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Feminista, corista y profesora de derecho del trabajo (UCLM).
canción de Jonh MacRae (s. XVIII)
Sí, estoy cansada del exilio en esta humanidad. Estoy agotada de la resistencia y el entusiasmo por seguir adelante. Estoy harta de la desesperanza cuando la paciencia se ahuyenta con el macho. Me esperanza la rebeldía con su rendición. Por fin.
Y el colapso ya ha llegado. Hace tiempo. Ese monstruo, éxito y derrota que anuncia que el exilio ha terminado, que volver es la única posibilidad. Posibilidad de vida. Volver y liberar la tierra. Volver a conectar con el cordón umbilical.
Volver a casa y liberarme de pesticidas, de anhelos absurdos, de monocultivos del pensamiento hechos caña de azúcar, soja o pobre vaca. Volver sanando las heridas de la separación entre todo aquello que está irremediablemente unido, entre hombres y mujeres, entre la experiencia y los años, entre pájaros y semillas, entre la lava del volcán isleño y el océano que la acoge cuando se desborda, entre trabajar y vivir. Ya llegó el momento. Por fin.
Hemos luchado mucho dentro y fuera para que llegara el colapso y su superación. Hemos hecho todo lo imposible para que nuestros ojos solo vieran guerra y pantalla. De aquí y del otro lado. A favor o en contra. Hemos hecho todo lo posible por ver belleza donde casi no la había, por poblar la posibilidad, por morirnos y resucitar, por denunciar la mentira y desvelar algo de la propia verde verdad.
El colapso ha llegado. Las máscaras caen a mansalva. Las montañas se incendian o son incendiadas y ya no cabe más denuncia que la acción y la pasión.
La acción desnuda de modismos. La acción que proviene de la desolación, que es imposible —porque el sol siempre está— y vive del oxígeno y la fotosíntesis cotidiana. Como un matojo. Igual. Eso es el ser humano: respiración y relación. Y construye y canta.
La pasión tiene paciencia y atraviesa lo que va tocando. Un paso al tiempo. Al acecho y en descanso.
Cada vez que escribo la palabra colapso, la dislexia entrenada por la intuición me lleva a colpaso. Al paso con. Qué hermoso. No hay más ni menos que caminar acompañado, acompañada. Un paso al tiempo.
Precisamente, la etimología de colapso, que es amplia y anunciada, indica que originalmente nombra un lapso, es decir, un error o una caída de tiempo común (-co). Un colapso ahora y aquí, en gran parte del orbe planetario colonizado por el poder de la destrucción, sería entonces un error civilizatorio. Seguramente es un profundo error epistemológico, que malpone el valor de la vida en una moneda, que ya ni siquiera se usa, cercándola de muerte para que unos muy pocos crean que superviven. Parece que el colapso presente podría nombrar el resultado de ese (t)error colectivo que impone el contrato social patriarcal capitalista cuando declara la guerra a la vida y nos ofrenda, en este momento, la zona liminal donde los humanitos tienen que decidir qué camino tomar: el del amor o el de la destrucción. Se trata de nosotros, células de Gaia. El todo podría extirparse nuestro mal, perdiéndose la ganancia de nuestro colosal experimento.
Es simple la elección, aunque cueste darnos cuenta de la dimensión de la encrucijada que tenemos delante. Es difícil mirar como águila cuando cada nervio se indica y duele en alerta máxima. Es lógico porque algo está muriendo. Es normal porque algo está dándose a luz. Tenemos dentro y fuera la depresión y la esperanza. Tenemos dentro y fuera el buen vivir y el suicidio. Tenemos dentro y enfrente a un esperpento debilitado de quienes somos y un desnudo y esponjado ser. Todo junto y a la vez. Estímulo y destrucción. El colapso y su posibilidad.
Entre que el colapso tenga el aroma de la normalización de la catástrofe como método de aparente supervivencia, que nos impide incluso nombrarlo, o convertirlo en colpaso hay solo un arroyo, una amiga, una visión, una cooperativa, una muerte, una tortilla de patatas, una desesperación, un abrazo largo y tres besos seguidos de madre, el olor del azahar, un insistente dolor de cabeza, la posibilidad de ser padre, una incipiente comunidad de vida en la montaña, un aullido, un coro, una ballena, una placa solar, una cosmogonía original. Una pequeña o enorme verdad.
Hemos vencido. El colapso ya está aquí y no por casualidad. El exilio ha terminado. Aguarda el ser, el ser capaces de ser. Ser capaces de liberar la tierra, la tierra que somos.
Entonces cedo mi palabra y me trenzo agradecida y casi rescatada con la voz de uno de los muchos movimientos humanos del mundo que sostienen la vida y nos recuerdan cómo hacerlo. Así habla el Proceso de Liberación de la Madre Tierra (PLMT), del Pueblo Nasa —Norte del Cauca de Colombia—, en una carta que le escribe al EZLN en 2022: “En el camino aprendimos que la voz que enseña es Uma Kiwe, nuestra Madre Tierra; ella indica el camino y las estrategias” (…). “Frente a la falsa disyuntiva entre la institución o la revolución, los pueblos proponen rutas alternativas para habitar este presente; las coordenadas del debate desbordan un esquema cartesiano, y nos muestran, con sus formas de habitar y organizarse en la minga, la asamblea, la celebración, las tulpas y rituales, otros modos de vida posibles. Cuando nos preguntan: «¿Rebelión? ¿Revolución? ¿Reforma? [decimos que] lo nuestro es el wët wët fxi’zenxi”. Lo suyo es el buen vivir, convivir en alegría todos los seres, que es eso lo que significa.
Y siguen: “Los saberes desde abajo, es decir, los que vienen desde la Madre Tierra, no solo humanos, sino todos los saberes desde abajo son los que en definitiva darán la pelea al monstruo. Dicho de otro modo: el sujeto de la revolución es una sujeta: Uma Kiwe liberándose. Nosotras, nosotros, las luchas, pues, venimos siendo el «frente humano». Hay también el frente de las bacterias, de los hongos, de los artrópodos, felinos, árboles, aguas… La Madre Tierra tiene más frentes que todas las guerrillas de la historia humana juntas”.
Inspiro y expiro. Sigo escribiendo. Pasión y acción. Como una gata. El colapso me regala el ombligarme al suelo y a lo celeste a la vez, como puente y amarre, como la liana que me llevará al claro del bosque, donde ya nos están esperando y llegan exhaustos nuestros pasos acompañados y generosos. Vamos. De frente. Se acabó el exilio.