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Elecciones 10N
Cuando la izquierda gira al centro
Cuando las supuestas (o reales) izquierdas giran al centro (o incluso al centro derecha), cuando se convierten en sistema y son, de manera más o menos confusa, percibidas como tal, pierden la capacidad de mantener vivas las esperanzas y las aspiraciones y deseos de una transformación de la realidad hacia mayores igualdad, libertad y fraternidad.
Se ha culpado, con razón, al PSOE del ascenso de la ultraderecha, neofascista o postfascista, como ustedes quieran denominarla, por convocar nuevas e innecesarias elecciones ante la prohibición “superior” de la coalición con Podemos. Está claro que se han disparado un tiro en el pie, que podría llevarles, al final, a una negociación acelerada y obligada con Unidas Podemos, empeñada de nuevo en formar parte de un gobierno de difícil porvenir e imprevisibles resultados (para su propio futuro) o a inclinar la cabeza, suicidándose, y optar por la gran coalición favorecida, con dudas, por quienes realmente mandan. Espero que su cálculo les lleve, mal menor, a ese gobierno “progre” (con o sin la izquierda moderada dentro, allá ellos).
La cuestión no es indiferente, no porque haya que confiar en la potencialidad de dicho gobierno para cambiar realmente las cosas, sino por la simple conveniencia de un contexto mejor (o menos malo) para la imprescindible y urgente acción de movimientos, colectivos y personas transformadores, único camino largo viable para otra política y otro sistema.
Pero no es sobre esto, la responsabilidad próxima en el ascenso del neofascismo, sobre lo que quería reflexionar, sino sobre la responsabilidad de fondo de la conversión progresiva y continuada de las socialdemocracias (y de las izquierdas, en general) en piezas sustentadoras del sistema, en parte sustancial del mismo.
Cuando las supuestas (o reales) izquierdas giran al centro (o incluso al centro derecha), cuando se convierten en sistema y son, de manera más o menos confusa, percibidas como tal, pierden la capacidad de mantener vivas las esperanzas y las aspiraciones y deseos de una transformación de la realidad hacia mayores igualdad, libertad y fraternidad. De un cambio hacia una mayor justicia, al menos.
Pero ¿por qué giran al centro las supuestas o reales izquierdas? La respuesta tiene que ser necesariamente compleja y sin pretensiones. Aparte de las derivas ideológicas (por contaminación, resignación, adaptación, “realismo”…) creo que las raíces de la domesticación deben buscarse tanto en la profesionalización de la política como en el electoralismo.
En aras de la ocupación del centro, concebido como el inagotable caladero de votos, el discurso se acomoda a este espacio artificialmente creado de desinformación, confusión, ignorancia, intoxicación, emociones manipuladas, adaptación a los modos “publicitarios”, permeabilidad a los mensajes teledirigidos de los media… En realidad, el supuesto populismo de izquierda (Laclau) no es, en mi opinión, sino la teorización de la adaptación a este contexto.
¿Por qué giran al centro las supuestas o reales izquierdas? Aparte de las derivas ideológicas (por contaminación, resignación, adaptación, “realismo”…) creo que las raíces de la domesticación deben buscarse tanto en la profesionalización de la política como en el electoralismoSin embargo, la mayoría de los votos de los de abajo -o sea, la inmensa mayoría de la población- no tendría que estar en este espacio, sino en la defensa de la satisfacción de sus necesidades reales de todo tipo, a medio y largo plazo, preferiblemente, o al menos de sus necesidades más perentorias a corto plazo. Ese tendría que ser el centro si el sistema y todos su cómplices -incluidas las supuestas izquierdas- no se dedicaran con tanto esfuerzo y ahínco a construir y reconstruir precisamente ese otro centro informe, dúctil y maleable.
¿Cuáles son los reflejos de una época de crisis profunda e integral y cómo combina con todo lo anterior? Esquemáticamente, una crisis como la actual produce frustración, miedo y rabia: de quienes se ven expulsados -o en peligro de ello- de las posibilidades de consumo y/o de supervivencia, mientras la publicidad omnipresente les refriega por la cara un sinfín de bienes prestigiados e inalcanzables, de quienes tienen pánico a perder su estatus socioeconómico, tal vez trabajosamente alcanzado, de quienes necesitan descargar su rabia porque ven amenazas, amplificadas y manipuladas, por todas partes, de quienes, troquelados en un franquismo familiar y sociológico, enmascarado algunos decenios de corrección política, pueden por fin reivindicar a voz en grito sus esencias…
La mayoría de los votos de los de abajo -o sea, la inmensa mayoría de la población- no tendría que estar en este "centro", sino en la defensa de la satisfacción de sus necesidades reales. Ese tendría que ser el centro si el sistema y todos su cómplices -incluidas las supuestas izquierdas- no se dedicaran a construir y reconstruir precisamente ese otro centroEn resumen, se juntan el hambre con las ganas de comer: una necesidad urgente e intensamente sentida, incluso de forma emocionalmente desproporcionada, de una salida a la crisis (o, al menos, de una esperanza de salida, justa, igualitaria, digna, solidaria…) con propuestas desde la izquierda nada entusiasmantes, timoratas, repetitivas, obsoletas y superficiales, dentro del sistema causante de la crisis y del dolor.
Es infinitamente más fácil canalizar la frustración hacia “chivos expiatorios” discriminados (inmigrantes, feminismos y ecologismos más profundos, pobres en general…) que hacia los causantes reales de la estafa y la frustración (tan arriba y tan hábilmente escondidos y protegidos que son casi invisibles y, además, inatacables). Si a esto se añade la emergencia de nacionalismos combativos, siempre latentes, ya tenemos el caldo de cultivo suficiente para desviar la atención y la exigencia de responsabilidades.
¿Cómo se va a suscitar ningún entusiasmo si no se habla de reforma agraria, de desprivatizaciones generalizadas, de devolver al común lo que debería ser común, de crear un contexto legal en que las iniciativas colectivas desde abajo puedan crecer y multiplicarse como hongos, de combatir seriamente la corrupción (todas las corrupciones), la manipulación, las mentiras, la violencia injustificada de los poderosos y sus servidores, la visible y la invisible…? Claro que ni siquiera esto sería suficiente (no necesitamos salvadores, sino autonomía real), pero por lo menos sería algo, un nuevo comienzo.
No se rompió con el franquismo (inclasificable dictadura militar y ultraconservadora con adornos de fascismo a la española y fundamentalismo católico -o viceversa-). Se reformó/maquilló el franquismo, dejándolo como componente subterráneo de la derecha, se ignoró la necesidad y la posibilidad de un proceso de reeducación popular basado en la memoria y en la profundización eficaz de la democracia. Años de componendas, se supervivencia de mentalidades, poderes y prácticas franquistas en el ejército, en la judicatura, en la política, en la empresa… explican sobradamente la escisión actual (del conjunto de la derecha) del neofascismo ante la crisis que se vive y el pánico a la que se avecina.
¿Cómo se va a suscitar ningún entusiasmo si no se habla de reforma agraria, de desprivatizaciones generalizadas, de devolver al común lo que debería ser común, de combatir seriamente la corrupción (todas las corrupciones), la manipulación, las mentiras, la violencia injustificada de los poderosos...?No se combate el neofascismo sólo ni principalmente con propuestas y medidas reactivas. Eso les deja la iniciativa y los sitúa en el centro del discurso y del debate. Se les combate sobre todo con medidas proactivas que dibujen y acerquen realmente otro horizonte capaz de devolver la esperanza, e incluso el entusiamo. Si sólo oscilamos entre parche y parche, ejemplares en la moderación y el realismo, tratando de no molestar, mirando siempre hacia la derecha y acomodándonos a sus fobias -y a sus intereses-… el combate está perdido.