Racismo
El capitalismo racial y sus desechos

Frente a las agendas locales de ciudades verdes, energías renovables, transformación de los transportes, disminución del uso de plásticos en Europa están “los otros” que van a la deriva. Y por lo tanto nos ponen en peligro. De esta forma se perpetua el imaginario colonial de las personas inmigrantes como los colectivos que más problemas generan en términos de mantenimiento del espacio por su falta de cultura higiénica y medioambiental.

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Quema de cables eléctricos para recuperar cobre en Agbogbloshie, Ghana. Foto: Muntaka Chasant/Wikimedia Commons
24 nov 2020 06:06

Cuando pensamos en ecologismo rápidamente lo situamos geográficamente en Europa. El relato hegemónico viene a decir que son las ciudades europeas las abanderadas contra el calentamiento global, el cambio climático y de las sociedades “sostenibles” y “verdes”. Europa se muestra a sí misma como la líder del movimiento ecologista internacional. Y no es de extrañar que sus sociedades piensen de esa manera. Pero como se suele decir, es tan importante lo que se dice como lo que se calla. Y en este caso como tantas otras veces, son los silencios del relato los que determinan cómo percibimos la realidad, y en consecuencia, cómo pensamos, actuamos y legitimamos las decisiones de aquellas personas que están en posiciones de poder.

Frente a las agendas locales de ciudades verdes, energías renovables, transformación de los transportes, disminución del uso de plásticos, etc, están “los otros” que van a la deriva. Y por lo tanto nos ponen en peligro. Una agenda, que por otro lado resulta relativamente nueva en la mayoría de los sitios, pero que permite reforzar la idea de que son quienes más se preocupan por el bienestar del planeta en contraste con las imágenes que llegan de otras geografías con la acumulación de desechos y residuos en las calles, campos y playas, con el uso de transportes altamente contaminantes, y sobre todo, el sobre uso de elementos plásticos en la vida cotidiana de estos lugares reforzando la idea de que quienes contaminan son las personas del sur global.

La construcción del otro como sucio y contaminante implica a su vez la lectura propia como lo contrario. La blanquitud se construye a partir de esas dicotomías

De esta forma se perpetua el imaginario colonial de las personas inmigrantes como los colectivos que má problemas generan en términos de mantenimiento del espacio por su falta de cultura higiénica y medioambiental. La construcción del otro como sucio y contaminante implica a su vez la lectura propia como lo contrario. La blanquitud se construye a partir de esas dicotomías. De alguna forma el binarismo siempre deja mejor parado a las poblaciones blancas del norte.

Pero frente a estos imaginarios las realidades suelen ser mucho más complejas, y como señalaba antes, debe prestarse más atención a los silencios de los relatos. Resulta así, que los principales agentes contaminantes de todos estos lugares, y del mundo en general, son empresas extranjeras —occidentales, y ahora también chinas, que sobreexplotan los recursos naturales. Se reproduce una vez más el mismo modelo del sistema mundo que externaliza la violación de derechos —Europa es “democrática” consigo mismo y antidemocrática con el resto; “ecológica” consigo misma y contaminadora con el resto—. Esto es parte de ese mismo orden que supone la extracción de recursos, capital y mano de obra de las periferias en beneficio del centro.

El problema en este caso lo encontramos, en que, si bien a nivel económico este proceso que distribuye los cuerpos racial y geográficamente es rentable, productivo y en última instancia beneficioso para el centro (todo lo contrario, para las periferias). Desde un punto de vista del propio sostenimiento del planeta y su degradación ya sea a corto, medio o largo plazo, los efectos últimos de la contaminación, deforestación y degradación del medio en general terminarán por tener efectos severos —ya los tienen— en los centros de ese orden internacional (como los tienen en las periferias). Sin ir más lejos, como señalaba un reciente estudio del Panel Intergubernamental de Biodiversidad de Naciones Unidas, los procesos de explotación insostenible de los recursos con las consiguiente degradaciones climáticas y ambientales suponen el origen de nuevas enfermedades como la que tiene al mundo entero paralizado.

Pese a ello, la retórica y la política, sigue siendo la misma y es el entender las excolonias y geografías del sur global como espacios de desechos de lo que se consume en el norte, así como de extracción —sin medida— de los recursos. Se perpetua esa falsa idea de que la degradación absoluta del continente africano no afectará a Occidente.

Un ejemplo de ello lo encontramos en Ghana, donde está Agbogbloshie, el principal vertedero de restos tecnológicos del mundo. Este país recibe cada año 40 mil toneladas de basura electrónica de Occidente. Muchos de estos residuos contienen elementos químicos que echan a perder el terreno y que suponen un peligro extra para la vida de las personas que viven cerca. Esto conlleva ciertas contradicciones ya que precisamente quienes menos disfrutan de los avances y herramientas tecnológicas que se crean y terminan como residuos en estos países son las propias poblaciones de estas geografías.

Quienes menos disfrutan de los avances y herramientas tecnológicas que se crean y terminan como residuos en estos países son las propias poblaciones de estas geografías

Según el informe Global E-waste Monitor 2017, realizado por la Universidad de las Naciones Unidas (UNU), el International Telecommunication Union (ITU) y el International Solid Waste Association (ISWA) “Hay diferencias abismales en la producción de basura electrónica entre las distintas regiones del mundo, según este informe. En 2016, en EE UU y Canadá cada habitante produjo de media, unos 20 kg de estos residuos. En Hong Kong (China), de media se produjeron 19 kilogramos por persona. Los habitantes de los Estados miembros de la UE tiraron a la basura 17,7 kilogramos de productos tecnológicos cada uno. Por el otro lado, los 1.200 millones de habitantes del continente africano generaron cada uno en media 1,9 kilogramos de residuos electrónicos”. Es decir, pese a que son quienes menos residuos generaron son quienes ven acumulados en sus territorios la amplia mayoría de ellos.

Uno de los principales materiales para la fabricación de diferentes tecnologías es el cobalto. El caso más conocido es el de los teléfonos móviles, pero también es imprescindible para los coches eléctricos demandados desde el norte global. Como recuerda el periodista Chema Caballero la extracción de estos materiales en las minas de países como La República Democrática del Congo no solo tiene implicaciones sobre las violaciones de derechos de los trabajadores y trabajadoras, muchos de ellos niños y niñas, sino que “este tipo de explotaciones también tienen un fuerte impacto medioambiental porque llevan aparejadas deforestación y el empleo de gran cantidad de productos químicos tóxicos y radiactivos que contaminan la zona en la que se encuentran y, consecuentemente, a la población local”.

Mientras en Europa se enorgullece de su transición a lo que denominan vehículos ecológicos, es decir, los coches eléctricos que acabamos de mencionar y que forman parte de las grandes agendas de muchos gobiernos (nacionales y locales), el resto de la flota que no es aceptada por los estándares de calidad y niveles de contaminación son enviados a terceros países. De esta forma, una vez más, la Europa de los derechos humanos mercantiliza sus desechos aun a sabiendas que son dañinos para el resto, y reconociendo su posición de poder frente a unos países que no tienen las capacidades económicas (como consecuencia de ese mismo sistema mundo) equiparables, y por lo tanto, sus vulnerabilidades les empujan a aceptar los restos del norte global. Porque como dice el académico senegalés Felwine Sarr cuando se es vulnerable se gestiona a corto plazo, no a largo plazo. Así vemos que según un reciente informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), entre 2015 y 2018 se exportaron en todo el mundo 14 millones de vehículos usados de los cuales más de la mitad corresponden a la Unión Europea siendo como principales destinos varios países africanos con el 40% de ellos, el resto se reparten entre Europa del Este (24%), Asia-Pacífico (15%), Oriente Medio (12%) y América Latina (9%).

Mientras Europa se enorgullece de su transición a lo que denominan vehículos ecológicos,  el resto de la flota que no es aceptada por los estándares de calidad y niveles de contaminación son enviados a terceros países

Ante esta situación, algunos países empiezan a generar resistencias a estos procesos de externalización de los basureros. En Malasia por ejemplo se decidió devolver 3 mil toneladas de residuos plásticos a sus países de origen mientras que su ministra de medio ambiente señalaba cómo todos estos procesos se producen bajo el completo desconocimiento de las sociedades occidentales “los ciudadanos de los países occidentales no son conscientes de la cantidad de basura que generan y creen que se recicla cuando en realidad se envía a otros lugares donde causa daños ambientales. Como ejemplo (…) una empresa británica que en los últimos dos años ha exportado 50.000 toneladas a Malasia”.

Un ejemplo claro de estos intereses económicos definidos desde Occidente que regulan quiénes son los que pueden/deben llevar a cabo políticas y controles sobre la producción y uso de los plásticos, lo encontramos en Kenia con relación a Estados Unidos. Durante el 2017 el país africano, como otros países del continente, decidió prohibir el uso, venta o importación de bolsas y envases de plástico, tal es así que el consumo de plástico ha llegado a reducirse un 80%.

El problema es que estas medidas están en contra de los intereses de Estados Unidos y sus empresas petroleras quienes están presionando al gobierno de Kenia para erradicar la política contra los plásticos y así poder seguir importando productos desde Estados Unidos. Todo ello bajo unas presiones y negociaciones entre países con posiciones de poder totalmente desequilibradas implicando comunicaciones verticales. Esto es precisamente lo que señala Chema Caballero al recordar que: “Las empresas petroleras quieren que por un lado Kenia levante el veto a la utilización de plásticos de un solo uso, especialmente el de las bolsas, y por otro que reciba basura de Estados Unidos y otros países occidentales” recordando que “en 2019, las exportaciones de deshechos plásticos al continente africano se cuadriplicaron”.

Los ciudadanos de los países occidentales no son conscientes de la cantidad de basura que generan y creen que se recicla cuando en realidad se envía a otros lugares donde causa daños ambientales

Entre las industrias que más contaminan en el mundo están todas las que tienen que ver con las empresas petroleras. Son conocidos los casos de desastres medioambientales por la empresa Chevron y la extracción de petróleo en el Parque Nacional Yasuní en Ecuador o de Shell en el Delta del Niger entre infinidad de casos. Así mismo, otra industria, quizás menos vinculada mediáticamente con problemas del cambio climático, es la cárnica.

En un estudio de la ONG GRAIN titulado “Emisiones imposibles: Cómo están calentando el planeta las grandes empresas de carne y lácteos” se afirmaba que los principales exportadores de carnes y lácteos (Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, Brasil, Argentina, Australia y Nueva Zelanda) representaba el 43% del total de las emisiones mundiales de la producción de estos alimentos pese a que solo suponen el 15% de la población mundial. Concretamente, las cinco principales corporaciones productoras de carne y lácteos del mundo son: JBS, Tyson, Cargill, Dairy Farmers of America y Fonterra (tres de Estados Unidos, una de Nueva Zelanda y otra de Brasil).

Pero no solo son las empresas las que están detrás de este tipo de procesos que externalizan la distribución de residuos y la contaminación del planeta. Otro de los actores importantes del tablero son las entidades bancarias. Como anunciaba el diario La Marea, el reciente informe Bankrolling Extinction señala cómo los 50 bancos más importantes del mundo, entre los que se encuentran el Santander y BBVA, durante el 2019 desarrollaron préstamos y garantías de más de 2,6 billones de dólares a los sectores económicos que generan los principales efectos en la pérdida de biodiversidad del mundo y sin contar con normativas que controlen estos procesos. La amplia mayoría de estos bancos son de países occidentales, estando entre los 10 primeros cuatro bancos de Estados Unidos (Bank of America, Citigroup, JP Morgan Chase y Wells Fargo), tres de Europa (BNP Paribas, HSBC y Barclays) y otros tres japoneses (Mizuho Financial, Mitsubishi Financial y Sumitomo Mitsui Banking Corporation).

Por otro lado, un informe llevado a cabo por Amazon Watch señalaba a los bancos estadounidenses BlackRock, Citigroup, JPMorgan Chase, Vanguard, Bank of America y Dimensional Fund Advisors como parte de procesos de inversión en proyectos de deforestación y violencias sobre las comunidades indígenas en la amazonía llegando a invertir más de 18 millones de dólares en tales procesos entre 2017 y 2020. Han sido destacadas nueve empresas involucradas en estos proyectos como destaca el medio colombiano El Espectador: “las mineras Vale y Anglo American, las agroindustriales Cargill y JBS, y la energética Electronorte. A JBS, la mayor cárnica del mundo, la investigan por haber obtenido ganado de haciendas que invaden las reservas indígenas Uru-Eu-Wau-Wau y Kayabi en la Amazonía brasileña. Por su parte, la gigante minera Vale enfrenta acusaciones de contaminar agua e incumplir su compromiso de mitigar el impacto de su actividad en tierras indígenas, según la investigación. Y la empresa energética Energisa Mato Grosso electrifica los asentamientos de ocupantes ilegales en tierras nativas”.

Vemos reflejado entonces a partir de estos ejemplos cómo los relatos que se generan desde el norte global silencian todas estas realidades que son constitutivas de los mayores procesos de contaminación y destrucción del medio. Mientras, la rueda sigue girando y se siguen situación en el lugar de la superioridad civilizatoria a partir del mantenimiento de un modelo capitalista racializado que no es cuestionado, sino que por el contrario es redefinido de forma permanente de tal forma que trabaja por el mantenimiento del bienestar en las ciudades europeas a costa de procesos industriales, productivos y extractivistas que destrozan la calidad del medio y de la propia vida en otras geografías donde habitan cuerpos que no son entendidos como sujetos a los que se les debe aplicar los mismos derechos y garantías.

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