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La izquierda francesa se encuentra en una encrucijada. Tras haber fracasado en su intento de ganar la presidencia y en su tentativa de formar una mayoría parlamentaria en 2022, Jean-Luc Mélenchon intenta ahora trazar el camino que debería seguir La France Insoumise (LFI). El partido se enfrenta a unos medios de comunicación hostiles, a la apatía de los votantes y a un gobierno cada vez más autoritario. La Nouvelle Union Populaire Écologique et Sociale (NUPES), la alianza electoral que preside, se ha fracturado. La única forma de que LFI prevalezca en esta coyuntura desfavorable y preserve su frágil hegemonía sobre los demás partidos progresistas es ampliar su base electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2027. Existen teorías contrapuestas sobre cómo lograrlo, sin embargo, y profundas incertidumbres sobre la dirección estratégica más viable.
En la actualidad, los únicos bastiones de LFI son París, sus banlieues circundantes, la periferia de grandes ciudades como Marsella, Toulouse y Lyon, y los territorios franceses de ultramar. El partido ha tenido dificultades para atraer apoyos en las zonas periurbanas, que dieron origen a los gilets jaunes [chalecos amarillos]. Para muchos activistas, ello señala un problema que atañe a su cultura organizativa.
Desde su creación en 2016, LFI ha estado dominada por un pequeño grupo de parlamentarios y personal de confianza próximo a Mélenchon. Stefano Palombarini lo ha descrito como un “barco pirata” en el que todas las decisiones importantes las toma el capitán. Esta estructura ágil y centralizada fue en parte lo que permitió su rápido ascenso. Sin embargo, hoy en día algunos miembros están convencidos de que el partido no saldrá de su burbuja parisina a menos que se democratice a fondo.
Clementine Autain, diputada por Seine-Saint-Denis, afirma que ha llegado el momento de “abrir las puertas de par en par” y de que LFI “se convierta en un movimiento de masas”. La dirección y sus partidarios, sin embargo, creen que esto no puede ocurrir hasta que no se hayan desarrollado mecanismos internos sólidos para mediar en los desacuerdos políticos. Dado que el número de miembros se ha ampliado más allá del núcleo de los fieles a Mélenchon, advierten, “abrir las puertas de par en par” podría significar abandonar la disciplina política y diluir su programa internacionalista de izquierda.
Esta disputa está relacionada con la controvertida cuestión de quién dirigirá LFI en las próximas elecciones. Un aspirante no perteneciente al círculo de Mélenchon es el cineasta convertido en parlamentario François Ruffin. Nacido en Calais en 1975 y criado en Amiens, la circunscripción que ahora representa, Ruffin es un autodenominado “intelectual pequeño burgués” —su padre era gerente de la empresa de verduras Bonduelle, su madre ama de casa— que asistió al mismo instituto que Macron.
En 1999 fundó Fakir, una revista satírica de izquierda, y en 2003 publicó una crítica mordaz del panorama mediático francés, Les petits soldats du journalisme. A lo largo de la década de 2010 dirigió documentales sobre la vida en la Francia periférica, la dinámica de la desindustrialización y los gilets jaunes. Su película de 2016 Merci patron!, un mordaz ataque al ciudadano más rico de Francia, el magnate del lujo Bernard Arnault, enfureció tanto a su protagonista que sobornó al aparato de seguridad francés para que espiara al director. Ruffin fue elegido en 2017 candidato del micropartido Picardie Debout, antes de unirse al grupo parlamentario LFI ese mismo año.
Ruffin es partidario de abrir de par en par las puertas de LFI. Para él, el camino hacia el Elíseo pasa por las zonas rurales y las pequeñas ciudades desindustrializadas antaño dominadas por los partidos socialista y comunista, donde gran parte de la población son trabajadores manuales, trabajadores de servicios con salarios bajos o jubilados.
La única forma de recuperar a esos votantes de Rassemblement National (RN), afirma, es hablarles de sus preocupaciones materiales: el “discurso de la vida real”, como él lo llama. En la práctica, ello significa promover políticas económicas proteccionistas y un Estado del bienestar fuerte. Ruffin arremete contra el gobierno por haber desencadenado una “epidemia de trabajos de mala calidad” y reclama formas limitadas de democracia en el lugar de trabajo, entre las que se cuenta la adscripción de un tercio de los puestos de los consejos de administración de las empresas a los trabajadores.
Este interés por las condiciones de empleo pretende conectar la base actual de la LFI con las circunscripciones más periféricas. En su opinión, existen puntos en común evidentes entre la vida laboral de las poblaciones urbanas racializadas y la de la población blanca de las ciudades pequeñas. Como parte de esta estrategia, el político suele evitar las cuestiones nacionales consideradas demasiado delicadas, como la migración, y modera su línea en las internacionales.
Cuando habla en sus mítines sobre Palestina, exige un alto el fuego inmediato y denuncia los crímenes de guerra de Israel, pero también insiste, en contra de la postura oficial de LFI, en que Hamás es una organización terrorista. Cuando estallaron los disturbios por la muerte de Nahel Merzouk, un adolescente tiroteado por la policía en la banlieu parisina, Mélenchon y sus partidarios denunciaron a los asesinos como racistas sedientos de sangre, mientras que Ruffin abogó por la reforma institucional.
El planteamiento de Ruffin puede compararse al de Sumar en España. Sostiene que una estrategia populista —mantenerse en pie de guerra permanente y provocar un conflicto perpetuo con el establishment— simplemente agotará la base de activistas del partido y alienará a grandes sectores del electorado. Afirma que LFI ya ha ganado la batalla por la hegemonía en la izquierda y que ahora debe convencer a los votantes no alineados con el partido.
Mientras que muchos de sus colegas de LFI se han separado de sus antiguos socios de NUPES, Ruffin sigue colaborando con figuras como Marine Tondelier, secretaria nacional de Écologistes–Europe Écologie Les Verts (EELV). En privado, la izquierda de EELV afirma que preferiría trabajar con Ruffin que con un alguien alineado con Mélenchon y que un renacimiento de la NUPES en 2027 sería más probable bajo su candidatura.
El objetivo debe ser agudizar la totalidad de los antagonismos políticos existentes para alcanzar un estado de “insubordinación permanente”, dicho en palabras de Mélenchon
Los partidarios de Mélenchon ven las cosas de un modo diferente. En su opinión, las altas tasas de abstención registradas tanto en las banlieues como en la Francia periférica sugieren que decenas de miles de votantes siguen desencantados con el sistema político actual. Así pues, el partido debe abogar por una ruptura con ese sistema: su política exterior, sus ortodoxias económicas, sus servicios de seguridad y su ética social. El objetivo debe ser agudizar la totalidad de los antagonismos políticos existentes para alcanzar un estado de “insubordinación permanente”, dicho en palabras de Mélenchon. En un reciente debate con Thomas Piketty y Julia Cagé, Mélenchon aceptó que la izquierda necesita recuperar la Francia rural —“¿quién podría argumentar lo contrario?”—, pero insistió en que es aún más esencial concentrarse en los quartiers populaires [barrios populares] urbanos. El 80% del electorado de estas zonas suelen votar a la LFI, pero su participación electoral es de tan solo del 30%. La izquierda debería esforzarse, pues, en activar a estas poblaciones abstencionistas en lugar de apostar por la posibilidad de recuperar a los votantes de Le Pen.
Mathilde Panot es una de las partidarias de Mélenchon, cuyo nombre se baraja como futura líder del partido. Esta diputada de 34 años, que representa al departamento de Val-de-Marne situado al sur de París, es hija de un matemático y una agrónoma. Estudió relaciones internacionales en Science Po y trabajó como organizadora comunitaria para una organización social activa en las banlieues antes de pasar a trabajar en LFI. Elegida diputada en 2017, ahora es la líder parlamentaria del partido. La estrategia óptima, en su opinión, es construir líneas de antagonismo en los que la izquierda se polarice contra RN y contra Ensemble!, el partido de Macron, poniendo de relieve que ambas formaciones políticas son las dos caras de la misma moneda. Ha sido especialmente explícita en su apoyo a Palestina, consciente de que este tema tiene mucho eco en las banlieues.
Sin embargo, Panot se ve constantemente eclipsada por el propio Mélenchon, que sigue siendo una presencia nacional importante a pesar de afirmar que está dispuesto a ceder el testigo a un nuevo o nueva líder. Desde octubre ha denunciado el asedio a Gaza con más contundencia que ningún otro político nacional. Ha asistido a la audiencia del Tribunal Internacional de Justicia y organizado protestas contra los envíos de armas a Israel por parte de Francia, al tiempo que ha atacado el ruido de sables de Macron sobre Ucrania. Mélenchon parece ser consciente de que Panot carece del perfil nacional necesario para tener una oportunidad plausible de victoria, mientras está dispuesto a impedir el ascenso de Raphaël Glucksmann, el candidato ultra del Partido Socialista (PS), que actualmente está en lo alto de las encuestas de las elecciones europeas.
La izquierda debería esforzarse, pues, en activar a estas poblaciones abstencionistas en lugar de apostar por la posibilidad de recuperar a los votantes de Le Pen
Ello, junto con su deseo de mantener a LFI alineada con su concepción de las cosas, podría motivarle a presentarse de nuevo en 2027. Los partidarios de Mélenchon señalan que cada una de sus campañas anteriores le ha acercado más a la segunda vuelta (su viejo amigo Lula, elegido presidente de Brasil en su cuarto intento, es citado como prueba de que la persistencia puede dar sus frutos). Sus detractores, por su parte, afirman que es incapaz de unir a una izquierda amplia y señalan encuestas que muestran que habría sido derrotado si hubiera llegado a la segunda vuelta en 2022.
Hay muchos puntos en común entre Ruffin y Mélenchon y ambos han indicado que sus posturas podrían conciliarse. La dirección de la LFI ha creado varios grupos de trabajo dedicados a conquistar las zonas rurales. También ha desplegado las llamadas “caravanas populares”: cuadros enviados a circunscripciones estratégicas para dialogar con la población y transmitir sus opiniones al aparato central del partido. Para los partidarios de Mélenchon, LFI podría convertirse en un partido de masas intensificando este tipo de campañas y proporcionando servicios locales como la distribución de alimentos a las comunidades desfavorecidas.
embargo, en lo que respecta a las prioridades generales del partido, la divergencia sigue siendo neta. Ruffin insiste en la necesidad de modificar la distribución actual de los electores, mientras que Mélenchon aspira a ampliar el electorado total. El primer planteamiento implica ir más allá del populismo, mientras que el segundo significa refinarlo e intensificarlo. Ambos bandos discrepan sobre hasta qué punto los sondeos oficiales subestiman a Mélenchon y si hay suficientes votantes potenciales en las banlieues para impulsarle al poder.
Quienquiera que lidere la LFI en 2027 tendrá que apelar a los sectores desencantados de la sociedad francesa, que actualmente no están, sin embargo, afiliados a la izquierda. Este problema queda ejemplificado por las actuales protestas de los agricultores. Como en anteriores brotes de agitación, el gobierno intenta frenar las manifestaciones mientras los partidos situados a su izquierda y a su derecha compiten por capitalizarlas políticamente.
En este caso, LFI debería estar en una posición ventajosa, ya que su manifiesto aboga por una reforma agrícola radical, que repudia los acuerdos de libre comercio aprobados en el Parlamento Europeo, mientras que uno de sus aliados, la Confederation Paysanne, se encuentra entre los organizadores del movimiento. Sin embargo, el partido ha tenido dificultades para afianzarse en parte por la importancia concedida por los medios de comunicación a los elementos reaccionarios de las protestas y a su rechazo al ecologismo.
Durante los próximos años, las dos facciones tendrán que responder a una serie de preguntas difíciles. ¿Es posible cambiar las lealtades de los votantes de Le Pen? ¿Puede esto lograrse sin alienar a la actual base electoral?
En un intento de cambiar las tornas, Ruffin se ha codeado con los agricultores en el Salón Internacional de la Agricultura, que Mélenchon ha boicoteado durante la última década, y ha organizado su propio salón alternativo, que promueve la agricultura campesina frente al agronegocio. Sin embargo, ninguno de los dos ha conseguido hacer de su partido un vehículo para los intereses de los agricultores.
Durante los próximos años, las dos facciones tendrán que responder a una serie de preguntas difíciles. ¿Es posible cambiar las lealtades de los votantes de Le Pen? ¿Puede esto lograrse sin alienar a la actual base electoral de LFI? Y en cuanto a la alianza con el centro izquierda, ¿corre el riesgo de corromper el proyecto? A la inversa, ¿puede una estrategia de conflicto permanente llegar a un electorado más amplio? ¿Puede ganar la izquierda radical sin el centro izquierda? ¿Existe un número suficiente de abstencionistas susceptibles de ser activados? Sea cual fuere el rumbo que tome el partido, tendrá que operar en un clima político turbulento y cada vez más hostil a la izquierda. Las instituciones de la V República —el Estado, los medios de comunicación, los partidos dominantes, las grandes empresas, la policía— están decididas a aplastar la rebelión que representa LFI. Revertir la deriva reaccionaria de Francia será una tarea hercúlea.
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Pienso que en esta dura batalla Melenchon y su partido están llevando a cabo una tarea enorme, con elementos muy positivos como el internacionalismo, la reforma agraria socialista o las nacionalizaciones profundas.
Eso sí, deberían de acercarse y dar más voz a los trabajadores y sus organizaciones dentro del partido, pero sin ningún paso atrás en lo que ideología se refiere.
Viva la Francia Insumisa!