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Me llega un mensaje por whatsapp. Éste es Mohammed Al-Shaqra, responsable de Cooperación Internacional del Ayuntamiento de Gaza. No se marchará de Gaza hoy, se quedará trabajando para la gente de su ciudad. Seguramente morirá este fin de semana. Me lo envía un amigo del Ayuntamiento de Barcelona, que también se dedica a la cooperación en nuestra ciudad. Esa ocupación le ha llevado a conocer a Mohammed desde hace tiempo, imagino que muchos años atrás, porque en la foto que acompaña el mensaje sus ojos nos miran sobre una máscarilla de la época de la pandemia.
Una vida entera parece, la que lleva mi ciudad y otras cumpliendo con su parte del mito de Sísifo: Hamás contrataca, Israel bombardea y la cooperación internacional vuelve a reconstruir lo que puede, así hasta el fin de los tiempos. Detrás de su rostro, una excavadora, intentando hacer de aquellos barrios un lugar habitable, siempre antes y después de la destrucción, que como una maldición bíblica azota aquella tierra, aquella gente. Al poco me llega otro mensaje, es del propio Mohammed. Me lo reenvía otro amigo, alguien que hace ya más tiempo vio cómo Sarajevo dejó de ser una ciudad llena de vida y se convirtió en la Gaza balcánica.
[13/10, 13.37] Mohammed Al-Shaqra: No sé si podremos mantenernos en contacto en los próximos días, así que por favor, diga de nosotros a las próximas generaciones, si ya no existimos, que hermoso y era encantador el pueblo de Palestina y cómo estaba afiliado a su tierra y a su causa.
[13/10, 13.43] Mohammed Al-Shaqra: Muchas gracias. Ha sido un placer trabajar con vosotros durante los últimos años, junto con sus compañeros.
[13/10, 13.43] Mohammed Al-Shaqra: Que Dios nos descanse en paz.
Creo que no puedo sentir más frustración ni más impotencia. No por no haber convencido a todo el mundo que me rodea de las razones y los porqués de este conflicto eterno, sino por no haber sabido imaginar un futuro razonable, justo y real para toda esa buena gente. También para la que vive del otro lado del asedio, que en estos días va a compartir el miedo y la sensación de ser peones de un juego que se les escapa de la manos y que puede sacrificarles en cualquier momento, cuando más convenga. Me gustaría pensar que, como tras la I Guerra Mundial, la gente saltará las trincheras y compartirá sus manos para reconstruir el paisaje devastado.
Pero ese futuro de momento no existe, ese es nuestro fracaso. El futuro hoy son, a lo sumo, 48 horas. Un fin de semana, ni siquiera uno de estos de puente, vermut, amigos y planes de escapada. En otros chats llegan mensajes sobre si tenemos que apoyar un corredor humanitario o el acceso incondicional a ayuda humanitaria. Ojalá Mohammed lo piense mejor y consiga escapar de esos escombros en los que Gaza se está convirtiendo hora a hora. Ojalá la jaula se salga esta vez de su eje y dejemos de rodar sobre él. No sé a dónde lleva tanta humillación y sacrificio inútil, pero estoy seguro de que a ningún futuro que quisiéramos compartir con nadie.
Alguien ha abierto la barra libre de la guerra. Parece como si se hubiera dado permiso a solucionar a tiros todas las disputas pendientes. Apúrense, todo lo que consigan ahora no se lo pondremos luego en cuestión. Turquía sigue bombardeando Rojava, Azerbaiyán se anexiona Nagorno Karaba, la invasión de Ucrania no cesa y ya nadie se acuerda del Sáhara Occidental o de Libia, Siria, Yemen y tantos otros escenarios. Nuestros ojos y oídos se han acostumbrado a esas escenas, y por lo que respecta a nuestro mezquino porvenir, nos conformamos con sabernos la mejor civilización posible y cerrar acto seguido puertas y ventanas. Nuestro presupuesto armamentístico se incrementa al ritmo que aumenta nuestro miedo y aquí, en definitiva, nadie trabaja ni se arremanga para conseguir la paz.
Querido, Mohammed, ojalá puedas hacerte con esa excavadora de acero y escapar con los tuyos de la metralla, os necesitamos vivos para tener ese futuro. Habrá un día en que todos, en vez de tumbas, construiremos calles y plazas que nadie podrá destruir nunca más. Adiós, Mohammed, adiós.