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Miembro de la Asociación de Hombres Por la Igualdad de Género (AHIGE) de Andalucía.
Avanzo en la segunda semana de jubilación y mi rutina mental supongo, como la de cualquier hombre “desocupado”, es la de sentirse un “inútil”. La vida casi siempre es extraña e inquietante, recuerdo que cuando hace años me rompí el húmero y tuve durante un tiempo el brazo izquierdo inmovilizado, en la calle solo veía gente con brazos rotos. Nunca en mi vida había visto tantos. Cuando me quitaron la inmovilización deje de verlos. Ahora que estoy “ocioso” me sucede lo mismo, y cuando salgo a caminar por las mañanas solo veo jubilados. Hombres en ropa deportiva andando, sentados en bancos, o deambulando. Deambular es distinto a pasear. A veces pienso que es otra de las consecuencias del patriarcado, y que en realidad con la edad nos convertimos en juguetes rotos, objetos perdidos incapaces de encontrar nuestro lugar en el mundo, ni entender la existencia sin estar sujetos a unos mandatos.
Seres que ya han cumplido con la función que les asignaron y son apartados. Pensar que jamás vamos a trabajar más, e imaginar lo que los demás puedan pensar, es un martirio. Ser clase pasiva hace daño a la persona, y sobre todo a su masculinidad, que solo entiende del cumplimiento del rol de proveedor, mantra y razón de ser de nuestras vidas.
Los hombres lo llevamos tan mal porque nos han educado y creado para cumplir una función, y defender un modelo de hombría que se asienta en la ocupación y el poder que otorga ser el sostenedor de la familia. Por eso cuando los años nos colocan en nuestro sitio dejamos de sentirnos útiles, y no sabemos por dónde tirar.
Cuando ese paradigma de hombre se esfuma, y estamos solos ante la vida, desprovistos de los atributos que nos protegían, entramos en un bucle de desconcierto del que algunos no salen.
No nos socializaron para cuidar ni cuidarnos, querer ni querernos, o expresar nuestras inquietudes, por eso tenemos este entripado que nos anuda el alma y el corazón.
No sabemos vivir porque no entendemos de las cuestiones más fundamentales de nuestra existencia. Emociones, afectos, cuidados, empatía, complicidad, sororidad, son conceptos demasiado alejados de nosotros. Estamos en un mundo para el que de repente somos prescindibles.
Sin embargo, esta es una gran oportunidad para reivindicarnos, y deshacernos de ese traje que no nos quedó bien, para comprendernos desde otras opciones. Destapar el tarro de las esencias, disfrutar de nuestra feminidad, y vivir sin la pesada losa de estar a la altura. Recomponernos es nuestra misión.
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Creo que esa realidad que describes no corresponde a la sociedad actual, o al menos, a todos esos hombres con los que te comparas.
Es cierto que nos hemos criado en un modelo de sociedad que asignaba al hombre un rol determinado, pero depende de cada uno el abrirse a otros modelos de vida en los que te sientas pleno y con una libertad que te permite desarrollarte en otros ámbitos, tantos físicos como mentales.
Esa visión de la realidad que describes, responden más a una posición cómoda, en la que el hombre se resigna a verlas venir, negándose a encontrar su sitio en su nueva situación, porque según las circunstancias familiares, un hombre "jubilado" puede ser fundamental en una familia, si se han fomentado unos roles igualitarios que le permitan ser una pieza fundamental, aparte de otras inquietudes intelectuales que ahora se pueden desarrollar con más tiempo y madurez, que llenen todos esos vacíos que no tienen por qué ser tales.