Palestina
De muro de la vergüenza a reclamo turístico

400 kilómetros de barrera entre Israel y Palestina dan para pintadas reivindicativas contra el apartheid y para un nuevo tipo de turismo activista.

Palestina
Grafitis en el muro de la vergüenza, cerca del checkpoint de Belén. Álvaro Minguito

En 2017 se cumplen 100 años, un largo siglo, desde que los británicos comenzaron a tomar el control del territorio palestino en los últimos coletazos de la Primera Guerra Mundial. Han pasado 50 desde junio de 1967 y su Guerra de los Seis Días, un conflicto relámpago que sirvió a Israel para redibujar a su antojo las fronteras de Oriente Medio y avanzar posiciones en la ocupación de Cisjordania, Jerusalén Este, Gaza y el Golán. En un año de aniversarios de cifras redondas alrededor de Palestina, los motivos de celebración siguen brillando por su ausencia.

La creación del Estado de Israel en 1948 marca el punto de partida de lo que el pueblo árabe-palestino conoce como Nakba (catástrofe). Desde entonces, la impunidad con la que ha actuado Israel ha dejado en papel mojado las cerca de cien resoluciones emitidas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Con el incondicional beneplácito estadounidense y la demostrada inoperancia de los organismos internacionales para hacer cumplir la legalidad, la política sionista ha seguido avanzando a base de bombas, asentamientos judíos en territorios ocupados, refugiados, torres de control, checkpoints y muros.

En este contexto, la interminable barrera que sella las fronteras de Israel sigue siendo un proyecto inacabado y en continua expansión que Israel justifica con razones de seguridad. Esta vasta combinación de vallas metálicas, alambradas de espino y bloques de hormigón, con más de 700 kilómetros programados y en torno a 400 construidos a día de hoy, es uno de los máximos exponentes del sufrimiento del pueblo palestino y de la cerrazón y la falta de voluntad de diálogo de las autoridades israelíes.

Pero, al mismo tiempo, también es un lienzo dinámico que se convierte en una vía de escape y expresión para voces marginadas, mensajes de crítica política, protestas sociales y solidaridad global.

Hace años que la cultura del grafiti echó raíces en Palestina. Con ella llegó también un nuevo perfil de visitante concienciado con la causa y dispuesto a ejecutar su particular peregrinaje a torres de control, campamentos de refugiados y tours guiados por las pintadas más icónicas del muro. 

Incluso, en algunas zonas, muchos hostales invitan a sus clientes a participar en las marchas contra la ocupación israelí que tienen lugar los viernes después del rezo. La experiencia forma en ocasiones un cóctel ecléctico de gases lacrimógenos israelíes, niños tirapiedras palestinos y fotografías con destino Instagram. 

El tour continúa en el muro e incluye la búsqueda de pintadas y mensajes variopintos como la figura de Yasser Arafat, la leyenda Make hummus not war ("Haz hummus y no la guerra") o diferentes escenas con el carismático Handala como protagonista. 

La multiplicidad de pintadas que llenan las altas paredes del muro —de hasta ocho metros de altura en algunos puntos— no sólo ha atraído a los turistas. También se han subido al carro varias ONG que han puesto en marcha proyectos con el grafiti como elemento central, ya que estos se han convertido en los últimos años en una herramienta reivindicativa muy potente que atrae la mirada del mundo entero.

Un ejemplo de ello es la iniciativa 'Grafiti por la Paz', un programa cofinanciado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, mediante el cual las cinco finalistas del I Certamen Internacional de Mujeres Artistas viajaron en 2012 a Palestina para dejar sus ilustraciones en el muro bajo las consignas de la paz, la libertad y la igualdad.

Al calor de esta tendencia mediante la cual el Muro de la Vergüenza se transforma en una especie de mural para miles de artistas tanto internacionales como locales, crecen pequeños comercios como el que la familia de Mohammed, un joven palestino de unos 25 años, abrió en Belén el pasado 2010. Es La tienda de los grafitis del muro y entre sus productos se encuentran todo tipo de souvenirs que inmortalizan las efímeras obras de arte en diferentes formatos.

Al lado, otro negocio organiza concursos y talleres de aprendizaje con los que atraer turistas motivados por dejar su huella en el hormigón. "Entonces ya había grafitis, pero en los últimos años ha aumentado mucho, es masivo", asegura Mohammed.

En este tipo de locales se pueden comprar desde plantillas para reproducir las piezas más icónicas de Banksy, pasando por camisetas reivindicativas, pósters, postales y pendientes, llaveros y todo tipo de accesorios de Handala, el niño de diez años símbolo de la resistencia palestina convertido en superventas.

El niño inconfundible

El pequeño Handala echó a andar en 1969 de la mano del dibujante palestino Nayi al-Ali. Su inconfundible pose, siempre de espaldas y con los brazos entrecruzados representa, tal y como explicaba su creador, el "rechazo a todas las ataduras negativas en nuestra región".

Este niño de pelo erizado y edad perenne se ha convertido con el paso del tiempo en una de las figuras más emblemáticas del sufrimiento enquistado del pueblo palestino.

"Handala nació con diez años y siempre tendrá diez años. A esa edad dejé mi tierra. Handala seguirá teniendo diez años hasta que yo vuelva, cuando empezará a crecer", solía decir Ali, quien tuvo que dejar su localidad natal en una aldea de Galilea que quedó destruida tras la creación del Estado de Israel en 1948. Después de pasar gran parte de su infancia en un campo de refugiados de Líbano, emigró a Kuwait, donde publicó su primera viñeta de Handala en el diario Al-Siyyasa.

La masacre de Sabra y Chatila durante la Guerra del Líbano marcaría un nuevo punto de inflexión en la vida de Nayi al Ali, quien acusó a los líderes de la Organización para la Liberación Palestina (OLP) de ser responsables ante la matanza de palestinos residentes en los campos de estas localidades de Beirut Oeste.

Como consecuencia, Ali fue expulsado de Kuwait y ningún otro país árabe permitió su acogida. Se encontraba afincado en Londres cuando el 25 de julio de 1987 un pistolero le descerrajó varios disparos en la cara que terminaron por provocarle la muerte. Con ella, el asesino nos privó también de la posibilidad de ver crecer a Handala, condenándole a un amargo y eterno décimo cumpleaños.

El hotel de Banksy

Gracias al impulso de artistas locales tan icónicos y símbolos tan representativos como lo fueron Ali y Handala, pero también a las acciones en el terreno de figuras internacionales, el turismo de grafiti solidario con la causa palestina se asentó como tendencia al alza.

En el reconocido artista urbano Banksy encontramos quizá al mayor representante de este tipo de turismo activista.

Una de sus últimas incursiones en territorio palestino fue en 2015, unos meses después de la Operación Margen Protector sobre la Franja de Gaza. La ofensiva israelí dejó 1.500 civiles muertos —entre ellos 539 niños y niñas, según Amnistía Internacional—, miles de heridos y alrededor de 18.000 hogares destruidos que sumar al interminable cómputo global.

Entre los escombros que dejaron las bombas, Banksy dejó una gata rosa —su particular forma de llamar la atención de los internautas, que "sólo miran gatitos"—, unos columpios colgando de una torre de vigilancia israelí y una mujer llorando sobre una puerta cuyo 'afortunado' dueño, sirva la anécdota, terminó vendiendo a un turista por unos pocos cientos de dólares.

El pasado marzo, la apertura de un pequeño hotel en el 182 de Caritas Street, en Belén, devolvió momentáneamente a Palestina a las cabeceras de todo el mundo. Financiado por el artista británico que se esconde tras la firma Banksy, decorado en gran parte con sus obras y ubicado a escasos metros de la West Bank Barrier, en primera línea de muro, el irreverente cóctel resultó un reclamo mediático inmediato.

The Walled Off Hotel, "el hotel con las peores vistas del mundo", na obra de Banksy.

En la promoción de su nuevo negocio, el artista tiró del mismo humor ácido y la misma ironía que caracterizan gran parte de su trabajo. Buscaba la provocación y encontró la polémica en un pequeño negocio con diez habitaciones y apenas 25 minutos de luz solar directa al día al que no tardó en buscar eslogan. El 'hotel con las peores vistas del mundo' había abierto sus puertas. 

Con su director Wisam Salsah como cabeza visible, el alojamiento da trabajo a un total de 45 palestinos y asegura ofrecer "una especialmente cálida bienvenida" a los jóvenes israelíes que se animen a hospedarse con ellos. En la nota difundida a los medios durante la inauguración, Banksy definió su establecimiento como un “hotel, tienda de té, museo casero con una galería de arte, una tienda de material para grafitis y un centro turístico todo incluido para vándalos".

Además de vender esprays, plantillas y demás parafernalia, anima a sus clientes a dejar su sello en el muro e ironiza con la paradoja que supone debatir sobre la legalidad de pintar en una barrera declarada ilegal por el Tribunal de la Haya en 2004.

Tampoco duda en posicionarse con respecto al dilema ético que representa para algunos su iniciativa. "Algunas personas no están de acuerdo con pintar el muro porque dicen que trivializar o normalizar su propia existencia es un error. Otros agradecen cualquier atención al mismo y a la situación actual. Así que, en esencia, pueden pintarlo, pero eviten todo lo normal o trivial", concluye la respuesta a una de las preguntas frecuentes que se pueden leer en su página web.

Consciente de que el discurso que esgrimen sus detractores cuenta con argumentos de peso que lo sostienen, el propio Banksy relata cómo un anciano se le acercó para decirle que su pintura embellecía el muro. Se lo tomó como un cumplido, hasta que el hombre le replicó: "No queremos que sea bonito. Odiamos este muro. Váyase a casa".

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