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Europa del Este
Pridnestrovie, decenas de estatuas de Lenin pero un solo Sheriff
Entre el partido que se saldaría con el pase del Sheriff de Tiraspol a la fase de grupos de la Champions por primera vez en la historia y el desfile militar que conmemoraba el 31º aniversario de la proclamación de la independencia de Transnistria distaron tan solo ocho días en los que buena parte de la población europea se preguntó quién es esta gente y cómo ha llegado hasta aquí. La respuesta rápida vendría a ser que esta gente, de futbolistas a militares pasando por los ciudadanos de a pie, son los residentes de la república no reconocida de Transnistria, un territorio situado en la franja oriental de Moldavia que permanece en el limbo desde el 2 de septiembre de 1990, habiendo sido reconocido únicamente por los otros tres países de la antigua URSS que a su vez tampoco son reconocidos: Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj.
Ahora bien, cuando se intenta superar el folclore postsoviético de tanques T-34 y parques de atracciones abandonados, la realidad nos muestra que, por no saber, no sabemos ni el nombre verídico del país. Porque Transnistria no es en realidad Transnistria, un topónimo que la población considera despectivo e impreciso, sino la República Moldava de Pridnestrovie (PMR en sus siglas en ruso). Situada en la franja que discurre entre Moldavia y Ucrania, las seis demarcaciones (o distritos) se integraron en el Imperio Ruso a finales del siglo XVIII y fueron anexionadas a la URSS a raíz de la Segunda Guerra Mundial. La industria boyante y el buen clima propiciaron entonces la llegada de más población procedente de Rusia, consolidando la brecha identitaria y lingüística con Moldavia, cuya población habla rumano y se siente más próxima a Europa.
Tras la negativa a integrarse en territorio moldavo vendría un conflicto bélico que finalizó en 1994 y que contó con la intervención del Kremlin a favor de Pridnestrovie
Ante la caída soviética, en Pridnestrovie se sucedieron protestas y huelgas para rechazar lo que, según califica la agencia estatal de noticias, iba a suponer una “imposición lingüística y cultural” si el territorio era absorbido por Moldavia. Y après el golpe sobre la mesa, el déluge. O, lo que es lo mismo, tras la negativa a integrarse en territorio moldavo vendría un conflicto bélico que finalizó en 1994 y que contó con la intervención del Kremlin a favor de Pridnestrovie. Aquí cabe aclarar que la independencia de la República de Moldavia se produjo en realidad un año más tarde que la de Pridnestrovie, concretamente el 27 de agosto de 1991, y que, por tanto, este territorio nunca se independizó del régimen moldavo, sino que se negó a aceptar su integración.
Tras 31 años aspirando a ser sujeto de derecho internacional, la república, que hoy cuenta con cerca de 500.000 habitantes, serpentea por la rusofilia, el desencanto y las dificultades derivadas de su situación. La rusofilia porque se sienten primos hermanos de Moscú y mantienen la gratitud del apoyo recibido en la guerra de los años 90.
Natalia V., de 54 años y propietaria de una tienda de moda en Tiraspol, capital de Pridnestrovie, asegura que “lo mejor para el futuro del país es que podamos formar parte de Rusia”. Por su parte, el desencanto surge debido a la sensación de abandono que ha germinado especialmente entre los más jóvenes después de tantos años de incertidumbre. “Si a Rusia le importara este país ya nos habría reconocido”, se lamenta Daniel O., de 26 años y camarero en una cafetería de la capital.
Más complejo resulta abrir el capítulo respecto a las dificultades que tiene que afrontar la población a consecuencia de la anomalía histórica en la que viven. Por ir poniendo ejemplos, la falta de reconocimiento internacional provoca que su sistema educativo no pueda expedir títulos homologados con validez más allá de sus fronteras. Tampoco cuentan con un pasaporte de uso internacional, el suyo solo sirve para entrar y salir del país, y se ven obligados a disponer de un pasaporte moldavo o de uno ruso.
Sheriff, el holding fundado por dos exagentes del KGB, consiguió el pedazo más grande del pastel tras la caída de la URSS y gracias a las diferentes olas privatizadoras
Su sistema financiero es otro gran activo invisible a ojos del resto del mundo, de manera que los tres bancos en funcionamiento (eran cinco antes de la crisis del rublo de 2008) no pueden expedir tarjetas Visa ni enviar o recibir transferencias al extranjero, entre otras limitaciones. Pueden, eso sí, expedir unas tarjetas propias que solo funcionan en sus cajeros o realizar una solicitud a través de un banco ruso para conseguir un mecanismo de pago con validez internacional.
Todo este entramado se erige bajo la supervisión y el control del Banco de la República de Pridnestrovie, una especie de reserva federal que fue creada en 1992 en el momento en que el gobierno de Moldavia “intentaba oprimir a la República con un bloqueo económico y político”, según reza la propia web de la entidad. Es también este banco público el encargado de regular el rublo local, una moneda que se acuña desde el 22 de agosto de 1994 y que solo puede cambiarse y utilizarse dentro de las fronteras del país.
Comunismo, pero no mucho
Es posible que Pridnestrovie sea el país del mundo con más estatuas de Lenin por metro cuadrado. Sin embargo, el hechizo para los nostálgicos de la URSS se desvanece antes siquiera de bajar del autobús que une Chisinau, la capital de Moldavia, con Tiraspol. A izquierda y derecha de una carretera descuidada a imagen y semejanza de las nulas relaciones entre ambos países solo se vislumbra una única marca comercial que engloba casi todo tipo de productos a través de diferentes declinaciones estéticas: Sheriff.
Este holding fundado por dos exagentes del KGB consiguió el pedazo más grande del pastel tras la caída de la URSS y gracias a las diferentes olas privatizadoras que se han sucedido desde entonces. La última, por ejemplo, finalizó hace aproximadamente una década y supuso la venta de 155 empresas estatales por valor de 185 millones de euros, según datos publicados por el politólogo Lyndon Allin, antiguo miembro de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa. La joya de la corona que Sheriff pudo adquirir entonces fue Kvint, la destilería estatal cuyos coñacs gozan de buena fama en Europa del Este.
En una estrategia aglutinadora que haría sonrojar al mismísimo Silvio Berlusconi, el holding controla actualmente el equipo de fútbol antes mencionado, el F.C. Sheriff Tiraspol, la distribución y venta de gasolina, la televisión por cable y el servicio de internet, producción textil y alimentaria, la venta de coches Mercedes, el banco Agroprombank y un largo etcétera. “La gente no suele decirlo abiertamente, pero Sheriff es una mafia como cualquier otra”, afirma Abdel Mahmoud, un sueco de ascendencia egipcia que reside en Pridnestrovie desde hace tres años.
La concentración en manos privadas de los bienes y sectores estratégicos no es el único indicador del triunfo de la economía de mercado. También lo es el adelgazamiento de las estructuras del Estado y las consiguientes dificultades para obtener ingresos más allá de los impuestos
La concentración en manos privadas de los bienes y sectores estratégicos no es el único indicador del triunfo de la economía de mercado. También lo es el adelgazamiento de las estructuras del Estado y las consiguientes dificultades para obtener ingresos más allá de los impuestos. Es aquí donde reaparece Rusia en forma de padre, de hijo y hasta de espíritu santo. De padre porque inyecta varias decenas de millones de euros en concepto de ayuda humanitaria a los presupuestos estatales de cada año. De hijo en tanto que proporciona un suplemento de unos 10 euros mensuales a los cerca de 140.000 pensionistas del país. Y de espíritu santo porque a través del contrato de suministro de Gazprom con Moldavia, Pridnestrovie lleva sin pagar el gas natural desde el año 2006, tal como ha recogido en diferentes ocasiones el periodista moldavo Madalin Necsutu.
De la deuda de cerca de seis billones de euros que en 2018 acumulaba Moldavia con el gigante energético, alrededor de 4,9 billones correspondían al consumo efectuado por Pridnestrovie. El presidente que ostentó el cargo en el mandato entre 2011 y 2016, Evgeny Shevchuk, reconoció que si el territorio tuviese que autoabastecerse a nivel financiero, “habría que reducir las pensiones en un 40% y duplicar el precio de la energía”.
El idilio que Pridnestrovie mantiene con Rusia alcanza casi todos los ámbitos de la vida cotidiana. Desde la proliferación de propaganda electoral del partido Rusia Unida en las principales calles de los núcleos urbanos hasta una gran disponibilidad de la vacuna Sputnik V contra la covid-19 en estos últimos meses. Por no mencionar que también comparten enemigos, y eso une mucho. Especialmente, Ucrania.
Justo el pasado 1 de octubre el Ministerio del Interior ucraniano anunciaba el cierre de la frontera para automóviles con matrícula de Pridnestrovie, una medida que ha caído como un jarro de agua fría entre la población si tenemos en cuenta que la costa del Mar Negro en la zona de Odessa es la salida al mar más cercana y barata con la que cuenta este pequeño país. Situaciones así refuerzan el componente identitario de la población y provocan que residentes como N. Covrig, una administrativa de 34 años, lamente “la presión que los países vecinos ejercen constantemente contra nosotros”.
Y, pese a toda la tensión enquistada en tan pequeña porción de territorio, lo cierto es que Pridnestrovie empieza a desprenderse del hermetismo con el que se tradicionalmente se había presentado al mundo para abrazar ahora dinámicas más amables con el exterior. Prueba de ello es la ampliación del visado para extranjeros, que se ha alargado hasta los 45 días desde mayo de este mismo año. Antes del estallido de la pandemia, los visitantes solo podían permanecer en el país un máximo de 72 horas, de acuerdo con el impreso en papel que expedían los soldados rusos en el control de la frontera.
Previo a esta medida, y de la misma manera que sucedió en prácticamente toda Europa, el gobierno mantuvo desde marzo de 2020 el país cerrado a cal y canto para reducir los riesgos de contagio, permitiendo únicamente traslados a Chisinau por motivos de fuerza mayor. Ahora, en cambio, la mayor permisividad de movimiento y estancia ha favorecido la activación de nuevos establecimientos hoteleros y ha dado alas a la esperanza de que el turismo aterrice, aprenda de su realidad y, lo que es más importante, deje buena cantidad de divisas exteriores en las casas de cambio. Toda una tentativa aperturista que no tardará en reportar beneficios a aquellos empresarios que, entre otros emprendimientos, también se atrevieron a invertir en el hotel que actualmente se considera como el más lujoso de Tiraspol. ¿Adivinan cuáles? Exacto, los propietarios de Sheriff.