Literatura
Tiempos negros, tiempos salvajes

La novela negra en España se debate entre el espejismo de un boom comercial con amplia presencia en las mesas de novedades, y una realidad en la que conviven autores de éxito con otros que habitan en los márgenes de un género que, pese a la supremacía del best seller, no renuncia a su espíritu crítico. Pasamos revista rápida al noir hispano hablando con escritores, editores, libreros y especialistas en el simple (en este caso, ficticio) arte de matar.

19 sep 2019 06:00

“Cuando dos obreros anarquistas, Sacco y Vanzetti, son condenados a la silla eléctrica y los Dillinger y los Capone están en todo lo alto, ¿qué otra cosa puedes hacer que escribir Los asesinos o Cosecha roja?”, se preguntaba Didier Daeninckx justificando el estallido de la novela negra durante la Gran Depresión. Con un ánimo semejante —componer, en su caso, una crónica desencantada de la Transición desde los callejones—, los Manuel Vázquez Montalbán, Andreu Martín, Francisco González Ledesma o Juan Madrid protagonizaron la primera explosión de la literatura criminal en España, un género que ha ido diversificando sus propuestas a lo largo de los años y que hoy, decretado el estado de boom permanente, revela una realidad mucho más diversa.

“El boom de novela negra en España es evidente, pero mucha gente asocia el fenómeno a ventas y por desgracia no es así, explica Marc Moreno, editor de Llibres del Delicte, director del Festival Vilassar de Noir y autor de Tiempo de ratas (Milenio, 2018). “Ese boom es de creatividad y de producción, pero desde luego ni de ventas ni de visibilidad”.

Una apreciación que comparte Jordi Ledesma, una de las voces más singulares del género en nuestro país y autor de La noche sin memoria (Alrevés, 2018): “La mayoría de novelas que se promocionan con la etiqueta negra son en realidad policiacas, y precisamente las que más se venden muestran voces planas y una narrativa amable”, apunta.

Jesús Lens, director del Festival Granada Noir, cuya quinta edición arrancará el próximo 27 de septiembre, es todavía más escéptico: “Muchas editoriales han creado colecciones específicas dedicadas al género negro, por lo que comercialmente debe resultarles beneficioso. Pero de ahí a hablar de boom…”.

Medios de comunicación
Vázquez Montalbán, periodista

Escribir deprisa, masticar despacio. El periodista Manuel Vázquez Montalbán (Barcelona, 1939-Bangkok, 2003) sigue siendo una referencia en el periodismo popular y en el discurso de la izquierda política no dogmática y zumbona. Su obra periodística, que fue compilada en 2011 por la editorial debate, y la reciente reedición de su ‘Diccionario del Franquismo’ son el pretexto para recuperar fragmentos de reportajes y crónicas que marcaron su tiempo y nos permiten mirar al nuestro con mucha menos ira y algo de tino.

Más allá de ese estado de apariencias, los últimos tiempos sí han traído una evidencia tangible: la incorporación de mujeres a un género tradicionalmente muy testosterónico, aunque sea este un proceso al que todavía le queda, como a tantos otros, un larguísimo camino por recorrer. Rosa Ribas, cuya esperada Un asunto demasiado familiar (Tusquets, 2019) acaba de llegar a las librerías, reconoce con moderado optimismo ciertas mutaciones: “Si observamos las publicaciones en los últimos años, vemos que hay cada vez más autoras consolidadas”, pero su diagnóstico en cuanto a reconocimiento es contundente: “Lo de los premios es sangrante”.

“Que tenga que existir un premio a la mejor novela negra escrita en castellano por una mujer habla por sí solo”, explica Noelia Lorenzo Pino, que se llevó ese galardón en el reciente Cubelles Noir por Corazones negros (Erein, 2018). Ledicia Costas, de estreno en el género con Infamia, un thriller escrito en gallego (Xerais, 2019) y cuya versión en castellano publicará Destino a finales de octubre, señala la proliferación de referentes abrumadoramente masculinos —y es cierto: no hemos citado antes a Lourdes Ortiz, autora de Picadura mortal (Sedmay Ediciones, 1979), reeditada por Versátil este año, el primer policiaco escrito y protagonizado por una mujer en España—, por lo que “cada vez que veo triunfar una escritora en este país pienso que, de algún modo, su éxito es un éxito colectivo”.

¿Y qué prefiere el lector? ¿Lo negro y áspero, con su enmienda al sistema y aromas a hardboiled, o un policial más digestivo e higiénico? Jordi Canal, autor junto a Àlex Martín de A quemarropa (Alrevés, 2019), ensayo dedicado a la época clásica del género, es muy claro: “Lo que más vende es una mezcla de novela costumbrista, procedimiento policial y final feliz. Algo muy alejado de la novela negra. Aquí vende la literatura de la seguridad”.

En una línea semejante, Mercedes Corbillón, al frente de la compostelana Librería Cronopios, constata que el aficionado a la ficción criminal “busca entretenimiento y espera novelas bien estructuradas, que mantengan el misterio y cabalguen sobre unos personajes más o menos bien definidos”. De paso, incide en el problema de la desigualdad: “Todas las mesas de las librerías están dominadas por hombres, y ya no digamos los espacios de prensa y crítica”.

Moreno reconoce también la preeminencia del policial, pero no concibe el noir “sin explicar lo oscuro del mundo que nos rodea”. Y es que, en opinión de Ledesma, “el negro es mucho más elástico, una textura muchísimo más libre, una forma de ver el mundo que liga con cualquier género”. Sin embargo, aunque Ribas sostiene que la crítica “es inherente a una novela que muestra un momento de ruptura como es el crimen”, rechaza que lo criminal deba atarse a responsabilidades: “No creo que la literatura esté obligada a nada. Escribimos novelas, no panfletos”.

Sobre la posible infiltración de un virus de corrección política en el género, Canal apunta que “la primera generación de novela negra española salía de la dictadura y era consciente de tomar prestados arquetipos y mecanismos del movimiento literario norteamericano para adaptarlos a nuestra realidad o subvertirlos. Ahora hay más autocensura y muchos autores están más pendientes de las redes que de su literatura”.

En relación a esa posible inhibición de los narradores, Lens añade que la presencia todopoderosa de las redes, “nos guste más o menos, forma parte ya de nuestras vidas”, y opta por resistirse a la postal melancólica: “Cambia la sociedad y esos cambios afectan a todos los ámbitos. Por ejemplo, por mucho que nos guste la estética de un club de jazz repleto de humo, solo es nostalgia. En los clubes de jazz ya no se fuma”.

De vuelta al presente, Corbillón detecta una acusada explotación de los titulares en algunos escritores: “Muchos escriben en función de las modas y para congraciarse con el público no con el estilo o su talento, sino con una perspectiva basada en la actualidad. Si se nota en exceso, y en muchos casos es así, me resulta francamente molesto”. Para aislarse de esas interferencias, Costas defiende su receta tras su reconocida trayectoria en la literatura infantil y juvenil: “Escribir con honestidad. Sin poses ni artificios. Ser escritora o escritor, desde el punto de vista más animal del término”.

Aunque los prejuicios se han ido superando desde Carvalho hasta nuestros días, sobre el noir hispano pesa todavía un estigma crítico que tiende a minusvalorar sus aportaciones frente a autores extranjeros o a una presunta “alta literatura” con objetivos, en teoría, más ambiciosos. “Si publican Don Winslow o James Ellroy, los sacan todos los medios, pero las buenas novelas negras de autores españoles que aparecen cada semana no consiguen ni una puñetera columna”, denuncia Moreno.

Lens también enseña los puños y defiende lecturas expertas: “Cada vez que alguien dice lo de ‘es una novela negra que trasciende el género’, Dashiell Hammett saca la machine gun. La crítica especializada es necesaria”. Ribas matiza esa aspiración y sugiere “críticos abiertos de miras que analicen las novelas de género como lo que son, obras literarias, y que las valoren según su calidad estética”. Pero Canal se lanza a compararnos con los vecinos del norte y, claro, salimos perdiendo: “Aquí es inimaginable poder contar con revistas especializadas como en Francia. Basta con ver la duración de proyectos como Gimlet hasta Fiat Lux”.

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Frente al esplendor de la novela negra mediterránea, etiqueta en la que se incluye la fértil tradición del noir barcelonés, los últimos años nos van dejando nuevos equilibrios que han ido basculando hacia otras esquinas del mapa. Autores ya consolidados como Domingo Villar o Alexis Ravelo, en una suerte de conexión atlántica con sede en Galicia y Canarias, o lo que el crítico Jesús Palacios ha denominado como txapela noir en Euskadi (con autores de sólida trayectoria como José Javier Abasolo o una voz emergente como la propia Noelia Lorenzo), demuestran que más allá de Madrid o Barcelona se están discutiendo viejas supremacías.

“Lo irónico es ver cómo dentro del propio género también hay aristocracias”, indica la autora de Corazones negros, pero “se están haciendo fuertes las periferias”. “Las novelas ambientadas en el norte de España tienen mucha más tirada entre el público que las que transcurren en escenarios del sur”, apunta Ribas, cuya impresión es que el noir autóctono es más tradicional frente a lo que nos llega de Latinoamérica, “más innovadora en su forma de abordarlo”. Ledesma, sea cual sea la procedencia de una historia, es rotundo a la hora de zanjar la cuestión y prefiere centrar su foco en el personaje: “Las novelas deben mostrar códigos humanos. En mi opinión, los códigos geográficos son atrezo”.

Quizás lo más importante, concluye Corbillón mientras nos despide en su librería, sea “saber si en España tenemos un James Ellroy o un Benjamin Black. Tal vez sí. O tal vez no”. ¿Está ya entre nosotros? Los tiempos son negros y se anuncian salvajes. De lo que no hay duda es que vivimos una época tan convulsa como la que animó a Dashiell Hammett a impugnar los entresijos del poder con su providencial Cosecha roja. Alguien habrá ahora mismo disparándole a los malos, aunque todavía no haya asomado la cabeza, desde un oscuro y peligroso teclado.

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