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Juventud
No puedo morirme, estoy trabajando
Salgo del trabajo después de más de diez horas fuera de mi casa. Hoy he terminado pronto así que podré dedicarme más tiempo para mí pienso de camino a coger el autobús que, tras media hora de camino, me llevará a mi casa. Mientras espero sigo con el libro que me estoy leyendo en el momento, este mes toca algo ligero: La campana de cristal de Sylvia Plath. Mientras leo empiezan a venirme un montón de ideas que durante el día se han quedado atascadas dejando paso únicamente a las tareas que me atañen (escribir, escribir y escribir todo el día). Me acuerdo de que es el cumple de I, de que no he subido un hilo a twitter de la marca con la que trabajo que debería haber subido y de que tengo los audios y mensajes de mis amigas por escuchar y leer.
Mientras tanto siguen viniéndome ideas. Podría seguir con mi novela al llegar a casa o empezar el guion de algún proyecto nuevo o seguir leyendo los otros tres libros que tengo a la mitad o escribir un ensayo o subir al instagram de la productora que tengo junto a unos amigos alguna cosa, que hace mucho que no subo nada y la gente se va a olvidar de nosotros… De camino a casa pienso en lo que me toca hacer mañana y trazo ya mi plan mental para que nada falle. Me levantaré temprano para crear contenido para las diversas redes que llevo y después cogeré el autobús dos horas antes para llegar con tiempo al sitio y no perderme y puede que entre medias escriba algo o lea. Espera, creo que me he olvidado de algo…
Yo no estaba preparada para la vida laboral cuando hace un año empecé mis andanzas en la vida adulta. A mí nunca me habían explicado que cuando te haces mayor el tiempo se resbala entre las manos
Yo no estaba preparada para la vida laboral cuando hace un año empecé mis andanzas en la vida adulta. A mí nunca me habían explicado que cuando te haces mayor el tiempo se resbala entre las manos como una tela de seda y tienes que hacer malabares con el poco que te queda para seguir manteniéndote viva, aunque si soy honesta nunca creí que me costaría tanto vivir. Imagino que es porque nunca nada de lo que doy me parece suficiente: nunca es suficiente amor, nunca es suficiente esfuerzo, nunca es suficiente trabajo. Algunas veces, cuando llego muy tarde a mi casa recuerdo ‘el año pasado llegaba a esta hora porque había tenido una cita, qué feliz fui ese día’, después me miro en el espejo y me siento un recuerdo de lo que he sido. Y sin embargo, continúo esforzándome porque en el colegio una vez me dijeron que tenía que darlo todo de mí, pero si lo hago ¿con qué me quedo yo?
Intento rechazar el concepto de ‘ascensor social’ porque siempre me ha parecido una falacia clasista para engañar a los jóvenes que no tenemos nada más que la esperanza. Sin embargo, no puedo evitar sentir cierto orgullo cuando le digo a mi novio “siento no haberte cogido el teléfono amor, llevo todo el día en la oficina” o cuando les digo a mis amigas “chicas os leo mañana, que hoy no he parado y estoy agotada”. O cuando me dicen: “tranquila, estás trabajando mucho” –aunque a mí nunca me parezca lo suficientemente bueno o lo suficientemente grande–. Es como si el trabajo lo justificase todo: la falta de amor, la fealdad o incluso el abandono. Imagino que yo también me he creído esa historia sobre lo dignificante del trabajo, sobre que trabajar de lo que te gusta no es trabajar y sobre llegar a ser alguien.
Sé que la auto explotación acabará conmigo, pero cuando San Pedro baje y me diga: “Lucía tengo las puertas abiertas para ti, te estamos esperando» le diré: «no puedo, estoy trabajando”.
Pero nunca tengo suficiente, por eso cuando llego a mi casa sigo escribiendo, sigo creando y sigo trabajando. Lo siento mamá, hoy no ceno que se me ha ocurrido una idea para un texto y tengo que escribirla antes de que se esfume. “Pero hija, la casa y la noche no son para trabajar” ¿Y qué espacio, qué tiempo le doy, si no, al arte? Si renuncio a ello en favor del descanso, ¿qué queda de mí? No puedo permitirme el descanso porque si lo hago todas las cosas que se me acumulan dentro acabarían por matarme, como lo hicieron con Sylvia. Sé que la auto explotación acabará conmigo, pero cuando San Pedro baje y me diga: “Lucía tengo las puertas abiertas para ti, te estamos esperando» le diré: «no puedo, estoy trabajando”.