estamos comenzando a ver el fin de la Unión Europea tal y como la conocemos. Los apologistas del proyecto de la UE tendrán que explicar cuentos de hadas todavía más extremos, más escandalosos y más absurdos y mentiras descaradas para presentar la práctica política y económica europea como remotamente compatible con algunos de los principios básicos de los principios democráticos liberales. El proyecto de relaciones públicas descansa por entero en la asombrosa ignorancia y el desinterés moral de su audiencia buscada en la vida “en cualquier otro lugar”, tanto en los extremos internos de la UE como fuera de ella. Especialmente si los nuevos desdichados de la UE son países que la burguesía europea occidental nunca visitará, en la medida en que no se encuentran en el “radar” de la industria turística.
En cierto modo todo esto era predecible: la UE siempre ha sido una entidad geopolítica, una unión aduanera racista con una increíblemente inflada e irreflexiva campaña de relaciones públicas colonial. Ahora todo ello está deviniendo una realidad, mostrando los contornos de un gran diseño geopolítico. Las máscaras están cayendo.
Una entidad con el nombre de “Unión Europea” continuará, quizá, existiendo durante cierto tiempo. La historia se toma en ocasiones su tiempo. Pero la UE que está emergiendo ante nuestros ojos será algo considerablemente más agresivo, más opresivo, más explotador, más desigual e injustificable de lo que lo ha sido.
Su inevitable caída no será algo agradable de ver, y todo el mundo, en todo el planeta, debería comenzar a pensar ya en cómo ponerse a resguardo.
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Pues... Por supuesto que si entran países con BIP más baja que la media europea baja la media de la conjunta de la UE... Eso no significa que está mal la economía europea. También, fijarse a la BIP es una cosa de pasado, ¿no? Podemos medir el bienestar de los países de muchos otros modos hoy en día.
¿Y cuando los países del este de Europa prefieren _mucho_ la Unión Europea a Rusia y quieren entrar? ¿Y estarían mucho mejor económicamente en la UE que fuera?