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Patrimonio
Juicio al godo
Las declaraciones del Ayunmiento de Mérida, con dosis de matonismo, contra los investigadores que han planteado la posibilidad de que el Acueducto de Los Milagros no sea en realidad romano, han ofrecido una imagen de catetismo y provincianismo increíbles del consistorio al resto del país.
El 5 de mayo de 1925 las autoridades de Tennessee denunciaron y llevaron a juicio al profesor John Scopes por el delito de explicar la Teoría de la Evolución de Charles Darwin. El caso, en el que intervino, dirigiendo la defensa del maestro, el brillante abogado Clarence Darrow terminó con la condena del docente y la victoria pírrica de quienes pretendían desterrar de la enseñanza todo conocimiento que no confirmase sus dogmas y prejuicios religiosos.
Tras el “Scopes Monkey Trial”, tras el juicio al mono, el creacionismo estaba en la práctica sentenciado, por más que las organizaciones cristianas fundamentalistas de EEUU hayan intentado ocupar un espacio en el debate científico patrocinando pseudo-ciencias como el “Diseño Inteligente”.
¡Quién nos iba a decir que 94 años después, en ese apartado rincón del mundo que es Mérida, Extremadura, se iba a desatar una nueva controversia que enfrenta a un dogma contra un posible debate histórico!
Del juicio al mono hemos llegado al juicio al godo. Lo explicamos:
Todo empieza con una investigación presentada en la Universidad Autónoma de Madrid que defiende que el llamado “Acueducto de los Milagros”, ubicado en Mérida, se construyó a partir del siglo IV y no en el siglo I (coincidiendo con los inicios de la ciudad romana) como se ha mantenido hasta ahora. El estudio ha sido presentado por dos ingenieros que basan su hipótesis en pruebas de termoluminiscencia aplicadas al monumento. Si se confirmase, pertenecería a la tardo-antigüedad y bajo influencia bizantina y visigoda. ¡Ah los godos!
Que se presente una hipótesis planteando nuevas cronologías es el pan nuestro de cada día en el debate histórico. Quienes plantean nuevas dataciones aportan sus pruebas, éstas son verificadas o refutadas por la comunidad científica y finalmente se alcanza un veredicto: si no son concluyentes se mantiene la cronología tradicional. Si son consistentes, se acepta. Así avanza el conocimiento: planteando hipótesis y comprobándolas.
Que se presente una hipótesis planteando nuevas cronologías es el pan nuestro de cada día en el debate histórico. Si son consistentes, se acepta. Así avanza el conocimiento: planteando hipótesis y comprobándolasPero en esta controversia, y de manera sorprendente, han intervenido nuestras autoridades municipales logrando elevar a la categoría de esperpento lo que no deja de ser un muy secundario debate en la Comunidad Científica dedicada a la Historia. Las pruebas de la romanidad del Acueducto son abundantes y consistentes y el estudio se basa en una datación muy parcial sobre una estructura en la que, en la práctica, se intervino durante varios siglos al objeto de mantenerlo en funcionamiento. El esperpento no está en la defensa de la actual datación del monumento, sino en quienes han intervenido y la forma en lo que lo han hecho.
Vayamos a los hechos:
Tras publicarse las conclusiones de estudio en el diario El País, el actual director del Consorcio de la Ciudad intervino para defender la postura tradicional. Todo en orden. Después decidió aportar su granito de arena el alcalde de la ciudad, Antonio Rodríguez Osuna. La cosa empieza a torcerse: ¿y qué pinta un alcalde en un debate puramente académico?
No obstante, el momento berlangiano se desatará con la intervención de la portavoz municipal Carmen Yáñez, quien anuncia que “se tomaran medidas contra quienes duden de la romanidad del acueducto” (sic). Como con Galileo Galilei o con John Scopes, la mera duda planteada ante las narices de quien vive instalado en un dogma, se convierte en un delito. Con Carmen Yáñez ha llegado el “juicio al godo”.
“Ha quedado claro – continúa – que es romano, muy romano”. Porque ya sabemos que hay españoles y mucho españoles y en Mérida, romanos y muy romanos“Nosotros estudiaremos que vías tiene el Ayuntamiento para, a través del gabinete jurídico – nos informa la Portavoz– ver a qué personas o entidades tenemos que acudir para que se retracten o rectifiquen en la información que han publicado y están defendiendo”. Tal vez sea una perogrullada, pero Carmen Yáñez debería saber que cuando se habla de “Tribunales” en la Universidad no se hace referencia a los de Justicia y que solo planteando con libertad y sin coerción tesis y antítesis puede avanzar el Conocimiento. “Ha quedado claro – continúa – que es romano, muy romano”. Porque ya sabemos que hay españoles y mucho españoles y en Mérida, romanos y muy romanos.
“Pedimos que se retracten –informa a los investigadores– porque no tienen prueban fehacientes que determinen lo que dicen”. De nuevo hay que decir aquí una obviedad: las pruebas se presentan y debaten en la Comunidad Científica y empleando argumentos científicos, es decir: razones; y no declaraciones ridículas más propias de una barra de bar, con una dosis de matonismo impropia de quien no deja de ser la cabeza visible de un equipo de gobierno.
Las pruebas se presentan y debaten en la Comunidad Científica y empleando argumentos científicos, es decir: razones; y no declaraciones ridículas más propias de una barra de bar, con una dosis de matonismoFlaco favor se ha realizado a la ciudad no con la publicación de un mero estudio, sino con la reacción de las autoridades de Mérida, que han ofrecido una imagen de catetismo y provincianismo increíbles. Solo espero que nos ahorremos la vergüenza de ver al Ayuntamiento denunciando ante la justicia a dos investigadores.
Y con todo, esa reacción no deja de formar parte de un cierto clima de intolerancia (y su eterna compañera, la ignorancia) que se está instalando en este país. Los dogmas, políticos y religiosos, especialmente los políticos, arraigan con fuerza y todo lo que cuestione la estrecha mente de nuestros gobernantes se convierte, primero en algo sospechoso y más tarde, en un delito.
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