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Tecnopolítica
Normalidad
Para quienes trabajamos desde los márgenes, desde lo desviado, desterritorializando, cepillando a contrapelo la Historia en la metáfora de Walter Benjamin, haciendo emerger las historias, deconstruyendo, demoliendo, las epistemes siempre han sido una trampa.
“Felices los normales, esos seres extraños”
Roberto Fernández Retamar
“L'homme y passe à travers des forêts de symboles”
Charles Baudelaire
“De perto ninguém é normal”
Caetano Veloso
No aprendes a quemar el carné para poder pensar. “Pensar es pensar de otro modo”, escribió Gilles Deleuze. Es la asfixia la que mueve el gesto, los cipreses de Van Gogh como una llamarada, de los que hablaba Gadamer. De las cenizas de ese fuego, lo que resta es un sospechoso, un disidente, alguien problemático, a ser eludido, polvo de la historia, detritus pisoteado en la carrera por profesionales para quienes la vida es un juego macabro que resta. Quienes, como Jaime Gil de Biedma, lo aprenderemos más tarde, no estamos en esto para correr, aunque las circunstancias nos impelen, queremos buscar, ni siquiera encontrar. Sabemos bien que los discursos no llenan la nevera y que los contextos la suelen vaciar. La disputa del relato.
Piensas de otro modo entonces, a martillazos contra cánones impuestos, patrones y modos, fines y medios en los que el poder, los poderes -Foucault explica-, nos hacen y nos deshacen para que nos rehagamos más obedientes, temerosos, sumisos, desconfiando del otro, de la amenaza.
Se trata de escribir. Pensar con, sentir con, desde el acontecimiento. Quemados los carnés, sientes que piensas desde un legado, desde varios legados en movimiento, en colisión, desde sus fronteras y zonas de contacto, en esa tierra de nadie en la que se difuminan las certezas y no hay quien dé nada por sentado, excavando en sus estratos, haciendo túneles como un topo, corredores para poder respirar, dejándote las uñas para tornar visible lo que ha sido invisibilizado, para afirmar lo negado y provocar la sospecha, el jaleo, la algarabía quisieras, esa palabra.
Lidiando con la violencia ejercida sobre los diferentes, sobre las mayorías tomadas por minorías, sobre las excepciones que se regularizan para naturalizarse después como regla, sobre ti mismo. La episteme, la precarización de la vida, la ley, la ciencia. Piensas de otro modo entonces, a martillazos contra cánones impuestos, patrones y modos, fines y medios en los que el poder, los poderes -Foucault explica-, nos hacen y nos deshacen para que nos rehagamos más obedientes, temerosos, sumisos, desconfiando del otro, de la amenaza. El error en el que no queremos reconocernos, pero que nos constituye en lo más profundo. Del nada humano me es ajeno, en el recuerdo de Unamuno a Terencio, al todo lo humano me es ajeno, enajenados, envilecidos por el terror de la excepción, del sitio y la clausura sobre el cuerpo, la guerra por otros medios de la política, decía Clausewitz.
Piensas que quizá deberías desconectarte, pero el trabajo, remoto y cercano, no te deja, los cuidados no te dejan, las actualizaciones de estado de los demás no te dejan, la necesidad de actualizar el tuyo tampoco te deja. La nueva normalidad es extenuante.
Estás escribiendo el prólogo de un libro, se va a llamar Algoritarismos, es un intento por aunar pensares y sentires desde el acontecimiento, con personas diferentes de lugares diversos, un manifiesto quizá sobre la violenta disrupción ejercida por la normalización de la nueva normalidad, el sintagma acuñado en la crisis de 2008 que nos gobierna desde entonces. Los efectos de esta nueva normalidad sobre el cuerpo, el insomnio, el tiempo extenuante dedicado a los cuidados, la falta de sol y aire libre, de ejercicio físico, la sobreexposición a las pantallas, la explotación digital, la soledad, la ausencia de contacto físico, sobre los que versa el libro dificultan el proceso de pensar y escribir en tu propio cuerpo. Síntomas de la violencia patriarcal, colonial y capitalista que se ceba sobre las multitudes desposeídas, incluso de su propia conciencia a golpe de click, acelerada por la incapacidad del management neoliberal de encarar la pandemia, tras el expolio de los servicios públicos ejercido durante la vieja nueva normalidad en la última década.
Pensar y escribir desde el síntoma, sobre los síntomas. Intercambias impresiones con otros colegas que contribuyen al libro, no es una excepción este estado de ansiedad mal disimulado, se ha tornado la regla de la nueva normalidad, en apenas unos meses. Piensas que quizá deberías desconectarte, pero el trabajo, remoto y cercano, no te deja, los cuidados no te dejan, las actualizaciones de estado de los demás no te dejan, la necesidad de actualizar el tuyo tampoco te deja. La nueva normalidad es extenuante.
Sales por fin a la calle y guiñas los ojos, te molesta la luz del mediodía. La excepción ha parido por decreto a la nueva normalidad, acunada por algoritmos de control totalitario y sus extensiones humanas, ojos, dedos, bocas, lenguas. Es la función la que hace el órgano, sostenía Darwin. Los cipreses no arden en ningún lado y no hay símbolos que interpretar, los neones están apagados, las tiendas y los bares cerrados. Sólo el zumbido del móvil te trae actualizaciones constantes de la nueva normalidad, mensajes en los servicios de mensajería de Internet, posts en las redes sociales de amigos que piensan de forma parecida a ti en una burbuja viciada, memes que te hacen sonreír pensando en la creatividad de la gente, crear es resistir, el afecto es revolucionario, hashtags, vídeos cortos y fotos en el timeline o el estado de alguna app, Lives con temas que te interesan o no te interesan, en los que participas, a los que sigues y que a veces te convocan para intervenir, selfies, filtros, GIFs, emoticonos… Dicen que en la nueva normalidad quizá podamos abrazarnos en julio. La algarabía, esa palabra.