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Coronavirus
Más seguridad, orden y libertad
Necesitamos más seguridad, muchísima más de la que tenemos. Pero no necesita la misma seguridad quien se manifiesta en coche junto a Vox, quien corta la Meridiana o quien intenta utilizar un billete de 20 dólares falso como George Floyd.
En estos días de pandemia de lo que se está hablando es de seguridad. Pero ¿la seguridad de quién? ¿Para quién? El Ingreso Mínimo Vital ha sido aprobado recientemente y dará más seguridad económica a 850.000 hogares, de la misma manera que lo hace la Renda Garantida Ciudadana de la Generalitat de Catalunya. Siempre y cuando no seas una persona de origen migrante en situación administrativa irregular, que no te incluye. De la misma manera, al inicio del confinamiento la consigna era que para estar más seguras nos debíamos quedar en casa. A no ser que no la tengas o que seas la mujer que fue asesinada hace pocos días por su pareja con la que convivía en Esplugues de Llobregat, que entonces tampoco te incluye.
Hemos visto con concentraciones como las de Salamanca cómo la derecha siempre llega antes a la hora de rellenar conceptos como seguridad, orden y libertad. Un discurso, siempre apoyado por los grandes medios de comunicación, que pasa por exigir una seguridad muy concreta, la de que sus vidas puedan seguir como antes.
Necesitamos más seguridad. Muchísima más. Pero una seguridad que pase por que los barrios se enriquezcan sin que las subidas de los alquileres expulsen a las familias más humildes
Y sí, necesitamos más seguridad, muchísima más de la que tenemos, seguridad blindada. Pero una seguridad que pase por que los barrios se enriquezcan sin que las subidas de los alquileres expulsen a las familias más humildes. De aquella que se percibiría si la salud y la educación fueran públicas y de calidad. De la que uno notaría si tuviera asegurados unos ingresos mínimos para tener tiempo para lo que sí cuenta. De la que se sentiría después de procesos de verdad, justicia y reparación para las centenares de miles de personas que aún yacen en las cunetas. De la que una respiraría si la violencia machista fuera historia. De la que surgiría si se dejara de desviar la mirada, una y otra vez, de la corrupción y el saqueo de las arcas públicas. De la que se viviría si la relación con los cuerpos policiales no dependiera del color de la piel.
El marco de la Nueva Normalidad encierra realidades que, precisamente, de nuevas y de normales no tienen nada. Durante el confinamiento —también antes— vemos cómo la concepción de la inseguridad o de la seguridad se materializa de maneras muy concretas. Cuando en el barrio del Raval de Barcelona se identifican y cachean a jóvenes no blancos en busca de drogas, la seguridad que se está protegiendo es una y no otra. Estos operativos policiales pueden contribuir a que una parte del vecindario se sienta más seguro en detrimento de otra parte del vecindario, aquella que ve en la fuerte presencia policial una amenaza hacia su vida por estar en una situación administrativa irregular.
La seguridad, en su concepción hegemónica, se vincula al control de quienes son etiquetados como causantes de la inseguridad y plantea soluciones supuestamente fáciles como el incremento sin límite de la vigilancia y del control policial o el endurecimiento de los mecanismos sancionadores. Una concepción funcional para la mayor tranquilidad y provecho de aquellos colectivos que nada tienen que temer respecto a la estabilidad de sus fuentes de ingresos o de sus viviendas. Una visión que a la vez consigue hacer mella y ser apoyada por otros colectivos que, sin embargo, no tienen esa misma seguridad.
Así, los policías de balcón alzan la voz contra trabajadoras del hogar y de los cuidados que se dirigen a limpiar casas de personas pudientes pero no lo hacen ante la ratificación por parte del Tribunal Supremo del caso Palau y del 3%. Así, las personas sin hogar son percibidas como un foco de inseguridad en vez de poner su inseguridad por no tener hogar en el centro. Así, el urbanismo se piensa desde la perspectiva de las personas que transitan el espacio público y no de quien lo habita. Así, las instituciones que producen seguridad para unas, generan inseguridad para otras, y no se trata de una cuestión de voluntad sino de estructura.
En ningún caso se apuntará a que el no-orden son las desigualdades y que sólo puede haber orden si se erradican junto con el sistema que las sustenta. Y que solo entonces podremos hablar de libertad
Para la concepción del orden también se enfocan a unas cuestiones y no a otras: orden es que los delincuentes vayan a la cárcel —los pobres, porque aunque hoy haya un policía de Minneapolis en la cárcel acusado de asesinar a George Floyd, cuando desde el imaginario general se piensa en El Delincuente no se piensa en un colectivo como el policial—; orden es que haya policía para controlar. En ningún caso se apuntará a que el no-orden es la norma. En ningún caso se apuntará a que el no-orden son las desigualdades sistémicas y que sólo puede haber orden si se erradican junto con el sistema que las sustenta. Y que solo entonces podremos hablar de libertad. Porque clamar por la libertad de los Jordis y no hacerlo por las personas internas en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE) del Estado es peligrosamente similar a las demandas de las concentraciones como las de Salamanca: libertad para los míos sin ningún tipo de miramiento estructural ni material.
Las reivindicaciones de seguridad, orden y libertad hegemónicas se reducen a exigir el imperio de la ley y su acatamiento, asegurado por el Código Penal, la Ley de Extranjería, la Ley de Seguridad Ciudadana o los cuerpos policiales. ¿Con qué necesidades encaja ese tipo de seguridad? Porque no necesita lo mismo quien se manifiesta en coche junto a Vox, quien corta la Meridiana o quien intenta utilizar un billete de 20 dólares falso como George Floyd. Tampoco el presidente de Estados Unidos cuando llama a la ley y al orden tiene la misma imagen de orden en la cabeza que la que pueda tener una persona sin techo que sabe que el orden pasa por no acceder jamás a una vivienda. Ni la libertad suena igual para alguien que nace en un país del Sur global que para un europeo. Con o sin pandemia, está claro para quién están pensadas la seguridad, el orden y la libertad.
En pandemia, pero también antes, el papel fundamental de las redes vecinales como fuente de seguridad evidencia que la institución no puede desentenderse de la cuestión pero que tampoco es su único sustento. La pertenencia a un vecindario y a una comunidad de apoyos reducen la percepción subjetiva de inseguridad. La autorganización, el reconocimiento y los conflictos que emergen de la crisis sanitaria, económica y social, son también reivindicaciones de vidas más seguras, más libres y más ordenadas.
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