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Unión Europea
Europeístas, neolengua y el papel de la Eurocámara
Las instituciones de la Unión Europea viven hoy un proceso acelerado de repliegue identitario. Igual que en el Estado español se utiliza la idea de “constitucionalistas” frente a la de “los que quieren romper España”, en Bruselas se contraponen los “europeístas” frente a “los que quieren acabar con Europa”.
El pasado mes de marzo, un periodista de este medio Yago Álvarez, de paso por Bruselas, describía indignado en un hilo de Twitter la campaña de publicidad institucional que el Parlamento Europeo ha puesto en marcha para llamar a la participación en las elecciones del 26 de mayo y que, bajo el eslogan Esta vez voto, decora la fachada de las pasarelas que dan acceso al edificio principal de la Eurocámara, el Altiero Spinelli.
Se trata de una serie de fotografías, acompañadas cada una de un mensaje escrito, con las que se pretende hacer un relato de los supuestos logros, las prioridades y los retos a los que se enfrenta la Unión Europea (UE) en los próximos años.
No es una campaña neutral. Cada fotograma tiene una profunda carga ideológica y es un reflejo de la correlación de fuerzas en el Parlamento y el resto de instituciones comunitarias que determina unas prioridades políticas claras. Por eso no es casualidad que los dos textos destinados a legitimar las políticas migratorias de la UE sean “Porque tenemos que trabajar juntos para proteger nuestras fronteras” y “Porque tenemos que trabajar juntos para gestionar la migración”, acompañados de las imágenes de una patrullera en el mar y de una montaña de chalecos salvavidas en la isla griega de Lesbos.
En el último pleno de la legislatura, el pasado mes de abril, la Eurocámara aprobó la reforma exprés de la Guardia Europea de Fronteras y Costas propuesta por el Consejo y la Comisión, con los votos a favor de conservadores, socialdemócratas y liberales —las familias europeas de PP, PSOE y Ciudadanos—.
La UE va a tener la capacidad de desplegar a 10.000 agentes, ya sea en territorio comunitario o en terceros países, para evitar que las personas migrantes y refugiadas pongan un pie en Europa, perpetuando las políticas de cierre y externalización de fronteras. Hace mucho que Bruselas se ha quitado las caretas con el tema migratorio y hoy ni la solidaridad ni la legislación internacional en materia de derechos humanos son una prioridad.
La prioridad es la Europa fortaleza, por lo que lo extraño habría sido colocar una imagen de un trabajador de una ONG rescatando a personas en el Mediterráneo, puesto que ellos y ellas son los únicos que lo hacen ante la dejación de funciones de la mayoría de los cuerpos europeos de guarda costera.
NACIONALISMO
Las instituciones de la Unión Europea y, en especial, el Parlamento Europeo, viven hoy un proceso acelerado de repliegue identitario que se caracteriza por la aparición del nacionalismo europeo. Es una tendencia que ha pasado por varias fases durante esta legislatura y responde a actores y sucesos que la UE ha presentado como amenazas existenciales, muchas veces sin serlo: la victoria de Syriza en Grecia en enero de 2015, las migraciones, Donald Trump, la guerra comercial con China, el terrorismo de Daesh, la relación con Rusia o el Brexit.
Lo mismo que en el Estado español se utiliza la idea de “constitucionalistas” frente a la de “los que quieren romper España”, en Bruselas se está imponiendo el uso del concepto “europeístas” frente a “los que quieren acabar con Europa”.
En Bruselas se está imponiendo el uso del concepto “europeístas” frente a “los que quieren acabar con Europa
Las instituciones comunitarias y las grandes familias políticas que las gobiernan —los mismos socialdemócratas, conservadores y liberales— han ganado la batalla del discurso esta legislatura gracias a un trabajo organizado, coordinado y planificado a conciencia que se ha desarrollado a distintos niveles.
Por un lado, a nivel parlamentario y gracias a la mayoría aplastante de los tres grupos, ha servido para catalogar a los adversarios políticos y se ha ido modulando hasta conseguir que todo aquello que cuestione el establishment acabe en el mismo saco.
En una primera fase, entre 2014 y 2015, utilizaban “populista” para referirse tanto a la extrema derecha como a la izquierda y se personalizaba, sobre todo, en las figuras de Marine Le Pen, Alexis Tsipras y Pablo Iglesias. A partir de 2016 se hace una distinción entre “los populismos”, representados en la izquierda, y “los nacionalismos”, para referirse al Frente Nacional. El islam, Venezuela y Rusia empiezan a convertirse en un monstruo para la UE. En 2017 “los populismos” se bifurcan y se convierten en “la ultraizquierda” y “la ultraderecha”, como dos caras de la misma moneda. “Los nacionalismos”, por influencia del PP español y de Ciudadanos, empiezan a centrarse solo en la cuestión catalana y en los gobiernos de Polonia y Hungría. Y entre ese año y 2019 surgen nuevos enemigos que, según las fuerzas hegemónicas, amenazan los cimientos de la UE, como Salvini, Trump, Puigdemont y el Brexit.
Al final todo se ha convertido en “los que quieren acabar con Europa”. Pese a que la extrema derecha haya empezado poco a poco a virar su discurso, empieza a parecer más una fuerza que quiere reformar la UE y menos una fuerza de ruptura.
Desde el punto de vista de la izquierda, la derrota es total, porque hoy ya nadie se acuerda de la Troika (que se disolvió tras el último rescate a Grecia), ni de los hombres de negro. Y la famosa Gran Coalición, término negativo que se empleaba para definir las alianzas entre conservadores, socialdemócratas y liberales, ha caído en desuso.
Desde el punto de vista de la izquierda, la derrota es total, porque hoy ya nadie se acuerda de la Troika ni de los hombres de negro
El otro nivel lo ha centralizado la Comisión Europea y se ha dirigido a normalizar y extender términos y expresiones con una profunda carga ideológica neoliberal y, como en el caso de la cuestión migratoria, racista, ya sea de forma consciente o inconsciente.
A la emergencia humanitaria en las costas del Egeo de finales de 2014 se la denominó “crisis de refugiados”. Si hay una emergencia humanitaria, se requiere solidaridad. Pero si hay una crisis, entonces lo que hace falta es gestionar, de ahí, “gestionar la migración”.
Para legitimar el acuerdo con Turquía y forzar a los países de los Balcanes a cerrar sus fronteras a cambio de chantajes políticos y económicos en el marco de su proceso de adhesión a la Unión Europea, empezó a diferenciarse entre refugiados y “migrantes económicos”. Los primeros tenían derecho a entrar en las famosas cuotas que nunca se cumplieron. Los segundos iban a ser deportados, solo que para ello se usó la palabra “retornos”. Los primeros retornos se llamaban “voluntarios” y el destino eran “países seguros”, aunque esos países fueran Afganistán o Irak. Las devoluciones en caliente ahora son “rechazos en frontera”.
Tras los atentados en París, Bruselas y Barcelona, la extrema derecha empezó a marcar la agenda con su campaña islamófoba y racista, hasta el punto de que, presionados por las encuestas, conservadores, socialdemócratas y liberales asimilaron sus expresiones y propuestas políticas. Por eso la UE ahora habla de “defender” y “proteger” nuestras fronteras ante un enemigo, el migrante. De este modo, la UE, que es una institución aún en proceso de construcción, se desarrolla mediante la oposición a quienes vienen de fuera. De ahí la campaña de publicidad institucional para las europeas.
Pero esto tiene más implicaciones que las meramente lingüísticas, porque se traduce en políticas concretas. De la operación de salvamento Mare Nostrum, impulsada por Italia en el Mediterráneo Central en 2013, la UE pasó a la Operación Sofía. Primero con fragatas militares de la OTAN patrullando el Egeo para frenar la llegada de personas a Grecia desde Turquía, luego el Mediterráneo Central y, finalmente, retirando los buques de guerra, permitiendo que algunos Estados miembro criminalicen y persigan a las ONG de rescate de personas, y dejándolo todo en manos de los guardacostas libios. O, como en el caso español, de la Armada marroquí.
Bajo esta lógica reduccionista, en mayo de 2019, quien no está de acuerdo con militarizar el Mediterráneo, con prohibir que las ONG actúen en el mar, o con poner nuestras fronteras en Libia, Túnez, Sudán, Níger o Marruecos, quiere “acabar con Europa”. Los “europeístas” protegen las fronteras y gestionan la migración.
Este va a ser uno de los ejes centrales de la campaña de las elecciones al Parlamento Europeo y enfrentará a Partido Socialista, Partido Popular y Ciudadanos con el resto.
TRANSMISIÓN
Tras las elecciones de 2014, el Parlamento Europeo aspiraba a tener más poder y autonomía en la toma de decisiones de la UE. Pero la realidad es muy distinta. El Parlamento sigue sin tener capacidad legislativa propia. Sus poderes acaban donde empiezan los del Consejo Europeo y todo su trabajo se centra en modificar, enmendar o ratificar los textos legislativos que le llegan precocinados desde allí o de la Comisión. A lo sumo puede emitir recomendaciones y aprobar resoluciones, que no son ni determinantes ni vinculantes.
Esto es conocido, pero la institución consigue mantener intacta una burbuja en la que la mayoría de los 751 eurodiputados acaba creyendo que está cambiando la UE, cuando en el fondo son la correa de transmisión de unas políticas que vienen diseñadas de antemano.
El grado de institucionalización generalizada de los miembros del Parlamento Europeo es máximo y es producto de una mezcla perfecta de varios ingredientes. Por una parte, está que el Parlamento ha establecido un sistema de funcionamiento de corte feudal en el que los eurodiputados son dueños y señores de todo lo que sucede. En su acta recae el control de miles de euros anuales en salarios, dietas, viajes, actividad política y los contratos de sus asesores. Con esto, la institución fomenta situaciones cotidianas de abuso de poder y de acoso laboral y sexual a los que, por muchos comités que haya puesto en marcha, no está sabiendo responder. Hoy en día, y pese a las denuncias del movimiento #MeToo en el Parlamento Europeo, los eurodiputados no están obligados a hacer seminarios sobre acoso laboral y sexual en el entorno laboral.
La amalgama de comisiones, subcomisiones, grupos de trabajo, etc. sumergen en un mar burocrático a los eurodiputados, diseñado para que olviden todo lo que hay fuera
Después está el desconocimiento general de la institución y de sus límites. La amalgama de comisiones, subcomisiones, grupos de trabajo, delegaciones e intergrupos sumergen en un mar burocrático a los eurodiputados, diseñado para que olviden todo lo que hay fuera.
Las condiciones económicas y los privilegios añadidos que conlleva ser eurodiputado no tienen comparación con ningún otro cargo público. Además, las puertas que abre la Eurocámara son muchas. Embajadas, gobiernos, empresas, instituciones internacionales y lobbies, que están siempre dispuestos a engordar sus egos “europeístas” lo que sea necesario a cambio de un voto en un pleno. En definitiva una institución que, por su propia arquitectura, se creó para asegurar que nada cambie y manden los de siempre.
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