Inteligencia artificial
Resistencia ante la IA en pos de una transición justa

No se puede concebir una transición justa sin cuestionar el engranaje de la inteligencia artificial
thehalfdecent

Dan McQuillan es profesor de computación creativa y social y doctor en física experimental de partículas por el Imperial College de Londres. Ha trabajado como asistente social con personas con dificultades de aprendizaje y problemas de salud mental, ha creado páginas web con solicitantes de asilo, ha dirigido campamentos de tecnología social en Kirguistán y Sarajevo, y ha colaborado con Amnistía Internacional y el NHS. Su obra más reciente es Resisting AI: An Anti-fascist Approach to Artificial Intelligence [Resistencia a la IA: Un enfoque antifascista ante la inteligencia artificial].

16 abr 2025 04:00

No se puede concebir una transición justa sin cuestionar el engranaje de la inteligencia artificial que está agravando la crisis social y medioambiental, escribe Dan McQuillan.

Vayamos al grano: la inteligencia artificial o IA es una tecnología contraria a la clase trabajadora y a la comunidad. Basta con alejarse un poco del henchido despliegue publicitario de la IA para darse cuenta de este hecho. No hay más que fijarse en cómo se pregona que la IA generativa sustituirá al 40 % de los puestos de trabajo o en cómo el aprendizaje automático se traslada al ámbito de las prestaciones sociales bajo la premisa de que las personas pobres siempre están tratando de engañar al sistema. El problema no radica solamente en la aplicación problemática de una tecnología que, por lo demás, resulta muy productiva. La IA puede hacer algunos trucos ingeniosos, pero en el fondo no es más que una modalidad de búsqueda de patrones estadísticos. ChatGPT regurgita textos a partir de la similitud probabilística con sus propios datos de entrenamiento, pero no hay ninguna causalidad ni sentido común, y el resto de clasificaciones y predicciones de la IA se rigen por los mismos principios. Como resultado, la IA genera textos y conocimientos falsos, incluso aun cuando parecen ser correctos.

Dejando a un lado a sus auténticos fieles, entre las oscuras motivaciones que se esconden tras la IA se mezclan la política y el ánimo de lucro. Cuando el contrato social amenaza con resquebrajarse tras décadas de insuficiente inversión, cualquier conversación sobre reestructuración se puede desviar mediante la promesa de «aprovechar el increíble potencial de la IA para transformar nuestros hospitales y escuelas»1. Sin embargo, lo que este solucionismo de pacotilla consigue realmente es una transferencia neta de control y activos. La verdadera IA no augura un futuro de ciencia ficción, sino la precarización del empleo, la privatización constante de absolutamente todo y el borrado de las relaciones sociales existentes. La IA es thatcherismo en formato digital.

Extractivismo

El poder de la IA está tan concentrado, entre otras cosas, porque depende de cantidades ingentes de datos y cálculos. La elaboración sistemática de modelos que generen resultados plausibles exige la configuración de un elevado número de parámetros (ChatGPT tiene 175 000 millones) y una potencia de cálculo del orden de 10^26 (¡Eso es un 10 seguido de 26 ceros!). El volumen correspondiente de datos de entrenamiento requeridos explica la ambición de las empresas por engullir la totalidad de Internet y cualquier otra base de datos sobre la faz de la Tierra. Estos cálculos no suponen una actividad abstracta, sino que se ejecutan entre hileras e hileras de servidores ubicados en macrocentros de datos. Todas las fantasías altisonantes sobre las capacidades de la IA se basan en la necesidad material e innegociable de disponer de megavatios de energía para hacer funcionar los servidores, millones de litros de agua para refrigerarlos y los recursos minerales que se precisan para fabricar los propios chips. No es casualidad que la capitalización bursátil de Nvidia, el principal fabricante de procesadores de IA, haya superado recientemente a la de Amazon y Tesla juntas. Al otro lado de la pantalla, las potencias que impulsan la IA no vienen del futuro, sino que son viejos conocidos: el extractivismo, el saqueo de materias primas del Sur Global y una relación tan íntima como incómoda con la industria de los combustibles fósiles. Cuando las grandes empresas tecnológicas afirman ser ecológicas, se refieren al uso de energías renovables reales y no a compensaciones de carbono de dudosa fiabilidad, ya que están apartando a las comunidades de las fuentes de energía renovable disponibles. No les basta con hacerse con gran parte de la red eléctrica; se está empezando a hablar de reactores nucleares y de fusión nuclear. Mientras tanto, los mermados recursos hídricos se siguen agotando y la creciente demanda de chips depende de los minerales procedentes de zonas en conflicto de la República Democrática del Congo.

Consejos obreros y populares

A pesar de sus carencias intrínsecas y de sus efectos tóxicos, la IA cuenta con el apoyo a ultranza de instituciones tales como la UE o el Tony Blair Institute. Ni siquiera hay muchas organizaciones sindicales dispuestas a denunciarlo por miedo a que se les considere como luditas ante una tecnología «inevitable». La verdadera oposición ante la intensificación de la injusticia social que supone la IA no vendrá de ninguna de estas entidades, sino que vendrá de manos de las clases trabajadoras y de las comunidades que se vean más afectadas. De ahí que en mi libro Resisting AI hiciera un llamamiento a la constitución de consejos obreros y populares para que actúen como contrapeso a los estragos de un tecnosolucionismo desenfrenado.

La IA puede hacer algunos trucos ingeniosos, pero en el fondo no es más que una modalidad de búsqueda de patrones estadísticos.

Uno de los principales atractivos de la IA, tanto para los Estados como para las empresas, es su reclamo de generalizabilidad. Según esto, si omitimos todo el contexto específico, la mecánica subyacente de la búsqueda de patrones de las redes neuronales puede aplicarse en teoría a cualquier predicción o emulación que se quiera realizar. Para las empresas, esto se traduce en un producto [apto] para todos los mercados, y para las instituciones, en una varita mágica para cualquier problema espinoso capaz de eludir el cambio estructural o el compromiso con la perspectiva de las clases marginadas.

El cometido de los consejos obreros y ciudadanos es constituir un tipo de responsabilidad mutua y relacional que no solo se niegue a quedarse al margen, sino que reivindique el derecho a opinar sobre un futuro alternativo y más armonioso. Estos consejos propician el debate sobre los aspectos más peliagudos de la IA. A tal efecto, abordan la experiencia vivida y la comprensión tácita y práctica del verdadero funcionamiento de las cosas realmente, de todo el proceso de negociación, adaptación y cooperación que hace posible cualquier actividad, desde la fabricación hasta el trabajo de cuidados, tan a menudo invisibilizado. La ética feminista de los cuidados es una perspectiva que denuncia los estragos de una falsa automatización y optimización algorítmica, así como sus inconscientes y a menudo crueles consecuencias. Además, también nos permite plantearnos algunas cuestiones de mayor calado sobre la transformación técnica y social a gran escala. Es urgente que estos consejos se cuestionen en qué consiste una transición justa para la gente de a pie en un momento en el que la IA no hace sino acelerar las crisis sociales y medioambientales actuales.

Una transición justa

La cuestión de la IA es de gran relevancia a la hora de hablar de una transición justa. El término se originó durante los movimientos obreros de los años setenta y ochenta en Estados Unidos, que se enfrentaron a la automatización generalizada de sus puestos de trabajo. A día de hoy, su uso se ha extendido para referirse a la idea de justicia laboral y comunitaria en el marco de un proceso de transformación indispensable para lograr una economía descarbonizada. La IA enmaraña estas repercusiones sociales y medioambientales, y lo hace redirigiendo nuestra atención hacia ciertos elementos de nuestro sistema que siguen muy presentes, especialmente las relaciones coloniales de poder y la fetichización incuestionable del «crecimiento» (PIB) a toda costa. Los pilares de Silicon Valley y la IA son la escalabilidad y el compromiso con el crecimiento ilimitado. Teniendo en cuenta el tamaño de los programas, el uso de energía y recursos y el robo global de datos, resulta imposible que los procesos de etiquetado y saneamiento de datos necesarios para entrenar la IA sean económicamente viables sin externalizar la mano de obra al Sur Global. La IA es una modalidad de computación, pero también es un aparato, entendido como una configuración de conceptos, inversiones, políticas, instituciones y subjetividades que actúan coordinadamente para producir cierta clase de resultado final.

Allie Grimm

El aparato de la IA reproduce la lógica del imperio en su pulsión absoluta de expansión y acaparamiento. Cuestionar esta lógica, una tarea que los consejos obreros y ciudadanos deberán acometer, nos lleva a plantearnos otros interrogantes más complejos sobre las posturas descolonizadoras y decrecentistas. El decrecimiento no consiste en frenar la actividad económica, sino en transformarla radicalmente para reflejar la prevalencia de los valores sociales y medioambientales y poner fin así a la explotación de las personas y del planeta. Existen varias formas de conseguirlo, desde la producción localizada hasta una ética de cuidados sociales y ecológicos, y todas ellas concuerdan con las estructuras de democracia directa en el lugar de trabajo y en la comunidad. Este tipo de reestructuración también es decolonial en el sentido de que deslegitima la expansión y el extractivismo actuales y reconoce la necesidad de sustituir las divisiones raciales por la solidaridad internacional.

Un cambio prefigurativo

Si nos planteamos seriamente plantarle cara a la IA, primero hemos de reconocer que no va a ser tarea fácil, sobre todo porque la IA se encuentra sumamente arraigada en la estructura subyacente de nuestra economía política. La IA no solo es una tecnología problemática, sino un aparato conformado por las injusticias de nuestras relaciones sociales actuales y que, a su vez, las reconfigura e intensifica. Es una especie de maquinaria forjada por los flujos de minerales y energía que impulsaron el industrialismo y el imperialismo, y que nos remite a la misma lucha geopolítica por las materias primas.

Es posible que esta retroalimentación y entrelazamiento entorpezcan el camino hacia una acción progresista. Desde luego, resulta difícil concebir un modelo de cambio ascendente que no se empantane rápidamente en las interdependencias militares e industriales. Se podría decir que la situación ni siquiera implica interacciones, sino intraacciones, es decir, en la articulación de lo social, lo medioambiental y lo técnico que solo existen en relación entre sí, que emergen y se conforman mutuamente. Sin embargo, existe una forma de mantener la coherencia con los valores y propósitos al mismo tiempo que se reconoce que el camino para alcanzarlos es tan complejo que resulta incognoscible, y esa forma pasa por adoptar un enfoque prefigurativo.

La IA no solo es una tecnología problemática, sino un aparato conformado por las injusticias de nuestras relaciones sociales actuales y que, a su vez, las reconfigura e intensifica.

Los movimientos sociales prefigurativos materializan en su praxis cotidiana las distintas formas de relaciones sociales, la toma de decisiones, la cultura y la experiencia humana a las que aspiran. Desde la perspectiva de los consejos obreros y ciudadanos, esto supone abordar las tecnologías con un enfoque que sea lo más fiel posible a la sostenibilidad medioambiental y la equidad social. Aunque en la práctica este será un proceso imperfecto e iterativo, es un primer paso en la lucha contra los peligros de la IA a la vez que «creamos el germen de la nueva sociedad dentro de la estructura de la vieja »2.

Insorgiamo

La resistencia prefigurativa a la IA se inspira en otros movimientos que intentan frenar el uso de tecnologías perniciosas a través de la acción social y medioambiental. En la década de 1970, los comités obreros de Lucas Aerospace crearon un plan integral para dejar de fabricar armas y comenzar a producir máquinas de diálisis, turbinas eólicas y vehículos híbridos. En la actualidad, los trabajadores de la fábrica GKN en Florencia, Italia, ocuparon su planta de fabricación de ejes de automóviles cuando un fondo de cobertura quiso cerrarla. Además, han financiado de forma colectiva la transición a la fabricación de bicicletas de carga y paneles fotovoltaicos bajo el eslogan partidista Insorgiamo («levantémonos»).

Al igual que en la época de los luditas, el criterio definitivo para determinar si una tecnología es aceptable consiste en preguntarse si perjudica al bien común. Cuando las comunidades y los consejos populares denuncian la degradación de la sanidad, la educación y el bienestar como consecuencia de la asimilación forzada de la IA, pueden apelar a los principios de lo que yo llamo «descomputación»: el rechazo de la dependencia de infraestructuras a gran escala, la preferencia por la toma de decisiones relacional, material y democrática sobre la automatización reductiva, y la oposición a un mundo de activos de datos en favor de uno de procomún y comunalidad.

La IA, que parece la quintaesencia de la modernidad y la culminación de las fantasías de la ciencia ficción, puede ser en realidad uno de las señales del fin del neoliberalismo. Su necesidad exponencial de crecer es tal que, por ejemplo, la IA generativa ya está empezando a consumirse a sí misma, una metáfora escalofriante del industrialismo global en toda su amplitud. Tenemos capacidad de sobra para imaginar formas de tecnología que sustenten unos estilos de vida más agradables y adaptables, basados en el entendimiento indígena de nuestra inseparabilidad e interdependencia con todos los demás elementos de nuestro entorno vital planetario. Las comunidades indígenas también se enfrentan al resurgimiento del colonialismo a través de los centros de datos y el extractivismo. La resistencia a la IA es un punto de convergencia para los movimientos decoloniales, feministas, obreros y climáticos, y una reafirmación de que aún tenemos muchos mundos que ganar.

 

NOTAS A PIE DE PÁGINA

Rishi Sunak, junio de 2024. Ahora bien, si crees que un gobierno laborista va a adoptar un enfoque completamente diferente, entonces no has estado muy atento a los informes que sus laboratorios de ideas están publicando. ↩︎

Preámbulo de la Constitución de los Trabajadores Industriales del Mundo (iww.org/ preamble/) ↩︎

Sobre este blog

Guerrilla Media Collective es una cooperativa de traducción feminista y orientada al procomún. Somos un grupo internacional de profesionales empeñadas en preservar el arte de la traducción y concebimos la cooperativa como una herramienta de trabajo sostenible, digno y ético para las trabajadoras del sector del conocimiento. Traducimos, corregimos, editamos y diseñamos campañas de comunicación. Nuestro objetivo es ofrecer un resultado final impecable cuidando de las personas que lo hacen posible. Por eso abogamos por el cooperativismo como una alternativa justa y solidaria en un sector cada vez más precarizado.

 
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