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Confines del suroeste
Sembrar 10, 100, 1.000 huertos en medio de la tormenta
La pandemia global está propiciando un retorno al proteccionismo y el inicio del acaparamiento por parte de algunos países de bienes básico como el arroz, el trigo, oleaginosas como la palma y el girasol, etc., que no por casualidad están subiendo de precio en los mercados internacionales.
(Una canción de Carmen Alcalde, vecina de Garganta la Olla).
Hoy llueve, lo que dadas las circunstancias es en sí una noticia, en este caso buena. Como llueve y llueve finito, no puedo trabajar en el huerto y puedo pararme a compartir estas reflexiones en tiempos trágicos. Tengo que reconocer que soy muy afortunada porque tengo el huerto en la puerta de casa y no tengo que violar las actuales medidas de confinamiento y cuarentena para cuidarlo y al mismo tiempo dejarme cuidar por la tierra y el trabajo al aire libre. Pero para la mayoría de las hortelanas y hortelanos las cosas no son tan fáciles, y en este momento crucial de la sementera están teniendo dificultades para poder atenderlos. Me cuentan que guardias civiles y municipales están apercibiendo y multando a la gente por desplazarse a sus terrenos, aunque los trabajos agro-ganaderos se consideran una actividad esencial (faltaría más) y no están afectados por la suspensión de la actividad económica. Pero la agricultura no profesional, de autoconsumo que en muchos casos es practicada por personas jubiladas sí se está viendo afectada negativamente por el celo excesivo de las autoridades, por la prohibición de los mercadillos locales en los que se adquiría el plantón de la sementera y se vendían los excedentes al vecindario.
En Galiza, donde esta actividad de agricultura de autoabastecimiento es muy pujante, han conseguido una autorización expresa de la Xunta para los desplazamientos, y en esta misma línea más de 150 organizaciones vinculadas al mundo rural (sindicatos, universidades, redes agroecológicas y grupos ecologistas) han pedido al MAPA (Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación) que se autoricen los mercados no sedentarios y de proximidad, así como el desplazamiento a granjas, huertos y corrales del campesinado así como el desplazamiento de la ciudadanía a las propias fincas para adquirir alimentos directamente al productor. También se solicitan medidas de apoyo al sector agroecológico como la compra pública a estos productores y medidas fiscales, administrativas y logísticas de apoyo a la ganadería extensiva, que está teniendo aún más problemas de los que ya arrastraba en esta coyuntura de emergencia sanitaria y social.
Las dificultades que se están poniendo por parte de las administraciones a la agricultura y ganaderías a pequeña escala es una maniobra que acaba por dar más poder y beneficios a las grandes superficies comerciales
Cabe pensar que las dificultades que se están poniendo por parte de las administraciones a la agricultura y ganaderías a pequeña escala, al autoabastecimiento no mercantilizado y al pequeño comercio de cercanía de los mercadillos ambulantes es una maniobra que acaba por dar más poder y beneficios a las grandes superficies comerciales y las grandes distribuidoras: esas siete empresas, en la mayor parte de capital foráneo, que ya controlaban la inmensa mayoría de la distribución y comercialización de los alimentos, imponiendo precios y condiciones leoninas tanto a los agricultores como a los consumidores. No sé si se trata de una medida premeditada en favor de estos emporios empresariales, pero como mínimo es un craso error porque en estos días en que estamos comprobando lo peligroso que es anteponer la economía a la salud, aquí se están anteponiendo los beneficios especulativos de unos pocos empresarios e inversores sobre el derecho a la alimentación de todas. Que haya que recordar que se trata de un derecho humano recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 ilustra lo bajo que hemos caído después de décadas de desmantelamiento neoliberal del sentido común.
Y mientras la lluvia va empapando el plantel de patatas de mi huerto no puedo dejar de pensar en que la actual crisis multidimensional puede tener una derivada nada deseable: la crisis alimentaria. No es tanto que el coronavirus vaya a provocar una crisis alimentaria que de hecho ya preexistía para buena parte de la población del Sur, sino que ahora esta calamidad puede llegar incluso a países como el nuestro que se creían a salvo de ella. Y es que lamento comunicaros que tampoco estamos muy bien preparados para esta eventualidad, como no lo estábamos en lo sanitario. Vivimos en un país deficitario en alimentos, importamos más alimentos de los que exportamos, y las importaciones no han hecho más que crecer en los últimos diez años y en general desde el ingreso en la UE. Exportamos muchas hortalizas, frutas y derivados (vino), pero importamos más toneladas de cereales y leguminosas, especialmente la gran producción ganadera es muy dependiente de piensos importados. Así ocurre que somos deficitarios en términos cuantitativos: en toneladas, pero aún lo somos más en términos cualitativos: en calorías, de las cuales importamos muchísimas más de las que exportamos, y esto nos coloca en una situación de gran vulnerabilidad y fragilidad. La alimentación de la población española depende en demasía de producciones muy lejanas, cuyas cadenas de producción, transporte y distribución requieren un gran gasto energético, y de un marco de liberalización económica que ya se estaba poniendo en jaque antes de la actual pandemia (Brexit, proteccionismo americano, guerra comercial China-USA).
La alimentación de la población española depende de un marco de liberalización económica que ya se estaba poniendo en jaque antes de la actual pandemia
Por otro lado, nuestra producción agropecuaria peninsular depende en gran medida del trabajo jornalero realizado por personas migrantes en condiciones de precariedad y temporalidad, exacerbadas aprovechando la situación de extralegalidad en que los hemos colocado, y encima tenemos un sector creciente de población “autóctona”, con muy pocas luces y aún menos callos en las manos, que les rechaza y se plantea incluso su expulsión del país. No por casualidad ya hay problemas de falta de mano de obra para las campañas inminentes en provincias como Huelva, Almería, Murcia, Albacete y otras en las que se concentra la producción agraria más intensiva. La situación de alarma sanitaria no puede sino añadir más problemas en este sentido.
Pese a todo, a nivel mundial se podría decir que todavía se producen suficientes alimentos para los casi 8.000 millones de seres humanos y sus ganados que habitamos la Tierra. El hambre y la desnutrición crecientes no están provocados por la falta de alimentos, sino por la tremenda desigualdad en su reparto, por las guerras, las fronteras y la especulación financiera con los productos alimentarios. Ahora bien: la agricultura mundial ya está siendo golpeada por el Cambio Climático, por la desertización y la pérdida de suelo fértil, por plagas como la de la langosta en África, por las sequías y las inundaciones… Nos deberíamos preguntar ¿qué ocurriría si se produjera una caída simultánea de las cosechas a nivel global?, y ¿si se quiebran las cadenas globales de comercio y suministro de alimentos?, y nos deberíamos hacer estas preguntas no por un ejercicio de pesimismo distópico, sino porque ya hay señales pésimas en el horizonte que van en este sentido. La pandemia global está propiciando un retorno al proteccionismo y el inicio del acaparamiento por parte de algunos países de bienes básico como el arroz, el trigo, oleaginosas como la palma y el girasol, etc., que no por casualidad están subiendo de precio en los mercados internacionales.
Como es arriba es abajo, a nuestro alrededor la propia ciudadanía se ha puesto a acaparar en sus casas alimentos y otros bienes de primera necesidad vaciando las estanterías de los supermercados, en una reacción de pánico injustificado pero que no dice nada bueno de nuestra salud mental individual y colectiva. Por su parte las grandes superficies han empezado a almacenar también en sus cámaras hortalizas, de modo que compiten deslealmente con el pequeño comercio que no tiene capacidad de almacenamiento y ha de vender a precio de lonja sin margen para competir con los grandes.
Solo podemos constatar que nunca hemos tenido menos soberanía alimentaria, nunca en la historia hemos dependido tanto de producciones lejanas, de recursos fósiles...
Con estos mimbres no se puede asegurar que vayamos a un desabastecimiento grave aunque hay muchas posibilidades, pero lo que es seguro es que en el futuro vamos a ver un proceso inflacionario de los precios de los alimentos. Carestía de los alimentos que, combinada con sueldos menguantes, paro y precariedad económica generalizadas, dibujan escenarios de mucho sufrimiento social en un país en que ya había un sector de la población nada desdeñable que dependía de los bancos de alimentos y de la caridad para cubrir sus necesidades más básicas.
Y es aquí donde una no puede dejar de mencionar ese concepto que hasta hace tres semanas era casi una rareza de las minorías que se movían en el ámbito de la agroecología: la soberanía alimentaria. Es decir, la capacidad social de cubrir en un entorno cercano ese derecho básico que es la alimentación. Solo podemos constatar que nunca hemos tenido menos soberanía alimentaria, nunca en la historia hemos dependido tanto de producciones lejanas, de recursos fósiles como el petróleo, de los que carecemos a nivel de país, de gobernanzas financieras y especulativas al margen de cualquier control o participación democráticas, nunca, nunca hemos estado más inermes, “más cautivos y desarmados”.
En estos tiempos de gran mudanza, la única solución posible es iniciar una transición acelerada, planificada y masiva hacia la agroecología y la consecución de un máximo de soberanía alimentaria a nivel familiar, municipal, regional y peninsular. Eso pasa por una re-ruralización de nuestra sociedad, una re-campesinización del sector agrario y un decrecimiento material generalizado. Para ese proceso tan radical de reestructuración social necesitamos un poderoso movimiento social, pero también se requiere un decidido apoyo de las instituciones públicas para desatascar embudos como el de la propiedad de la tierra (una reforma agraria integral y agroecológica, tarea que lleva pendiente más de un siglo), el del envejecimiento de la población agrícola, y la desurbanización, entre otros. Tareas que no por complicadas o utópicas dejan de ser urgentes y necesarias, y que si la vida (y El Salto) me dejan iré desbrozando en otros artículos.
Hay una máxima de la cultura china que dice que si quieres ser feliz un día puedes emborracharte, si quieres ser feliz un año puedes casarte, pero si quieres ser feliz toda la vida: cultiva un huerto. Así que, en estos tiempos oscuros, me vuelvo al huerto que ha escampado.
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Se ha creado la siguiente petición para que nos dejen ir a nuestros huertos de autoabastecimiento: https://www.change.org/p/ministerio-de-agricultura-y-pesca-alimentaci%C3%B3n-y-medio-ambiente-por-la-huerta-de-autoconsumo-en-tiempos-de-coronavirus
Lluvia fina entre días largos de sol candente. Qué más podríamos pedir. Seguro que de ésta aplacamos la curva, consumimos menos con más cabeza, y disfrutamos más de lo cercano y lo tangible. Aunque habrá quien haga la suya, el resto seguro que nos cuidaremos más. Salud, y buen clima
En Extremadura, donde vivo, los ganaderos están teniendo muchos problemas para vender sus productos; borregos y quesos. Solo comemos lo que nos ponen en los supermercados. No dejan ir a cuidar los huertos, ni se pueden vender los productos del campo como huevos o embutidos, dulces caseros... Ojalá después de esto cambie algo.