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Han pasado 21 años desde que Alberto San Juan y su equipo se atrevieron a utilizar la gala de los Premios Goya para, con humor y sátira, denunciar la crueldad de una guerra que se estaba tragando vidas humanas a diario y de la que nosotras éramos cómplices.
Ese “no a la guerra” empezó a retumbar por las calles, en las aulas, en los conciertos, en los teatros y aunque no sirvió para pararla, para dos cosas sí sirvió: dejar al desnudo la complicidad de José María Aznar y su responsabilidad en la muerte de miles de inocentes y para que el pueblo tuviese la posibilidad de desahogarse, oyendo en la pantalla de una televisión pública amordazada lo que la mayoría de nosotras pensaba.
Alberto, sus compañeros y compañeras pagaron un precio muy alto por ese desafío a la autoridad establecida
Alberto, sus compañeros y compañeras pagaron un precio muy alto por ese desafío a la autoridad establecida. Críticas, vetos, poquísimas propuestas de trabajo, invisibilidad mediática. No solo eso, sino que a partir de ese momento, los medios fachas que en los últimos años han proliferado como setas en todo tipo de canal, transformaron a Alberto, Willy Toledo y las que participaron en esa gala en la encarnación de lo perverso, de los rojos de pasta, de los que protestan pero luego se compran el casoplón, de los perroflautas, de los titiriteros (como si hacer títeres fuera un insulto).
Esta última gala de los Goya sirvió para enseñarme como, desafortunadamente, el poder de los que nos manejan desde arriba ha conseguido su objetivo. En un momento decisivo para la historia, en el que se está perpetrando un genocidio televisado ante nuestros ojos anestesiados de espectadores, en el que gente corriente se planta delante de supermercados, interrumpe congresos, conferencias, actos, se encadena delante de embajadas, pone en riesgo su vida para defender la vida del pueblo palestino, nuestros actores y actrices, directores, directoras, gente con poder y voz, se callan como perras.
Exceptuando un David Trueba con pegatina o un par de actrices y directoras que pronunciaron un tímido eslogan, el resto fue un desfile de agradecimientos aburridos y minutos desaprovechados para quedar bien, no vaya a ser que no me llamen para la siguiente. He trabajado 15 años en el mundo del audiovisual, sé lo que es la precariedad laboral, sé que la gente que no sabe si va a tener trabajo el mes que viene puede no querer tirarse a la piscina y mojarse. Pero de una Penélope Cruz, que si estornuda es portada, me esperaba algo más. ¿Para qué tener la fama si no para defender los derechos de las que no tienen tu misma suerte? Lo que vi en la gala de los Goya fue miedo. Hasta a Pedro Almodóvar le temblaba la voz, cuando se refería a Juan García Gallardo, un tipejo absolutamente insignificante de Vox, sin ningún tipo de poder. Ni siquiera osó nombrarle.
Pasadas las dos horas de ceremonia, mis expectativas estaban por los suelos. En mi inocencia y optimismo, pensé que todas las nominadas y nominados se pondrían de acuerdo para llevar un lazo, para decir todas juntas una frase, para dedicar todas 30 segundos de su precioso minuto de fama exigiendo que se pare esta masacre, que se deje ya de matar y mutilar a los niños, que se haga justicia. Pero no hubo nada, más bien hubo lo de siempre. No quiero ni imaginar el impacto mediático de una Penélope o un Almodóvar juntos, pidiendo parar el genocidio.
Me fui a la cama decepcionada y triste. Pero hoy, en los medios que no están censurados o comprados, veo como Alberto San Juan, hace unos pocos días, salió defendiendo a la gente corriente que vive en la calle Tribulete de Madrid, amenazada de desalojo por los fondos buitres. Verle tan cañero como siempre me transmite paz, esperanza; me hace pensar que sigue habiendo gente que aprovecha su fama para ponerse del lado correcto, y lo hace desde la madurez, con 20 años más, lo hace y no se rinde. Así que me quedo con Alberto San Juan, con las personas que salen a protestar, con las que se encadenan, con las que plantan cara al poder, las que tienen miedo pero lo enfrentan, las que no se rinden. Ellas sí son los verdaderos héroes de mis películas.
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Si, yo también estaba esperando el momento de escuchar el BASTA YA AL GENOCIDO EN PALESTINO Y UN NO A LA GUERRA alto y claro, pero acabó una gala más habiendo perdido una oportunidad de oro.
La mayoría de las personas son conservadoras, que no quiere decir de derechas, y temen que cualquier cambio les afecte a ellos negativamente, pero como dices, la gente que tiene menos que perder se debería mojar más.