Crisis económica
El sector turístico, ante el fin de una época

Desde los años 60, la economía ligada a la costa, el buen tiempo y la gastronomía no ha dejado de crecer. España ha sido una pieza central del tablero turístico global. La llegada del covid-19, que hará que el empleo se vea resentido en el corto, medio y largo plazo, abre una serie de incógnitas respecto a un modelo productivo centrado en el sector túristico y sus consecuencias para el mercado laboral y el medio ambiente.

Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @pablorcebo.bsky.social, pablo.rivas@elsaltodiario.com

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7 jun 2020 07:07

La alarma comenzó a sonar en febrero. La cancelación del Mobile World de Barcelona, que agrupa a 100.000 profesionales y visitantes en la mayor feria tecnológica del mundo, empezó a derrumbar las previsiones de un sector que, en los últimos años, se ha apoyado en el llamado turismo de eventos y congresos para superar todos los récords de visitantes. Para un mercado que basa su funcionamiento en expectativas acerca de promesas etéreas como la experiencia auténtica, el consumo, la felicidad y el disfrute, la incertidumbre generada en este comienzo de 2020 supone una amenaza sin precedentes. Desde comienzos de marzo, el turismo vive un momento de ingreso cero, una crisis de demanda que supone un problema importante para el Estado, que ve peligrar los doce millones de puestos de trabajo relacionados con las distintas ramas del turismo y del ocio.

83,7 millones de turistas en 2019. Esa cifra, un récord histórico, no se repetirá en mucho tiempo. Al menos hasta 2024, según las fuentes del sector. Las previsiones de la patronal Exceltur estiman una pérdida potencial que se mueve entre los 92.600 y los 124.000 millones de euros para lo que queda de 2020. La catástrofe se produce en una industria que, hasta ahora, presumía de su capacidad de adaptación a los tiempos y las circunstancias económicas. Acontecimientos como “la guerra contra el terror” después del 11 de septiembre de 2001 o la crisis financiera de 2008 no frenaron la expansión de una actividad que mueve una décima parte del PIB mundial y, en el caso español, el 13% del PIB y el 14% de los empleos. Al canto del canario en la mina que se escuchó en Barcelona el pasado mes de febrero le sigue la crisis económica como consecuencia del covid-19 y la alerta climática, que requiere medidas que vayan hasta el núcleo mismo de la acelerada movilidad internacional, el fundamento que ha hecho posible el auge del turismo tal y como lo conocemos.

La orquesta del Titanic

Un coronavirus lo ha parado todo. Solo en abril, En Aire, el principal proveedor de servicios de navegación aérea en España y cuarto en Europa por volumen de tráfico, cifraba en un 94,7% la caída del número de vuelos. Con las fronteras cerradas y los aviones en tierra se está produciendo un derrumbe sin precedentes en el sector turístico. “La plataforma de salvación de la crisis financiero-inmobiliaria de los últimos 14 años es ahora el gran Titanic que se está hundiendo”, remarca Iván Murray, doctor en geografía y profesor de la Universitat de les Illes Balears (UIB). 

Turismo
Ivan Murray: “El turismo global es el Lehman Brothers de la crisis del covid-19”

El turismo ha frenado en seco con la pandemia y el hundimiento del sector tendrá un impacto brutal en la economía española. Iván Murray, profesor de la UIB e investigador en economía ecológica del turismo, analiza un fenómeno que tendrá en Baleares y Canarias su “zona cero del desastre”.


El parón provocado por el covid-19 se podría interpretar, según Murray, como “un ensayo de lo que está en curso: la emergencia climática y los conflictos sociecológicos múltiples”, aunque el profesor matiza que “sería muy ingenuo pensar que, por parte del capital, esto se interprete como una señal de alarma por la que se debería revertir la situación”. En la misma línea, la doctora en Geografía por la Universidad Autónoma de Madrid, China Cabrerizo, duda de que se vaya a ver un cambio de modelo, al menos en cuanto a la reducción del impacto de la actividad, definido por “la extralimitación de nuestra forma de estar en el planeta”. 

“Hay que valorar muy bien los riesgos [una vuelta prematura] podría ser muy duro en víctimas y muy caro económicamente”

Las noticias del sector indican que, al contrario, el objetivo es recuperar el tiempo perdido y reflotar la industria turística. Algo para lo que se cuenta con los diferentes rescates que los países preparan para las aerolíneas —por el momento, sin exigirles contrapartidas medioambientales salvo en el caso de Austria y Francia— y miles de millones de fondos públicos puestos a disposición de grandes touroperadores, como el préstamo de 1.800 millones de euros que el Gobierno alemán ha realizado al gigante TUI. En España, la patronal es crítica con el Ejecutivo, al que demanda más rapidez en la desescalada y “suspende” en una encuesta realizada por Exceltur sobre las medidas de apoyo. El principal lobby del turismo solo valora positivamente la rápida aprobación de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) por fuerza mayor pero demanda la exención del impuesto de sociedades más allá del primer mes y la rebaja al 1% del IVA en los billetes de avión.

Este verano, la esperanza del sector está en los acuerdos bilaterales entre países para crear corredores seguros o covid free con Estados o departamentos de Alemania, Reino Unido y otros países europeos. El 4 de junio, la ministra de Industria y Turismo, Reyes Maroto tuvo que rectificar su anuncio de que la frontera con Francia y Portugal se iba a abrir el 22 de este mes. Portugal ya pidió explicaciones por la decisión. La cuestión es que la decisión depende de los demás países: Alemania ha recomendado no viajar aún a España. El sector protesta porque la “competencia” mediterránea ya ha comenzado la temporada.

Con la bajada salarial derivada de los efectos del covid-19, el salvavidas del turismo interior —con más peso en territorios como País Valencià, Galicia o Andalucía— está en entredicho, más teniendo en cuenta que el número de turistas españoles posibles no llega ni de lejos a los 83 millones de visitas extranjeras registradas el pasado año. Aurora Pedro, profesora de la Universidad de València y consultora de la Organización Mundial del Turismo, cree que el turismo de interior “puede ser un gran alivio para parte del sector” pero mientras no haya vacuna ni tratamiento eficaz, señala, “el turismo va a estar muy limitado”. Además, los riesgos de rebrote vía llegada de turistas están ahí. “Hay que valorar muy bien los riesgos —añade—, podría ser muy duro en víctimas y muy caro económicamente”.

El empleo en el sector

Aurora Pedro alberga muchas dudas respecto al futuro inmediato del sector y una posible reestructuración en clave sostenible de la industria. La experta advierte de que la creación de empleo “como sea” va a ser una necesidad, algo que puede profundizar en las actuales características de un tipo de trabajos que el ministro de Consumo, Alberto Garzón, denunció por el carácter endémico de la estacionalidad y la precariedad en el sector. 

La caída del empleo se ceba con dos actividades que han vivido unidas históricamente: turismo y construcción. Dos áreas de la economía que se nutrieron desde los años 70 de los “braceros” llegados desde el sector primario, trabajadores de la agricultura a quienes, paradójicamente, se ha necesitado urgentemente durante esta pandemia. Se trata también de un empleo feminizado, muy especialmente en hostelería y servicios de alojamiento, en donde trabaja una de cada diez mujeres activas.

A 30 de abril, Baleares contaba con 141.614 trabajadores afectados por ERTE de una población activa de 600.000 personas. “Si sumas los que estaban en paro, hablamos de más del 60% de la población activa en Baleares”, explica Iván Murray

“Al ser mujeres se han permitido sueldos más bajos”, critica Cabrerizo, que relaciona esta práctica —solo recientemente denunciada por la organización de las kellys— con la lógica de una sociedad en la que los trabajos asociados al cuidado los han llevado a cabo mujeres y, por tanto, han sido invisibilizados. Unos empleos donde los bajos sueldos y las horas extra no registradas son casi una tradición. Como explicaba Pablo Cabello, secretario de Acción Sindical del Sindicato Andaluz de Trabajadores, sobre la situación del sector en Granada, “en la restauración, en general, se cobra entre 800 y 900 euros al mes, trabajando 60 horas a la semana, con un contrato de media jornada y descansando un día, cuando tenían que descansar dos”.

Las zonas que han vivido del monocultivo del turismo son las más amenazadas por la crisis actual. Los archipiélagos son un ejemplo claro, aunque hay diferencias: Canarias vive del turismo todo el año —alrededor de un 40% de la población trabaja en este sector— mientras que Baleares depende de la estación de verano. En este archipiélago la situación es un drama, relata Ivan Murray: “La gente dice ‘si no vivimos de esto qué hacemos, nos morimos’; es una sensación de muerte social”. 

A 30 de abril, Baleares contaba con 141.614 trabajadores afectados por ERTE de una población activa de en torno a las 600.000 personas. “Si sumas los que estaban en paro, hablamos de más del 60% de la población activa en Balears sin trabajo, y en Canarias por el estilo”, señala este profesor de la UIB, quien expone que, para un territorio, “intentar vivir solo del turismo es una opción suicida, es de cajón que no puede ser viable y es increíble que no nos lo estemos planteando”.

Para el geógrafo Albert Arias, que ejerció como director del Plan Estratégico de Turismo en el Ayuntamiento de Barcelona, es un error aislar el turismo del problema de sueldos y empleos del país: “Es cierto que el turismo tiene en la estacionalidad su gran hándicap: en muchas regiones solo hay turismo durante la temporada alta. Pero creo que no es un problema turístico sino de toda la restauración, el comercio, los sectores culturales, etcétera”. Arias defiende que la clave es priorizar los salarios —y los ingresos no relacionados con el trabajo, como la Renta Básica— a la obtención de plusvalías inmobiliarias o a las inversiones en infraestructuras.

El panorama actual podría dar lugar a aprendizajes, aunque nada apunta hacia ello cuando durante mucho tiempo se ha instalado la idea de que “es más rentable alquilar una habitación que sacar patatas”, ironiza Cabrerizo. “Ninguna economía que se base al 80% en un sector es una economía sin riesgos”, valora Aurora Pedro. En tiempos de emergencia climática y compromisos globales de reducción de emisiones, la diversificación y el decrecimiento del sector deberían ir de la mano de una transición ecológica con una estrategia clara: una reducción del turismo, que debería girar hacia un paradigma más sostenible social y económicamente.

Madrid-Bangkok

La contribución del turismo global a la emergencia climática es de en torno al 8%, según un estudio firmado por investigadores de las universidades de Sydney (Australia) y Cheng Kung (Taiwán) publicado en Nature. Solo entre 2009 y 2013 aumentó un 15%, de 3,9 gigatoneladas de CO2 equivalente (GtCo2e) a 4,5. En la última Cumbre del Clima celebrada en Madrid en diciembre, la Organización Mundial del Turismo corroboraba ese 8% en la presentación del informe Emisiones de CO2 relacionadas con el transporte del sector turístico y alertaba: las emisiones de esta industria aumentarán un 103% en 2030 respecto a 2005, principalmente por el transporte, encabezado por el aéreo.

“El modelo no se puede sostener a corto y medio plazo. Por imperativo climático y político hay que repensar el sistema, que es altamente vulnerable”, expone Florent Marcellesi, coportavoz de Equo y exeurodiputado por Los Verdes/ALE. Para él, pensar en una transición desde un modelo low cost de masas y cantidad hacia uno que sea de calidad y sostenible es el gran reto de los países altamente dependientes del turismo y del transporte aéreo internacional. Y aquí lo somos. Mucho.

Vuelo Madrid-Bangkok en pleno agosto, una distancia de 20.000 kilómetros ida y vuelta, por 500 euros. De momento es una posibilidad que, a la espera de la sucesión de fases de desconfinamiento y al capricho y evolución del organismo vírico Sars-CoV-2, sigue ahí.

Es el ejemplo máximo del modelo low cost, o el hiperdesarrollo del turismo barato “consolidado bajo los gobiernos de austeridad, de Merkel a Rajoy”, apunta Aurora Pedro, un modelo que está detrás de la última gran explosión del turismo de masas. Y no es solo el vuelo, el concepto de “bajo coste” arrasa con todo, no solo el medio ambiente y la costa. Como explica la experta, “si tenemos vuelos low cost tenemos hoteles low cost, coches low cost y todo low cost. Así hasta llegar al problema de las kellys. Es un modelo a repensar, ver en qué estamos sacrificando nuestros recursos y si realmente está siendo rentable a la población en general”.

Pero esa revisión es compleja y tiene poderosas resistencias. “Ha sido un modelo superatractivo que nos ha permitido viajar baratísimo a todos, hasta el último confín del mundo prácticamente, y renunciar a eso es difícil”, continúa Aurora Pedro.

La grave crisis de las aerolíneas, un área “tocada de muerte” en el que fuentes del sector apuntan a una próxima reducción a la mitad de las compañías que operan en la actualidad —muchas de ellas “burbujas de deudas con alas”— puede precipitar el fin de un ciclo que comenzó en los 90 y que ha dado lugar a fenómenos como el del turismo de borrachera. Con el final de los vuelos low cost, estima Murray, “te estás cargando el turismo internacional masivo para priorizar otras formas de transporte que redundaría en otro tipo de turismo”. Es un escenario real a medio plazo, a pesar del constante mirar hacia otro lado de la industria. 

Un viaje distinto

Así, ante un sistema tan vulnerable a crisis como la actual, y con fecha de caducidad por la crisis climática y el fin del petróleo —a día de hoy la idea de una tecnología que impulse una aviación comercial “verde” es ciencia ficción— la solución pasa solo por la reestructuración del sector hacia un paradigma sostenible y una diversificación de las zonas altamente dependientes del turismo. China Cabrerizo cree que hay un primer paso desde el punto de vista del consumidor, que es entender el turismo como una responsabilidad y el “viaje” de otra forma a cómo se ha concebido en los últimos años: menos viajes, mucho más espaciados en el tiempo y pensados de otra manera, eligiendo estancias más largas, “preparándolos con tiempo y con significado”, valorando el impacto sobre la movilidad y el trabajo relacionado con ellos. En esa línea de reivindicación, las kellys catalanas han reclamado la puesta en marcha de un Sello de Trabajo Justo y de Calidad que ya fue aprobado por el Parlament de Catalunya pero que nunca se ha puesto en marcha.

La apuesta por el turismo local o relocalizado puede ser una “vía de salida muy potente”, señala Marcellesi, para quien hay que potenciar un turismo de calidad, de cercanía y no masificado “y no aplicar los mismo criterios y lógicas del turismo de masas internacional al nacional”. 

Aurora Pedro destaca que no se debe pensar únicamente en un turismo que sea sostenible sino en un paradigma sostenible para toda la economía, para lo que hay que “limitar y restringir” la oferta. Murray va más allá: “Igual que no existe un capitalismo sostenible, tampoco existe un turismo sostenible dentro del capitalismo”. Muy crítico con las etiquetas ‘sostenible’ y ‘ecoturismo’ —“si el ecoturismo implica viajar a Costa Rica para visitar parques naturales gestionados por empresas norteamericanas es solo turismo que usa la naturaleza para mercantilizarla”, dice—, para plantear un turismo verdaderamente sostenible Murray ve necesaria una transformación social y política de lo que entendemos por turismo. Albert Arias incide en que el consumo interno del turismo solo es una salida si se cierra “el círculo de producción-consumo”, y se vincula la actividad turística con ramas como la cultura, el conocimiento y la propia agricultura. “Igual no hace falta irnos a la otra punta del mundo, dejando una huella planetaria brutal, pudiendo desplazarnos a unos pocos centenares de kilómetros de nuestros hogares”, indica.

Sin embargo, las demandas de aprovechar la parada de la economía para reestructurar la actividad y pensar en que pasará cuando las zonas del litoral se vean afectadas por los fenómenos climáticos se han topado con el empeño de la industria en echar a andar cuanto antes los negocios, como siempre y con las condiciones habituales. El sector turístico ha demostrado durante más de seis décadas que tiene la capacidad para imponerse. Pero hay muchas cosas que están cambiando. Siga el camino que siga, una cosa parece clara: salvo sorpresivo salto tecnológico de gigante que permita una aviación con cero emisiones a corto plazo, el turismo de masas tiene fecha de caducidad.

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#62673
7/6/2020 13:59

Muy bonito el articulo pero eso no sera asi

0
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#62739
8/6/2020 19:22

Ostia, si es Delfos!

0
0
#62761
9/6/2020 0:44

Unidas paguitas!

0
1
#62657
7/6/2020 10:29

Trabaja una de cada diez mujeres y dices que es un sector muy feminizado?
Joder que difícil encontrar rigor en lo las publicaciones

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#62811
9/6/2020 17:19

Trabaja una de cada diez mujeres del total de la población femenina económicamente activa; es decir, de diez mujeres con trabajo (en cualquier sector de la economía), una lo tiene en el sector turístico.

No quiere decir en lo absoluto que uno de cada diez trabajadores del turismo sea del sexo femenino.

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