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Países Bajos
La extrema derecha holandesa llega al poder explotando el desencanto
Hace 22 años un asesinato conmocionó al país. A la salida de una entrevista en la radio y a apenas una semana de las elecciones en las partía como uno de los favoritos, Pim Fortuyn fue abatido. Su solitario asesino alegó que le preocupaba el auge de la xenofobia. Con un discurso anti-inmigración Fortuyn se había erigido, en apenas unos meses, en la alternativa a la coalición de socialdemócratas y liberales gobernante. Un polemista de carisma indudable, con ademanes y rarezas de aristócrata, al que a menudo le temblaba la voz de emoción en sus discursos. La irrupción y muerte de Fortuyn abrieron una brecha en los Países Bajos que no dejaría de agrandarse. El islam se convirtió en la obsesión de la política. Y la idea de una élite globalizada de la que el pueblo debe defenderse, quedó asentada.
Ahora una coalición liderada por la extrema derecha de Geert Wilders y su Partido por la Libertad (PVV) gobernará por primera vez en Países Bajos. Los liberales conservadores del Partido Popular por la Libertad y Democracia (VVD), los democristianos de Nuevo Contrato Social (NSC) y el partido populista agrario Movimiento Granjero-Ciudadano (BBB) completan la coalición cuyo acuerdo de Gobierno lleva el título de Esperanza, coraje y orgullo. En su presentación el 16 de mayo Wilders declaraba: ''El sol brillará de nuevo, el país vuelve a ser nuestro''. Y es cierto que su hazaña no es menor. Pues tras la contundente victoria en las elecciones de noviembre y al conseguir por primera vez liderar un Gobierno, Wilders ha consumado la conquista del centro político que la ultraderecha holandesa emprendió hace dos décadas.
Por el camino, sin embargo, hizo una importante concesión, al dar un paso atrás y no postularse como primer ministro. Existía inquietud entre los democristianos de que Wilders, sobre el que pesa una condena por incitación al odio, malograra el prestigio internacional del país. Ahora el líder ultraderechista, que se reserva el nombramiento del primer ministro, tantea a diferentes candidatos. Y aunque los deba buscar fuera de su partido, dado que el Partido por la Libertad no es un partido al uso pues Wilders es el único miembro y todas las decisiones las toma él personalmente, los analistas coinciden en que el elegido será alguien leal y de su confianza.
Países Bajos trasladará su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, un deseo del Gobierno de Netanyahu, que los cuatro partidos firmantes secundan con entusiasmo
Durante la presentación del acuerdo, la inmigración destacó como la prioridad del nuevo Gobierno. Los cuatro partidos firmantes prometieron ''el régimen de asilo y migración más duro de la historia del país''. Para ello declararán por ley un estado de emergencia migratoria que permita anular temporalmente la tramitación de solicitudes de asilo, facilitar las deportaciones y establecer controles fronterizos. Además solicitarán en la Comisión Europea una cláusula de exclusión que exima a Países Bajos del cumplimiento de la ley migratoria comunitaria.
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A pesar de que Wilders llevaba en su programa la promesa de ''tirar toda las políticas climáticas a la trituradora'', la coalición mantendrá los compromisos climáticos existentes. Para ello, anuncian la construcción de cuatro centrales nucleares. En cuanto al campo, uno de los quebraderos de cabeza del país, el acuerdo asegura la continuación del modelo intensivo. El nuevo Gobierno ''hará todo lo posible'' por mitigar las normas ambientales europeas y reducirán los espacios naturales protegidos.
El suspiro de alivio de los trabajadores de la radiotelevisión pública casi se podía oír durante la presentación de los planes. Pues a pesar de que Wilders prometió desmantelarla por completo, gracias a la presión de los democristianos, el acuerdo lo deja de momento en un recorte de 100 millones, un 10% de su presupuesto. El IVA para cultura y prensa pasará del 9% al 21%, un importante golpe para el sector. Y Países Bajos trasladará su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, un deseo del Gobierno de Netanyahu, que los cuatro partidos firmantes secundan con entusiasmo. La subida del sueldo mínimo prometida por Wilders en campaña, sin embargo, se ha quedado fuera del acuerdo.
El islam en el congelador
En la tienda de Arie los objetos se ven algo descoloridos. Los chándales ya no lucen el brillo de antaño y los casetes de música se amontonan amarillentos. Al igual que muchos de sus vecinos en Lelystad, este vendedor de artículos de segunda mano, votó al PVV de Geert Wilders. Lelystad, a una hora en tren desde Ámsterdam, es una ciudad dormitorio construida en los años 1960 sobre un inmenso terreno ganado al mar donde el PVV, con un 30% de los votos, ganó holgadamente las elecciones.
Cuando se le pregunta por el tema, Arie suspira y dice: ''Sabiendo el futuro tan incierto que le esperaría en este país, yo preferí no tener un segundo hijo. Creo que la vida antes era más sencilla, ahora todo es una lucha. Por ello he elegido a alguien que lo da todo por sus principios. Wilders es el único que se atreve a señalar al sistema y llamar las cosas por su nombre''.
''Al hacer de la inmigración el asunto principal de la campaña, los votantes eligieron al que identificaban como dueño del tema", explica el politólogo Oudenampsen
Aunque el auge de las derechas populistas ha sido paulatino en los Países Bajos, Merijn Oudenampsen, politólogo en la Universidad Libre de Bruselas, cree que el empujón final para la victoria del PVV se debió al fin del cordón sanitario y a la idea propagada en los medios de que Wilders se había vuelto ''más blando''.
Durante la campaña, la sucesora del primer ministro saliente Mark Rutte al frente del VVD, Dilan Yesilgöz, quiso hacer un guiño a los votantes de Wilders y anunció que no los excluiría de las futuras negociaciones. ''El levantamiento del veto hizo que muchos que hasta entonces no votaban al PVV por miedo a que su voto no sirviera de nada, ahora sí lo hicieran'', explica Oudenampsen.
Tampoco le salió bien la jugada al VVD cuando decidió encarar una campaña basada en la inmigración. El verano pasado Rutte dejó caer a su Gobierno por las desavenencias en un punto mínimo pero de alta carga de simbólica: la reunificación familiar para refugiados de guerra. Aunque apenas se trate de unas pocas miles de personas que de este modo llegan al país cada año, Rutte, mirando de reojo a Wilders, quiso perfilar a su VVD como el partido anti-inmigración. ''Pero la gente eligió al auténtico'', explica Oudenampsen, ''al hacer de la inmigración el asunto principal de la campaña, los votantes eligieron al que identificaban como dueño del tema''.
Wilders, a su vez, puso el acento en la vivienda, la sanidad, las durezas que enfrentan los holandeses, acusando entretanto a los solicitantes de asilo de acaparar los recursos. Jasper van Dijk, diputado del Partido Socialista (SP) durante 16 años, cree que fue este giro social el que terminó por dar la victoria al PVV. De su partido, heredero de los comunistas, salieron en los últimos años parte de los votantes de la extrema derecha. ''Wilders ha copiado algunos de nuestros planteamientos pero ligándolos al chivo expiatorio de la inmigración'', explica.
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Van Dijk, sin embargo, señala el papel del VVD y Mark Rutte: ''Si día y noche repites que los inmigrantes son el mayor problema del país eso acaba calando. El propio Gobierno creó esta situación al mermar la capacidad de los centro de acogida con recortes y así se crea la imagen de que el país se desborda cada vez que hay un pico de llegadas. No es extraño que de este modo acabe ganando el partido anti-inmigración''.
Tras su victoria y para facilitar el acuerdo de Gobierno, Wilders anunció que metería ''en el congelador'' sus propuestas más radicales. La prohibición del Corán y las mezquitas, la anhelada ''prohibición del islam'' por la que fundó su partido, quedó así fuera de la mesa de negociaciones. También el referéndum sobre la pertenencia a la Unión Europea. De este modo se ganó el apodo de Milders, un juego de palabras que viene a significar que el líder ultraderechista se ha ablandado.
Pero en Twitter Wilders siguió entonando su lenguaje habitual. Así, por ejemplo, cuando un tabloide anunció que activistas pro-palestinos planeaban protestar el 4 de mayo, el día de recuerdo por los caídos, publicó: ''Deben ser detenidos y deportados a Gaza. Fuera de aquí'', acompañando el tuit con las fotos de cinco activistas. Y en su visita reciente a Hungría, invitado por su amigo y aliado Victor Orbán, Wilders aseguró luchar contra ''los inmigrantes que no dejan a nuestras mujeres e hijas caminar seguras por la calle''.
Bloqueo tóxico
Aunque Joy haya votado a los liberales conservadores del VVD, no le disgusta la coalición con Wilders. Bajo un parasol, con su hija en el regazo, bebe un refresco en una tienda de patatas fritas y helados. Mientras, en el aparcamiento de enfrente, tres polacos matan el tiempo bebiendo latas de cerveza y fumando. Dos españoles en mono de trabajo pasan discutiendo animadamente a nuestro lado.
''Yo no tengo ningún problema con los inmigrantes'' dice Joy, ''si alguien huye de una guerra habrá que acogerlos decentemente. Aunque si la gente no puede encontrar vivienda es normal que voten al partido que promete menos inmigrantes''. Pero añade: ''Prefiero no seguir la política, no me fío de nada''.
Si bien los simpatizantes de la ultraderecha forman un grupo diverso, sus recelos pueden sonar muy parecidos. Aysa, por ejemplo, que orgullosamente se presenta como musulmana, ha querido darle una oportunidad a Wilders ''ahora que es un poco más blando''. Afirma, sin embargo, no tener ninguna confianza en el Gobierno y no se siente amenazada por el discurso anti-islam ya que ''los políticos dicen muchas tonterías''. En cambio sí que espera que Wilders haga algo con el problema de la vivienda: ''Mis hijos viven todavía conmigo mientras que a los refugiados les dan directamente una vivienda. Es injusto''.
''El electorado de la extrema derecha es muy variado. Algunos vienen de una tradición nacionalista y conservadora mientras que a otros los mueve razones económicas, la preocupación por el empeoramiento de los servicios públicos o la falta de vivienda'' explica Oudenampsen. ''Wilders ha sabido canalizar esa desafección con el comodín de la inmigración. Es un relato sencillo pero difícil de desarmar. Porque las preocupaciones de los votantes son ciertas, pero las causas reales son más complejas de explicar que simplemente señalar a unos refugiados sirios y decir que nos están quitando lo nuestro''.
El nuevo Gobierno holandés, sin embargo, no lo tendrá nada fácil para cumplir con su palabra. Pues tanto para frenar la inmigración como para levantar las normativas ambientales en el campo, los dos temas que acabaron bloqueando al anterior Gobierno, la coalición lo apuesta todo a conseguir una posición excepcional dentro de la Unión Europea y así quedar exento de los acuerdos comunitarios. Es poco probable, sin embargo, que los 26 países miembros vayan a concederle estos privilegios. Tampoco ayudará la fama de intransigente que los Países Bajos se han ganado en Europa.
''Es muy probable que los jueces tumben los planes de esta coalición. Así que auguro un bloqueo tóxico en el que el Gobierno, al no prosperar en sus propósitos irrealistas, les eche la culpa a las instituciones, los jueces, Europa, los medios, identificándolos como la élite. Entretanto Wilders seguirá sembrando odio a golpe de tuit'', señala Oudenampsen.
Ante la pregunta de cuál debe ser el papel de la oposición, Van Dijk asegura que con llamar racista y extremista a la ultraderecha no basta para vencerla en las urnas. ''Hace falta convencer con un relato propio. La izquierda también debe hablar de comunidad, de una sociedad donde la gente se pueda sentir en casa. Porque muchos de los que salen perdiendo con la globalización y la tecnocracia europea encuentran su refugio en los ultras. Nosotros compartimos esas mismas preocupaciones, pero sin culpar de ello a la inmigración y al islam''.
Lo cierto es que en Lelystad no se percibe el enfrentamiento étnico que se jalea desde la política. Más bien al contrario. Si algo queda patente es una convivencia serena y a menudo estrecha. Los vecinos toman café en la panadería turca. Una chica holandesa habla en inglés con su nueva amiga ucraniana. Pero lo que sí se trasmite es desilusión, incertidumbre. También una profunda desconfianza en las instituciones.
Arie atiende a una señora que le pregunta por el precio de una máquina de coser. ''35 euros'' le contesta, ''pero no está al 100%, habría que repararla''. Después de que la mujer salga de la tienda, como para asegurarse de que se entienda cada una de sus palabras, baja el volumen de la radio y añade: ''Pero no pienses que soy iluso, sé que mi voto a Wilders no servirá para nada. Votemos a quien votemos, siempre ganan los mismos''.
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Y aquí los tendremos en breve, gracias a los y las miles de idiotas que votan a sus tiranos, gracias a los que no votan porque son puros de espíritu revolucionario. También gracias a los votos que van a partidos que debieran ser asociaciones, como PACMA o el Partido Canábico. El fascinó es especialista en explotar el desencanto, el rencor y la estupidez. En definitiva, como sociedad, tenemos lo merecido.