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La abstención ha sido la ganadora de las elecciones políticas vascas y gallegas del pasado 12 de julio de 2020. Para la clase política, aunque dicen lo contrario con la boca pequeña y de forma cínicamente paradójica, este hecho constatado no tiene importancia, ya que, en su análisis, la abstención no se presenta a las elecciones; la abstención no representa a nadie, no hay uniformidad en las personas que se abstienen, son muchos los motivos y circunstancias por lo que lo hacen. Para los partidos políticos y el sistema de democracia parlamentaria la abstención no cuenta, con la abstención siempre ganan quienes votan. Algunas mentes más preclaras dicen, incluso, que con la abstención siempre gana la derecha, que la izquierda es quien se abstiene. Antonio Pérez Collado en su libro Votar o decidir. Guía rápida para electores remisos, desarrolla y profundiza las respuestas a muchas de estas reflexiones.
La abstención no es una opción política, estamos cansados y cansadas de escuchar. Ahora vivimos en democracia y llevábamos cuarenta años sin poder votar así que ahora no voy a renunciar a mi derecho al voto, declaman algunas personas que vivieron la Transición. Pero la realidad es que el derecho a la abstención también existe (y si no existiera habría que luchar por él) aunque haya países en los que está prohibida por ley.
En definitiva, excusas y más excusas para no reconocer y afrontar esa realidad afortunadamente creciente. La abstención es una opción política que incluye el gesto voluntario y consciente de no votar el día marcado y el compromiso por construir tejido social alternativo al poder establecido durante el resto del año.
Ciertamente, no se trata de no ir a votar, de abstenerse sin más, de pasar de la política, ya que, los partidos que salen elegidos, con mayor o menor porcentaje, sí van a ejercer y tomar decisiones que hipotecan y afectan directamente a nuestro futuro como sociedad y a nuestras vidas como personas.
Sí apostamos por una abstención activa, es decir, no solo no votar sino participar en la construcción de una sociedad desde abajo, horizontal, no jerárquica, sin clase dirigente ni población dirigida, que dé las respuestas consensuadas necesarias a los enormes problemas que tenemos (pandemia, crisis económica, emergencia climática, antivalores éticos de la actual sociedad neoliberal, capitalista, patriarcal) y ello en el contexto de las coordenadas del apoyo mutuo, solidaridad, reparto, justicia social, democracia directa, libertad… que contemple lo colectivo y lo común frente a lo individual y lo privado.
Sin embargo, en las formalidades externas, aunque sea de forma paradójica y cínica, sí detectamos un gran consenso entre todas las formaciones políticas en relación a que la lucha principal es contra la abstención. Se trata de que todo el mundo asista a la gran fiesta de la democracia, que responda a la llamada que el sistema le hace, que delegue su poder y otorgue un cheque en blanco para que, durante los años de mandato, las y los políticos profesionales que salgan elegidos, puedan gobernar, mandar, gestionar, ejercer el poder… investidos con la fuerza de los votos y sin tener que dar cuentas a nadie. Bueno, si alguien les pide cuentas, y sea persona o colectivo, no dudan en enviarles a la policía (el nombre lo dice con rotundidad: los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado) para que reprima todo tipo de disidencias y reivindicaciones.
Si ese es el objetivo, evitar la temida abstención, los partidos tendría que tener algún tipo de preocupación cuando ven que cerca de la mitad de la población no asiste a su fiesta de la democracia, como ha sucedido en las pasadas elecciones autonómicas del 12J. Los datos de estas pasadas elecciones son claros.
En el País Vasco los resultados señalan que la participación ha sido del 52,86% y la abstención del 47,2%. En ese contexto, los resultados son elocuentes:
PNV: obtiene 31 diputados/as con el 39,12% lo que supone el 20,37% del censo.
EH-Bildu: obtiene 22 diputados/as con el 27,84% lo que supone el 14,71% del censo
PSOE: obtiene 10 diputados/as con el 13,64% lo que supone el 7,21% del censo
U-Podemos: obtiene 6 diputados/as con el 8,03% lo que supone el 4,24% del censo
PP: obtiene 5 diputados/as con el 6,75% lo que supone el 3,56% del censo
Vox: obtiene 1 diputada con el 1,96% lo que supone el 1,03% del censo
Estos datos suponen, que el previsible gobierno que se constituya estará formado por la suma de PNV y PSOE, es decir, el 27,58% de la población y con ello pretenden representar de forma excluyente al resto de la población, con ello, consideran estar legitimados para que la enorme mayoría que representa el 72,42% de la población sufra las consecuencias de su programa y acción de gobierno.
En Galicia los resultados son igualmente elocuentes, con una participación del 58,88% y una abstención del 41,12%.
PP: obtiene 41 diputados/as con el 47,98% lo que supone el 28,25% del censo
BNG: obtiene 19 diputados/as con el 23,80% lo que supone el 14,01% del censo
PSOE: obtiene 15 diputados/as con el 19,38% lo que supone el 11,41% del censo
Estos datos indican que el gobierno será del PP, lo que supone que el 71,75% de la población sufrirá el programa, la voluntad y la acción política de ese gobierno que confunde la parte con el todo y se otorga la representatividad de toda la población.
Lo realmente sorprendente es que con estos porcentajes no se sonrojen ante la población y pretendan imponer sus planteamientos, programas o despropósitos a los que nos tiene acostumbrada la clase política de todo el espectro ideológico.
No vamos a gastar un minuto en valorar estos datos sobre la abstención en relación a otras elecciones anteriores (en el País Vasco es la mayor de la historia desde 1994; mientras que en Galicia hay que remontarse a 1985 para encontrar un dato homologable); ni las circunstancias que esgrimen como excusas para la alta abstención en estas elecciones como consecuencia del miedo y la crisis del coronavirus; ni que se hayan convocado en pleno verano…; ni vamos a valorar nada que se le parezca porque siempre encontrarán justificaciones para estos altos niveles de abstención sin llegar a preguntarse de forma radical ¿a quién representan? ¿en nombre de quién hablan? ¿qué derecho tienen a tomar medidas unilaterales sin contar con la población?... Sí, es verdad, no nos representan. Fue Ricardo Mella quien, en su libro La ley del número, desmontó, entre otras cosas, todo este mito de las elecciones y el derecho de las mayorías.
Como decimos, podemos hablar de fracaso, de desafección de la política, porque esta temporada 2020 de la teleserie Vida política oficial, dedicada, entre otros asuntos al reclamo de las Elecciones políticas, ha tenido poca audiencia. La población no ha comprado esta temporada de la serie, lo que viene a significar que está inmersa en las problemáticas de otras series, en otras pantallas, que ha cambiado de plataforma digital, que esta ya no le interesa ni los debates en el Parlamento, ni las comparecencias en ruedas de prensa, ni las comisiones parlamentarias, ni las propuestas de reconstrucción económica… llegando al paroxismo de la desafección cuando en el último minuto de la serie el rey huye de España.
La política oficial se vive como una teleserie que no responde a ninguna realidad que tenga que ver con la vida de la población, habiéndose convertido en una permanente performance circense y esperpento mediático enrocado en si mismo, que se nutre de sus propios personajes que hablan sobre ellos mismos. Mientras tanto, la realidad de la vida de las personas la ponen en otra cadena, alejada de la política oficial.
La vida política oficial es una imagen fotográfica que se ha quedado congelada, fija, esclerotizada, cristalizada, aburrida, sin novedades ni alicientes, presuponiendo una sociedad también congelada, fría, monolítica, sin expectativas ni iniciativas propias. Una realidad llena de argumentos y palabras repetitivas, vacías, insensibles, cínicas, desafectas con la realidad que vive la población.
La desafección de la vida política oficial no implica que la población esté absorta, perpleja, pasiva, resignada… sino que son cada vez más las iniciativas populares por construir relaciones y estructuras sociales igualitarias, horizontales, de respeto a las diferencias, ajenas a prácticas de competición y explotación, que necesitan de lo colectivo y lo común para encontrar soluciones a su vida del día a día como, por otra parte, así ha sido siempre para que la humanidad haya seguido avanzando y sobreviviendo. Elinor Ostrom, la primera mujer premio Nobel de economía en 2009, en su trabajo El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva lo expone con convicción.
Nos venden que la democracia parlamentaria es el mejor sistema político y social que el capitalismo, esencialmente el occidental, exporta al mundo para mayor progreso de las personas. Votar, elegir, delegar el poder en la clase política para piense y actúe por nosotras. Falso, como señala David Graeber en Fragmentos de antropología anarquista. La democracia parlamentaria es el sistema político que mejor se adapta al neoliberalismo ya que es un sistema competitivo, en el que una minoría (como hemos visto en las elecciones del 12J) se impone sobre la mayoría que no la ha votado, un sistema de todo o nada en el que las iniciativas realmente positivas para la solución de los problemas y satisfacción de necesidades de las personas se supeditan a los intereses espurios del mercado y élite dirigente.
No vamos a desfallecer en nuestra tarea de contribuir a la construcción de alternativas y propuestas humanistas y colectivistas.
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Magnífico !!!...
En mi caso, más allá de omitir el serial oficial, contribuyo en pequeños proyectos alternativos comunitarios, dedico las pausas a afilar guillotinas para el armagedón que está al caer... Ya falta menos ت
“...construcción de alternativas y propuestas humanistas y colectivistas”. Si no existieran habría que inventarlas.
El no votar como decisión política consciente y militante es una opción muy respetable. Pero, también está la abstención como actitud pasota, como respuesta al estereotipo “todos los políticos son iguales”, como analfabetismo político, como asunto muy alejado de las preocupaciones cotidianas ineludibles (trabajo, hijxs, ingresos, Salud, etc.) Este no voto o abstención debería movilizarse para que formara parte o de la abstención consciente y militante o de la participación electoral apoyando las candidaturas de izquierdas que más defendieran sus intereses y que, en principio, estarían más próximas a la ideología de la “abstención consciente y militante” que a las posiciones de la derecha política. “La construcción de alternativas colectivistas”, de entrada, pareciera que son más facilitadas y posibles con opciones de gobierno de izquierdas que de derechas. Las dos realidades pueden ser compatibles y deseables. La democracia horizontal y participativa es el escalón siguiente a la democracia representativa.
La que abunda es la actitud pasota de los que van a votar, ese es el problema.
El efecto electoral es el mismo si la abstención es militante que si no lo es. Yo, particularmente, pienso que no votar ahora mismo es ponerle una alfombra roja a Vox. Y tampoco creo en la democracia burguesa y representativa pero digo yo que del mal, el menos...
Pero vamos que eso ya cada uno sabrá