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Medios de comunicación
La necesidad de criticar al periodismo para salvar a los periodistas
Es imprescindible politizar el acceso a la información, de la misma manera que se ha politizado el acceso a la vivienda o el acceso a una subsistencia mínima.
No es la primera vez, ni la última, que un periodista es acusado de parcialidad por un partido político. Ni que, desde una esquina del columnismo español, se utiliza esta ocasión para atizar al partido político en cuestión, removiendo de nuevo ese argumento infalible de que, en lo que respecta al totalitarismo, los extremos se tocan. Sin entrar en la cuestión de que igualar un linchamiento tuitero a la represión estatal supone banalizar el autoritarismo, el tema coloca a la sociedad ante una pregunta importante: ¿podemos decidir qué clase de periodismo queremos? No se trata de decidir si los ciudadanos quieren un periodista de izquierdas o de derechas presentando las noticias. Se trata de preguntarse cuestiones sobre los profesionales y el sector que se encarga de informarnos; bajo qué condiciones trabajan, quién decide lo que publican, qué implica la digitalización del sector… Debería ser obvio que, en democracia, todo esto son cuestiones pertinentes. De hecho, el primer mito a desmontar es que el periodismo debe estar libre de crítica.
Sin embargo, a nivel comunicativo, para la izquierda institucional es un error personalizar la crítica en ciertos periodistas. Como hemos visto, permite la victimización de personajes interesados; además, evita la creación de esas relaciones informales entre periodistas y políticos que pueden ser determinantes en los juegos de moqueta. Por encima de todo, responsabilizar la cobertura mediática negativa en un individuo personaliza un problema sistémico, que describiremos aquí antes de sugerir un enfoque político alternativo. En cualquier caso, lo que primero debe aclararse es que los periodistas y los medios, como cualquier otra profesión, están absolutamente abiertos a la crítica. Como veremos a continuación, el problema es que el periodismo contemporáneo se construye sobre un mito que impide observar sus faltas con claridad.
Para hablar de periodismo, hay que mirar más allá del mito Watergate
Una de las historias paradigmáticas de cloacas y periodismo es el caso Watergate. El nombre del caso se origina en el descubrimiento en 1972 de un intento fallido a cargo de agentes, al servicio del presidente estadounidense Richard Nixon, de entrar en la sede del comité nacional del Partido Demócrata, el complejo Watergate en Washington. Tras el descubrimiento, investigaciones posteriores revelaron que la financiación electoral destinada a la reelección de Nixon estaba siendo utilizada para espiar a oponentes políticos. Más adelante, se estableció que aquello no había sido un caso puntual; la Casa Blanca y sus agencias, el FBI, la CIA e incluso el Departamento de Hacienda actuaban bajo un régimen de paranoia y espionaje coordinado por el presidente. Nixon tuvo que dimitir en 1974, entre múltiples acusaciones e investigaciones; eso sí, fue perdonado por su sucesor Ford y no tuvo que sufrir las consecuencias de sus delitos.
En cualquier caso, el aspecto más influyente de esta historia quizá sea su dramatización en la película Todos los hombres del Presidente, protagonizada por Robert Redford y Dustin Hoffman, interpretando a los periodistas Woodward y Bernstein del Washington Post. La película popularizó la figura del periodista comprometido con la verdad, que pierde horas de sueño y que pone en jaque a las personas más poderosas del país, hasta hacer caer un gobierno. De ahí la utilización del sufijo -gate para designar todo tipo de corruptelas y abusos de poder descubiertos por periodistas, aunque a veces estos reportajes tengan más que ver con el deseo, que con la realidad.
De hecho, los trabajos del catedrático en comunicación W. Joseph Campbell justifican un sano escepticismo sobre los mitos propagados por esta película y obras de tono similar, como Newsroom de Aaron Sorkin. Es decir, la idea de que los periodistas son seres independientes al servicio de la verdad, sus trabajos no están filtrados por ninguna ideología y los diarios son el último baluarte en defensa de la democracia. En concreto, Campbell detalla cómo, al contrario de lo que la película pretende sugerir, no fue el Washington Post el que tumbó a Nixon.
En realidad, la dimisión de Nixon llegó al sentirse acorralado por las tradicionales instituciones de control norteamericanas: el Tribunal Supremo, el Congreso, fiscales, jueces… De hecho, prosigue Campbell, el trabajo periodístico del diario tuvo más que con soplos y acceso privilegiado a informes policiales, que con las pesquisas de Woodward y Bernstein. No fue el medio el que destapó el escándalo, sino el que lo cubría con mayor rapidez gracias a filtraciones como las del célebre Garganta Profunda. Los mismos protagonistas de la historia, los periodistas y directores del diario, han restado valor al mito, como documenta Campbell.
Todo ello no ha evitado que el legado ficticio del Watergate haya alimentado las fantasías de periodistas durante décadas. También en España. La identidad colectiva de la profesión está sostenida sobre una percepción de inquebrantable de independencia e imparcialidad. Cuando se defiende a un compañero de los ataques de un político, se defiende a todo el periodismo contra los abusos del poder. El insulto a un periodista deviene el insulto al colectivo vital, ese cuarto poder, que conjuntamente protege nuestra democracia. Pero, ¿es todo el periodismo equivalente, especialmente en esta era de segmentación y profusión digital?
Es llamativo que algunas voces solo se alcen en defensa de la libertad de expresión cuando es la izquierda institucional la que acusa a un presentador o a un periodista de cubrir información de manera injusta
Más periodismo; una de las coletillas célebres en el sector, casi epitomiza la superioridad de la cantidad sobre la calidad que rige hoy en el sector. Pero esta calidad no es universal. Entre la cobertura de distintos casos de corrupción en la historia reciente de nuestro país, podemos encontrar trabajos periodísticos en todo el espectro que va de integridad a cloaca: desde costosos y arriesgados reportajes con graves consecuencias laborales; a meros soplos interesados al servicio de una u otra causa del establishment.
De hecho, por baja calidad no deberíamos hacer referencia exclusivamente al contenido, sino también a las penosas condiciones laborales, particularmente para los más jóvenes. Desde los másteres pagados, casi una obligación para ejercer en las grandes cabeceras; pasando por las prácticas no remuneradas; las horas extra impagadas; el acoso laboral; los encargos solicitados y luego olvidados… Los informes anuales de las asociaciones de prensa regionales en España, elaborados en colaboración con los sindicatos, son una guía (y algunos dirían que comedida) del nivel creciente de explotación en el sector.
A veces, la autocensura internalizada por pura necesidad laboral o económica es más importante que los límites impuestos por un anunciante para determinar el contenido
Por todo ello, hay que reconocer la labor impecable de cientos de personas que, pese a todo, siguen dedicadas a su profesión, aun con los peligros que tiene ejercer el periodismo en ciertas zonas del mundo. Organizaciones como Article 19 denuncian la impunidad de los asesinatos contra periodistas en países como Iraq y Somalia; y el aumento gradual del número de periodistas en prisión en todo el mundo. En segundo plano, los Estados también recurren más y más a medidas de represión silenciosa, como la retirada de credenciales a periodistas incómodos.
Nuestro país no está libre de historias de abusos de poder político contra el periodismo, y es sano para la profesión defender su integridad ante un agravio, real o percibido. Al mismo tiempo, es llamativo que algunas voces solo se alcen en defensa de la libertad de expresión cuando es la izquierda institucional la que acusa a un presentador o a un periodista de cubrir información de manera injusta. Asumiendo que el silencio abrumador desde la esquina conservadora ante la Ley Mordaza u otros abusos a la libertad de expresión son meros despistes, ¿es posible criticar a un periodista o al periodismo sin ser acusado de totalitario?
Según una comparativa global, la desconfianza de los españoles en los medios alcanza el 57%. Es decir, aunque a ciertos portavoces de la profesión no les guste, la sensación generalizada de la sociedad es que hay un problema con los medios. Por supuesto, siguiendo la estela del mito de Watergate, algunos querrán plantear que el problema es Podemos, incluso Pablo Iglesias: un Nixon con coleta. Para los que busquen mirar más allá, hay una hipótesis alternativa.
El mayor enemigo de los periodistas es la precariedad
En los estudios sobre medios, pocos clásicos son más citados que Los Guardianes de la Libertad o Manufacturing Consent, de Herman y Chomsky. Según su modelo de propaganda, los medios privados contemporáneos practican la manipulación, debido a cinco factores fundamentales. La propiedad de los medios, desde finales del siglo XX en manos de conglomerados transnacionales, impide la publicación de críticas serias al sistema económico. La dependencia hacia los anunciantes también establece límites al debate; sucede lo mismo con la dependencia de los periodistas hacia sus fuentes. Estos últimos no quieren alienar a personas poderosas que puedan poner en riesgo su empleo. Finalmente, la existencia de flak o presión organizada por intereses económicos; y la prevalencia de visiones conservadoras entre los altos cargos de los grupos mediáticos; acaban por afectar la información que recibe el público.
El problema con esta descripción, como podrá testificar cualquier periodista, es que no es fidedigna. Y es que Herman y Chomsky solo pretendían elaborar un modelo ideal para explicar la falta de pluralidad informativa, no afirmar que Fox News y el Washington Post funcionasen de la misma manera. Existen resquicios más o menos pequeños donde los ciudadanos pueden obtener contenido de acuerdo a su ideología; hay periodistas independientes que investigan a grandes corporaciones; y hay tertulias televisivas, como las que ocupó el primer Podemos, donde se habla más o menos libremente. Por su parte, ese mismo periodista o productor podrá también confirmar el número de veces que se lo ha pensado dos veces antes de dar un paso concreto. Y es que, a veces, la autocensura internalizada por pura necesidad laboral o económica es más importante que los límites impuestos por un anunciante para determinar el contenido. Conforme la precariedad se convierta en un hecho más común en la profesión, conforme aumenten la concentración empresarial y la falta de alternativas laborales, es posible que nos acerquemos más al modelo propuesto por Herman y Chomsky.
La actualización contemporánea de estos filtros económicos la definió Ekaitz Cancela en Despertar del Sueño Tecnológico El auge de las grandes plataformas tecnológicas como Facebook y Google ha eliminado de un plumazo a los anunciantes como fuente de financiación. Los nuevos intermediarios residen en Silicon Valley y en teoría sus algoritmos solo están preocupados por el control de la atención; no de las ideas. Al mismo tiempo, hay voces que sugieren que el sensacionalismo y el narcisismo inherente a ciertos formatos digitales favorecen la promoción de ideas conservadoras. Eso sin mencionar el incremento en costes para que los medios sean competitivos. La ingeniería fiscal de las tecnológicas les permite practicar competencia desleal en cuellos de botella clave para que los espectadores lleguen a las noticias, haciendo todavía más difícil la supervivencia de medios alternativos ya en crisis.
Efectivamente, quizá el factor más importante a estudiar respecto al periodismo del siglo XXI no sea siquiera el contenido que consumimos en redes y televisión, sino su forma. Existen antecedentes en otro clásico de la literatura mediática, Divertirse Hasta Morir o Amusing Ourselves to Death, de Neil Postman. La obra es elitista y nostálgica, porque lamenta que medios audiovisuales como la radio, la televisión (y, por extensión, internet) a finales del siglo XX hayan acabado con la información en favor del entretenimiento. Al mismo tiempo, es imposible no encontrar paralelismos entre algunas de sus conclusiones y el mundo actual. En contra de la argumentación racional de la palabra escrita, el formato televisivo actual favorece un enfoque fragmentado y descontextualizado hacia las noticias, centrado en las personalidades del momento y la interacción con la audiencia como consumidores pasivos.
Efectivamente, estos factores para Postman explicaban la elección de Ronald Reagan, un claro predecesor a Trump en lo de hacer de la política un espectáculo. Berlusconi, Bolsonaro e incluso Putin son criaturas de estos formatos, donde prima lo audiovisual y lo breve sobre lo escrito y extenso. En otra actualización de estas reflexiones, el académico Paolo Gerbaudo hablaba también del nuevo Partido Digital, la expresión política del modelo de Silicon Valley. La construcción de movimientos políticos con plataformas participadarias esconde el creciente plebiscitarismo y la pasiva identidad de militantes como activistas digitales. Al final, los medios y los partidos también se adaptan a esta nueva fase de capitalismo digital.
El día a día parlamentario, las intrigas palaciegas y las filtraciones policiales convierten los telediarios y los muros de Facebook en un (entretenido) día de la marmota
¿Qué historias dejan de importar en un contexto de información abundante, fragmentada, superficial y personalizada? Uno de los ejemplos más claros es el debate sobre la última década de austeridad. Ahora que comenzamos una nueva crisis económica, resulta llamativo lo rápido que se ha olvidado la anterior. Como afirmaba el cineasta Adam Curtis, perplejo ante la normalización del neoliberalismo económico, el rescate bancario combinado con la austeridad fue la mayor transferencia histórica de riqueza en términos absolutos de pobres a ricos. En Reino Unido, expertos en salud pública calcularon que esa austeridad podría estar relacionada con más de 100.000 muertes evitables. En la Grecia posterior a la austeridad y previa a la pandemia, el número de personas que se sentía desprotegida por el sistema sanitario aumentó en un 50%.
Es esa misma austeridad la que ahora ha colocado a muchos países en una situación precaria, algo que debería ser la exclusiva del siglo. Sin embargo, para muchos periodistas y medios esta historia de desigualdad aparentemente tan sencilla no merece espacio televisivo, al igual que otras muchas con un alto coste humano y medioambiental, quizá porque es imposible encajarla en sus formatos. Mientras tanto, el día a día parlamentario, las intrigas palaciegas y las filtraciones policiales convierten los telediarios y los muros de Facebook en un (entretenido) día de la marmota.
Medios distintos para tiempos distintos
Hay alternativa, pero no consiste en pedir la sustitución de un periodista por otro. Más que nada, porque siempre habrá periodistas dispuestos a cubrir tendencias ideológicas conservadoras; y mecenas encantados de financiar sus canales de YouTube. Por el contrario, sindicatos, asociaciones, movimientos sociales y otros siempre tendrán un acceso desigual a los grandes medios privados. Así, la primera tarea para cualquiera preocupado por un ecosistema alternativo es explicar claramente que los pequeños huecos con información crítica son precarios, porque los medios están en manos de unos pocos. Es decir, hay que politizar el acceso a la información, de la misma manera que se ha politizado el acceso a la vivienda o el acceso a una subsistencia mínima. Evidentemente, el primer colectivo interesado son los periodistas que, salvo una pequeña minoría, han sufrido un descenso cualitativo en las condiciones de trabajo y también una reducción de sus oportunidades laborales. El mejor corporativismo para el sector empieza por admitir sus propios problemas, más que seguir viviendo del mito de Watergate.
Al largo plazo, hay multitud de propuestas a nivel mundial, dado que el problema no es único en nuestro país. La británica Coalición por la Reforma Mediática propone muchas medidas interesantes. Por ejemplo, imponer límites claros al volumen de audiencia que los oligopolios televisivos puedan reunir bajo un solo grupo mediático. Las compañías tecnológicas, inmunes a la intervención por su carácter transnacional, necesitarían un impuesto específico (nacional o europeo) que serviría para financiar iniciativas en periodismo de investigación. Se podrían introducir incentivos para facilitar la contratación de perfiles más diversos. La Coalición también sugiere reforzar el derecho a la privacidad de los periodistas, particularmente aquellos que investiguen asuntos de seguridad nacional.
En cualquier caso, todas estas medidas merecen un debate público. La discusión no debería limitarse a decidir qué periodistas queremos ver en la tele, o en aislar al periodismo actual de toda crítica por su papel vital en la democracia. Al contrario, debemos debatir qué clase de periodismo queremos para proteger el futuro de los periodistas.
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Cuando era joven había dos profesiones que me entusiasmaban... abogado y periodista. Con el tiempo me percaté que ambas están sumidas en un pozo de basura imposible de salvar. Artículos como el tuyo me devuelven la confianza perdida. Los abogados no tienen remedio. Ojalá sí lo tengáis los periodistas. Un saludo
Muy buena reflexión. El problema principal es que los dueños de los políticos jamas lo permitirán y la masa aborregada del país no somos conscientes de la importancia capital que tiene la información. Sin información es difícil tomar decisiones acertadas.
A mi me gustaria que la información no pasara por el filtro ideologico, por ejemplo en vuestra linea editorial omitis las violaciones en manada cuando son migrantes los que las perpetran por eso de no criminalizar y mucha gente ve tan ecidwnte ese comportamiento en la izquierda que se ve mas apotado por vox. Creo que es un error creerse con el poder de crear opinion por medio del tratamiento de la información
Una cosa es informar y otra la opinión editorial. Si no te gusta la opinión editorial de este periódico siempre te queda La Razón. Racismo, fascismo y manipulación. Te ahorras todo ésto y nosotros te lo agradecemos. Saludos.