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Filosofía
Necropolítica: los CIEs y la economía de los “malos cuerpos”
Para poder comprender las diferentes formas y expresiones que toma la necropolítica en la Europa contemporánea es necesario entender su relación histórica con el colonialismo, y con la racionalidad económica que el neoliberalismo ha logrado enraizar en nuestras subjetividades y prácticas de gobernabilidad.
“Europa abraza los centros de detención de extranjeros”: así se titulaba una noticia del diario El País del 25 de marzo del 2017. Poco tendríamos que cambiar de este titular para que se pudiera ajustar a las realidades actuales. Una multitud de organizaciones y colectivos lo vienen denunciando desde hace más de una década: los centros de detención de extranjerxs —o de Internamiento, CIEs, como se les llama en España— son lo más parecido a un campo de concentración en la Europa actual.
Tanto en su arquitectura y configuración espacial —básicamente se trata de centros de reclusión precarios (y precarizados)—, como en los discursos que articulan su legitimidad y necesidad frente a la sociedad civil del continente, los CIEs encarnan el desarrollo histórico de la soberanía sobre la vida y la muerte. Esto es a lo que el filósofo y politólogo camerunés Achille Mbembe le llama necropolítica.
Según Mbembe, la expresión última de la soberanía no es simplemente la biopolítica, como aseguraba Michel Foucault, aquel ejercicio de poder que se practica como clave organizadora de la vida. Mbembe profundiza el análisis de Foucault: las maneras contemporáneas de la soberanía residen en el poder y en la capacidad de decidir quién muere y quién vive. El necropoder, a diferencia del biopoder, no sólo se centra en técnicas cuyo propósito yace en la gestión de los cuerpos vivos, sino sobre todo en el ejercicio que controla el dejar vivir frente al hacer morir.
No obstante, como insinúa Mbembe, la práctica del necropoder solamente se logra entender a partir de su carácter histórico. Para poder comprender las diferentes formas y expresiones que toma la necropolítica en la Europa contemporánea —sobre todo en el caso de los CIEs—, es necesario entender su relación histórica con el colonialismo y, de diferente modo, con la racionalidad económica que el neoliberalismo ha logrado enraizar en nuestras subjetividades y prácticas de gobernabilidad.
Colonialismo: fábrica de los cuerpos racializados
Podríamos decir que el pensamiento europeo de la posguerra interpreta el Holocausto como el arquetipo histórico de aquella soberanía sobre la vida y la muerte de la que nos habla Mbembe. Pensadorxs como Hannah Arendt, Theodor Adorno, Zygmunt Bauman o Giorgio Agamben, podrían incluirse dentro de esta narrativa. Sin embargo, para Mbembe, la encarnación histórica del necropoder se puede ver primordialmente en las plantaciones de esclavos en el continente americano, el apartheid sudafricano y la ocupación colonial de Palestina.
Aunque a primera vista estos tres espacios geográficos e históricos parecen diferenciarse sustancialmente los unos de los otros, un elemento común los atraviesa: el concepto de la raza como piedra angular de la violencia sistemática. Según Mbembe, el concepto de raza es un elemento histórico fundamental dentro del imaginario colonial, imperial y, por tanto, occidental.
Más allá de la racionalización neoliberal de la sociedad, el neoliberalismo exhibe también su necropoder al convertirse en una máquina de cuerpos desechables.
En resumen, y como ya lo habían constatado un sinnúmero de pensadorxs y escritorxs, entre los cuales sobresalen Edward Said, Gayatri Spivak, o Frantz Fanon la articulación de la Otredad es una condición necesaria para que occidente se piense a sí mismo.
De hecho, es gracias a esta formación de la Otredad que nace el necropoder. Ese Otro, extranjero, salvaje, extraño, bárbaro, cuya existencia misma atenta contra mi propia supervivencia, es el sujeto colonizado sobre el cual actúa la necropolítica. El colonialismo, aquel escenario histórico que consolida la raza como uno de los pilares de la configuración del imaginario moderno, funda al sujeto colonizado, al cuerpo racializado. La experiencia colonial es, por lo tanto, la fábrica de los cuerpos racializados, aquellos cuerpos que habitan la zona del no-ser que, según Fanon, han internalizado y epidermializado su subyugación al régimen colonial.
Neoliberalismo: máquina de los cuerpos desechables
Para Fanon, la colonia, como espacio social, político, y económico, representa la cúspide de la violencia soberana. La fenomenología de los cuerpos colonizados atesta esta realidad: la experiencia colonial no sólo se centra en la racialización del Otro, sino que además demuestra los diferentes mecanismos, a veces culturales y a veces hasta militares, a través de los cuales se diferencia entre colonizador y colonizado. La colonia es un espacio alambrado, cercado, amurallado, en donde la violencia soberana logra delimitar los diferentes cuerpos que la habitan.
Si bien el necropoder de la colonia se expresaba a través de la violencia soberana —aquella violencia física y manifiesta que se evidenciaba en la arquitectura del espacio mismo— las necropolíticas de la poscolonia toman formas más sutiles.
Entra en escena la gran contrarrevolución del neoliberalismo, liderada por los Chicago Boys del dictador Augusto Pinochet en Chile, y los gobiernos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan en los Estados Unidos, respectivamente. La lógica del neoliberalismo, como apunta Wendy Brown, gobierna a través de la economización del ser humano: los humanos nos convertimos en simples actores del mercado, mientras que todo campo de actividad es visto como un mercado y cada entidad, bien sea pública, privada, ya sea persona, empresa o Estado, es gobernada a partir de la lógica empresarial.
Filosofía
La violencia que seremos: extrema derecha y orden colonial
Más allá de la racionalización neoliberal de la sociedad, o la colonización del Lebenswelt (el mundo de la vida) como escribe Jürgen Habermas, el neoliberalismo exhibe también su necropoder al convertirse en una máquina de cuerpos desechables. Para su sustento, el neoliberalismo necesita de cuerpos explotables que, si es necesario, se puedan dejar morir.
Un triste ejemplo de este fenómeno es la muerte del repartidor de Glovo en mayo del 2019 en Barcelona. La vida del joven nepalí de 22 años, que fue atropellado por un camión del servicio de limpieza, ejemplifica la situación precaria a la que se deben atener los cuerpos desechables del neoliberalismo, en esta instancia aquellos que trabajan dentro del denominado “capitalismo de plataformas”.
Los casos similares son incontables; la privatización de la salud pública, entre otras cosas, podría igualmente entenderse como una práctica necropolítica, a través de la cual la vida de algunxs que pueden pagar vale más que la de aquellxs que se pueden dejar morir. El periodista colombiano Juan Gossaín recopiló, por ejemplo, una lista de las personas que han muerto esperando respuesta de su EPS, “entidades promotoras de salud” completamente privatizadas en el país sudamericano.
Soberanía, reclusión, y “malos cuerpos”
Si la articulación de la otredad es constituyente del imaginario social, político, y económico de occidente, Mbembe nos diría que el necropoder no es más que la consecuencia natural de este hecho. En Europa, lxs sujetos más evidentes de la necropolítica, al ser cuerpos racializados y desechables, son los cuerpos migrantes.
El cuerpo migrante en Europa es, como dice Jacques Rancière, un “mal cuerpo”. La figura del migrante, como pilar del “nuevo racismo de las sociedades avanzadas” se convierte en el “punto donde coinciden todas las formas de identidad consigo misma de la comunidad”; es decir, como anticipaba Mbembe, el migrante es aquel cuerpo otro contra el cual se constituye la comunidad democrática europea. El migrante es lo extraño, extranjero, bárbaro, inaceptable, iliberal, es aquel sujeto que no se logra acoplar a las reglas de la democracia liberal y que se presenta como una amenaza constante, aun cuando sea silenciosa, al orden civilizado.
Si la articulación de la otredad es constituyente del imaginario social, político, y económico de occidente, Mbembe nos diría que el necropoder no es más que la consecuencia natural de este hecho.
En la Europa contemporánea, los centros de reclusión de migrantes representan la soberanía sobre los cuerpos racializados y desechables. Los CIEs en España son la expresión máxima de las nuevas modalidades de reclusión que delatan la violencia sistémica que se ejerce sobre la vida de las personas migrantes. De hecho, estos centros de reclusión y retención, presentes también en Francia, Grecia, e Italia, son los ejes de la actual economía de los “malos cuerpos”, ese régimen de poder que, si no recluye, precariza aquellos cuerpos que no son dignos de la vida misma.
Es por esto que, ante la necropolítica, debemos entender la radicalidad que reside en la dignidad humana. El cierre inmediato de entidades como los CIEs se nos presenta como una acción necesaria, aunque nunca suficiente, en la lucha contra aquellas lógicas de gobernabilidad necropolítica, en las cuales se ejerce una violencia absoluta frente a la vida.
Mientras tanto, nos podremos seguir preguntando: ¿qué pensarán lxs mandatarixs europexs al salir de la estación Schuman hacia la Comisión Europea en el centro de Bruselas, lxs tecnócratas en los pasillos del Bundestag, el Palacio del Elíseo o la Moncloa, mientras que los cuerpos migrantes, racializados y desechables, se hunden en las profundidades del mar Mediterráneo?