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Redactamos estas líneas desde la conmoción. Por desgracia, se han traspasado ya las dos centenas de muertos y el escenario dibujado por la dana que asoló el litoral mediterráneo y otras zonas de la península el pasado 29 de octubre es absolutamente dantesco. La búsqueda de desaparecidos continúa y las vidas de muchas personas han quedado rotas sin remedio. El horizonte se perfila oscuro: además de la pérdida de vidas (no sólo humanas), va a hacer falta mucho tiempo para poder reconstruir viviendas e infraestructuras, y para que las localidades más afectadas puedan retomar la vida en condiciones dignas.
Dana
Cambio climático La ciencia liga la agresividad de esta dana con la aceleración de la crisis climática
Es imposible no sentir una profunda empatía, al igual que es inevitable llenarse de orgullo ante el enorme despliegue de solidaridad que miles de personas están mostrando en estos días difíciles. El lema de “sólo el pueblo salva al pueblo” se ha escuchado con frecuencia estas semanas. Y con razón: desde todos los puntos cardinales, el pueblo organizado se ha movilizado para salvar al pueblo ante una respuesta de las autoridades que, con la perspectiva de los días transcurridos, podemos considerar tremendamente negligente. Una negligencia criminal que están intentando aprovechar organizaciones y operadores mediáticos de extrema derecha para hacer más presente su agenda fundamentalista y de odio: comedores solo para “nacionales”, patrullas para “evitar saqueos” y otras iniciativas similares que repudiamos sin paliativos.
También hay variantes banales y cotidianas de negacionismo, cuando no se toman en serio las advertencias de la ciencia climática, cuando se caricaturizan, se desprecian o se minimizan
Tendremos que darnos un tiempo para repensar nuestras formas de organización ante emergencias como ésta, porque el cambio climático nos va a deparar situaciones semejantes. Por un lado, sería deseable contar con organismos públicos de protección civil mejor dotados, para no tener que depender de cuerpos militarizados. Por otro lado, sin embargo, no podemos confiar en que un Estado salvífico nos resuelva todas las papeletas. De hecho, construir comunidades autoorganizadas va a ser una de las estrategias fundamentales de resiliencia ante el cambio climático: comunidades vecinales, asociaciones de apoyo mutuo, comunidades energéticas, grupos de consumo agroecológico, etcétera.
Decíamos que es una negligencia criminal porque el negacionismo climático también es responsable de estos cientos de muertes que podrían haberse evitado. El negacionismo consiste en pensar que el calentamiento climático es un infundio, negando todas las evidencias científicas de las que disponemos. Pero también hay variantes banales y cotidianas de negacionismo, cuando no se toman en serio las advertencias de la ciencia climática, cuando se caricaturizan, se desprecian o se minimizan. Por eso, en estos casos solemos hablar de retardismo u obstruccionismo a la acción ambiental.
Hay negacionismo cuando, una vez ocurrida la tragedia, ésta se plantea como una “calamidad” natural sin causas ni consecuencias políticas
Desde este punto de vista, hubo negacionismo en la decisión del Gobierno valenciano de suprimir la Unidad de Emergencias cuando accedieron a la Generalitat. Hubo negacionismo cuando las autoridades valencianas desatendieron los pronósticos de la Aemet y no tomaron ninguna precaución en los días previos. Hubo negacionismo cuando el presidente del Gobierno valenciano, Carlos Mazón, desoyó las alertas de ese mismo día y siguió con su agenda como si nada. Y hay negacionismo cuando, una vez ocurrida la tragedia, ésta se plantea como una “calamidad” natural sin causas ni consecuencias políticas.
Encontramos también negacionismo en cómo la narrativa del cambio climático está minimizada en la opinión pública y publicada en torno a la gran tormenta. Lo vemos, evidentemente, en la repugnante campaña de bulos orquestada por la extrema derecha. Pero también en el tacticismo partidista que está encontrando en esta hecatombe la oportunidad de ganar puntos en la disputa electoral. En vez de hablar del calentamiento global, del modelo hidrológico, de una ordenación territorial y un urbanismo desquiciados, completamente ajenos a la naturaleza de los ecosistemas de la zona, llevamos días envueltos en el enésimo duelo PP-PSOE respecto a quién debe hacerse responsable.
Por fortuna, en estos días han empezado a asomar algunos indicios de cambio y hemos oído voces que están insistiendo en vincular la dana con el cambio climático. También hemos asistido a una politización que debemos saludar con esperanza: las manifestaciones en Valencia contra la gestión del Gobierno valenciano son una muestra de ello. Sin embargo, es importante que esa politización no sólo se vuelque contra la administración de esta crisis en concreto, sino contra todo un sistema económico y político que ha desencadenado una debacle ecológica responsable del aumento en la frecuencia y virulencia de esta clase de eventos.
Lo que conocemos sobre el nuevo estado del clima, con el umbral de los 1.5º de calentamiento ya superado, nos asegura que esta dana no es más que una de muchas
Insistimos: lo que ha sucedido no es sólo una catástrofe natural, y nos equivocaríamos si la tratásemos exclusivamente de ese modo. Lo que estamos viviendo es la crónica de una tragedia anunciada. No solo la ciencia del cambio climático lleva décadas avisándonos de que el calentamiento global traería aparejada una mayor incidencia de fenómenos meteorológicos extremos. También, y en específico, los potenciales riesgos del calentamiento sin precedentes del Mediterráneo eran de sobra conocidos desde hace años, y ya se han hecho advertencias al respecto. La huida hacia adelante de las sociedades capitalistas industriales en la que llevamos décadas inmersos parece haberse topado de bruces con la realidad de un mundo cuyo clima se ha inestabilizado para siempre.
No nos engañemos, el deseo que todos albergaríamos de convertir estos días de pesadilla en un mal recuerdo, en el evento del siglo, es infundado. Lo que conocemos sobre el nuevo estado del clima, con el umbral de los 1.5º de calentamiento ya superado, nos asegura que esta dana no es más que una de muchas. Y que, por tanto, esforzarnos por volver a una supuesta normalidad que ya no existe es el peor error que podemos cometer. El mismo error que ya cometimos cuando salimos de la pandemia de la covid-19 apretando el acelerador de algunas de las dinámicas más insostenibles de nuestras sociedades, como por ejemplo la digitalización.
Esta nueva y dramática normalidad es la que deriva del colapso ecosocial que estamos viviendo desde hace tiempo. Quizá hoy todos aquellos que nos tachaban de alarmistas al optar por este término sean capaces de comprender que difícilmente otro concepto podría definir las imágenes y escenas que nos asedian desde hace dos semanas. Es un colapso social emergente, cada vez más evidente, que se ha cobrado numerosas vidas, que ha interrumpido incontables cadenas de suministro, que ha destruido una enorme cantidad de infraestructuras, y que ha segado de un plumazo la vida económica y social de un amplísimo territorio. Y es un colapso ecológico, porque también se ha llevado muchas vidas no humanas por delante y, sobre todo, porque sus causas se hunden en una alteración de las variables que definen el clima, algo que transforma profundamente la vida, en toda su amplitud y diversidad.
Por fortuna, las ciencias del Sistema Tierra llevan mucho tiempo trabajando en modelos cada vez más precisos, que nos indican los derroteros por donde habrán de discurrir los acontecimientos
Lamentablemente, sucesos como éste volverán a ocurrir. A veces se manifestarán en forma de riada y otras veces en forma de sequía; sufriremos olas de calor más largas e intensas y veremos tormentas virulentas con más frecuencia de la acostumbrada. Asistiremos a transformaciones concatenadas en todos los órdenes: movimientos de especies que tratarán de aclimatarse a nuevos entornos, aparición de nuevas cepas víricas, cambios profundos en los ecosistemas hasta ahora conocidos —pensemos, por ejemplo, en la desertificación de grandes zonas de la Península ibérica—, y muchos otros fenómenos que cabe conjeturar, o que quizás todavía se escapan a nuestra imaginación.
Por fortuna, las ciencias del Sistema Tierra llevan mucho tiempo trabajando en modelos cada vez más precisos, que nos indican los derroteros por donde habrán de discurrir los acontecimientos. Tenemos asideros a los que agarrarnos. Contamos con diagnósticos científicamente solventes. Lo que debemos hacer ahora es reaccionar políticamente para construir un modelo de justicia ecosocial que mitigue las causas subyacentes a catástrofes como ésta, y que ayude a paliar los efectos destructivos de otras potenciales tragedias.
Los firmantes de este artículo somos parte de un proyecto de investigación, Speak4Nature, en el que defendemos un cambio radical de nuestro modo de vida. Para remediar una crisis cualquiera, quizás basta con parchear aquello que se ha roto. Para remediar un colapso, hay que transformar las cosas de raíz. Eso significa que debemos frenar en seco las emisiones de gases de efecto invernadero como primera medida para que sea posible cualquier clase de adaptación real posterior: si la temperatura del Mediterráneo sigue aumentando, veremos fenómenos meteorológicos extremos más recurrentes y tan destructivos o más que el que ha asolado Valencia y otras zonas del país a finales de octubre. Pero también tenemos que cambiar el sistema productivo y nuestras formas de consumo. No podemos seguir con un sistema económico que se basa en una depredación masiva de los ecosistemas y en la alteración de las condiciones que los hacen posibles; que nos hacen posibles.
Nuestros modos de vida, hoy intrínsecamente imperiales, deben superarse para construir nuevas formas de organización que pongan la vida en el centro
Todo esto entraña un cambio político y cultural de envergadura. Debemos repensar conceptos como el de “crecimiento”. Crecer no debería significar tener ciudades cada vez más extensas, dispositivos tecnológicos más sofisticados, empresas más grandes, carreteras más anchas... Debería significar tener vidas más llenas, más saludables, con menor ansiedad, con menor angustia económica, con más tiempo de ocio, etcétera. Por eso, de hecho, preferimos hablar de decrecimiento. El objetivo tiene que ser reorganizar nuestras relaciones políticas, culturales y económicas. Construir nuevas vidas en las que podamos gozar de más tiempo de calidad para pasarlo con amigos o con familiares, menos horas en empleos extenuantes que sólo reportan beneficios al gran capital, menor tiempo de desplazamiento a los lugares de trabajo, una vida más sosegada...
Pero, sobre todo, una inversión de las actuales relaciones, que son estructuralmente dominadoras y destructivas tanto con los países periféricos como con la naturaleza. Nuestros modos de vida, hoy intrínsecamente imperiales, deben superarse para construir nuevas formas de organización que pongan la vida en el centro. Necesitamos abandonar una estructura productiva fundamentalmente industrial y extractiva. No podemos seguir consumiendo el mundo, sino que debemos forjar otras formas de relación con la naturaleza más acordes con la nueva situación ecológica, que se centren en el cierre de ciclos ecológicos. Eso implica, por ejemplo, construir metabolismos de base agraria y orientados a la regeneración ecológica, que no depreden, sino que produzcan y reproduzcan.
Ojalá eventos como este nos puedan servir como acicate para ponernos en movimiento y que hagan de la construcción de la justicia socioecológica la más urgente prioridad de nuestro tiempo
Para transitar hacia un mundo así, las transformaciones no pueden ser solo materiales. También necesitamos modificar la manera en que interpretamos y nos relacionamos con el territorio: habitamos localidades, regiones o países, pero también somos integrantes de ecosistemas. Debemos aprender a vernos como tales, a conocer nuestro hábitat, a respetarlo, para después diseñar instituciones y formas de vida que se adapten a las características de estos. Debemos abandonar la lógica del dominio de la naturaleza y, mitigando lo más posible nuevos impactos, adaptarnos cuanto antes a esos nuevos ciclos que, visto el tiempo perdido, tienen ya difícil reversión.
A estas, y a otras muchas necesarias tareas, pretendemos contribuir colectivamente en el trabajo que desarrollamos en el proyecto Speak4Nature, y en muchos otros contextos. Un trabajo tan urgente como, por desgracia, infraatendido. Ojalá eventos como este nos puedan servir como acicate para ponernos en movimiento y que hagan de la construcción de la justicia socioecológica la más urgente prioridad de nuestro tiempo.
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Vienen tiempos muy duros y debemos afrontarlos construyendo comunidad. Las personas que estamos en contra del patriarcado, de la supremacía blanca, de la xenofobia, del crecimiento que rebasa los límites planetarios y del antropocentrismo debemos estar unidas. Espero que esta herramienta ayude https://infinito5.home.blog
Si sois científicos, debéis caer en la cuenta, de que se avecinan tiempos en los vais a ser silenciados y perseguidos. Por ello, yo aconsejo, y deseo, que os organicéis.
Somos un ecólogo y dos filósofos. Gracias por leernos y por el aviso. Todos nos tenemos que preparar y organizar. ¡Un saludo!