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India: ¿un nuevo Partido del Congreso?

El Partido del Congreso quiere reafirmarse ante la omnipresencia del Partido Popular Indio de Narendra Modi, cuya reputación sigue en todo lo alto pese a la represión social y los errores económicos cometidos en sus nueve años de mandato.
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El primer ministro indio, Shri Narendra Modi en una reunión de jefes de estado y de gobierno de los países BRICS.Foto: Kremlin.ru
3 jul 2023 05:21

El 7 de septiembre del año pasado, el principal líder del Partido indio del Congreso, Rahul Gandhi, inició el Bharat Jodo Yatra, un movimiento de masas que efectuó una marcha de protesta prolongada durante casi cinco meses a lo largo de país para «unir a la India» contra la «política divisoria» del gobierno del Bharatiya Janata Party (Partido Popular Indio, BJP). El Bharat Jodo Yatra, que partió de Kanyakumari, en el extremo sur de la India, para llegar a Jammu y Cachemira en el norte del país, recorrió aproximadamente 3.500 kilómetros y atravesó doce estados.

Varias celebridades aparecieron en los titulares de los periódicos al unirse a la marcha, al igual que lo hicieron regularmente la indumentaria de Gandhi (un único polo durante todo el invierno), su barba desaliñada y su régimen de fitness («catorce flexiones en diez segundos»). La reacción de la derecha fue previsible: algunos medios se burlaron de la ropa Burberry de Gandhi, mientras otros compararon su vello facial con el de Sadam Husein. Sin embargo, en todos los estados por los que pasó, el vástago de 52 años de la dinastía Nehru-Gandhi vio aumentar sus índices de aprobación, sobre todo en Delhi, donde pasó del 32 al 55 por 100. Aupado por una ola de popularidad masiva por primera vez en su carrera, Gandhi hizo este memorable resumen: «En el bazar del odio, estoy abriendo tiendas de amor». Y entonces, en pocas semanas, su estrella cayó en picado. El 23 de marzo, un tribunal indio de rango inferior le condenó por hacer comentarios difamatorios sobre el apellido del primer ministro. Un día después fue expulsado sumariamente del Parlamento.

A partir de marzo de 2020, Modi gestionó catastróficamente mal la pandemia de la Covid-19, que se cobró en torno a 4,7 millones de vidas y elevó la tasa de desempleo al 20,9 por 100

Aunque el futuro político de Gandhi está en peligro, su némesis sigue pareciendo intocable a pesar de la volatilidad de su periodo en el cargo. A lo largo de nueve años, Narendra Modi ha desencadenado una devastadora serie de operaciones de «conmoción y pavor», que aparentemente no han hecho mella en su popularidad. En noviembre de 2016 retiró de la noche a la mañana el 86 por 100 del efectivo en circulación, lo que costó el empleo a entre 10 y 12 millones de trabajadores. En julio de 2017 implantó un impuesto centralizado sobre bienes y servicios que restringió aún más el poder de los estados regionales. En agosto de 2019 derogó la autonomía constitucional del estado de Jammu y Cachemira, permitiendo la entrada al mismo tanto de no cachemires como de empresas mineras privadas. Más tarde, ese mismo año, introdujo la discriminatoria Citizenship Amendment Act, desatando grandes protestas que finalmente fueron aplastadas por un pogromo derechista contra los musulmanes en Nueva Delhi. A partir de marzo de 2020 gestionó catastróficamente mal la pandemia de la Covid-19, que se cobró en torno a 4,7 millones de vidas y elevó la tasa de desempleo al 20,9 por 100. Simultáneamente aprobó tres nuevas leyes para facilitar la apropiación de la agricultura india por parte de las grandes corporaciones, lo que provocó una lucha de un año de duración por parte de los sindicatos de agricultores, que finalmente forzó su derogación. Ahora, la estrecha relación de Modi con el multimillonario Gautam Adani –el segundo hombre más rico de Asia– está en el punto de mira mundial, después de que el magnate saliera a la luz por manipulación de acciones y fraude contable.

Pero a pesar de las acusaciones generalizadas de amiguismo, la reputación de Modi sigue intacta. Sus índices de aprobación se sitúan sistemáticamente por encima del 75 por 100: el porcentaje más alto de los cosechados por cualquiera de los primeros ministros indios en el cargo. Como escribe el veterano periodista indio M. K. Venu, Modi es un «líder teflón» al que nada parece pegársele. Sin embargo, a pesar de esta hegemonía inamovible, la política india dista mucho de ser estática. Al empujar al Partido del Congreso al borde de la irrelevancia electoral, el BJP ha empezado, paradójicamente, a suscitar comparaciones con el reinado autoritario de aquel a principios de la década de 1970. Muchos comentaristas han señalado las similitudes entre ambos: al igual que Indira Gandhi, Modi es una figura carismática que lidera lo que es esencialmente un Estado de partido único; utiliza organismos gubernamentales para perseguir a los líderes de la oposición a escala nacional y regional (la destitución de Rahul Gandhi es sólo uno de los muchos casos); ha suprimido los principios del federalismo cooperativo, ha centralizado todos los poderes regionales, ha fomentado un nuevo grupo de capitalistas afines, etcétera. Ahora, cuando el BJP empieza a parecerse al Partido del Congreso de antaño, éste ha intentado cambiar de marca, alejándose tímidamente de las élites y acercándose a las clases populares.

India
India La revolución masiva de los agricultores indios
Las demandas exigidas durante el Paro agrario de la India perduran tres años después en las clases trabajadoras del país, que protagonizaron una nueva movilización el pasado 5 de abril.


El Bharat Jodo Yatra fue el preludio de este cambio. En octubre de 2022, el Partido del Congreso celebró unas elecciones presidenciales poco frecuentes: se trataba de la tercera ocasión desde que Indira Gandhi convocara elecciones internas en 1972. Durante la mayor parte de su historia, la herencia ha primado sobre la democracia en beneficio del ala derecha del partido. Modi ha satirizado a menudo el feudo del Partido del Congreso y ha retratado a Gandhi como un shehzada (o príncipe), al tiempo que ponía de relieve sus propios orígenes plebeyos. Sin embargo, el recién elegido presidente del Partido del Congreso es Mallikarjun Kharge, de 80 años, antiguo dirigente sindical y ministro del gabinete de Manmohan Singh, que es el segundo dalit de la historia que ocupa este cargo. Bajo su liderazgo, la estrategia electoral del Partido del Congreso ha cambiado. Ante las elecciones generales previstas para 2024 y las elecciones a las asambleas legislativas de nueve Estados que se celebrarán este año, sus preocupaciones tradicionales por el «pluralismo» y el «amor» están dando paso poco a poco a una panoplia más concreta de políticas de bienestar social.

Tras prohibir recientemente el hiyab en las escuelas públicas, el Partido del Congreso lanzó una serie de campañas incendiarias contra los azaans, las tiendas de carne halal y las cuotas de reserva para los musulmanes

En los primeros meses de 2023, el BJP reforzó aún más su control sobre el noreste del país. En febrero se convirtió en socio menor de coaliciones con partidos locales en los estados de mayoría cristiana de Meghalaya y Nagaland. Y en marzo llegó al poder en Tripura, de mayoría hindú, eliminando a los comunistas que habían gobernado casi ininterrumpidamente durante cuatro décadas. En mayo, sin embargo, el Partido del Congreso logró una victoria inusitada en Karnataka, considerada durante mucho tiempo por el BJP la puerta estratégica para su «revolución azafrán», esto es, nacionalista hindú, en el sur de la India. El Partido del Congreso ganó 135 de los 212 escaños de la asamblea, obteniendo casi el 43 por 100 de los votos. Desde 1989 ningún partido había logrado una mayoría semejante. Pero lo más destacable fue su programa. Además de prometer la prohibición del Bajrang Dal, una organización extremista hindutva (nacionalista hindú), el manifiesto del Partido del Congreso incluía cinco importantes reformas en materia de bienestar social: doscientas unidades de electricidad gratuitas para todos los hogares; 2.000 rupias de ayuda mensual a cada cabeza de familia y 3.000 para los recién licenciados en paro; 10 kilogramos de arroz gratis a cada miembro de las familias que vivieran por debajo del umbral de la pobreza; y viajes gratuitos para las mujeres en los autobuses públicos.

La dirección del Partido del Congreso local dirigió estas propuestas explícitamente a los alpasankhyataru (minorías), los hindulidavaru (clases atrasadas) y los dalitaru (dalits), al tiempo que reiteraba su demanda de un censo nacional de castas para que los grupos históricamente desfavorecidos estuvieran mejor representados en las instituciones públicas. El BJP, por su parte, desplegó su habitual táctica de polarización religiosa. Tras prohibir recientemente el hiyab en las escuelas públicas, lanzó una serie de campañas incendiarias contra los azaans, las tiendas de carne halal y las cuotas de reserva para los musulmanes. Cuando se anunciaron los resultados de las elecciones, Rahul Gandhi tuiteó su veredicto: «La fuerza de los pobres ha vencido al capitalismo del BJP».

El BJP sigue en el poder todavía en otros catorce estados, mientras que el Partido del Congreso sólo gobierna en seis. Las tres próximas elecciones legislativas se celebrarán en estados del cinturón hindi: los estados de Madhya Pradesh y Chhattisgarh, situados en el centro de país, así como el estado noroccidental de Rajastán, donde el Partido del Congreso, que ahora ocupa el poder, está luchando contra una rebelión interna. Aquí, las promesas políticas por sí solas no bastarán para perforar la hegemonía hindutva. En Madhya Pradesh, el Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), la organización matriz del BJP, ha crecido tanto en poder que ahora dirige sus shakhas [escuelas védicas] dentro de las organismos gubernamentales. El Partido del Congreso no dispone de una red de cuadros comparable. Tampoco ayuda que su líder estatal, Kamal Nath, sea un multimillonario de dudosa reputación implicado en innumerables tramas de corrupción. Como preparación para las próximas elecciones, Nath ha creado una «célula de sacerdotes de los templos», que recientemente organizó un «diálogo religioso» con sacerdotes brahmanes que exigen un aumento de las prestaciones del gobierno y la transferencia de las tierras de los templos a sus familias. Si en Karnataka el partido reunió a las clases bajas, en Madhya Pradesh está cortejando al sacerdocio brahmán.

El 1 por 100 más rico posee ahora más del 40 por 100 de la riqueza total del país, mientras que el 50 por 100 más pobre sólo posee el 3 por 100

Sería adecuado explicar estas contradicciones culpando a los líderes locales. Pero Kamal Nath no es en absoluto una excepción en las filas del Partido del Congreso. Los Gandhi también son famosos por su oportunismo electoral. Durante anteriores campañas electorales, Rahul ha exhibido su janeu brahmánico en templos hindúes, mientras que su hermana Priyanka ha respaldado la construcción del templo Ram Mandir en Ayodhya, centro neurálgico de la política hindutva (Kamal Nath llegó a donar once ladrillos de plata en nombre de la unidad local de su partido). Rahul ha liderado una serie de cruzadas populares contra el «capitalismo del BJP», pero sigue siendo reacio a hablar de la sórdida historia del «capitalismo del Partido del Congreso»: su giro hacia el neoliberalismo en 1991, por no hablar de su apoyo a Adani en las décadas anteriores. Así pues, cabe preguntarse si la autorreinvención de este partido es algo más que un lavado de cara cosmético. ¿Su acercamiento a las clases más desfavorecidas no es más que un cínico intento de flanquear al BJP?

El veterano periodista Harish Damodaran lleva tiempo desentrañando el nudo histórico entre estas dos variantes del capitalismo indio. De acuerdo con su análisis, los primeros años de la liberalización liderada por el Partido del Congreso estuvieron marcados por el auge paralelo de los empresarios y los partidos regionales. Los primeros invirtieron mucho en redes políticas locales, que ocupaban puestos clave en los gobiernos de coalición y aprovecharon sus contactos en Nueva Delhi para apoderarse de los sectores recién liberalizados, como el azúcar, las autopistas, la prensa, el licor y el sector inmobiliario. A su vez, los partidos utilizaron sus fondos para fortalecer sus bases regionales.

Esta dinámica cambió radicalmente cuando el BJP irrumpió en el poder en 2014 e inauguró un nuevo ciclo de capitalismo de amiguetes. Los empresarios regionales han sido sustituidos ahora por grandes conglomerados patrocinados directamente por el gobierno central. Las reformas económicas del BJP, como la regulación de las zonas económicas especiales y la concesión de préstamos, han permitido a las empresas monopolizar sectores enteros (Reliance controla la petroquímica y las telecomunicaciones; TATA controla el acero y los servicios informáticos; Adani controla los puertos y la energía).

La desigualdad en la India ha seguido el mismo camino: el 1 por 100 más rico posee ahora más del 40 por 100 de la riqueza total del país, mientras que el 50 por 100 más pobre sólo posee el 3 por 100. El BJP se ha beneficiado del enriquecimiento de sus aliados corporativos abriendo nuevos canales para que el dinero fluya hacia sus propias arcas. En 2017 el partido inauguró un plan de «bonos electorales», que permite a los grupos empresariales financiar a los partidos políticos de forma anónima. En 2022 el BJP había recibido el 57 por 100 de todas esas donaciones (92 millardos de rupias). El Partido del Congreso recibió solo el 10 por 100, mientras que el Partido del Congreso Trinamool, que ahora gobierna en Bengala Occidental, fue el único partido regional que recibió fondos significativos (8 por 100). El secreto de la centralización del poder político del BJP reside en esta centralización de la financiación política.

Cuando la brigada hindutva se dio a conocer a principios de la década de 1990, el crítico Aijaz Ahmad descubrió una grieta en su armadura. Sugirió que el BJP no tenía un programa económico coherente a la altura del salvajismo de sus paracaidistas activos fuera del parlamento. Como el Partido del Congreso ya había liberalizado la economía india, el BJP no podía hacer una oferta «sustancialmente más atractiva» a las empresas multinacionales. Treinta años después, la situación se ha invertido. El BJP ha desencadenado una segunda oleada de liberalización, abriendo sectores públicos clave –agricultura, sanidad, ejército y educación– a niveles de inversión privada sin precedentes. Mientras tanto el Partido del Congreso ha intentado aumentar su atractivo electoral haciendo una oferta «sustancialmente más atractiva» a las clases bajas indias.

Las demoliciones extrajudiciales son una nueva estratagema hindutva para criminalizar colectivamente a la población minoritaria

Sin embargo, el giro pro políticas de bienestar del Partido del Congreso tiene poca o ninguna base en la política de masas. En varios estados –Uttar Pradesh, Gujarat, Andhra Pradesh y Bengala Occidental– ha sido degradado a la categoría de partido de oposición de poca monta. Como resultado, las organizaciones de cuadros están gravemente desarticuladas. La cúpula del partido, aún inmersa en intrigas dinásticas, está aislada de los retos del activismo de base. Mientras la fiebre electoral se apodera del cinturón hindú, este estrato está repartiendo modestos paquetes de subsidios y estipendios a los trabajadores pobres. Pero es poco probable que rompa la nueva alianza entre las élites políticas y las grandes empresas proponiendo medidas más radicales (impuestos sobre el patrimonio, garantías de empleo, salarios mínimos, etcétera). Su impulso verticalista de reformas sociales parciales puede hacerles ganar algunos votos, pero el Partido del Congreso no puede detener la marcha del Hindutva [nacionalismo radical hindú] y mucho menos resolver las propias contradicciones internas.

Cuando Rahul Gandhi fue desalojado de su residencia oficial en abril, el Partido del Congreso lanzó una campaña en las redes sociales, #MeraGharAapkaGhar [mi casa, tu casa], que mostraba a miembros del partido ofreciéndole sus casas. Al mismo tiempo, el RSS y sus organizaciones afiliadas coordinaban ataques sincronizados contra barrios musulmanes durante el festival religioso hindú de Ram Navami. En todo el cinturón hindú, turbas derechistas quemaron numerosas casas, tiendas, bibliotecas, cementerios y mezquitas musulmanas. Estas demoliciones extrajudiciales –que se han dado en llamar «justicia bulldozer»– son una nueva estratagema hindutva para criminalizar colectivamente a la población minoritaria, a la que se acusa a menudo de instigar a la violencia colectiva durante las procesiones religiosas hindúes. Durante estos acontecimientos, el Partido del Congreso se ha mantenido al margen, reacio a detener la violencia. Mientras sus dirigentes en Nueva Delhi se ocupaban de la difícil situación de Gandhi, sus cuadros en Madhya Pradesh engalanaban la sede del Estado con relucientes banderas azafrán, preparándose para la llegada de mil seiscientos sacerdotes brahmanes.

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Artículo original: Congress Redux, publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Tariq Ali, «The Fall of Congress in India», NLR I/103.
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