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Ecologismo
La ingeniosa Toña de Castilla
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1
En un lugar de la Mancha, cuyo nombre no es relevante para nuestro cuento, vivía una niña de once años llamada Toña, pequeña de estatura pero grande de corazón. Su cuerpo regordete irradiaba una alegría contagiosa. De piel morena y cabello rizado, su rostro redondo albergaba ojos oscuros llenos de vida.
Toña vivía con su familia en una finca rodeada de huertas de permacultura manchega. Junto a sus dos madres y su abuela, compartía el hogar con su tío abuelo, conocido como bro Pablote por su estatura y la costumbre de llamarse «bro» entre los caballeros de su época. Aunque los años habían dejado huella en él, conservaba una robustez que desmentía su edad, pese a su barba gris y calva reluciente.
Últimamente, la familia se preocupaba por bro Pablote, amante de las películas distópicas, ya que había desarrollado una reciente obsesión con ellas. Una mañana de julio, tras ver Terminator, su colección favorita, propuso a Toña una misión épica: destruir la supuesta central de una IA malvada, acusada de crear un régimen autoritario. Toña comprendía su confusión, sabiendo que su enfermedad sin cura trastocaba su percepción de la realidad haciéndole temer un futuro oscuro.
Bro Pablote creía que el núcleo de dicha IA estaba en la antigua capital de España, país que ya no existía como tal en la RePública Europea. Toña nunca se acordaba bien de si eran 56 o 65 las regiones en la RePública, pero tampoco importaba para la gran aventura que les aguardaba en tierras de Castilla. Quería que los últimos días de su tío abuelo fueran significativos, acompañándolo en su misión imaginaria.
Para bro Pablote, el tren de alta velocidad era un enemigo formidable, poseído por la «Inteligencia Demoníaca Artificial», o IDA, como él mismo la había denominado evocando antiguos recuerdos de sus días en Madrid. Por tanto, decidieron emprender el viaje en bicicleta, eludiendo toda tecnología moderna. Como Toña sabía que sus madres jamás permitirían tal aventura, lo planificaron en secreto. Avisó solo a su mejor amiga, Sofía, por si algo malo ocurriera. Sofía, lejos de alarmarse, se mostró entusiasmada y casi quiso acompañarlos, pero Toña la persuadió de quedarse en el pueblo para mantener la comunicación en caso de emergencia. Acordaron que Toña llevaría su pequeño ordenador de bolsillo en secreto para avisarle si fuese menester.
Por la tarde Toña comenzó a preparar su mochila, pues bro Pablote la había convencido de iniciar la aventura al amanecer. Aquella noche los nervios le dificultaron el sueño. Tuvo que rezar tres Gaianuestras hasta que finalmente se quedó dormida aferrada al anillo verde de su collar. Con las primeras luces del alba, Toña y bro Pablote se deslizaron fuera de la casa, enfrentándose a su primer desafío: la perra que dormía en la entrada de la finca. Al escuchar el crujido de sus pasos, la perra se despertó y se levantó alertada. Toña, con ternura, la acarició hasta calmarla, permitiendo que ambos salieran sin ser detectados. Se montaron en sus bicicletas, aparcadas detrás del estanque de su huerta, y comenzaron el viaje con el sol naciente en sus espaldas iluminando el inicio de su aventura.
2
Mientras pedaleaban por los senderos de La Mancha, el sol alto bañaba todo con luz dorada. El paisaje, mezcla de encinas, alcornoques y campos de cultivo, se enriquecía con arroyos y pequeños bosques de galería. A mediodía, llegaron a un encantador pueblo repleto de árboles frutales en sus huertas y calles donde las instalaciones fotovoltaicas en los tejados y fachadas se tornaban arte. Decidieron descansar en la plaza mayor, que albergaba un pequeño bosque, perfecto para su propósito. Se comieron sus bocadillos de queso manchego y se deleitaron con melocotones y ciruelas de los árboles, antes de una siesta en la agradable sombra.
—¿Toña? —preguntó una voz sacándola de sus sueños. Toña abrió los ojos, asustada, al ver una figura con un mono blanco. Se frotó los párpados, buscando claridad. Bro Pablote ya estaba de pie, amenazando a la figura con sus puños cerrados. Toña reconoció a David, hermano de Sofía, con su traje blanco de reparador de turbinas de viento, pero bro Pablote, en su confusión, creyó ver un cíborg de la temida IDA. Con ímpetu, se preparó para asestar un golpe. Toña se interpuso entre ambos, deteniendo el ataque. Con un gesto sutil indicó a David que guardara silencio.
—Es solo un sirviente de la IDA. ¡Hay que ir a por su núcleo! —dijo a su tío abuelo. Bro Pablote, frustrado, empujó a David, quien tropezó y cayó al suelo. Toña contuvo la risa.
—¡Corre! —ordenó a bro Pablote mientras cogía su mochila—. Estos bichos suelen volver —añadió al subirse a su bicicleta. Susurrando, pidió disculpas a David y le indicó que llamara a Sofía.
Ambos pedalearon vertiginosamente, dejando atrás al desconcertado «cíborg». Ya en el campo, bro Pablote preguntó por qué el cíborg sabía su nombre.
—La IDA lo sabe todo —respondió Toña, dándose cuenta del peligroso juego iniciado.
—¡Maldita IDA! —exclamó bro Pablote—. ¡Nunca subestimes a la Resistencia!
Al caer la tarde, llegaron a la confluencia del Tajo y el Jarama. En las amplias vegas, se desplegaba un entramado de caminos de agua entre cultivos y manchas de bosque. Pedaleaban entre álamos, olmos y fresnos.
—Se nos hace tarde. Debemos encontrar un sitio para acampar —dijo bro Pablote, nervioso, pero Toña señaló un monasterio gaianista entre los árboles.
—Tranquilo, Gaia siempre nos acoge —respondió, besando su anillo verde—. Porque somos Gaia.
Toña percibió en bro Pablote una mezcla de duda y respeto. Sabía que no compartía su fe, pero valoraba sus creencias. Así, avanzaron hacia el monasterio, confiados en su camino.
Descansaron y desayunaron espléndidamente. Les monjes les habían brindado cena, ducha y campamento en el jardín del monasterio. La noche anterior Toña había llevado su ordenador al baño compostero para enviar un mensaje secreto a Sofía. Ignoró los múltiples mensajes de sus madres, que parecían preocupadas, y persistió en su misión. Le inquietó que el incidente con David hubiera exacerbado la paranoia de su tío abuelo.
—¡Menos mal que no confunde a les monjes con cíborgs! — escribió, y de repente se le ocurrió una idea algo osada que propuso en su mensaje nocturno a Sofía. Por la mañana, revisó sus mensajes y vio que Sofía había respondido con un conciso «Yo convenzo a mi hermano. Cuenta con ello».
—¡Qué maravilla! —exclamó desde el baño y escuchó a une de les monjes felicitarla desde fuera, lo que la avergonzó un poco.
3
Toña y bro Pablote estaban ascendiendo por el bulevar Toledo. Ya habían dejado atrás las minerías de cemento de las antiguas autopistas al entrar en Madrid. La altura de los edificios y las huertas urbanas en las fachadas, un mar de tomates, pimientos y pepinos, impresionaron a Toña y despertaron su antojo de un fresco gazpacho. Bro Pablote, ajeno al hambre, se interesaba más por los transeúntes que parecían felices, lo cual le parecía muy sospechoso.
—Son cíborgs, seguro —comentó a Toña, quien se inquietó.
—Ya casi llegamos al núcleo —respondió ella, señalando un letrero que indicaba la Puerta del Sol.
—Mi IDA querida… ¡Hoy será tu juicio final! —exclamó bro Pablote, alzando su puño mientras giraba su manillar.
Se detuvieron ante un edificio con torre de reloj y jardines verticales en su fachada. Desde el portal abierto siguieron el aroma de tomillos en flor hasta una huerta en el patio interior. Bro Pablote, tenso, vigilaba los balcones verdes mientras el reloj marcaba las ocho. Era la hora del plan secreto.
Toña divisó a una figura de mono blanco entrando por el portal. Era David. Cuando cruzaron miradas y él le guiñó un ojo, Toña se alejó de su tío abuelo, permitiendo a David acercarse.
—Volveré —susurró David desde detrás de bro Pablote, haciéndolo estremecer.
Bro Pablote se dio la vuelta bruscamente—. ¡El cíborg! —gritó—.
Toña, escondida tras unas cajas de compost, observaba la escena. Cogió una manguera colgada en la pared y miró a David, quien asintió levemente.
—¡Toma! —gritó a su tío abuelo, lanzándole la manguera—. No es un cíborg cualquiera. ¡Es la centralita de IDA! Haz que cortocircuite.
Bro Pablote dirigió la manguera a David como una ametralladora.
—Sayonara, baby —dijo, abriendo el grifo al máximo.
Con algo de teatralidad, la presión del agua empujó hacia atrás a David, que se cayó al suelo y se quedó inmóvil. Bro Pablote cerró el grifo y se acercó con cautela, apuntándole con la manguera.
—No me fío de este monstruo —dijo temblando, mientras Toña corría a abrazarlo. Para calmar a su tío abuelo, Toña se arrodilló junto a David y empezó a revisarlo.
—¿Qué haces? —le gritó bro Pablote.
Toña quitó las hojas de la nuca de David y reveló un pequeño objeto rectangular pegado en la piel.
—He quitado el cerebro de la central —dijo, entregando a bro Pablote una tarjeta de memoria con «CPU IDA» escrita encima. Bro Pablote agarró la tarjeta y la partió con los dientes.
—Esto se ha terminado —dijo satisfecho.
Toña sonrió y vio que David, con su cara pegada al suelo, apenas podía aguantar la risa. Toña se abalanzó sobre su tío abuelo y le dio un fuerte abrazo.
4
En la estación de Atocha, Toña y bro Pablote aguardaban con sus bicicletas la llegada del tren. Tras vencer a la IDA, la paranoia de bro Pablote se había desvanecido y ya no temía al tren. Toña reveló que llevaba su ordenador, con el cual pudo acceder a sus gradidos restantes de este mes, suficientes para dos billetes de vuelta. También había fingido avisar al Ayuntamiento para que recogieran al «cíborg» y bro Pablote no intentara fundirlo.
Ya en el tren, se sentaron frente a frente. Mientras pasaban por los verdes pueblos a la salida de Madrid, la puesta de sol deslumbraba a Toña. Al mirar a su tío abuelo, notó su alegría.
—Gracias por cerrar este capítulo conmigo, Toña —dijo él sonriendo.
Toña, recordando su misión de vivir una última aventura con su tío abuelo, comprendió el profundo significado de haberlo logrado, y una lágrima rodó por su mejilla.
—Gracias a ti —respondió con una sonrisa, mientras el crepúsculo teñía el horizonte.